TÍTULO:¡Alarma! Gente tóxica,.Psicología
Están ahí. A su alrededor. En su
oficina, en su grupo de amigos, incluso en su familia. Difíciles de
identificar al inicio, se ganan nuestra confianza con gran argucia y,
una vez en relación directa con nosotros, empiezan a soltar gradualmente
sus dosis de odio, celos, envidias, arrogancia, chantaje emocional...
Son hombres y mujeres que parecen normales, pero que pueden arruinarnos
la vida. La psicóloga estadounidense Lillian Glass los define como
«gente tóxica», un concepto que ha vertido en varios libros convertidos
ya en superventas, y los ha clasificado en diez categorías. En esta
época de crisis y zozobra laboral son aún más perniciosos. Le ayudamos a
identificarlos... y a combatirlos.
1. El sociópata
Si lo reconoce a tiempo, huya. Sin dudarlo. Es el más peligroso de los seres tóxicos. De entrada cae excelentemente, regalándonos el oído, pero miente sin pestañear para conseguir lo que quiere. Carece de escrúpulos, es incapaz de asumir responsabilidades, y los sentimientos y derechos de los demás no le interesan lo más mínimo. Ni el sentido común: si le conviene, no duda en contradecirse. Su palabra favorita es 'yo'; es engreído y se jacta de todo. ¿El mejor modo de reconocerlo? Mire bien su rostro; no mueve un músculo, no expresa emociones. Y es que no las siente en absoluto. Por eso, su mejor defensa no se lo piense dos veces es una huida inmediata.
2. El mediocre
La desidia y el pasotismo son muy contagiosos. De ahí la importancia de mantener la guardia en alto ante esta categoría de individuos tóxicos. Pese a que no suelen hacer daño más que a ellos mismos, los mediocres pueden envenenar también a las personas más abiertas y vitales si logran convencerlas para ver la vida desde su punto de vista. Su toxicidad puede lograr incluso que uno acabe yendo a trabajar cada vez más desmotivado, en una burbuja de depresión. ¿La solución? Recordar siempre que la elección de nuestros compañeros de ruta depende solo de nosotros.
3. El arrogante presuntuoso
Soberbios, vanidosos y pedantes, los tóxicos de esta especie están convencidos de estar siempre en lo cierto y de tomar, sin margen de error, las mejores decisiones. Si no ganan, empatan. ¿Perder? Jamás. Siempre tienen preparada una respuesta, sobre cualquier tema, hasta el punto de memorizar grandes frases para soltarlas en el momento adecuado y parecer mejores que los demás. Desde luego, reciben las opiniones ajenas con suficiencia. «¿Estás realmente seguro?» es su frase típica. Déspotas intelectuales, aman pontificar, y cualquier medio es bueno para mantener viva la atención de los otros, porque que nadie lo dude solo sus opiniones importan. Si les toca escuchar, suspiran, hacen gestos, muecas, expresando que también sobre eso tienen una opinión; y, desde luego, mejor. En el trabajo intentan convencer a todos de que son indispensables, pero el creerse perfectos los hace equivocarse con frecuencia. Alentados por su errada autopercepción, se hacen daño ellos solos: un buen grado de autoestima es indispensable, pero tener más de la cuenta los vuelve ciegos ante sus errores. Hasta que un día 'ven', aunque no lo confiesen. Pero suele ser demasiado tarde.
4. El victimista
Convencido de que el mundo un lugar terrible está en su contra, rezuma negatividad por cada poro, regodeándose con su mala suerte pero sin hacer nada para cambiar las cosas ni su propia situación. Su resentimiento contra todo es tan intenso que contagia con su pesimismo a quien lo escucha. Aunque lo peor de sus dotes es una enorme habilidad para que los demás nos sintamos culpables de su situación desesperada.
5. El humillador
Es uno de los tóxicos más odiosos y temibles.Goza rebajando a sus víctimas hasta desequilibrarlas emocionalmente. Encuentra auténtico placer en ello. Finge ser nuestro amigo y querer ayudarnos, pero en verdad solo recaba datos sobre nuestros defectos para dejarnos mal a los ojos de los demás. Jamás se quita la máscara, a menos que alcance una posición de ventaja sobre nosotros. Entonces sí, no duda en llegar incluso al insulto explícito y la humillación directa. A un tóxico de este calibre hay que vigilarlo con atención: sus continuos 'recaditos' pueden crearnos un sentido de inferioridad que nos pondría aún más en sus manos; si logra condicionar nuestra vida con sus actitudes, podríamos llegar incluso a convencernos de que lo hace por nuestro bien.
6. El envidioso
No le cabe en la cabeza que los demás triunfen por haberse sacrificado o haber trabajado con tesón y talento, y está siempre rumiando sobre lo que los otros tienen y él no. Siembra cizaña en forma de cotilleos llenos de malicia, rumores y críticas infundadas. En su versión más radical, busca directamente destruir a quienes envidia maltratándolos verbalmente y rebajando todos sus logros ante quienes los valoran. Para él, quien se mantiene en forma yendo al gimnasio no es más que un narcisista con la cabeza hueca; quien asciende, un pelota de los jefes o una ligera de cascos, y así sucesivamente. En el fondo, sin embargo, quien más sufre es precisamente él, que desea ante todo lo que nunca tiene. Y conseguirlo no resuelve su conflicto.
7. El agresivo verbal
Su primer objetivo es hacernos sentir débiles e ineptos. Ofensivo e intimidatorio, incluso su cara, cuando se enciende, resulta belicosa, igual que su tono de voz, siempre atronador. Su violencia psíquica puede dejarnos una huella no menor que la de un maltrato físico. Intentar razonar con ellos es perder el tiempo: aunque un día exaltasen nuestra inteligencia, al día siguiente cuando más tranquilos nos encontremos podrían lanzarnos la pulla más brutal. ¿Consuelo? Estos seres tóxicos no saben entablar relaciones duraderas y terminan solas, abandonadas por todos quienes habían entrado en relación con ellos.
8. El jefe autoritario
En términos laborales, todo jefe tiene el derecho a decirnos qué espera de nosotros y a criticar incluso nuestro desempeño. Pero, claro... ¿qué ocurre cuando, como sucede en no pocos casos, nuestro superior se vuelve un déspota que goza imponiendo su voluntad y necesita constantemente sentirse legitimado a base de humillar a quienes trabajan para él? En ese momento se convierte, sin escalas, en un ser tóxico. Este tipo de personajes autoritarios mantienen el control atemorizando e insultando incluso al personal, hasta el punto de convertir en una insoportable carga lo que habría podido ser un proyecto interesante en el que implicarse. A menudo, estas personas autoritarias no se revelan como tales hasta que, por fin, obtienen el ansiado cargo directivo; un momento antes su toxicidad era insospechable. En los casos más extremos odian a quienes consideran inferiores y boicotean a los que destacan: nunca soportarían ser superados por un subordinado. Su afán de control es tal que llegan a inmiscuirse en el tiempo libre de sus empleados. ¿La mejor defensa? La ley, que ya reconoce el delito de 'mobbing'.
9. el cotilla maldicente
Es un especialista en crear mal rollo en el trabajo sin ningún remordimiento. Sus indiscreciones pueden compro-meter a sus colegas más competentes, y todo sin el menor provecho para él, que se realiza solo con ser escuchado y ver que sus versiones cuelan. Nada ambiciona más que saberlo todo de todos, y si no lo sabe, exagera lo que cree saber o se lo inventa directamente, en lo que es un auténtico talento. ¿Su secreto? Hacer creíbles sus fábulas a partir de una enorme cantidad de detalles conocidos o, en todo caso, coherentes. Nuestra única defensa ante él es mantenernos a distancia y no contarle jamás nada. § En cualquier caso, cabe recordar que casi todos participamos alguna vez en la propagación de cotilleos, siquiera para comentarlos. Es útil un poco de autocrítica para no volvernos tóxicos a nuestra vez.ü
10. El neurótico
A muchos tóxicos podría calificárselos de 'malos', pero no a los neuróticos, que perjudican tanto a los demás como a sí mismos. Y, aunque pueden causar mal, no suelen tener maldad. Viven poniéndose metas inalcanzables y, si somos sus socios, esperarán lo mismo de nosotros. Su perfeccionismo se convierte casi siempre en manía y quieren controlarlo todo, incluyéndonos, desde luego, hasta el punto de recurrir las veces que hagan falta al chantaje emocional.Pero no son malos; al contrario, quisieran gustar a todo el mundo de un modo casi infantil. Fantasiosos y autosuficientes, no escuchan consejos, pero están más que dispuestos a prodigar su ayuda 'a todos'. Entre ellos, los peores son los supertóxicos castradores, los que nos ayudan solo para poder decirnos alguna vez: «Con todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas así?».
Si lo reconoce a tiempo, huya. Sin dudarlo. Es el más peligroso de los seres tóxicos. De entrada cae excelentemente, regalándonos el oído, pero miente sin pestañear para conseguir lo que quiere. Carece de escrúpulos, es incapaz de asumir responsabilidades, y los sentimientos y derechos de los demás no le interesan lo más mínimo. Ni el sentido común: si le conviene, no duda en contradecirse. Su palabra favorita es 'yo'; es engreído y se jacta de todo. ¿El mejor modo de reconocerlo? Mire bien su rostro; no mueve un músculo, no expresa emociones. Y es que no las siente en absoluto. Por eso, su mejor defensa no se lo piense dos veces es una huida inmediata.
2. El mediocre
La desidia y el pasotismo son muy contagiosos. De ahí la importancia de mantener la guardia en alto ante esta categoría de individuos tóxicos. Pese a que no suelen hacer daño más que a ellos mismos, los mediocres pueden envenenar también a las personas más abiertas y vitales si logran convencerlas para ver la vida desde su punto de vista. Su toxicidad puede lograr incluso que uno acabe yendo a trabajar cada vez más desmotivado, en una burbuja de depresión. ¿La solución? Recordar siempre que la elección de nuestros compañeros de ruta depende solo de nosotros.
3. El arrogante presuntuoso
Soberbios, vanidosos y pedantes, los tóxicos de esta especie están convencidos de estar siempre en lo cierto y de tomar, sin margen de error, las mejores decisiones. Si no ganan, empatan. ¿Perder? Jamás. Siempre tienen preparada una respuesta, sobre cualquier tema, hasta el punto de memorizar grandes frases para soltarlas en el momento adecuado y parecer mejores que los demás. Desde luego, reciben las opiniones ajenas con suficiencia. «¿Estás realmente seguro?» es su frase típica. Déspotas intelectuales, aman pontificar, y cualquier medio es bueno para mantener viva la atención de los otros, porque que nadie lo dude solo sus opiniones importan. Si les toca escuchar, suspiran, hacen gestos, muecas, expresando que también sobre eso tienen una opinión; y, desde luego, mejor. En el trabajo intentan convencer a todos de que son indispensables, pero el creerse perfectos los hace equivocarse con frecuencia. Alentados por su errada autopercepción, se hacen daño ellos solos: un buen grado de autoestima es indispensable, pero tener más de la cuenta los vuelve ciegos ante sus errores. Hasta que un día 'ven', aunque no lo confiesen. Pero suele ser demasiado tarde.
4. El victimista
Convencido de que el mundo un lugar terrible está en su contra, rezuma negatividad por cada poro, regodeándose con su mala suerte pero sin hacer nada para cambiar las cosas ni su propia situación. Su resentimiento contra todo es tan intenso que contagia con su pesimismo a quien lo escucha. Aunque lo peor de sus dotes es una enorme habilidad para que los demás nos sintamos culpables de su situación desesperada.
5. El humillador
Es uno de los tóxicos más odiosos y temibles.Goza rebajando a sus víctimas hasta desequilibrarlas emocionalmente. Encuentra auténtico placer en ello. Finge ser nuestro amigo y querer ayudarnos, pero en verdad solo recaba datos sobre nuestros defectos para dejarnos mal a los ojos de los demás. Jamás se quita la máscara, a menos que alcance una posición de ventaja sobre nosotros. Entonces sí, no duda en llegar incluso al insulto explícito y la humillación directa. A un tóxico de este calibre hay que vigilarlo con atención: sus continuos 'recaditos' pueden crearnos un sentido de inferioridad que nos pondría aún más en sus manos; si logra condicionar nuestra vida con sus actitudes, podríamos llegar incluso a convencernos de que lo hace por nuestro bien.
6. El envidioso
No le cabe en la cabeza que los demás triunfen por haberse sacrificado o haber trabajado con tesón y talento, y está siempre rumiando sobre lo que los otros tienen y él no. Siembra cizaña en forma de cotilleos llenos de malicia, rumores y críticas infundadas. En su versión más radical, busca directamente destruir a quienes envidia maltratándolos verbalmente y rebajando todos sus logros ante quienes los valoran. Para él, quien se mantiene en forma yendo al gimnasio no es más que un narcisista con la cabeza hueca; quien asciende, un pelota de los jefes o una ligera de cascos, y así sucesivamente. En el fondo, sin embargo, quien más sufre es precisamente él, que desea ante todo lo que nunca tiene. Y conseguirlo no resuelve su conflicto.
7. El agresivo verbal
Su primer objetivo es hacernos sentir débiles e ineptos. Ofensivo e intimidatorio, incluso su cara, cuando se enciende, resulta belicosa, igual que su tono de voz, siempre atronador. Su violencia psíquica puede dejarnos una huella no menor que la de un maltrato físico. Intentar razonar con ellos es perder el tiempo: aunque un día exaltasen nuestra inteligencia, al día siguiente cuando más tranquilos nos encontremos podrían lanzarnos la pulla más brutal. ¿Consuelo? Estos seres tóxicos no saben entablar relaciones duraderas y terminan solas, abandonadas por todos quienes habían entrado en relación con ellos.
8. El jefe autoritario
En términos laborales, todo jefe tiene el derecho a decirnos qué espera de nosotros y a criticar incluso nuestro desempeño. Pero, claro... ¿qué ocurre cuando, como sucede en no pocos casos, nuestro superior se vuelve un déspota que goza imponiendo su voluntad y necesita constantemente sentirse legitimado a base de humillar a quienes trabajan para él? En ese momento se convierte, sin escalas, en un ser tóxico. Este tipo de personajes autoritarios mantienen el control atemorizando e insultando incluso al personal, hasta el punto de convertir en una insoportable carga lo que habría podido ser un proyecto interesante en el que implicarse. A menudo, estas personas autoritarias no se revelan como tales hasta que, por fin, obtienen el ansiado cargo directivo; un momento antes su toxicidad era insospechable. En los casos más extremos odian a quienes consideran inferiores y boicotean a los que destacan: nunca soportarían ser superados por un subordinado. Su afán de control es tal que llegan a inmiscuirse en el tiempo libre de sus empleados. ¿La mejor defensa? La ley, que ya reconoce el delito de 'mobbing'.
9. el cotilla maldicente
Es un especialista en crear mal rollo en el trabajo sin ningún remordimiento. Sus indiscreciones pueden compro-meter a sus colegas más competentes, y todo sin el menor provecho para él, que se realiza solo con ser escuchado y ver que sus versiones cuelan. Nada ambiciona más que saberlo todo de todos, y si no lo sabe, exagera lo que cree saber o se lo inventa directamente, en lo que es un auténtico talento. ¿Su secreto? Hacer creíbles sus fábulas a partir de una enorme cantidad de detalles conocidos o, en todo caso, coherentes. Nuestra única defensa ante él es mantenernos a distancia y no contarle jamás nada. § En cualquier caso, cabe recordar que casi todos participamos alguna vez en la propagación de cotilleos, siquiera para comentarlos. Es útil un poco de autocrítica para no volvernos tóxicos a nuestra vez.ü
10. El neurótico
A muchos tóxicos podría calificárselos de 'malos', pero no a los neuróticos, que perjudican tanto a los demás como a sí mismos. Y, aunque pueden causar mal, no suelen tener maldad. Viven poniéndose metas inalcanzables y, si somos sus socios, esperarán lo mismo de nosotros. Su perfeccionismo se convierte casi siempre en manía y quieren controlarlo todo, incluyéndonos, desde luego, hasta el punto de recurrir las veces que hagan falta al chantaje emocional.Pero no son malos; al contrario, quisieran gustar a todo el mundo de un modo casi infantil. Fantasiosos y autosuficientes, no escuchan consejos, pero están más que dispuestos a prodigar su ayuda 'a todos'. Entre ellos, los peores son los supertóxicos castradores, los que nos ayudan solo para poder decirnos alguna vez: «Con todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas así?».
TÍTULO: La duquesa y su adorado Tommy
c Cómo mirar un cuadro...
El autor: Ignacio Zuloaga (Éibar, Guipúzcoa, 1870- Madrid, 1945).
El autor: el retratista del 98
Miembro de una familia de cinceladores y armeros vascos, el joven Zuloaga se formó con su padre, realizando copias de cuadros célebres en el Museo del Prado. Completó sus estudios en Roma y París. Por poco tiempo se adscribió al impresionismo. Tras viajar por Italia e Inglaterra, pasó una larga temporada en Andalucía. En 1899 se casó con Valentine Dethomas y desde entonces alternó períodos de trabajo en París y Segovia. Retrató, entre otros, a todos los miembros de la Generación del 98.
1. La protagonista: la pequeña gran niña.
Este retrato ecuestre muestra a María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart, la actual duquesa de Alba, con solo cuatro años durante el otoño en la sierra de Madrid. Se trata de un encargo del padre de la joven Cayetana, Jacobo Fitz-James Stuart Falcó, XVII duque de Alba. Con gran maestría, Zuloaga atrapa la tierna expresión infantil, los grandes ojos con una mirada inocente y la cara iluminada, resaltando así la suave piel blanca de una muy reconocible Cayetana.
2. El retrato infantil: evolución hacia el XX
En siglos anteriores al XX, los retratos de niños nobles se realizaban con el fin de convertirse en carta de presentación de la familia para futuros enlaces. Mostraban su estatus social y el carácter del niño a través de la representación de diferentes símbolos o animales, especialmente perros, asociados a la fidelidad. El retrato moderno no persigue ya estos objetivos, aunque Ignacio Zuloaga mantuvo en su representación un patrón similar.
3. Mickey Mouse: el ratón siempre joven
En 1930, año en el que Ignacio Zuloaga pintó este cuadro, Mickey Mouse apenas tenía dos años de vida, pero ya era una auténtica estrella con millones de fans en todo el mundo. Su creador, Walt Disney, lo esbozó por primera vez durante un viaje en tren en 1928. No podía imaginar entonces que este ratoncito estaba destinado a convertirse en el roedor más famoso del universo y en el eterno icono de la niñez.
4. El rostro: un estudio minucioso
El retrato de gran formato: 202 por 178 cm fue realizado durante la última etapa del pintor, ya entregado a representaciones más sueltas y libres de imposiciones oficiales. Siguiendo con su técnica habitual, lo pintó en breves sesiones de posado durante las cuales hacía apuntes de la cabeza de la niña y de la composición general para concluir el resto en su estudio. La única manera, además, de retratar a una modelo inquieta.
5. El color: con cierto aire pop
Zuloaga emplea una paleta clara, con colores fuertes y luminosos para su propio estudio de la luz, alejándose así de la paleta oscura que lo había caracterizado en años anteriores. Tanto los colores como las formas le dan al cuadro cierto aire pop. La pincelada es suelta en general, pero se desvive sobre el paisaje y, especialmente, en las nubes. Allí, el pincel parece haber bailado sobre el lienzo en un juego desenfadado, colorido y libre.
6. Los 'amigos': animales y juguetes
La composición está dominada por la niña Cayetana sobre su poni preferido, llamado Tommy. Ya de pequeña, la duquesa recibía clases de equitación, y su afición a los caballos la ha acompañado, de hecho, hasta la actualidad. Pero los 'amigos' que definitivamente sellan este mundo infantil de Cayetana son la 'pandilla' que Zuloaga ha incluido en el paisaje, liderada por Joseph el perro basset familiar (en el recuadro), junto a dos peluches y Mickey.
Los secretos del 'Retrato ecuestre de
Cayetana Fitz-James Stuart y Silva' realizado en 1930 por Ignacio
Zuloaga y que se exhibe en la mayor muestra hasta la fecha de la Casa de
Alba.
El autor: Ignacio Zuloaga (Éibar, Guipúzcoa, 1870- Madrid, 1945).
El autor: el retratista del 98
Miembro de una familia de cinceladores y armeros vascos, el joven Zuloaga se formó con su padre, realizando copias de cuadros célebres en el Museo del Prado. Completó sus estudios en Roma y París. Por poco tiempo se adscribió al impresionismo. Tras viajar por Italia e Inglaterra, pasó una larga temporada en Andalucía. En 1899 se casó con Valentine Dethomas y desde entonces alternó períodos de trabajo en París y Segovia. Retrató, entre otros, a todos los miembros de la Generación del 98.
1. La protagonista: la pequeña gran niña.
Este retrato ecuestre muestra a María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart, la actual duquesa de Alba, con solo cuatro años durante el otoño en la sierra de Madrid. Se trata de un encargo del padre de la joven Cayetana, Jacobo Fitz-James Stuart Falcó, XVII duque de Alba. Con gran maestría, Zuloaga atrapa la tierna expresión infantil, los grandes ojos con una mirada inocente y la cara iluminada, resaltando así la suave piel blanca de una muy reconocible Cayetana.
2. El retrato infantil: evolución hacia el XX
En siglos anteriores al XX, los retratos de niños nobles se realizaban con el fin de convertirse en carta de presentación de la familia para futuros enlaces. Mostraban su estatus social y el carácter del niño a través de la representación de diferentes símbolos o animales, especialmente perros, asociados a la fidelidad. El retrato moderno no persigue ya estos objetivos, aunque Ignacio Zuloaga mantuvo en su representación un patrón similar.
3. Mickey Mouse: el ratón siempre joven
En 1930, año en el que Ignacio Zuloaga pintó este cuadro, Mickey Mouse apenas tenía dos años de vida, pero ya era una auténtica estrella con millones de fans en todo el mundo. Su creador, Walt Disney, lo esbozó por primera vez durante un viaje en tren en 1928. No podía imaginar entonces que este ratoncito estaba destinado a convertirse en el roedor más famoso del universo y en el eterno icono de la niñez.
4. El rostro: un estudio minucioso
El retrato de gran formato: 202 por 178 cm fue realizado durante la última etapa del pintor, ya entregado a representaciones más sueltas y libres de imposiciones oficiales. Siguiendo con su técnica habitual, lo pintó en breves sesiones de posado durante las cuales hacía apuntes de la cabeza de la niña y de la composición general para concluir el resto en su estudio. La única manera, además, de retratar a una modelo inquieta.
5. El color: con cierto aire pop
Zuloaga emplea una paleta clara, con colores fuertes y luminosos para su propio estudio de la luz, alejándose así de la paleta oscura que lo había caracterizado en años anteriores. Tanto los colores como las formas le dan al cuadro cierto aire pop. La pincelada es suelta en general, pero se desvive sobre el paisaje y, especialmente, en las nubes. Allí, el pincel parece haber bailado sobre el lienzo en un juego desenfadado, colorido y libre.
6. Los 'amigos': animales y juguetes
La composición está dominada por la niña Cayetana sobre su poni preferido, llamado Tommy. Ya de pequeña, la duquesa recibía clases de equitación, y su afición a los caballos la ha acompañado, de hecho, hasta la actualidad. Pero los 'amigos' que definitivamente sellan este mundo infantil de Cayetana son la 'pandilla' que Zuloaga ha incluido en el paisaje, liderada por Joseph el perro basset familiar (en el recuadro), junto a dos peluches y Mickey.
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