martes, 13 de noviembre de 2012

EL ÚNICO QUIJOTE AMERICANO. / DEL ANDRO, DE SOÑADO A LA REALIDAD ROBÓTICA,.

TÍTULO: EL ÚNICO QUIJOTE AMERICANO:

Si me dan 60 minutos para cortar un árbol, yo dedico 45 minutos a sacar filo al hacha». Palabra de leñador. Palabra de Abraham Lincoln.
Si me dan 60 minutos para cortar un árbol, yo dedico 45 minutos a sacar filo al hacha». Palabra de leñador. Palabra de Abraham Lincoln. Queda claro que su etapa en el campo, al más puro estilo de colono desharrapado, le dejó huella. Aprendió a dosificar las fuerzas con los ojos puestos en el objetivo. Afila, afila sin pausa; de esa manera, bastan unos pocos hachazos para derribar el tronco. A la vista de su trayectoria, no tenía más fijaciones el único presidente que ha presumido de estampa quijotesca en Estados Unidos. No solo era escuálido y muy poco agraciado -sus enemigos le llamaban 'Gorila'- sino que encima no soñaba con su futuro político. Era un idealista de la cabeza a los pies. «En este país no se traiciona a los hijos. Yo lucho por las nuevas generaciones, no por mi reelección», repetía a sus correligionarios con esa voz aflautada y hasta chillona que desentonaba con su fisonomía.
Muchos piensan que con él se rompió el molde, y no porque midiera 1,93 y pesara 81 kilos. No solo ha pasado a la historia como el inquilino más alto de la Casa Blanca, también se ha convertido en un mito inalcanzable. Republicanos y demócratas le rinden culto por igual. Ni Franklin Delano Roosevelt, un paralítico que lidió con la 2ª Guerra Mundial y la Gran Depresión, ni John Fitzgerald Kennedy, un guapetón que hizo frente a la Guerra Fría con una sonrisa, han conseguido despertar nunca tanta devoción. Normal que Steven Spielberg le tuviera ganas a ese caballero de la triste figura, de andares zigzagueantes y voluntad de hierro.
El director de 'Tiburón' llevaba más de diez años acariciando el proyecto y tragándose la frustración -Liam Neeson, su primera opción, declinó la oferta- hasta que se ha salido con la suya con Daniel Day-Lewis como protagonista. La película se titula 'Lincoln'. Claro y conciso. Nadie se va por las ramas en este filme. También se muestran muy centradas las otras estrellas del reparto, actores de la talla de Sally Field y Tommy Lee Jones, en una cinta que ha costado 50 millones de dólares y se ha rodado en poco más de tres meses. Ni parones ni discusiones. La comunión y reverencia en torno al personaje eran absolutas.
Tanta era la épica y solemnidad -delante y detrás de las cámaras- que el mismísimo Spielberg llegaba a trabajar en traje y corbata. Se ha estrenado el pasado viernes en Estados Unidos y habrá que esperar hasta enero para verla en España. A juzgar por las primeras impresiones, el Oscar a la mejor interpretación masculina de 2013 ya tiene nombre y apellidos: Daniel Day-Lewis.
Tras la tomadura de pelo que supuso 'Abraham Lincoln, cazador de vampiros', de Timur Bekmambetov, el público adulto está de enhorabuena. De la mano de un director que siente debilidad por los redentores y mártires, como buen judío, llega una película que repasa los últimos cuatro meses de la vida del hombre que abolió la esclavitud en su país. El papel estelar ha recaído en un inglés de origen irlandés (y también con sangre judía) que en los últimos tiempos le ha cogido gusto a las lecciones de historia norteamericana. Después de 'El último mohicano' (1992) y 'Gangs of New York' (2002), se ha metido bajo la piel del primer presidente al que pegaron un tiro en Estados Unidos.
Piel de rinoceronte
En la tierra de Obama se han cometido cuatro magnicidios y los intentos frustrados llegan nada menos que a cinco. Es decir, de haber tenido puntería, se habrían cargado a nueve. El filme se basa en la biografía 'El genio político de Abraham Lincoln', de Doris Kearns Goodwin, y pinta a un líder volcado en una misión con la furia de quien sabe que el tiempo juega en su contra. Con 700.000 muertos y la Guerra de Secesión (1861-1865) a punto de terminar y cerrar las heridas en falso, seguía afanándose en cerrar acuerdos, recabar votos y ganarse el favor de una nación que no terminaba de valorar las ventajas de prohibir la esclavitud y mantener la unidad de todos los estados.
Una labor de titán que, pese a todo, le encantaba porque siempre hizo gala de dos virtudes muy valiosas: «Tengo piel de rinoceronte y no vivo de rencores, son un despilfarro de energía». Sabía muy bien que para asestar el golpe definitivo debía llegar fuerte, en plenitud de facultades. Aguantaba y aguantaba, con las mandíbulas en tensión y unos cuantos chistes en la recámara para relajarse. Dicen que gozaba de facilidad para hacer reír a la gente. Y eso que sufría depresiones fortísimas, que nunca tuvo demasiado clara su orientación sexual, que la muerte temprana de su madre y las palizas del padre le dejaron cicatrices en el alma... Sin embargo, nunca bajó la guardia ni se dejó abatir. Se mantenía alerta porque estaba convencido de que su trabajo merecía la pena.
«Quiero que los más jóvenes vivan la ilusión de los pioneros de esta gran nación. Nuestros antepasados lucharon por la libertad y la prosperidad. ¡Debemos tomar el relevo!», recordaba a sus compañeros del partido republicano, el mismo que ha representado Mitt Romney en las últimas elecciones a la Casa Blanca. A mediados del siglo XIX, defendían un banco nacional fuerte, impuestos federales, proteccionismo arancelario y una maquinaria estatal muy bien engrasada y potente, que garantizara la igualdad ante la ley.
De ahí que fueran contrarios a la esclavitud, porque al margen de razones morales, aquello no era de recibo en una república. «¿Nos libramos de la monarquía y la aristocracia para aceptar esta barbaridad? Es un privilegio intolerable de unos hombres sobre otros», razonaban los republicanos frente a los demócratas, mayoritarios en el sur, que en aquella época defendían la supremacía de la raza blanca. ¡Las vueltas que da la política! El cambio de tornas responde al golpe de timón que dieron los demócratas a mediados del siglo XX. Su giro a la izquierda -sobre todo con el 'New Deal' de Roosevelt- sumió en una profunda crisis de identidad a los republicanos. Se volvieron conservadores y ahí se han quedado.
Muy probablemente el hombre que buscaba un gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» respaldaría a Barack Obama. Queda la duda de si harían buenas migas en lo personal. Los temperamentos de uno y otro son muy diferentes. El presidente que se dejaba barba para disimular su fealdad parece un híbrido a medio camino entre Indiana Jones y Luke Skywalker. Un tipo carismático pero también melancólico y -a ojos del americano medio- hasta un punto extraterrestre. Amante de la poesía romántica y las comedias musicales, adoraba las mascotas y detestaba las armas de fuego. Su caballo preferido, 'Old Bob', desfiló en la procesión funeraria que llevó su ataúd al cementerio Oak Ridge, de Springfield (Illinois). El animal ocupó un lugar de honor y nadie se llevó las manos a la cabeza. Estaban acostumbrados a las peculiaridades de un hombre que tenía la impresión de «no encajar en ningún sitio».
«Ahora ya pertenece a la eternidad», concluyó uno de los testigos de su muerte. La historia del leñador que llegó a presidente supera los mejores guiones de Hollywood. Seguro que el bueno de Abraham Lincoln, que tanto admiraba a los artistas, jamás se imaginó que se pelearían por llevar su vida a la gran pantalla. ¡Amarga paradoja que su asesino fuera precisamente un actor! Se llamaba John Wilkes Booth y le mató en plena representación de la comedia musical 'Nuestro primo americano', de Tom Taylor, justo cuando el público se carcajeaba ante una gracieta que ocurría en escena. Le descerrajó un tiro debajo de la oreja izquierda, para luego aullar 'Sic semper tyrannis' (Así siempre a los tiranos). Lo mismo que presuntamente gritó Bruto al apuñalar a Julio César. ¿Llegaría a oírlo el presidente mientras agonizaba? Ojalá que no. No es más que un pequeño consuelo, pero ojalá que no. 
 
Foto de la periodista del telediario que nos conto esta noticia,

TÍTULO: DEL ANDRO, DE SOÑADO A LA REALIDAD ROBÓTICA.

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