jueves, 22 de noviembre de 2012

UNA COSA QUIERO DECIRTE CON ROSA DE BENITO./ EL CIGARRO DE LA MARI JOSE Y ANA,:

TÍTULO: UNA COSA QUIERO DECIRTE CON ROSA DE BENITO:

La actriz María José Cantudo y los integrantes del grupo Melocos, protagonizan este martes dos de las nuevas historias de 'Hay una cosa que ...

La actriz jienense visitará el plató del programa para recibir el mensaje de agradecimiento que le trasladará Vanessa, madre de Álex, por haberles prestado toda su colaboración y apoyo y haberles entregado su cariño participando en un corto cinematográfico (“El amuleto de Pablo”) destinado a dar a conocer el Síndrome de Asperger, discapacidad que padece su hijo y que afecta a sus relaciones sociales.
Por su parte, los miembros de Melocos, agradecerán a Andrea, una de sus seguidoras más incondicionales, su cariño y apoyo y la nombrarán “fan honorífica” de la banda, reconociendo de este modo el seguimiento que les proporciona desde que tenía 14 años. Previamente, Andrea tendrá que superar una serie de pruebas en las que tendrá que demostrar hasta dónde es capaz de llegar por su grupo preferido.
Además, esta edición de “Hay una cosa que te quiero decir” contará también con la presencia de la colaboradora de “Sálvame diario” y “Sálvame Deluxe” Rosa Benito, que se reencontrará con Lina, una amiga de la infancia con la que no mantiene contacto desde hace más de dos décadas,.

TÍTULO: EL CIGARRO DE LA MARI JOSE Y ANA,:

TÍTULO; MARI JOSÉ:


Quizás les haga llorar esta historia, pero les enseñara lo que es el AMOR!!!

El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran Alegría porque la decepción que sentía parecía ser más grande que el Gran acontecimiento que representaba tener un hijo. Yo quería un Varón. A los dos días de haber nacido, fui a buscar a dos mujeres, una lucia pálida y otra radiante y dormilona.

En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de María José y por el negro de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita, su mirada no se apartaba ni un instante de mi  pensamiento; todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña. Hacía planes, todo seria para mi María José.

Este Relato era contado a menudo por Randolf, el padre de María José. Yo también tenía gran afecto por la niña que era la razón más grande de vivir de Randolf, según decía el mismo. Una tarde estaba mi familia y la Randolf haciendo un picnic a la orilla de la laguna cerca de casa y la niña entablo una conversación con su papá, que todos escuchábamos: “Papi, cuando cumpla quince años, ¿cual será mi regalo?.

Pero mi amor si apenas tienes diez añitos, ¿no te parece que falta mucho para esa fecha?

Bueno Papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto pasar por aquí. La conversación se extendía y todos participábamos de ella. Al caer el sol, regresamos a nuestras casas.

Una mañana me encontré con Randolf enfrente del colegio donde estudiaba su hija quien ya tenía catorce años. El hombre se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostraba el registro de Calificaciones de María José, eran notas impresionantes; ninguna bajaba de 20 puntos y los estímulos que les habían escrito los profesores eran realmente conmovedores. Felicite al dichoso padre y le invité un café.

María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y el corazón de la familia, especialmente el de su padre. Fue un domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a misa, cuando María José tropezó con algo – eso creímos todos- y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no se cayera. Ya instalados en nuestros asientos, vimos como María José fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. La tome en brazos mientras su padre buscaba un Taxi, la llevamos al hospital. Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía de una grave enfermedad que afectaba seriamente a su corazón, pero no era algo definitivo, que había que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnostico firme.

Los días iban transcurriendo, Randolf renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de María José, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana Randolf se encontraba al lado se su hija cuando ella le pregunto: ¿Voy a morir, no es cierto? Te lo dijeron los médicos.

No mi amor, no vas a morir,  Dios que es grande no permitirá que esto pase a lo que más he amado y amo en el mundo, - respondió el padre.

¿Sabes si se puede volver del cielo?

Bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera no te dejaría sola. Estando en el mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en ultima instancia utilizaría el viento para venir a verte.

¿Al viento?, replico María José,  ¿y como lo harías? No tengo la menor idea hija, sólo se que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

TÍTULO: ANA,.

 
Ana.
Ana se levantaba como todas las mañanas, se desnudaba completamente y se dirigía al baño. Se posaba ante la báscula esperando varios segundos hasta ver lo que marcaba y en esos segundos en los que la báscula calculaba el peso de su portador, su cabeza solo pensaba en el número que había visto el día anterior, deseando con todas sus fuerzas que la aguja del marcador no sobrepasase ni siquiera varios gramos de más, sino que la fina aguja de su interior marcase levemente un descenso en su peso.
Su peso, aquello que marcaba su existencia, su materia, su ser. Aquello que deseaba reducir con todas sus fuerzas, aquello que marcaba la fina línea entre la vida y la muerte.
Después se dirigía al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y se observaba detalladamente palpando con sus manos cada centímetro de su piel. Apretando en varias zonas, estirando en otras e intentando reducir con ellas en su reflejo, las partes que deseaba tersar o hacer desaparecer.
Su visión supuestamente distorsionada le mostraba una imagen supuestamente irreal que su celebro había almacenado y creado para si mismo como algo completamente tangible y verídico. O al menos eso es lo que le decían, que su visión, su realidad, era totalmente contraria a lo que el espejo reflejaba ¿acaso se había vuelto loca? Su visión estaba completamente distorsionada, mostrándole una imagen falsa y alterada.
Pero fuese cual fuese la verdad, aquella imagen que observaba ante aquel espejo de cuerpo entero, era su imagen, era su reflejo, era su verdad  y podía tocarla como real.
Después se dirigió a aquel lugar que un día muy lejano la había llenado de felicidad y ahora se le antojaba como un momento angustioso y cruel que la atormentada todos los días como si de una cadena perpetua se tratase.
Abrió las puertas de su armario como si el infierno fuese a brotar de él, mientras escarbaba entre su ropa algo que pudiese hacer disimular aquel cuerpo deforme que su mente había creado. Encontró un pantalón negro,  la prenda que más odiaba de su color favorito, aquel que tanto hace disimular, después se enfundo en él y revisó cada detalle frente al espejo.
La textura de la tela pegada a su piel, marcando unas líneas deformes ante sus ojos, recorrió con sus manos desde su cintura hasta los tobillos apretando y estirando la tela elástica de aquella prenda que formaba una segunda piel sobre su cuerpo. Por último metió la barriga hacia dentro aspirando el aire levemente para apretar con sus manos y pasarse el botón que la encerraría en aquella celda de tela.
Sus ojos solo veían un inmenso ser deforme encerrado en una celda de piel. Una piel grasa, llena de bultos y trozos que sobraban por todas partes, trozos que cogía y estiraba con sus manos deseando tener un cuchillo láser que pudiese cortar y hacer desaparecer de ella todo aquello que nunca debió estar ahí. Todo aquello que la repudiaba y la hacía sentir un inmenso asco hacía un engendro amorfo.
Solo quería salir de esa prisión, de la prisión de su cuerpo, pero era difícil hacerlo sin llegar a la inexistencia. Lo peor es que ella lo sabía, pero no podía evitar desvanecerse por una ilusión.
Su estomago rugía como un tigre hambriento, y en realidad lo estaba… pero ella no estaba dispuesta a ceder ante aquello que consideraba una debilidad… un pecado capital… la gula…
Ya estaba acostumbrada a esa sensación de hambruna pero ni mucho menos era lo peor.
Lo peor eran los calambres y hormigueos que recorrían todo su cuerpo como invisibles parásitos en su interior. Lo peor era recordar cuando había sido la última vez que había hecho de vientre o mejor dicho, era que no podía recordarlo. No recordaba cuando había dejado de tener la menstruación y eso la hacía sentir como una cuarentona menopáusica. Y aquel asqueroso vello fino en zonas extrañas de su cuerpo que tenía que afeitar. Por el contrario su cabello caía en considerables cantidades y sus uñas tenían un aspecto amarillento y quebradizo, además siempre tenia un inmenso frío.
Aquellas solo eran unas pocas de las consecuencias que su obsesión le había obligado  acostumbrarse.
Se terminó de arreglar dentro de la medida posible y se puso el abrigo negro.
Mientras andaba por la calle, un par de jovencillas jóvenes y vivarachas, torcieron la mirada hacía ella que escondía su rostro en su capucha negra con los bordes peludos.
Las dos jóvenes se rieron de ella y susurraron en un tono de voz que ella pudo escuchar, que parecía una vieja esquelética.
¿Acaso no lo sabía? ¿Acaso no lo veía? ¿O no lo quería ver?
Ella bajo la mirada pensando que nada les podía reprochar y deseando esta vez, desaparecer de verdad…

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