La Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) ha avalado en una sentencia la declaración de la ...
La
Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de
Justicia de Madrid (TSJM) ha avalado en una sentencia la declaración
de la fiesta de los toros en la Comunidad de Madrid como un Bien de
Interés Cultural (BIC), aprobada en abril de 2011 en el Consejo de
Gobierno.
Con esta declaración, el Gobierno regional pretendía
"proteger el valor social, cultural, económico y ecológico" de los
toros que forman parte desde el siglo XV de la historia de la
Comunidad de Madrid y al ser esta la región que concentra el mayor
número de espectáculos taurinos de toda España, un 16 por ciento del
total. En una sentencia, a la que tuvo acceso Europa Press, el Alto Tribunal madrileño desestima el recurso interpuesto por la Plataforma Estrategia Animalista, contra el Decreto 20/2011, de 7 de abril, del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, por el que se declara Bien de Interés Cultural, en la categoría de Hecho Cultural, la Fiesta de los Toros en la Comunidad de Madrid.
Frente a las quejas de que colectivos implicados no participaron en los trámites, el TSJM señala que el proyecto ha gozado de "una máxima difusión y cualquier entidad que ha tenido interés en presentar alegaciones u observaciones ha tenido oportunidad de efectuarlo así como de enterarse de que tal disposición se estaba elaborando".
Respecto a que pudiera invadir competencias, la Sala indica que ello no se entendería en "la medida en que la declaración que se combate tiene efectos exclusivos en el ámbito de la Comunidad de Madrid".
"En definitiva, en el Decreto impugnado se evidencia que se está ejerciendo una opción discrecional al entender la Comunidad de Madrid, interpretando el sentir de una parte de la sociedad, que la Fiesta de los Toros es merecedora de esta figura de protección", señala.
"Con ello no se está ejerciendo una potestad reglada sino
discrecional, que no puede ni debe ser sustituida por la
discrecionalidad que correspondería elegir a la entidad recurrente, ni
tampoco a la que pudiera mantener este órgano judicial , que solo
puede efectuar sus pronunciamientos sobre la base del Derecho y no de
la oportunidad o conveniencia según su particular entendimiento",
agrega.
No me gusta hacer televisión. Me parece una
tortura. Esos focos son desalentadores. Pero sí he acudido en diferentes
ocasiones a «Espejo Público», el programa de Antena-3 que dirige y
presenta Susana Griso. Lo he hecho porque Susana Griso es una mujer muy
inteligente, muy bien educada, muy medida, muy guapa y muy lejana a la
vulgaridad imperante. Cuando me ha invitado he aceptado casi siempre su
invitación. Motivos menores. Un premio, un nuevo libro o un breve
comentario ligado a la actualidad. Entre lo que ella aporta por la
naturaleza y el suplemento de los tacones de sus zapatos, Susana Griso
es un prodigio que supera con creces los ciento noventa centímetros de
altura, y ese detalle impone. No a Pujol. Claro, que Susana Griso no
cayó en la descortesía de charlar con Pujol de pie. En la estrategia del
sofá toda diferencia física se esfuma y surge la armonía. Hasta don
Juan Tenorio se vio obligado al uso del sofá para enamorar a doña Inés,
si bien el mérito de la pasión experimentada por la novicia no venía de
la brillantez de los versos sino del previo calentamiento a la que fue
sometida, mediante hábil soborno, por Brígida, su dueña celestina.
En
la escena del sofá de Susana y Jordi Pujol, doña Inés era el segundo,
sin duda alguna. Y Susana era el Tenorio, pero sin precisar de ayudas
externas. Y en este caso, las preguntas de don Juan en lugar de
amartelar y seducir a doña Inés, consiguieron el efecto contrario. Le
sacaron de quicio,hasta el punto de que a la inocente novicia se le
escapó un «qué coño» de muy complicada amnistía social.
Pujol es
una permanente y abierta caja de sorpresas en lo referente a gestos y
guiños. Usa más de ellos cuando los argumentos le abandonan. Porque
Pujol, aparte del «¿qué coño es eso de la UDEF?», no dijo nada. Bueno,
dijo que las acusaciones e informaciones que pesan sobre él y los suyos
son inventos del Ministerio del Interior con el único objeto de
destrozar a una familia. Es decir, que ni su hijo mayor ni su señora
esposa tienen negocios en México y Argentina, que ni Oleguer guarda sus
dineros en paraísos fiscales y la Banca Mora de Andorra –con ellos
compró los inmuebles adquiridos a Prisa–, y que Oriol, su sucesor
político, nada sabe ni conoce de la red beneficiada por las concesiones
de la ITV. Fue cuando me pregunté: ¿Por qué, entonces, acude al programa
de Susana Griso, si no tiene nada que decir?Sí habló de su evolución desde el nacionalismo presumiblemente leal a España –pura contradicción–, hacia el independentismo que en la actualidad anhela. La culpa de ello la tiene, por supuesto, España. Pero para decir eso no es necesario desplazarse desde Barcelona a San Sebastián de los Reyes, padecer la suave tortura del maquillaje y enfrentarse a la inteligencia instantánea de Susana Griso. Con unas declaraciones por teléfono a cualquier periódico nacional o regional le hubiera bastado y sobrado.
A mí, personalmente, me apenó su desconcierto. La estructura teatral de un plató me ayudó a figurarme la escena del sofá de la tragedia de Zorrilla, pero al revés. Algo me recordó también a una pieza teatral que se emitió en los principios de TVE, y cuya protagonista fue Rosa Luisa Goróstegui. Hacía de sordomuda y había presenciado un crimen. El policía le estaba sacando de quicio, y la sordomuda habló: «Ha sido el señor Richardson». Como era en directo, hubo cambio de programa. No dijo ¡qué coño!, pero se desquició también.
De ahí mi
segunda pregunta. Si todo es mentira, si nada de lo que se escribe es
cierto, si la injuria y la calumnia imperan sobre la inocencia de su
familia ¿por qué se presentó en un programa de televisión como si fuera
Belén Esteban? Pues no lo sé.
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