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El ganadero de bravo vizcaíno José Cruz Iribarren
falleció la madrugada de ayer en su domicilio familiar en Leioa a los 79
años de edad a consecuencia de una insuficiencia respiratoria mientras
dormía tras disfrutar la Nochevieja rodeado de su esposa, hijos y
nietos. Nacido en Otxandiano el 14 de septiembre de 1933, José Cruz
Iribarren era una de las más destacadas personalidades de la Bizkaia
taurina. Novillero sin picadores duramente castigado por los astados en
su juventud, 'Joselito Cruz' debutó con picadores y éxito en la Chata de
Vistalegre (Madrid) el 16 de junio de 1957. Abandonados los sueños de
seda y oro, Iribarren promovió un importante número de novilladas en la
plaza de toros de Vista Alegre de Bilbao en las décadas de los 60 y 70.
De su mano se presentaron en el ceniciento ruedo de la Dama de Abando
maestros de la categoría de Julio Robles, Pedro Gutiérrez Moya 'Niño de
la Capea', José María Manzanares y José Luis Galloso.
Próspero empresario, tras una exitosa operación
inmobiliaria a finales de los años 80, José Cruz Iribarren compró la
finca Cabezal Viejo en el término municipal de La Encina, en Salamanca,
para criar toros de lidia de procedencia Barcial -los legendarios
'patasblancas'-. Añadidas en la década de los 90 reses de encaste Santa
Coloma, la demanda del mercado taurino y los gustos de la acomodada
cúpula del toreo obligaron al bravo ganadero vizcaíno a relegar su
'cárdeno' sueño por astados de procedencia Jandilla, vía Daniel Ruiz
Yagüe. En aquella compra, su íntimo amigo 'Capea' asesoró con acertado
tino al romántico criador vizcaíno. Para rematar la operación, adquirió
el hierro y divisa, posteriormente modificados, de los Herederos de
Ignacio Pérez Tabernero.
Funeral hoy en Leioa
Aquejado de una grave y dolorosa enfermedad pulmonar
obstructiva crónica, José Cruz cedió paulatinamente el testigo a su hijo
Rafael, actual representante de una vacada que en la temporada de 2012
lidió con éxito cuatro novilladas en los cosos de Córdoba y Dax, plazas
de máxima categoría, además de en las localidades de Galapagar y Los
Molinos.
Al margen del encastado, enclasado y regular
comportamiento de los astados lidiados con su hierro, perteneciente a la
Unión de Criadores de Toros de Lidia, Iribarren destacó en vida por su
carácter vital y campechano, su extraordinaria bondad y generosidad y
por ser el mejor amigo de sus amigos. Zascandil de la Fiesta en el Botxo
y socio de honor del Club Cocherito, esta tarde a las 19.00 horas se
celebrará un funeral en su memoria en la Iglesia de San Juan de Leioa.
Posteriormente, sus familiares cumplirán con su último deseo: esparcir
sus cenizas en las aguas del Cantábrico y en los cercados de Cabezal
Viejo, una finca en la que el bueno de José Cruz nos esperará por
siempre. Descanse en paz.
TÍTULO: EL HOMBRE TRANQUILO LLEGA A LAS LIBRERÍAS,.
John Ford siempre tuvo muy buen ojo. Es más,
durante unos cuantos años solo tuvo uno, ya que el otro lo perdió
rodando un documental ...
ohn Ford siempre tuvo muy buen ojo. Es más, durante unos cuantos años
solo tuvo uno, ya que el otro lo perdió rodando un documental patriótico
en la batalla de Midway, según cuenta la leyenda (otros hablan de
cataratas). Tratándose de Ford, hablar de leyenda suele ser hablar de
verdad, como bien nos enseñó James Stewart en 'El hombre que mató a
Liberty Valance', genial cinta del director de orige...
John Ford siempre tuvo muy buen ojo. Es más, durante unos
cuantos años solo tuvo uno, ya que el otro lo perdió rodando un
documental patriótico en la batalla de Midway, según cuenta la leyenda
(otros hablan de cataratas). Tratándose de Ford, hablar de leyenda suele
ser hablar de verdad, como bien nos enseñó James Stewart en 'El hombre
que mató a Liberty Valance', genial cinta del director de origen
irlandés, a la sazón conocido en gaélico como Sean Aloysius Martin
Feeny, hijo de una familia del maravilloso paisaje de la bahía de
Galway, en la siempre verde Erin.
Sí, tuvo ojo el realizador, no solo fílmico, sino
literario para saber siempre dónde se guardaba una buena historia. Y su
intuición narrativa no falló en 1936 cuando dio con aquellas palabras:
«Shawn Kelvin era un muchacho despreocupado de diecisiete años cuando
marchó a Estados Unidos en busca de fortuna, como tantos otros de los
suyos. Y quince años después regresó a su condado de Kerry natal,
serenada la despreocupación y consumida la juventud. Si había hecho
fortuna o no... eso nadie lo sabía».
Aquel cuento lo firmaba un tal Maurice Walsh y se publicó
el 11 de febrero de 1933 en la revista norteamericana 'The Saturday
Evening'. Walsh lo había titulado 'El hombre tranquilo', se llevó por él
2.000 dólares de la época, que no eran moco de pavo, y tres años
después lo incluyó en una novela llamada 'Green rushes', poblada de
irlandeses de pura cepa como lo era el tal Walsh.
El agua de los dioses
Shawn cambió de nombre por Paddy Bawn Enright, pero el
meollo del libro era el mismo: la vieja Irlanda habitada por rebeldes
del IRA, leyendas ancestrales como las peleas entre clanes familiares,
cerveza a raudales, cuentos celtas nacidos al calor de la lumbre y de un
trago de agua de los dioses, y la deliciosa explosión de la generosa
naturaleza. Niebla y acantilados, vacas y bueyes de categoría, la lluvia
casi a diario, y canciones centenarias cantadas en gaélico.
El libro se convirtió en un 'best seller' en el mercado
anglosajón, pero hasta ahora, cuando lo recupera la editorial Reino de
Cordelia, con prólogo de Javier Reverte, nunca se había publicado en
castellano.
De la taberna al boxeo
Maurice Walsh se había criado en la casa de su padre, un
hombre de campo pero leído e ilustrado, al que le gustaba considerarse
un aristócrata rural. Allí en Kerry, a finales del XIX, la vida se les
iba a los paisanos en trasegar en la taberna, practicar el boxeo y
apostar en las carreras de caballos. Las peleas todavía eran habituales,
y se cuenta que hasta los trenes detenían su marcha cuando se topaban
con dos hombres dándose garrotazos para que los viajeros se jugaran unos
cuantos chelines apostando por el vencedor en la lid.
Sin embargo, en aquel Kerry de bebedizos y druidas,
Maurice se encontró con un montón de libros donde sumergirse durante su
infancia y su adolescencia. No los desaprovechó, y con los años se
convirtió en un escritor de enorme éxito. Y en un irlandés de pro, a
cuyo funeral, en 1964, acudió el entonces presidente del país, Éamon de
Valera, uno de los artífices de la independencia irlandesa.
John Ford, además de tener buen ojo, era poco amigo de
tirar la casa por la ventana, y en el año 1936 le pagó a Walsh apenas
diez dólares para asegurarse una oportunidad de poder llevar la historia
al cine. Tiempo después, el genial director le abonó otros 2.500
dólares, y ya en 1951, en el que fue el contrato final, desembolsó 3.500
pavos, como dirían en la Cocina del Infierno.
Éxito de crítica y taquilla
Un año después, en septiembre de 1952, hace poco más de
sesenta años, después de que John Ford solventara múltiples problemas
para poder financiarla (la historia no acababa de convencer a los
listillos de Hollywood), la película se estrenó en los cines de Estados
Unidos y se convirtió en todo un éxito de crítica y de taquilla.
Consiguió dos Oscar (uno de ellos para Ford, como director) y tuvo
además otras cinco candidaturas. En España llegó a la pantalla en
noviembre de 1954.
Finalmente, los nombres de los principales protagonistas,
Paddy Bawn Enright y Ellen Roe O'Danaher, cambiaron tras el guión del
genial Frank S. Nugent (también guionista de 'Centauros del desierto',
'El último hurra' y 'La taberna del irlandés') y el propio Ford para
llamarse Sean Thornton y Mary Kate Danaher, que encarnaron magistral y
emotivamente John Wayne y Maureen O'Hara. Kelly se convirtió en la
maravillosa Isla de Inisfree (imaginada por el poeta y premio Nobel
Irlandés William B. Yeats), la misma que de cabo a rabo se recorrieron
Wayne y Victor McLaglen dándose mamporros y trompadas, intercalados con
un trago por aquí y otro por allá.
El talento literario de Maurice Walsh y el buen ojo de
John Ford como descubridor de grandes historias convirtieron el libro y
la película inolvidables en uno de los paisajes donde más ha disfrutado y
retozado nuestro corazón.
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