domingo, 6 de enero de 2013

EL ES EN EL DIVÁN DE OLGA VIZA IÑIGO MARTINEZ,/ LA CARTA DE LA SEMANA XL OBSESIONES CAPILARES,.

TÍTULO: EL ES EN EL DIVÁN DE OLGA VIZA IÑIGO MARTINEZ:


Íñigo Martínez BerridiIñigo Martínez Berridi (n. 17 de mayo de 1991 en Ondárroa, Vizcaya, España), es un futbolista español. Juega en la posición de defensa central para la Real Sociedad en la Primera división española. Ha demostrado su talento marcando 2 goles desde el centro del campo, uno al Athletic Club de Bilbao y otro al Real Betis Balompié,.
Natural de la localidad vizcaína de Ondárroa. Comenzó jugando en el equipo local, el Aurrerá de Ondarroa. Fichó por la Real Sociedad en categoría cadete y se ha formado en las categorías inferiores de este club desde entonces.
En juveniles jugaba tanto como centrocampista zurdo como en la defensa central. En 2009 fue ascendido al equipo filial, la Real Sociedad B con el que jugó en la Tercera División Española. Fue uno de los jugadores revelación de la Real B esa temporada logrando el ascenso de categoría y asentándose como defensa central titular. La temporada 2010-11 se desempeñó en Segunda División B siendo uno de lo jugadores más destacados de la Real B y una de las más firmes promesas de la cantera del club. Sus buenas actuaciones le llevaron durante la temporada 2010-11 a debutar con la Selección española de fútbol sub-20.
En junio de 2011 la Real Sociedad renovó al jugador hasta el 30 de junio de 2015.1 Aunque se barajó su probable participación en la Copa Mundial de Fútbol Sub-20 de 2011 durante los meses de julio y agosto de 2011, finalmente no fue convocado por el seleccionador español Julen Lopetegi. Gracias a este, en principio desafortunado hecho, pudo realizar la pretemporada 2011-12 con el primer equipo de la Real Sociedad y se convirtió en el jugador revelación de la pretemporada en la Real Sociedad. El entrenador realista Philippe Montanier tomó en consideración al joven jugador para la primera plantilla, aunque oficialmente mantuvo en un principio ficha de jugador del filial. Sus actuaciones en la pretemporada apuntaron su probable titular en el eje de la zaga realista de cara a la temporada.2
Debutó en la Liga BBVA el 27 de agosto de 2011 en el Estadio de El Molinón en la primera jornada, el Sporting de Gijón 1 - Real Sociedad 2. Marcó su primer gol con el primer equipo de la Real Sociedad el 2 de octubre de 2011 en Anoeta en el derbi vasco contra el Athletic Club desde su propio campo.3 El 27 de Noviembre metió otro golazo desde medio campo al Betis. En aquel partido todo parecía que iba a acabar en empate cuando el equipo local empató un 0-2. Pero en el descuento el joven jugador de la Real Sociedad vio al portero del Betis adelantado y no dudo en chutar. El disparo dió al larguero antes de entrar.
Tras haber jugado habitualmente como defensa central titular durante la primera vuelta de la Liga, en el mercado invernal de la temporada 2011-12 se oficializó el paso de Iñigo Martínez a la primera plantilla de la Real Sociedad. El jugador deja el dorsal 26 que había lucido en la primera mitad de la temporada que se correspondía a su condición de jugador del filial y pasa a jugar con el dorsal 6, que la temporada anterior había lllevado Mikel Labaka.4 Titular indiscutible a lo largo de la temporada 2011-12 en la zaga de la Real, la temporada acabó para el vizcaíno de forma abrupta el 1 de abril de 2012 cuando sufrió un esguince de rodilla y la fractura del menisco en un choque con Diego Costa, jugador del Rayo Vallecano. Se estima que Martínez tendrá un periodo de recuperación de entre 4 y 5 meses. 5
Su gran temporada de debut se ve reconocida con su inclusión en el once de oro del Futbol Draft 2011, que entrega la Real Federación española de Fútbol. 6,. 

   
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA XL OBSESIONES CAPILARES

Hubo una época de mi vida coincidiendo más o menos con los estertores de la adolescencia en que empecé a obsesionarme con la caída del ...  

Hubo una época de mi vida coincidiendo más o menos con los estertores de la adolescencia en que empecé a obsesionarme con la caída del cabello. Al levantarme, recolectaba los pelos que se habían desprendido en el curso de mis horripilantes sueños; luego, en el lavabo, mientras me peinaba (procuraba hacerlo muy someramente, sin hincar demasiado las púas), continuaba con aquella labor paranoica, hasta sumar una cantidad de bajas nada insignificante, próxima a la cincuentena. Yo había leído en alguna de esas enciclopedias médicas que se vendían por fascículos (muy recomendables para hipocondriacos y enfermos imaginarios, pues les suministraban una dosis semanal e infalible de zozobras) que la caída del cabello puede considerarse enfermiza cuando supera esa cifra fatídica, así que afrontaba el día con la preocupación de no admitir ni una baja más, como el estratega a quien le han encomendado la defensa de una plaza y no parece dispuesto a retroceder ni un solo centímetro. Para no franquear esa barrera, practicaba los hábitos más estrafalarios e hilarantes, o tal vez supersticiosos: caminaba siempre por la acera de sombra (suponía que la luz solar resecaba el cabello y calcinaba los folículos pilosos), me inventaba excusas laberínticas para evitar el ejercicio físico (suponía que el sudor, aliado con la natural tendencia grasa de mi cuero cabelludo, propiciaría una mayor hecatombe capilar) y evitaba rascarme, sobre todo en la coronilla, que suele ser la zona donde más arraiga la calvicie. Incluso ideé un sistema de ventilación que consistía en exponer el cráneo a las corrientes de aire, pensando que esta refrigeración rudimentaria estimularía la vasodilatación y la actividad metabólica del cuero cabelludo.
Pese a todos mis desvelos, mi cabello proseguía su vocación otoñal. Recuerdo que una vez, en clase de Literatura, me ordenaron salir a la tarima para hacer 'análisis de texto' (atrocidad pedagógica solo comparable a la moda de los conjuntos con que nos empedraron las clases de Matemáticas) a costa de un poema de Gustavo Adolfo Bécquer. Mientras lo declamaba con voz acongojada y pretendidamente emocionada, un pelo se desprendió de mi flequillo y fue a aterrizar sobre los versos donde el putero de Bécquer se las daba de delicado, glosando el regreso de las golondrinas. A mí, la caída de aquel cabello irrecuperable me conmovió mucho más profundamente que las observaciones que el autor de las Rimas hacía a propósito de los movimientos migratorios de las aves, y empecé a llorar con una sensación mixta de rabia y desposeimiento. La profesora de Literatura, que debió de notar la calidad trémula de mi voz, me exoneró de destripar el poema y me subió un poco la nota, supongo que en consideración a mi acendrada sensibilidad. Desde entonces, no me he atrevido a abrir otra vez aquel libro, convertido ya para siempre en catafalco de mi alopecia incipiente y fantasmagórica.
Aquel verano veraneé en Castelldefels, uno de esos cónclaves donde la gente se obceca en la tarea plebeya de ligar bronce. Yo frecuentaba mucho la piscina del hotel, para entretenerme en la contemplación de las macizas del lugar, pero por supuesto me abstenía de zambullirme, por miedo a que las salpicaduras de agua clorada devastasen mi cabello. A pesar de evitar las inmersiones en aquella charca con temperatura de caldo donde los jubilados alemanes meaban a escondidas la borrachera de la noche anterior, el pelo seguía cumpliendo las leyes de la gravedad, así que decidí cortármelo al cero. El peluquero que perpetró el desaguisado me recomendó que me empapase el cráneo mondo con una loción llamada ronquina, que olía como a pachulí rancio y tenía el mismo color que aquella cerveza de garrafón que los guiris y demás homínidos regurgitaban en plena calle, mientras entonaban una versión del ¡Que viva España!, a mitad de camino entre un himno marcial y un concurso de ladridos.
La ronquina era un remedio menos fiable todavía que aquellos crecepelos milagrosos que vendían los charlatanes de feria en las películas del Oeste, pero para mí fue mano de santo, supongo que por efecto de la sugestión. Desde que me asaltaran aquellas tribulaciones han pasado ya cinco lustros; y mi pelo, milagrosamente, sobrevivió lustroso a mis temores y aprensiones. Ahora, mientras lo veo encanecer a ritmo galopante, como un estandarte prematuro de la vejez, me río de mis tribulaciones adolescentes; me río, en realidad, por no llorar, porque sé que contra la decrepitud no hay loción capilar que valga.













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