domingo, 16 de septiembre de 2012

LA CARTA DE LA SEMANA ECCE HOMO O EL LUGAR./ EL BLOC DEL CARTERO LA CARACOLA DEL "CULIP IV".

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA ECCE HOMO O EL LUGAR:

Si Cecilia le hubiese dado por "restaurar" un cuadro de Picasso. los medios no habrían celebrado su osadía con tanto alborozo, .


Para contar la historia de la casa, hay que remontarse a los años 1820 teniendo en cuenta que Colonia Benítez fue fundada como Colonia Francesa en el año 1818.
En aquel momento las familias de los Inmigrantes Franceses ubicados a la vera del Actual Rio Tragadero, necesitaban un lugar fuera de sus casas donde poder realizar festejos de fechas Patrias, recibir la Navidad y el Año Nuevo, o tal vez celebrar algún Casamiento u otros acontecimientos sociales.
Es así que, casi 200 años atrás, surge la necesidad de empezar a construir el actual salón de la casa para cubrir las demandas de índole Social, que seria atendida por una familia en especial, a cargo de estos eventos.
Años después cuando se desmembrara la Colonia Francesa, la familia a cargo de la casa comenzó a atender a los viajeros que estaban de paso camino a Asunción, en su escala de ida o de regreso de esa capital, haciendo una parada rigurosa para reponer mercaderías que los acompañarían durante el trayecto.
En esta propiedad, en el lujoso salón empezó su época de Almacén y Restaurante, y luego se fue extendiendo la construcción de las actuales habitaciones del Hotel de Campo.
Los relatos de los antiguos pobladores de Colonia Benítez, cuentan con mucha alegría que fue en ese salón y en esa propiedad donde nacieron, ya que fue sala de primeros auxilios allá por los años 1920 a 1950, donde las parteras traían a la vida a los actuales pobladores y se atendían todo tipo de malestares de la época.
Posteriormente, algunos pobladores también realizaron en esa casa sus estudios primarios, ya que la siguiente función que cumplió el lugar fue de Escuela Primaria.
El tiempo pasó, pero antes que el descuido y abandono terminarán con la estructura de la casa, manos privadas invirtieron en diferentes proyectos productivos, hasta que hoy se convierte en un pequeño hotel de campo en un ambiente natural para disfrutar en familia.
La realidad actual de Colonia Benitez, invita a los habitantes de las zonas cercanas a instalarse en este pequeño pueblo, donde la tranquilidad envuelve a pequeñas viviendas familiares, y lujosas casas de fin de semana.
Pero esta realidad no ha afectado la esencia del lugar, un pueblo estacionado en el tiempo en la tierra Chaqueña, donde ahora todos podrán disfrutar de unos días de descanso en el Hotel de Campo Doña Lola.

Dekker estaba soñando. En su sueño había nebulosas de brillantes colores, una ladera de blanda hierba, una mujer cuyos ojos y sonrisa eran lo más maravilloso del mundo... Pero el sueño se agrió. Espirales de tinta mezclándose con agua clara; conocidos matices oscuros desparramando sus tintes en el paisaje particular de Dekker. Sin transición, Dekker se quedó de repente solo, mirando atónito el imprevisto espectáculo que ofrecía su brazo desnudo. No sentía ningún tipo de dolor; sin embargo, un agujero redondo y negro se le había abierto en la carne, y de él salían delgadísimos pelos; pelos delgadísimos que eran antenas de insectos tanteando el aire. Se aprestó a ponerse una venda, pero los bichos se sumergieron, agitándose, y de repente, más agujeros pequeños se le fueron abriendo por las carnes. Contrajo las mandíbulas y notó como sus dientes se quebraban con una desagradable sensación: como si mascase barras de tiza o estuviese arañando con el rastrillo la cazuela de barro que apareció un día en él jardín. Al igual que desde una doble visión soñolienta, le parecía estar observando el próximo paso desde el interior y el exterior de sus ojos al mismo tiempo; sus ojos, incluso los globos oculares.
—¡No...!
De repente, el lejano rincón de la conciencia que sabía que todo era un sueño tomó el control y su infierno particular se colapsó, apareciendo en una negra y sofocante habitación con las piernas y los brazos agarrotados, y con un sabor en la boca parecido al que habría dejado un animal que hubiese anidado allí durante la noche, un animal de costumbres sucias y desagradables. Se frotó los legañosos ojos y rodó penosamente hasta el otro extremo de la cama, donde tenía el despertador.
De nuevo las 3.47 de la madrugada.
El corazón le latía desaforadamente; señales de terror recorrían sus venas. Los riñones le urgían a realizar una excursión escalera abajo; pero Brian Dekker ya había pasado antes por eso. A este tipo de sueños seguía siempre una secuencia de terror en la cual la más terrible oscuridad le aguardaba en la escalera; los escalones cubiertos con la blanda alfombra eran tan invitadores como los desmoronados y legamosos peldaños que descienden hasta la cripta de un mausoleo. Encender la luz no era una solución; eso simplemente alejaba la oscuridad más allá de las puertas, al corredor y a la escalera, y en ese corredor podía estar esperando, acechante, algo dispuesto a tirársele encima. Mejor se quedaba en la cama.
Las 3.47 de la madrugada. Seguía temblando. Se quedó mirando los dígitos de color rojo, esperando que saltase el 7. ¿Era la cuarta o la quinta vez?
El 3.47 no tenía nada de milagroso. Sólo que cuando uno conectaba aquel reloj digital, algún mecanismo interno seleccionaba dicha hora de inmediato; y si se quería ajustar correctamente el tiempo, había que manipular los mandos, que estaban en la parte trasera; y si se producía un corte del fluido eléctrico, al volver la luz el reloj se fijaba de nuevo en las 3.47. Fuera como fuese, siempre la misma hora.
Dekker había comprado el nuevo despertador porque el ruido del viejo lo mantenía despierto hasta que lo introducía dentro del cajón o lo ponía debajo de la almohada, en cuyo caso la alarma sonaba demasiado débil como para despertarlo a la mañana siguiente. El nuevo reloj electrónico tenía un zumbido penetrante que despertaba a Dekker de inmediato, y además era bastante silencioso; el único problema era su luminosidad roja: discreta durante el día, pero escandalosa por la noche; se la podía ver incluso a través de los párpados cerrados. Solucionó el problema durmiendo de espaldas al reloj; un triunfo genuino, una victoria del hombre sobre la máquina. Ahora sólo le quedaba superar la costumbre de despertarse tan temprano con un extraño jadeo asmático, un jadeo cuya única excepcionalidad consistía en que lo despertaba por completo antes de que hubiese podido aspirar el aire suficiente como para emitir un grito.
TÍTULO; EL BLOC DEL CARTERO LA CARACOLA DEL "CULIP IV".
Cinco noches ya. Cinco, una detrás de otra. Cinco veces, las cosas que más odiaba en el mundo: antenas de insectos tocándole la piel, dientes quebrándose y cayendo; odiaba a los dentistas. Y lo peor que podía sucederle a nadie: ceguera y malformación; sus ojos podrían quedar...
No. Nada de pensarlo otra vez, en aquella tétrica oscuridad. «Concéntrate en cosas reales —se dijo—, eventos tranquilizadores, hechos concretos, como en las novelas de detectives.»
«Muy bien, inspector —pensó—, le contaré todo lo que sé. Sueño el mismo sueño cada noche, desde hace cinco. Cinco días seguidos. El sueño es, es... tal como ya se lo he descrito. Cada noche me despierto aterrado a las 3.47 de la madrugada. Sí, demasiado asustado para salir de la cama. Ridículo, ¿eh?... Por supuesto que lo he intentado con somníferos. No estoy loco, ¿sabe? Cada noche, durante los últimos cinco días, he sido machacado por ese temor, un temor millones de veces más fuerte que cualquier pastilla, cinco noches, una detrás de otra...
»¿Cada noche desde que compré el despertador? ¿Por qué?... Ah sí. Es un detalle importante. Estoy seguro.»
Luego se quedó dormido; los somníferos lo rescataron de la vigilia y lo sumieron en una suave y cálida oscuridad, en la que no había ni sueños ni pensamientos, únicamente una imagen fugaz de una mujer pálida y morena, cuyos rasgos no se parecían a los de las indias o las pakistaníes que Dekker solía encontrar en la ciudad o en el trabajo...
Por la mañana el reloj zumbó muy eficientemente, y Dekker se deslizó escalera abajo tentando las paredes; un dolor de cabeza, que intuía era del tipo provocado por una hemorragia cerebral, le hacía gruñir de rabia. Se tomó una, dos, tres tabletas de paracetamol con el café del desayuno, y dejó que la tercera se le deshiciese en la lengua, dejándole un sabor recio, como si estuviese tragando chapas de metal. La treta psicológica de intentar relajarse, cepillándose los dientes, lavándose y afeitándose, no le aportó ninguna mejoría; pensó en el trabajo, en las facturas que debía revisar y las declaraciones del impuesto sobre el valor añadido que estaba preparando, y el estómago se le sacudió convulsivamente. Optó por usar el teléfono.
—Hola, ¿el despacho de Jenkins y Grey? Sí, bien. Soy Brian Dekker... ¿Podría decirle al señor Grey que hoy no iré, que estoy enfermo? Gracias... Adiós.
El médico estuvo de acuerdo.
—Necesita un descanso. Ha estado trabajando en exceso.
—Tengo sueños terribles —empezó a contarle Dekker.
—Ha estado trabajando demasiado. Su ficha dice que no ha estado de baja en los últimos tres años. Ridículo. Todos necesitamos un descanso de vez en cuando.
—Me desvelo cada noche, a la misma hora...
—Le recetaré un tónico reconfortante. Tenga. Y aquí la baja para una semana. Venga a verme dentro de siete días si no se encuentra mejor. ¡El siguiente!
—Sí, pero... ¿qué me dice de esas pesadillas?
—Tómeselo con calma. ¡El siguiente!
A Dekker no le daba mucha confianza el jarabe embotellado que le había suministrado el farmacéutico a cambio de la receta. Y decidió tomar algunas precauciones suplementarias por su cuenta. De vuelta a casa pasó por el supermercado para hacerse con una botella de whisky, ni muy caro ni muy barato.
El resto del día se lo pasó holgazaneando por la casa y leyendo novelas policíacas o periódicos.
«NUEVA HUELGA EN MARCHA. CRISIS EN ORIENTE MEDIO. ESCÁNDALO EN UNA FÁBRICA MALAYA», proclamaban los titulares, mientras en el piso de arriba el despertador iba pasando sus lentos y luminosos dígitos de neón rojo.
Alrededor de las ocho de la tarde Dekker calentó en el horno un pastel de verduras algo dudoso, y se lo comió con alubias cocidas.
A las nueve ya había limpiado los platos. Abrió la botella de whisky y se sirvió una buena medida en un vaso alto. No tenía especial predilección por el whisky, pero pensó que mejor si probaba a apurarlo con buen estilo. ¡Salud! Se levantó, llevando consigo el vaso, llegó hasta la puerta de la sala y desde allí avanzó en una oscuridad espesa y acechante.
Trató de recordar la letra de una canción que tenía en la punta de la lengua. Intentaba emparejar las palabras con la melodía. ¿Cómo era? Tum, tummity tum... Era divertido, no lograba recordar la melodía; y sin embargo la letra estaba allí, danzando incansable en su cabeza.
Por entonces, el nivel de la botella de whisky había sufrido una seria mengua, y Dekker, en un alarde de inmensa devoción, se fue en busca del tónico que le recetase el doctor aquella misma mañana. Después de algunos intentos, poco exitosos, de llenar con el jarabe una cucharilla de café, se largó un buen trago. El sabor de la pócima le espoleó en busca de la botella de whisky.
A eso de las once tuvo de repente la desagradable sensación de estar totalmente sobrio, y de que vientos helados le silbaban en la cabeza, mientras que sus brazos y piernas no querían moverse apropiadamente. Las imágenes afloraban a su cerebro con nítida claridad. Recordaba la agonía que sentía al ver las antenas de los insectos agitándose sobre su piel con movimientos intermitentes. Recordaba el doloroso terror de sentir sus dientes cuarteándose y crujiendo como barras de tiza. Recordaba, aunque intentaba olvidarlo, la sensación de notar su cabeza inflándose como un balón, sus globos oculares hinchándose hasta que era incapaz de cerrar los párpados, aunque lo intentase con todas sus fuerzas. Sus ojos hinchándose hasta...
—¡No, no, nooooo! —gimió, tratando de incorporarse y cayendo.
...estallar en pequeñas y húmedas explosiones gelatinosas, al igual que una ebullición descontrolada; aquello goteaba por sus mejillas cual lentas y enormes lágrimas, mientras restos desgarrados de los globos oculares pendían de las cuencas...
Se las arregló para intentar servirse más whisky. Y acabó vertiendo más sobre su regazo que en el vaso. Inclinó el vaso sobre sus ateridos labios, y derramó el resto. Toda la habitación zumbaba y le daba vueltas. El vaso se le escurrió de entre los dedos.
A las doce estaba inconsciente.
A las 3.47 de la madrugada estaba inconsciente.

A las 10.45 de la mañana siguiente se despertó.
Luego, tras haber vaciado su estómago un par de veces y dominado su dolor de cabeza con algunas pastillas, Dekker volvió a reflexionar sobre su problema con el sueño.
—No se trataba de una prueba, ni siquiera de un experimento realizado bajo control —se dijo en voz alta—, pero quizás estando ebrio pueda mantenerme alejado de las pesadillas... Ahora bien, si ese maldito despertador tiene algo que ver con todo ello, puede que no haya tenido los sueños simplemente porque ayer no llegué a subir al piso de arriba para dormir...

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