La actriz María José Cantudo y los integrantes del grupo Melocos, protagonizan este martes dos de las nuevas historias de 'Hay una cosa que ...
La actriz jienense visitará el plató del programa para recibir el
mensaje de agradecimiento que le trasladará Vanessa, madre de Álex, por
haberles prestado toda su colaboración y apoyo y haberles entregado su
cariño participando en un corto cinematográfico (“El amuleto de
Pablo”) destinado a dar a conocer el Síndrome de Asperger, discapacidad
que padece su hijo y que afecta a sus relaciones sociales.
Por su parte, los miembros de Melocos, agradecerán a Andrea, una de sus seguidoras más incondicionales, su cariño y apoyo y la nombrarán “fan honorífica” de la banda,
reconociendo de este modo el seguimiento que les proporciona desde que
tenía 14 años. Previamente, Andrea tendrá que superar una serie de
pruebas en las que tendrá que demostrar hasta dónde es capaz de llegar
por su grupo preferido.
Además, esta edición de “Hay
una cosa que te quiero decir” contará también con la presencia de la
colaboradora de “Sálvame diario” y “Sálvame Deluxe” Rosa Benito, que se reencontrará con Lina, una amiga de la infancia con la que no mantiene contacto desde hace más de dos décadas,.TÍTULO: EL CIGARRO DE LA MARI JOSE Y ANA,:
TÍTULO; MARI JOSÉ:
Quizás les haga llorar esta historia, pero les enseñara lo
que es el AMOR!!!
El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran
Alegría porque la decepción que sentía parecía ser más grande que el Gran
acontecimiento que representaba tener un hijo. Yo quería un Varón. A los dos
días de haber nacido, fui a buscar a dos mujeres, una lucia pálida y otra
radiante y dormilona.
En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de María José
y por el negro de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a
amarla con locura, su carita, su mirada no se apartaba ni un instante de
mi pensamiento; todo se lo quería
comprar, la miraba en cada niño o niña. Hacía planes, todo seria para mi María
José.
Este Relato era contado a menudo por Randolf, el padre de
María José. Yo también tenía gran afecto por la niña que era la razón más
grande de vivir de Randolf, según decía el mismo. Una tarde estaba mi familia y
la Randolf haciendo un picnic a la orilla de la laguna cerca de casa y la niña
entablo una conversación con su papá, que todos escuchábamos: “Papi, cuando
cumpla quince años, ¿cual será mi regalo?.
Pero mi amor si apenas tienes diez añitos, ¿no te parece que
falta mucho para esa fecha?
Bueno Papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando,
aunque yo nunca lo he visto pasar por aquí. La conversación se extendía y todos
participábamos de ella. Al caer el sol, regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Randolf enfrente del colegio
donde estudiaba su hija quien ya tenía catorce años. El hombre se veía muy
contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostraba
el registro de Calificaciones de María José, eran notas impresionantes; ninguna
bajaba de 20 puntos y los estímulos que les habían escrito los profesores eran
realmente conmovedores. Felicite al dichoso padre y le invité un café.
María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y el
corazón de la familia, especialmente el de su padre. Fue un domingo muy
temprano cuando nos dirigíamos a misa, cuando María José tropezó con algo – eso
creímos todos- y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no se
cayera. Ya instalados en nuestros asientos, vimos como María José fue cayendo
lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. La tome en brazos
mientras su padre buscaba un Taxi, la llevamos al hospital. Allí permaneció por
diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía de una grave
enfermedad que afectaba seriamente a su corazón, pero no era algo definitivo,
que había que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnostico firme.
Los días iban transcurriendo, Randolf renunció a su trabajo
para dedicarse al cuidado de María José, su madre quería hacerlo pero
decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él.
Una mañana Randolf se encontraba al lado se su hija cuando ella le pregunto:
¿Voy a morir, no es cierto? Te lo dijeron los médicos.
No mi amor, no vas a morir,
Dios que es grande no permitirá que esto pase a lo que más he amado y
amo en el mundo, - respondió el padre.
¿Sabes si se puede volver del cielo?
Bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá
a contar algo sobre eso, pero si yo muriera no te dejaría sola. Estando en el
mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en ultima instancia
utilizaría el viento para venir a verte.
TÍTULO: ANA,.
Ana.
Ana se
levantaba como todas las mañanas, se desnudaba completamente y se dirigía al
baño. Se posaba ante la báscula esperando varios segundos hasta ver lo que
marcaba y en esos segundos en los que la báscula calculaba el peso de su
portador, su cabeza solo pensaba en el número que había visto el día anterior,
deseando con todas sus fuerzas que la aguja del marcador no sobrepasase ni
siquiera varios gramos de más, sino que la fina aguja de su interior marcase
levemente un descenso en su peso.
Su
peso, aquello que marcaba su existencia, su materia, su ser. Aquello que
deseaba reducir con todas sus fuerzas, aquello que marcaba la fina línea entre
la vida y la muerte.
Después
se dirigía al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y se observaba
detalladamente palpando con sus manos cada centímetro de su piel. Apretando en
varias zonas, estirando en otras e intentando reducir con ellas en su reflejo,
las partes que deseaba tersar o hacer desaparecer.
Su
visión supuestamente distorsionada le mostraba una imagen supuestamente irreal
que su celebro había almacenado y creado para si mismo como algo completamente
tangible y verídico. O al menos eso es lo que le decían, que su visión, su
realidad, era totalmente contraria a lo que el espejo reflejaba ¿acaso se había
vuelto loca? Su visión estaba completamente distorsionada, mostrándole una
imagen falsa y alterada.
Pero
fuese cual fuese la verdad, aquella imagen que observaba ante aquel espejo de cuerpo
entero, era su imagen, era su reflejo, era su verdad y podía tocarla como real.
Después
se dirigió a aquel lugar que un día muy lejano la había llenado de felicidad y
ahora se le antojaba como un momento angustioso y cruel que la atormentada todos
los días como si de una cadena perpetua se tratase.
Abrió
las puertas de su armario como si el infierno fuese a brotar de él, mientras
escarbaba entre su ropa algo que pudiese hacer disimular aquel cuerpo deforme
que su mente había creado. Encontró un pantalón negro, la prenda que más odiaba de su color
favorito, aquel que tanto hace disimular, después se enfundo en él y revisó
cada detalle frente al espejo.
La
textura de la tela pegada a su piel, marcando unas líneas deformes ante sus
ojos, recorrió con sus manos desde su cintura hasta los tobillos apretando y estirando
la tela elástica de aquella prenda que formaba una segunda piel sobre su
cuerpo. Por último metió la barriga hacia dentro aspirando el aire levemente
para apretar con sus manos y pasarse el botón que la encerraría en aquella
celda de tela.
Sus
ojos solo veían un inmenso ser deforme encerrado en una celda de piel. Una piel
grasa, llena de bultos y trozos que sobraban por todas partes, trozos que cogía
y estiraba con sus manos deseando tener un cuchillo láser que pudiese cortar y
hacer desaparecer de ella todo aquello que nunca debió estar ahí. Todo aquello
que la repudiaba y la hacía sentir un inmenso asco hacía un engendro amorfo.
Solo
quería salir de esa prisión, de la prisión de su cuerpo, pero era difícil
hacerlo sin llegar a la inexistencia. Lo peor es que ella lo sabía, pero no
podía evitar desvanecerse por una ilusión.
Su
estomago rugía como un tigre hambriento, y en realidad lo estaba… pero ella no
estaba dispuesta a ceder ante aquello que consideraba una debilidad… un pecado
capital… la gula…
Ya
estaba acostumbrada a esa sensación de hambruna pero ni mucho menos era lo
peor.
Lo peor
eran los calambres y hormigueos que recorrían todo su cuerpo como invisibles
parásitos en su interior. Lo peor era recordar cuando había sido la última vez
que había hecho de vientre o mejor dicho, era que no podía recordarlo. No
recordaba cuando había dejado de tener la menstruación y eso la hacía sentir
como una cuarentona menopáusica. Y aquel asqueroso vello fino en zonas extrañas
de su cuerpo que tenía que afeitar. Por el contrario su cabello caía en
considerables cantidades y sus uñas tenían un aspecto amarillento y quebradizo,
además siempre tenia un inmenso frío.
Aquellas
solo eran unas pocas de las consecuencias que su obsesión le había
obligado acostumbrarse.
Se
terminó de arreglar dentro de la medida posible y se puso el abrigo negro.
Mientras
andaba por la calle, un par de jovencillas jóvenes y vivarachas, torcieron la
mirada hacía ella que escondía su rostro en su capucha negra con los bordes
peludos.
Las dos
jóvenes se rieron de ella y susurraron en un tono de voz que ella pudo
escuchar, que parecía una vieja esquelética.
¿Acaso
no lo sabía? ¿Acaso no lo veía? ¿O no lo quería ver?
Ella
bajo la mirada pensando que nada les podía reprochar y deseando esta vez,
desaparecer de verdad…
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