domingo, 6 de enero de 2013

EL CISNE SALVAJE / LA SOCIALDEMOCRACIA SE EXTINGUIRA SI NO SE REGENERA,.

Cisnes Salvajes [A]TÍTULO: EL CISNE SALVAJE:

Cisnes salvajes es una novela extraordinaria, no sólo por la profusión de vivencias a través de las cuales la autora relata con inusitada amenidad la historia china durante el siglo precedente, sino por las sobrecogedoras conclusiones que analizándolas pueden inferirse.

La estructura narrativa es bastante sencilla, Jung Chang abre las puertas de su historia familiar para hacerla converger con la Historia de su país. La vida de su abuela, de su madre y la suya propia, eje fundamental del texto, se transforman en la caída del Imperio, la República de los Señores de la Guerra, la dominación japonesa, el gobierno del Kuomintang, la guerra civil, la dictadura comunista, el Gran Salto Adelante y la espeluznante Revolución Cultural. Es también, en cierta medida, una biografía de Mao Zedong, de su carácter, de su pensamiento, de sus temores, de sus ambiciones pero sobre todo de sus métodos de control.

A diferencia de la Unión Soviética, donde la Cheka era el principal instrumento de represión y control, en su patria Mao supo valerse del vulgo para perpetuarse en el poder. ¡Sus servicios secretos estaban compuestos por 600 millones de chinos! Además, este mecanismo totalizador respondía, de la misma manera, a una de las eternas y dementes obsesiones del déspota asesino, el conflicto continuado entre la población, como extensión de la revolución permanente y de una interminable lucha de clases. Pero para ello, el régimen tuvo que articular una estrategia, no plagada de profundos errores tácticos, destinada a anular al individuo y someterlo de manera absoluta a los designios del "Gran Timonel". Está destrucción de la conciencia individual se articuló en cinco grandes pilares: destrucción de la economía de mercado, idiotización de la sociedad, deificación de Mao, depuración de los opositores y transformación de la familia en una simple organización administrativa.

Mao se dispuso controlar toda la economía china para, por una parte, eliminar cualquier posibilidad de iniciativa y genialidad ciudadana y, por otra, subordinar la supervivencia de su pueblo a una producción suministrada por la maquinaria estatal. A principios de la década de los 50, se inicia con tal propósito la campaña "de los Tres Anti", esto es, la lucha contra la corrupción, el derroche y la burocracia, seguida poco tiempo después por la campaña "de los Cinco Anti", contra el soborno, la evasión de impuestos, el fraude, el robo de propiedad estatal y la obtención de información privilegiada. Estas medidas, cuyos objetivos en cualquier sociedad democrática hubieran sido impecables, en las manos de Mao se tradujeron en durísimas persecuciones contra funcionarios del partido (condenados en la mayoría de los casos por animadversiones personales) y sobre todo contra todos los capitalistas y burgueses del país. ¿Resultado? La gente rehuyó todo contacto con el dinero, dejando la producción en manos del Estado. Empero, sin duda, lo que más desgastó la economía China y más hizo depender a la población del escaso alimento proveído en las comunas fue el Gran Salto Adelante de finales de los 50. No se trata de analizar aquí las numerosas causas que provocaron la crisis (básicamente el empecinamiento de Mao por superar la producción de acero norteamericana desatendiendo la producción de alimentos), basta mencionar el resultado: estimaciones a la baja hablan de 40 millones de muertos por inanición, la mayor hambruna de la historia de la humanidad.

Mucho se ha comentado cuánto contribuyó el la dictadura roja por extender la educación a todas las clases populares, lo cual no es menos falaz que el tópico de que Mao dio una tacita de arroz a todos los chinos durante el Gran Salto Adelante. La Revolución Cultural supuso un brutal retroceso instructivo en la medida en que la mayoría de los profesores fueron considerados "enemigos de clase", el estudio "una costumbre burguesa", el éxito escolar "el principio de la metamorfosis aristocrática" y los libros "los mamporreros del imperalcapitalismo". Me atrevo a decir que nunca nadie será capaz de ponderar con fiabilidad el costo humano, económico y sobre todo cultural que conllevó para China. La consigna habitual de "romper con la tradición" arrastró a los enajenados "guardias rojos", generalmente chiquillos menores de 15 años, a destruir todas las obras de arte ancestrales, incluida la quema de libros al estilo nazi - como manuscritos únicos que se perdieron para siempre. La mera lectura autorizada era, como no, "El libro rojo de Mao", un compendio de frases horteras y yermas, que se recitaba a modo de letanía incuestionable durante todas las clases.

Sin embargo, si bien la eliminación del discernimiento ciudadano era uno de los propósitos de la Revolución Cultural, lo que se escondía en el trasfondo era una atroz purga del partido y la idolatría hacia el líder supremo. La represión contra los militantes fue extensa y profunda. La práctica totalidad de los altos funcionarios fueron anatematizados y sometidos a la autocrítica pública, consistente en continuos apaleamientos y vejaciones. Incluso Liu Shaoqui, presidente de la República Popular, y Deng Xiaoping, considerados ambos representantes de un cierto revisionismo a lo Jruchev, fueron destituidos de sus cargos, puestos bajo arresto domiciliario, sin menosprecio de ciertas torturas "imprevistas".

Siguiendo la siniestra lógica del terror maoísta, cuando vemos con qué crueldad, dureza, indiferencia y brutalidad socavó la fiel plataforma roja de sus acólitos en el partido no cuesta demasiado imaginar qué debió ser de la vaga disidencia contra el Régimen tiránico. La primera gran purga se llevó a cabo en 1951, dos años después de la proclamación del marxismo en China. Su objetivo era eliminar a los "contrarrevolucionarios" (todos los ciudadanos que habían integrado, años atrás, las filas del ejército del Kuomintang, liderados por Chiang Kai-shek, y que no se habían exiliado a Taiwán). Quienes no fueron suprimidos físicamente, padecieron una hiperbólica marginación social, al estilo de los parias indios. No contento con esta primera "purificación" Mao emprendió varias persecuciones más. En 1955 si inició una nueva "catarsis" destinada a descubrir a los "contrarrevolucionarios ocultos" (espías del Kuomintang y de la CIA); un año más tarde bajo el grito "que florezcan las cien flores" se exhortó a los intelectuales comunistas a que expresaran sus tibios desacuerdos con el gobierno, después de lo cual fueron encarcelados o ejecutados. Así, las cien flores dieron paso a la "Campaña Antiderechista", dejando al arbitrario rencor personal de los altos funcionarios el pleno derecho de discriminar a los enemigos de clase. La última caza importante, antes de la Revolución Cultural, se produjo en 1959, una vez el mariscal Peng Dehuai, ministro de Defensa y futurible sucesor de Mao, criticó en un congreso del partido ciertos aspectos nimios del "Gran Salto Adelante". Inmediatamente, el déspota rojo olvidó todo el afecto que sentía por Peng y lo tildó como un "oportunista de derechas", ordenando la captura urbi et orbi de sus seguidores.

Aunque todas estas medidas puedan parecer suficientes y válidas por sí mismas para robustecer la burocracia dominadora de Mao Zedong, hay un aspecto, sobre el que no suele hablarse generalmente, pero que constituye el motivo esencial de todos los males que aquejaron al país. El comunismo chino, al igual que en su día el soviético, consiguió descafeinar y debilitar hasta tal punto la familia que pasó a convertirse tan sólo en un instrumento con el que dar respuesta a los sueños de explosión demográfica del régimen. Los hijos pasaron a maltratar y denunciar a sus padres, los funcionarios antepusieron los intereses del partido al afecto familiar y el amor se convirtió en un vicio burgués. Este proceso de deshumanización personal a partir de la degradación familiar, convirtió a los chinos en pobres autómatas que seguían los designios de su Gran Timonel. Se vivía por una inercia servil y se moría por el capricho ajeno. Los valores perdieron todo su sentido y el individuo desapareció de facto para insertarse en una marea roja manejada por los vientos maoístas.

Cisnes Salvajes es el reflejo de esa época, de ese suicidio colectivo asumido con orgullo. Una novela imprescindible para comprender cómo pudieron los chinos elegir el camino de la inmolación y revivir la que fue, sin duda, la dictadura más sangrienta de la historia, pero al momento también una de las más admiradas por nuestros "inigualables" intelectuales orgánicos.


TÍTULO: LA SOCIALDEMOCRACIA SE EXTINGUIRA SI NO SE REGENERA,.

 Autor de una rica producción ensayística y ganador el pasado año del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos el catedrático de Filosofía ...

Autor de una rica producción ensayística, el catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona Manuel Cruz cumple 60 años y lo hace de la mejor manera a que un pensador puede aspirar, con un libro-homenaje en el que han colaborado otros profesores y su gran maestro, Emilio Lledó, que firma la introducción al volumen. En 'Vivir para pensar' (Herder), filósofos como Victoria Camps, Daniel Innerarity, Gianni Vattimo, Javier Muguerza o Beatriz Sarlo repasan la actividad intelectual de este hombre que ha dedicado su vida a un quehacer poco frecuente entre los españoles: el pensar. Manuel Cruz desconfía de la actitud acrítica con que se reciben las nuevas tecnologías, con una conducta «sumisa y genuflexa».
-Por qué los españoles, salvo pocas excepciones, son tan poco dados a la especulación filosófica?
-Para no dar una respuesta apresurada y simplista, habría que remontarse, como poco, a la contrarreforma, con su nulo aprecio por todo lo que representaba la racionalidad y el saber. Y si no queremos alejarnos tanto en el tiempo y aludir a lo más reciente, bastaría con recordar que, de la lista de los grandes filósofos de la modernidad (Kant, Hegel, Hobbes...), prácticamente ninguno de ellos podía ser explicado en España durante el franquismo. Los libros de filosofía que estuvieron en vigor durante la dictadura, de 1940 a 1970, eran en su inmensa mayoría fronterizos con la teología. De Descartes hasta el siglo XX todos eran sospechosos. ¿Y que decir de Nietzsche, Marx y Freud, a los que Foucault consideraba clave para entender la filosofía del siglo XX? Impensable resultaba ni siquiera considerar la posibilidad de hablar de ellos. La filosofía española, por decirlo con la expresión de Gregorio Morán, era un erial.
-¿Vivimos en una utopía tecnológica? Ya casi es un lugar común decir que todo está en Internet.
-No todo está en Internet, pero la gente vive como si todo estuviera en la Red. El enorme desarrollo de la tecnología está desdibujando el límite entre lo verosímil y lo inverosímil, entre el pasado y el presente. Mantenemos con respecto a la tecnología la misma actitud sumisa y genuflexa que mostramos ante los poderes económicos de Bruselas. Algunos hechos que se nos anuncian, como la presunta inminente desaparición de los periódicos en papel, los recibimos como si procedieran del destino. Quien se resista a ello parece que no acepta el signo de los tiempos.
-¿Está abocada a la extinción la socialdemocracia?
-Si no lleva a cabo su propia regeneración, está claro que está condenada a la extinción. El ocaso de las utopías en el siglo XX es algo evidente. La utopía soviética fracasó, mientras que la utopía socialdemócrata keynesiana no soportó la gran crisis económica de los años setenta, que abrió el paso, en la siguiente década, a la hegemonía neoliberal de Thatcher y Reagan. Por su parte, la Tercera Vía, impulsada por Tony Blair, rebajó las pretensiones redistributivas de la socialdemocracia clásica con el propósito de parar el golpe de la supremacía del liberalismo. Pero la fantasía de Blair de gestionar el capitalismo de un modo no demasiado injusto, aunque sin cuestionar que las desigualdades crecieran, también saltó por los aires.
Muro de Berlín
-¿El declive viene de lejos?
-El capitalismo se quedó solo en 1989 cuando se produjo la caída del muro de Berlín, cuyo derrumbe ya venía siendo anunciado a lo largo de los ochenta (baste con recordar la tan publicitada en su momento perestroika de Gorbachov). La izquierda de repente carecía de la capacidad de intimidación que ejercía sobre la derecha gracias a la amenaza soviética.
-¿La base social de la socialdemocracia ha sufrido un grave menoscabo?
-Las condiciones materiales han variado de manera sustancial. La fábrica, como lugar de encuentro de los trabajadores, hacía posible la existencia del movimiento obrero, que desplegaba sus propias formas políticas y sindicales. Todo eso tiende a desaparecer con fenómenos como la deslocalización de la industria o el teletrabajo. Buena prueba de ello la constituye la creciente debilidad de los sindicatos.
-¿Cuál es su percepción del 15M y organizaciones afines?
-Un rasgo característico de estos grupos es que se plantean el debate político en unos términos relativamente poco ideologizados, esto es, con poca doctrina. Ahí está el movimiento del pago por dación, que pide que se cancelen las hipotecas a cambio de devolver la vivienda u otros semejantes. Se trata de reivindicaciones que cabría considerar casi como de mínimos.
-¿Qué debemos entender por 'barbarización' de las élites?
-En este momento de severísima crisis, estamos viendo que el modo en que hemos seleccionado a nuestras élites constituye un problema. La enorme decepción que desde hace mucho tiempo se viene configurando en la opinión pública respecto a los políticos tiene que ver con lo que es percibido como una notable incompetencia por su parte. Aunque hay que decir, como consolador descargo para ellos, que si observamos cómo se han gestionado otros ámbitos como la economía, la justicia, la cultura o el periodismo vemos que hay un proceso de auténtico deterioro casi en todas partes.

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