Un pueblo de 20.000 habitantes
representa estadísticamente de forma perfecta al alemán medio. Viajamos
allí para saber qué opinan de los españoles
¿Por qué es tan importante lo que piensan sus habitantes? Porque Hassloch es Alemania en miniatura. Su composición demográfica, la renta de los hogares, la tipología familiar, los porcentajes de población activa y jubilada, las simpatías políticas y una docena de variantes sociológicas más lo sitúan en el punto medio exacto de Alemania. Ni más ni menos. Así que es el tubo de ensayo perfecto para sondear qué pasa por las cabezas [¿cuadradas o no tanto?] de nuestros socios germanos. Y qué opinan de sus vecinos del sur en apuros. Y más ahora que entramos en año electoral. En septiembre se celebran los comicios al Bundestag, donde no solo se ventila un tercer mandato de Angela Merkel; lo que está en juego es la supervivencia del euro y, por tanto, de la Unión Europea. Si sucede lo acostumbrado, el partido que gane en Hassloch ganará las elecciones.
Llegamos a Hassloch después de conducir seis horas desde Berlín por autopistas heladas -sin límite de velocidad y sin peajes, aunque el Gobierno anunció que pronto serán de pago-. Y la primera impresión es anodina. Hay poco que ver. Apenas algunas casas antiguas que han sobrevivido a las destrucciones bélicas; entre ellas, la perpetrada por soldados españoles en 1621 durante la Guerra de los Treinta Años. Un museo de historia local donde el legado de la comunidad judía ocupa un lugar preferente. Un mercadillo más bien desangelado con solo media docena de puestos. Un par de restaurantes de comida rápida: pizzas a cuatro euros, un kebab... Al fotógrafo que ha realizado las imágenes del reportaje, berlinés y cosmopolita, le mosquea que el pueblo se llame 'agujero del odio', que es la traducción literal de Hassloch, y al principio se mueve por sus calles con cierta aprensión. «Tengo la sensación de que la gente nos mira». Pero pronto ese recelo se disipa. Durante nuestros tres días de estancia seremos tratados con una mezcla de paciente amabilidad y curiosidad respetuosa. Nos invitarán a café, a tarta, a más café... Y pocos pondrán pegas a que les preguntemos. Están acostumbrados a ser cobayas de encuestas y sondeos.
Los primeros que se percataron del potencial de Hassloch como laboratorio de opinión fueron los directivos del Instituto de Investigaciones de Mercado (GfK) de Núremberg, que instalaron allí su base de operaciones en 1985. Cada lanzamiento comercial en Alemania se prueba primero en Hassloch. Unos 3500 hogares participan en los ensayos. Los vecinos disponen de unas tarjetas electrónicas que registran sus compras. Y en la televisión por cable local se emiten anuncios especiales del producto en cuestión. «Si funciona en Hassloch, lo hará en el resto de Alemania», me cuenta la directora de GfK, Bettina Bartholomeyzik.
Las bicicletas se aparcan delante de las tiendas sin ponerles candado. Las calles están inmaculadamente limpias y cada vecino barre la porción de acera que le corresponde. Se ven muchos ancianos, pero hay que tener en cuenta que unas 3000 personas cogen el coche para desplazarse a las industrias de los alrededores. Y el resto se ocupa de sus huertos de espárragos y lechugas y de sus granjas de faisanes, gansos y caballos. La tasa de paro es del 6 por ciento. El fotógrafo ha alquilado un salón en el centro de cultura municipal y monta allí su estudio. Regateó el precio. Le pedían 400 euros, pero al final lo ha conseguido por la mitad. El Ayuntamiento está en números rojos; debe casi tres millones y hay que rentabilizar como sea las instalaciones. Así que 200 euros es mejor que nada.
En otro de los salones se celebra una fiesta de una asociación de aficionados a la horticultura; la mayoría, septuagenarios. Uno de ellos, Boto Kison -de 77 años-, fue director de operaciones comerciales en BASF, la compañía química más grande del mundo, ubicada a 25 kilómetros del pueblo. «Tenemos los mismos problemas que en el resto de Europa. Los ayuntamientos, las autonomías y los gobiernos tienen sus cuentas en rojo. Yo soy muy partidario de la Unión Europea, pero empiezo a tener dudas. Como nación exportadora, Alemania se ha aprovechado mucho del euro. Pero la disciplina en la economía es lo más importante. Y vemos que algunos países no han sido responsables ni disciplinados. Y Alemania no puede solucionarlo todo, porque también tenemos que preocuparnos de lo nuestro», dice. Y se marcha con prisa después de un vigoroso apretón de manos. Pero vuelve pasada una hora porque quiere «puntualizar un par de cosas». Se le nota dolido.
«A la señora Merkel le echan la culpa de todo en los países del sur; hasta la tachan de nazi. Y es injusto. Hace veinte años que los alemanes hacemos nuestros deberes. Y eso salvó nuestra industria y consiguió que la economía fuese competitiva. En BASF había 6000 personas de este pueblo trabajando, ahora son la mitad. La plantilla era de 55.000 empleados. Ahora solo hay 35.000. Hubo que despedir, prejubilar. Tuvimos que producir más con menos gente, ser competitivos. Y fue doloroso. Hubo que cerrar divisiones que no eran rentables. Por eso somos fuertes ahora, porque tomamos decisiones difíciles que implicaban sufrimiento. Pero no había más remedio para salvar la industria. Y, por eso, ahora en Alemania hay trabajo y en España la mitad de los jóvenes están parados».
Así que Hassloch vota a Angela Merkel, aunque hay excepciones. Matthias Seger, de 59 años, fue uno de esos obreros prejubilados en la reconversión de BASF y actualmente trabaja de conserje. «Merkel no sabe lo difícil que es sobrevivir con 700 euros, que es la prestación mínima por desempleo. Yo nunca había visto a gente buscando en los cubos de basura y ahora empieza a verse. [El fotógrafo me apunta que en Berlín la gente recoge botellas de plástico o cristal porque les devuelven 30 céntimos con cada envase]. Los políticos viven en otro mundo. Hay uno en Berlín que dice que con tres euros se puede comer todo el día e incluso ha publicado un menú. Debería darle vergüenza... El mayor problema que tiene Alemania aflorará en los próximos años. Y será la pobreza de los jubilados. No es mi caso, porque yo he ganado bastante: unos 4000 brutos, así que me quedará una pensión de 2000 euros. Pero hay muchos empleos muy mal pagados... Mucha gente que apenas ha cotizado. El Gobierno le dice a esa gente que suscriba un plan privado, porque con la pensión estatal no le va a llegar. En España piensan que los alemanes ganan mucho dinero, pero no es así desde la reunificación. Entonces cerraron muchas fábricas en el Este. Los sueldos empeoraron. Y ahora hay trabajos que se pagan a cinco euros la hora, algo increíble hace unos años. Muchos compañeros dicen que se vivía mejor con el marco alemán. Pero no creo que sea esa la cuestión. El problema es de competitividad de Europa. Mi primer ordenador me costó 4000 marcos. Ahorré durante un año para comprármelo. Ahora podría comprarme media docena con lo que gano en un mes. Pero antes todas las piezas del ordenador se fabricaban en Alemania o en Europa. Ahora vienen de China. Vale, importamos barato, ¡pero al precio de perder nuestros empleos!».
¿Alguna conclusión después de oír a la gente de Hassloch? Alemanes y españoles vamos en el mismo barco, aunque eso también podrían decirlo todos los pasajeros del Titanic y solo se salvaron los que iban en primera. Por lo menos España cae simpática, algo de lo que los griegos no pueden presumir. Como resume la carnicera del pueblo: «Es mejor tener un final horroroso que un horror sin final». Traducción: auf wiedersehen, Grecia. Los alemanes parecen menos reacios a echarnos un cable. Falta saber si la política de austeridad es un cable al cuello o la única salvación. Justo cuando nos marchamos del pueblo salta la noticia de que Merkel ha conseguido que las cajas de ahorros alemanas -cuya solvencia está en entredicho por activos tóxicos que algunos analistas cifran en 250.000 millones de euros- se libren de la vigilancia del supervisor único europeo. Además, el mecanismo de ayuda directa no entrará en vigor hasta 2014. Por eso, lo más probable es que todos los contribuyentes españoles deban responder del crédito europeo de 41.000 millones que han recibido sus bancos, pero si las 'bankias' alemanas empiezan a 'petar' (convenientemente a partir de 2014), todos los europeos (incluidos los españoles) compartirán el coste. Oído lo cual, el fotógrafo también aporta su propia conclusión: «Merkel ganará otra vez. Los alemanes saben que con ella el dinero alemán se quedará en Alemania».
BOMBEROS VOLUNTARIOS: "¿Rescatar a España? Vale, pero que el dinero vaya a las familias, no a los bancos"
Rainer Dietz, de 45 años, es, además, Empleado del ayuntamiento. Su hijo, Markus, de 18, estudia Formación Profesional, rama de Electricidad.
Los alemanes gastamos ahora menos dinero que antes. Se nota en la calle. Ahora, la gente es más agarrada. Y nosotros también lo notamos en los viajes. Hemos ido de vacaciones a España un par de veces, a Mallorca y Alicante. Eran otros tiempos. Actualmente vigilamos más el dinero, así que los viajes al extranjero se acabaron para nosotros y otros alemanes. Lo siento por los españoles, porque sé que lo están pasando mal y que el turismo es muy importante para ustedes. Pero tengo tres hijos y una exmujer. Y eso son muchos gastos. ¿Rescatar a España si lo piden? ¿Por qué no? Si lo hemos hecho con Grecia, habrá que hacerlo con España. Pero el problema es ver a quién le das el dinero. Si se lo das al Gobierno o a los bancos, como en Grecia, es como si te lo gastases en fuegos artificiales. Lo que hacen falta son créditos para las pequeñas empresas y no subir los impuestos para que las familias puedan comprar».
TÍTULO: RECETA DE DOMINGO Cocochas 'rojas' con piquillos,.
Ingredientes: 600 g de cocochas de bacalao cortadas en 6 trozos, 1,5 dl de aceite de oliva, 2 ajos fileteados, 125 g de pimientos del piquillo, 0,5 dl de agua, una guindilla y perejil picado.Elaboración: para elaborar este plato, conviene elegir unas cocochas de buena calidad y que rezumen frescura. Si se compran en la pescadería, deben tener un aspecto algo baboso y olor a fresco, aunque también se pueden adquirir congeladas. En el mercado las hay ultracongeladas de muy buena calidad, listas para cocinarse en salsa o rebozarse. Al ser tan finas, estas cocochas casi pueden añadirse a la olla sin descongelar previamente. Eso sí, siempre que estén sueltas y no hechas un bloque.Seleccionadas las cocochas, se trocean. Se echa el aceite de oliva en una sartén antiadherente con los ajos fileteados y la guindilla. Se pone al fuego y, cuando el ajo baile, se agregan las cocochas.Se menea la sartén en movimiento giratorio hasta que estén cocinadas. Se pasa el aceite en el que hemos hecho las cocochas a una bandeja o una sartén fría para que le baje la temperatura. Se va agregando de nuevo el aceite a la sartén, fuera del fuego y muy lentamente, mareando la cazuela hasta que ligue el pilpil. Se reserva.Se trituran los pimientos del piquillo con el agua hasta obtener un puré.Acabado y presentación: se agrega poco a poco el puré sobre la sartén donde hemos elaborado las cocochas hasta que el pilpil se homogeneice con la salsa de los pimientos del piquillo. Una vez bien mezclado todo, se le da de nuevo un golpe de calor al conjunto y se retira de nuevo del fuego. Se pone a punto de sal, se espolvorean con perejil picado las piezas de bacalao y se sirve.
Mis trucos
Si se compran cocochas de bacalao frescas, se debe exigir al pescadero que sean de las más recientes. Cuanto más lo sean, mejor saldrá el plato. Si se pueden manipular, se ha de comprobar que estén babosas y que tienen olor a fresco.
PASO A PASO
1. se colocan en una sartén con aceite unos ajos fileteados y una guindilla.
2. Se fríen las cocochas realizando un movimiento giratorio con la sartén.
3. se retira el aceite para añadirlo poco a poco hasta conseguir un pilpil.
4. se añade el puré de piquillos a las cocochas y se le da un toque de calor.
El vino
Prado Rey Elite 2009
Con un clon de la variedad tinto fino se elabora este vino de pago que solo se produce en Hoyo Dornajo en años excepcionales. El resultado, tras criarse 14 meses en barricas de roble centroeuropeo y 6 más en conos de roble francés, es un vino de gran complejidad aromática (fruta madura, tinta china, minerales) y muy redondo en boca, con maduros taninos y largo posgusto con recuerdo de frutas rojas maduras. Combina bien con asados, platos de caza o escabechados y también con platos de corte más innovador. Gran capacidad de guarda. Edición limitada a 25.000 botellas. Precio aprox.: 22 euros.
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