Dafroza Gauthier sonríe poco en las fotos. Su cara refleja un dolor tan grande que sus músculos parecen haberse quedado rígidos. A veces hace un esfuerzo, una última cortesía en mitad de su llanto invisible, mientras sus ojos siguen viendo desaparecer a sus seres queridos en un torrente de sangre.
Dafroza nació en Rwanda. Su madre y la mayor parte de su familia fueron asesinados en las masacres étnicas de 1994, al igual que todos los hombres, las mujeres y los niños que poblaban su calle, su barrio, su mundo, y que la saludaban en las tiendas, los cafés, el mercado o el dispensario médico. Un millón de vidas humanas fueron cortadas en pedazos, en apenas 100 días. Eran tutsis y hutus moderados, no había otra razón.
Dafroza vive en Francia, la antigua metrópoli, en la que se refugiaron cientos de verdugos. Dejaron los machetes y se pusieron una chaqueta, para proseguir su vida como si tal cosa. Cuando entran en un restaurante o empujan el carrito del supermercado, nadie puede imaginarse que hubo un tiempo en que esas personas de aspecto anodino alzaban las manos pidiendo más muertes o que empleaban sus manos y su fuerza en destrozar el vientre de mujeres encinta. Las leyes, la piedad, la cordura habían desaparecido por completo. A veces, los seres humanos se entregan a orgías de alcohol y de sexo; y otras, a orgías de sangre, y el hedor de sus crímenes, en lugar de aplacarlos, les excita sin medida. Hasta que todo acaba y vuelven a llevar una cartera en la mano y una corbata al cuello.
Desde hace 10 años, ella y su marido reúnen pruebas contra los asesinos para depositarlas ante los tribunales. “Lucho para no morirme. Luchar es vivir”, dice ella. No sienten odio o afán de venganza. Saben que estos sentimientos impiden mantenerse alerta para hacer justicia. Su lucha es una gota en un mar de lágrimas. Pero, por diminuta que sea, devuelve la dignidad a los masacrados, el alma, que es lo que nos distingue de los simples cuerpos animales. Y mantiene a la humanidad en su cúspide, la cima del reino donde la puso Dios, ese jardín sagrado que es el símbolo de la civilización.
Dafroza nació en Rwanda. Su madre y la mayor parte de su familia fueron asesinados en las masacres étnicas de 1994, al igual que todos los hombres, las mujeres y los niños que poblaban su calle, su barrio, su mundo, y que la saludaban en las tiendas, los cafés, el mercado o el dispensario médico. Un millón de vidas humanas fueron cortadas en pedazos, en apenas 100 días. Eran tutsis y hutus moderados, no había otra razón.
Dafroza vive en Francia, la antigua metrópoli, en la que se refugiaron cientos de verdugos. Dejaron los machetes y se pusieron una chaqueta, para proseguir su vida como si tal cosa. Cuando entran en un restaurante o empujan el carrito del supermercado, nadie puede imaginarse que hubo un tiempo en que esas personas de aspecto anodino alzaban las manos pidiendo más muertes o que empleaban sus manos y su fuerza en destrozar el vientre de mujeres encinta. Las leyes, la piedad, la cordura habían desaparecido por completo. A veces, los seres humanos se entregan a orgías de alcohol y de sexo; y otras, a orgías de sangre, y el hedor de sus crímenes, en lugar de aplacarlos, les excita sin medida. Hasta que todo acaba y vuelven a llevar una cartera en la mano y una corbata al cuello.
Desde hace 10 años, ella y su marido reúnen pruebas contra los asesinos para depositarlas ante los tribunales. “Lucho para no morirme. Luchar es vivir”, dice ella. No sienten odio o afán de venganza. Saben que estos sentimientos impiden mantenerse alerta para hacer justicia. Su lucha es una gota en un mar de lágrimas. Pero, por diminuta que sea, devuelve la dignidad a los masacrados, el alma, que es lo que nos distingue de los simples cuerpos animales. Y mantiene a la humanidad en su cúspide, la cima del reino donde la puso Dios, ese jardín sagrado que es el símbolo de la civilización.
¿Quién es?
- Dafroza Gauthier nació hace 59 años en Butare, Rwanda, en una familia de la etnia tutsi.
- Su padre fue asesinado en 1963 por los hutus.
- En 1973, se refugia en Burundi y se marcha a Bélgica, donde estudia Química. Hoy trabaja en un laboratorio de Reims, Francia.
- Con su marido, funda en 2001 el Colectivo de las Partes Civiles de Ruanda (CPCR), que reúne testimonios de víctimas e identifica a los asesinos, con la ayuda de tres abogados.
- Han conseguido que se abra el primer proceso en Francia contra un antiguo militar, Pascal Simbikangwa
Helena Resano: «Estoy enganchada a 'Homeland'»
Esta
semana se han entregado los Goya de la televisión: los Premios Iris.
TVE salió como gran triunfadora de la noche con doce galardones, ...
Esta semana se han entregado los 'Goya' de la televisión:
los Premios Iris. TVE salió como gran triunfadora de la noche con doce
galardones, entre ellos el premio a Ana Blanco como mejor presentadora
de informativos y cuatro galardones para la serie 'Isabel'. Entre las
privadas barrió La Sexta, con seis estatuillas, dos más que el año
pasado. Incluida la que se llevó a su redacción en la categoría de mejor
informativo. Helena Resano (Pamplona, 1974) es el rostro de las
noticias.
- ¿Cómo celebraron el premio?
- Lo celebramos poquito, la fiesta fue al día siguiente en
la redacción. Los periodistas, la gente de producción y los realizadores
se sacaron fotos con el premio.
- ¿Cuántas horas durmió?
- No dormí mucho porque la gala terminó tarde. Además, fue
en Aranjuez y hay un tramo de coche hasta llegar a la cama. Creo que
dormí cinco o seis horas.
- ¿El mejor periodista es el más imparcial?
- El mejor periodista es el que consigue contar la noticia
desde todos los puntos de vista. La imparcialidad es algo que debería ir
obligatoriamente en el carné del periodista y eso es lo que el público
nos pide. Luego, cada uno trabajamos en un medio y con unos intereses
económicos... Eso es inevitable.
- ¿A qué colegas admira?
- Admiro a la gente de esta redacción, que es jovencísima y
aprendo cada día de sus ganas, de su empeño por sacar noticias con
menos medios que los demás, y de su ilusión.
- ¿De pequeña huía cuando en casa ponían el informativo?
- No, recuerdo que en casa las tres de la tarde y las nueve
de la noche eran horas sagradas. Mi madre siempre decía: 'Me voy a
sentar a ver el Telediario'. Ese hábito era diario y una cita obligada
de toda la casa. Se comía antes para no faltar a las noticias. La mitad
de las cosas no las entendía, porque hay conceptos que no se entienden y
ahora me doy cuenta cuando tengo a mis hijos conmigo viéndolo.
«Comía viendo a Montano»
- ¿A qué periodista seguía?
- Alicia García Montano presentaba la desconexión de TVE en
Pamplona y he crecido viéndola mientras comía. Recuerdo que una vez se
lo conté en Torrespaña cuando me crucé con ella en la máquina del café y
me dijo: '¡Dios mío, me acabas de hacer muy mayor!' (risas). También a
Ana Blanco, con quien trabajé y llevaba viéndola toda la vida, o a
Matías Prats.
- Pasó una buena temporada en TVE, ¿cómo ve su evolución?
- Lo mejor que tiene esa casa es la redacción, que no ha
cambiado. Es su potencial pase quien pase, dirija quien dirija, y no se
va a perder.
- ¿Y notó esa politización de la que tanto se habla?
- Bueno, eran otras épocas. TVE ha tenido todo tipo de
directores, de todos los colores y con épocas muy complicadas. Creo que
en eso se avanzó mucho en la etapa de Fran Llorente y es lo que hay que
intentar no perder.
- ¿Qué etapa recuerda con más cariño de su profesión?
- Donde mejor me lo pasé fue en el matinal con Antonio
Parreño porque era un horario horrible. Cuando tienes sueño y estás mal
dormido la risa salta en cualquier instante y pasábamos auténticos
apuros.
- ¿Qué programas ve en casa?
- Consumo muchos informativos. Además de los españoles,
intento ver canales extranjeros como la BBC, el canal 24 horas de TV
France, CNN... Y luego, en tiempo de relax, me engancho a series como
'Homeland' y 'Juego de Tronos'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario