La tienda de mi amigo
Tengo un amigo que regenta un pequeño comercio tradicional en el centro antiguo de Madrid. Un barrio viejo, castizo, donde la crisis económica, como en todas partes, ha golpeado fuerte en los últimos años, dejando, como paisaje después de la batalla -una batalla que está lejos de terminar-, innumerables tiendas cerradas a modo de cadáveres. Jalonando así años de imbécil incompetencia oficial y también, a veces, de imbécil irresponsabilidad ciudadana particular. Como la mayor parte de sus colegas de la zona, mi amigo se lamenta cada vez que entro en su tienda y pregunto cómo van las cosas. A veces se limita a señalar la tienda vacía de clientes, los escaparates de los comercios vecinos que ofrecen saldos desesperados, o con el cartel Se traspasa muestran estantes vacíos y cristales polvorientos. Mi amigo, que era votante de izquierdas, acabó votando a la derecha en los últimos años del Pesoe y ahora ya no sabe a quién diablos votar. Son todos igual de hijos de puta, me dice. La totalidad del arco parlamentario y la madre que lo parió. Luego cuenta que hace tiempo que no puede pegar ojo por las noches. Tengo cincuenta y cuatro años, subraya. Mucha tela por delante. Y sólo esta tienda para vivir y dar de comer a mi familia. Y por primera vez en mi vida me preocupa la vejez. No sé cuánto tiempo podré aguantar así. Hoy sólo han entrado tres personas en la tienda y ninguna compró nada. Estoy asustado. Te lo juro. Tengo verdadero miedo.
Le comento que el sábado pasado vine a comprar algo para un regalo, y la tienda estaba cerrada. «Es que los sábados por la tarde cierro», dice. Le pregunto por qué lo hace, si precisamente ese día es cuando más gente se mueve por el centro de la ciudad. Cuando más público pasa por delante de su tienda. Y su respuesta me deja pensativo: «Es que yo también tengo derecho». Derecho a qué, pregunto tras unos segundos para digerirlo. «A descansar como todo el mundo -dice-. El mismo que tienes tú». Le respondo que, en primer lugar, yo trabajo de ocho a diez horas diarias todos los días de la semana, pero que ésa no es la cuestión. El asunto es que hay quienes pueden permitirse no trabajar día y medio a la semana, si quieren; pero ése no es su caso. No, desde luego, en la angustiosa situación que me describe cada vez que entro en la tienda. No con la crisis, la escasez de clientes, la necesidad urgente, en tiempos como éstos, de romperse los cuernos para arañar sustento a la vida.
Le digo todo eso, más o menos. Con términos adecuados para un amigo. Y añado que las palabras «tengo derecho» pueden ser engañosas. Uno tiene derecho a todo, naturalmente. Pero sólo cuando puede permitírselo. Cuando está a su alcance. Yo también tengo derecho a pasar un año leyendo y viendo pelis, navegar el Mediterráneo sin dar golpe, tener una villa en la Toscana o moverme por Madrid en un Rolls Royce con chófer. Pero no me lo puedo permitir, así que me olvido de ello. Todos tenemos derecho a pasar unas vacaciones en el Caribe, a una segunda casa en la playa, a una Harley Davidson, a cenar en Le Grand Véfour con George Clooney o Mónica Bellucci. Pero de ahí a poder media un trecho. Y en tu caso, le digo a mi amigo, tal y como están las cosas, tu derecho a cerrar la tienda los sábados por la tarde, en una calle peatonal y justo a quinientos metros del Corte Inglés, resulta más difícil de ejercer. «Pues abre tú la tienda», responde, algo picado. Yo no tengo tienda que abrir un sábado por la tarde, respondo. Pero tú sí la tienes, y vives de ella. Y ese día eliges descansar. Eres muy dueño. Pero en tal caso deberías matizar la queja. Por otra parte, añado, no eres el único. Prueba a encontrar, por ejemplo, un quiosco de prensa abierto un domingo a partir de medio día. Verás qué risa. ¿Y sabes lo que te digo? Si esta infame crisis hubiera estallado en tiempos de nuestros padres, que ésa sí fue una generación lúcida, sacrificada y admirable, ellos habrían tardado poco en mandarnos a trabajar a la pescadería de la esquina, para llevar dinero a casa. Y por cierto -recuerdo, de pronto-. Tienes un hijo, ¿verdad? Un mocetón de veinticuatro tacos que aún no ha terminado la carrera, y que cuando la termine irá directamente al paro. Vive en tu casa, come y duerme en ella. ¿Por qué no le dices que venga los sábados por la tarde y se encargue de la tienda?... «La tienda no le gusta -responde mi amigo-. Además, si lo planteo, mi mujer me mata». Me lo quedo mirando, encojo los hombros y sonrío, convencido. Pues eso mismo, comento. Pues eso.
TÍTULO; CUENTAME LO QUE NO SE VE,.
'Cuéntame' lo que no se ve...
En 1968 yo tenía 8 años.... Así empieza Carlitos el relato de Cuéntame. En realidad era el año 2001, un 13 de septiembre. Y Ricardo Gómez ...
televisión
'Cuéntame' lo que no se ve...
Un libro recoge 12 años de anécdotas de rodaje de la serie. ¿Sabían que el papel de Merche era para Adriana Ozores?
'En 1968 yo tenía 8 años...'. Así empieza Carlitos el
relato de 'Cuéntame'. En realidad era el año 2001, un 13 de septiembre. Y
Ricardo Gómez, el actor que da vida al pequeño de los Alcántara, tenía
solo 7. Iban a coger a un niño mayor, pero Tito Fernández, uno de los
directores y padres de la serie de TVE, quedó encandilado con el
desparpajo del chaval, que contó ufano en el casting que había hecho de
'tacita Chip' en el musical 'La bella y la bestia'. Ricardo ya había
decidido que iba ser actor y no torero, aunque jugara a los
banderilleros con las pinzas de la ropa.
Ahora acaba de cumplir los 19 y quiere ser director de
cine. Es el alma de 'Cuéntame' (antes se barajaron los títulos de
'Nuestro ayer', 'Así fuimos', 'Tal como fuimos' y ‘Mirando atrás soñé'),
la joya de TVE y nuestra serie más longeva. La cadena les pidió un 17%
en el estreno, pero cerraron la primera temporada con un 34,9%. El
jueves se emitirá el capítulo 248, llevan 33.000 horas de grabación,
1.700 actores y 23.000 figurantes han pasado por los créditos y se han
construido 800 decorados. Estos datos y otras curiosidades se recogen en
‘Cuéntame, ficción y realidad’ (RBA), un libro para nostálgicos firmado
a medias por la periodista Sol Alonso y la fotógrafa Teresa Peyrí.
Por ellas sabemos que Imanol Arias siempre fue Antonio
Alcántara. Lo tenía claro Miguel Ángel Bernardeu, productor de la serie y
marido en la vida real de Ana Duato. Él quería a Adriana Ozores para el
papel de Merche, pero la actriz solo quería firmar por 13 capítulos. Y
entonces Imanol, 'Manu' como le llaman ellos, le sugirió el nombre de
Ana, con quien había trabajado en ‘Brigada Central’ y, luego, en 'Severo
Ochoa'. Una actriz que de niña soñaba con ser pediatra, veterinaria y
farmacéutica.
Elegidos los principales, faltaban los demás. Lluvia Rojo
se presentó para el papel de Inés, «pero no era el perfil que buscaban,
aunque fue tal la gracia que le vieron que le dieron el papel de la
mejor amiga de Inés», que ha estado interpretada por dos actrices: Irene
Visedo y Pilar Punzano, la más risueña del equipo, la que más bromas
comparte con Imanol y la que más chucherías devora durante la lectura de
guión. Juan Echanove, Miguel en 'Cuéntame', llegó para tres episodios y
se quedó para siempre. Enseguida le buscaron compañera: Ana Arias, que
se hizo con el papel de Paquita dejando atrás a Inma Cuesta y a Paula
Echevarría.
Galiana, del Betis
Completa la familia Pablo Rivero (Toni), un actor «con un
extraordinario parecido físico con Ana Duato», y Herminia, la amorosa
abuela, que no tiene nada que ver con la actriz, María Galiana, menos
besucona en la vida real: «¡Mercedes no hace ni el huevo! ¿Alguien la ha
visto alguna vez con una escoba en la mano?», provoca la veterana
actriz. Galiana ha bajado 22 kilos desde que empezó la serie, se
entretiene en las esperas del rodaje leyendo el periódico «de pe a pa» y
en la tele no ve más que las noticias... y los deportes cuando sale su
querido Betis. A Herminia no le gusta el fútbol, pero a Miguel sí. Es
del Atlético de Madrid, como Echanove en la vida real.
Porque hay mucho de real en 'Cuéntame'. Eso de 'milano' que
Antonio siempre le dice a Merche se lo oía Imanol en casa a sus padres,
quienes, por cierto, hicieron de extras en un capítulo. «Mi padre tenía
hasta frase, pero se puso tan nervioso que la tuvo que decir mi madre»,
recuerda el actor en el libro. También fue figurante con frase Irene
Meritxel, su actual pareja, que interpretó a una clienta de la
peluquería de Merche.
Y real es el cariño que se profesa la familia fuera.
Ninguno olvida el susto que les dio Ricardo en pleno rodaje, cuando
tuvieron que llevarle al hospital y operarle de urgencia de apendicitis.
«Tío, para justificar un alargamiento de pene no hacía falta que
montaras este número», fue el mensaje que le mandó Imanol Arias a su
hijo en la ficción.
Lo que no es de verdad es el barrio de San Genaro,
levantado en un mes en un polígono industrial de Pinto (Madrid). Ni
Sagrillas, que no está en Albacete sino en Arahuetes (Segovia), un
pueblo de 49 vecinos encantado con la fama. Eusebia, Sebi, vecina del
pueblo, hizo de practicanta en un capítulo y da de comer a los actores.
Félix, el pastor, les alquilaba las ovejas. Ya no, porque en el último
episodio dejamos a los Alcántara preparando la maleta para regresar a
Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario