El lector de huesos
Para cualquiera que haya buceado en un archivo, Francisco Etxeberria Gabilondo-foto,. (Beasain, 1957) podría pasar por uno de esos actores
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Para cualquiera que haya buceado en un archivo, Francisco
Etxeberria Gabilondo (Beasain, 1957) podría pasar por uno de esos
actores especializados en Shakespeare. Las muchas fotos que le retratan
sosteniendo calaveras y otras osamentas le dan un aire de solvente
intérprete del célebre monólogo hamletiano, ese 'ser o no ser' cuya
puesta en escena siempre se asocia a un cráneo. Puede que en realidad
Etxeberria no sepa mucho de arte dramático, pero su dilatada carrera
profesional acredita que poca gente está tan familiarizada como él con
la tragedia. «Varían las circunstancias, pero el dolor de las familias
de las víctimas siempre es el mismo», reflexiona sentado en su despacho
de la Facultad de Medicina de San Sebastián.
Etxeberria acaba de regresar de Chile, donde ha participado
en la exhumación de los restos del poeta Pablo Neruda en el marco de
una investigación que trata de determinar si murió envenenado, como
aseguró su chófer, o si falleció debido al cáncer que padecía, como
sostiene la versión oficial. Las brisas de un otoño austral inusualmente
soleado han curtido su rostro alargado, del que sobresalen unos ojos
que sostienen una mirada entre curiosa y burlona. Tiene un hablar
pausado y muy didáctico, producto sin duda de sus años como profesor de
Medicina Legal en la Universidad del País Vasco.
El forense muestra un retrato de Salvador Allende que le
han regalado sus amigos chilenos. Un guiño del destino le ha colocado
ante los restos mortales de algunos de los protagonistas de un suceso
que le causó un profundo desgarro en sus tiempos de estudiante, el
derrocamiento hace cuatro décadas del gobierno de Salvador Allende.
Aquel joven aprendiz de médico, que empezaba a barruntar el horror a
través de las confusas noticias de las barbaridades de Augusto Pinochet
que llegaban a España, desempeña hoy un papel capital en el
esclarecimiento de algunos de aquellos crímenes. «Michelle Bachellet
adquirió el compromiso de arrojar luz sobre lo ocurrido y me llamaron
para participar en una comisión de expertos encargada de las
investigaciones», revela.
En los últimos años ha tenido oportunidad de examinar,
entre otros, los restos del poeta y cantautor Víctor Jara, de Allende,
de Neruda y también de los desaparecidos de Lonquén, una fosa en la que
se hallaron las osamentas de una quincena de campesinos asesinados por
los militares golpistas. Las investigaciones son minuciosas. Los
integrantes de la comisión saben que son la última esperanza de los
familiares de las víctimas y también que sus conclusiones pasarán a los
libros de historia. Ninguno de ellos se perdonaría un desliz o un paso
en falso, así que de común acuerdo han arbitrado un sistema de trabajo
que pasa por alcanzar el consenso.
El dictamen sobre Allende se resolvió sin demasiadas
dificultades: el examen confirmó que por una vez la versión oficial
casaba con la realidad. «Cuando el presidente comprobó que el golpe
había triunfado y se vio abandonado por todos, se refugió en el
suicidio», constata el forense mientras describe en un cráneo que hay en
su despacho la trayectoria de la bala. Pero fue quizás el caso de
Víctor Jara, brutalmente torturado antes ser acribillado a balazos, el
que más le sobrecogió. «Su canción 'Te recuerdo Amanda' era un himno en
mis tiempos de estudiante y enfrentarme a su esqueleto me hizo pensar.
Lo veía ahí, inerte e indefenso, y me venía a la cabeza lo que habían
representado sus canciones para todos nosotros. Fuimos con un juez a
donde le habían tenido detenido, que era un pequeño recinto del estadio
Chile que se utilizaba de vestuario de las árbitros femeninas... Luego
me contaron que Amanda, la de la canción, no era alguna novia, como yo
imaginaba, sino su propia madre. La canción hablaba del momento en que
su madre iba a llevarle el almuerzo a su padre, que era un simple
minero».
En el hogar de los Gabilondo
Como el de Jara, el padre de Etxeberria fue también un
trabajador. «Era fundidor en la fábrica de la CAF de Beasain, la que
hace trenes para todo el mundo. Estoy muy orgulloso de que mi padre
fuese un obrero y cada vez que voy en un vagón de metro en Madrid o en
México y veo el cartelito que pone que lo ha hecho la CAF me invade una
sensación de agradecimiento y reconocimiento hacia toda esa gente que se
afana en hacer las cosas bien». El fallecimiento de su progenitor le
llevó a San Sebastián, al piso de sus primos Gabilondo, el hogar en la
que crecieron el periodista Iñaki o el exministro Ángel. «Estudié
medicina porque Luis, otro de mis primos, iba para médico y aquello me
atraía. Hice un examen y tuve la suerte de que me admitiesen en la
facultad de Valladolid».
Está claro que a Etxeberria no se le pasó por la cabeza
dedicarse a analizar las entrañas de los muertos cuando empezó la
carrera. A medida que avanzó en sus estudios, sin embargo, descubrió que
la medicina legal le abría un camino hacia una realidad que hasta
entonces ni siquiera se había planteado. «Eran los primeros tiempos de
la democracia y estaba todo por hacer. Nada más acabar la carrera me
llamaron de los juzgados y me propusieron organizar el servicio forense
partiendo casi de cero. Era todo un reto y acepté; a los dos días de
empezar a trabajar me enfrenté a mi primer cadáver, un hombre arrollado
por un tren».
La precariedad de medios era tal que realizaban las
autopsias con guantes de fregar que solían lavar con agua y jabón antes
de volver a usar. «No había ni cámara de fotos, tenía que hacerlas con
la mía». Eran años difíciles. La heroína había irrumpido con fuerza y
los juzgados estaban poblados de jóvenes atrapados en su red. «A mí me
llegó a robar el reloj un chaval toxicómano cuando le estaba haciendo un
reconocimiento. Me lo volví a encontrar en la cárcel de Martutene, le
pregunté por qué lo había hecho y me dijo simplemente que lo
necesitaba».
La aparición del sida complicó aún más las cosas. «Al
principio no se sabía nada, incluso temíamos contagiarnos inhalando el
polvillo de la sierra al abrir los cráneos». En la calle la realidad no
era mejor: los asesinatos de ETA se sucedían con regularidad macabra y
los reconocimientos a los detenidos en las comisarías evidenciaban la
pervivencia de prácticas policiales del pasado. Fue precisamente uno de
los capítulos más oscuros de la 'guerra sucia', la desaparición de los
etarras Lasa y Zabala, el que aupó por primera vez a Etxeberria a los
titulares. Él fue el que identificó en el cementerio alicantino de
Bussot los restos de los dos terroristas, que habían sido enterrados en
cal viva tras su asesinato diez años antes.
Fusilados en la guerra
A Etxeberria se le asocia también con la exhumación de los
restos de los fusilados en la Guerra Civil, una labor que le ha valido
furibundas críticas que despacha con un argumento irrefutable: «Mejor
hacer las cosas bien y con los medios adecuados que dejar que la gente
se lance al monte para abrir las fosas y recuperar los cuerpos de sus
familiares a golpe de azada, que es lo que había empezado a hacerse en
muchos puntos de España». Lo que a estas alturas ya nadie cuestiona es
su pericia a la hora de 'leer' huesos, acreditada de forma expeditiva
cuando resolvió el enigma del caso Bretón: identificó al primer golpe de
vista como humanos los restos que los forenses policiales habían
asociado a unos roedores. «Un error lo tenemos todos», concede sin un
atisbo de ironía al referirse a la metedura de pata de sus colegas.
Ahora anda en un encargo que parece sacado del guión de una
película de aventuras: identificar los restos de Boabdil, el último rey
nazarí de Granada, un proyecto que tiene el sólido respaldo financiero
de un asesor de los Emiratos Árabes Unidos que es un entusiasta de la
historia. Se cree que los restos están enterrados en la localidad
marroquí de Fez. Etxeberria ya ha inspeccionado el terreno, pero cuando
iban a empezar a excavar descubrieron que les faltaba el permiso de las
autoridades religiosas. «Con la Iglesia hemos topado», sonríe socarrón
el forense.
TÍTULO: EL DIVÁN DE OLGA IVIZA CÓMO JUGAR EN BOLSA SIN PERDER UN EURO,.
Tienes 300.000 euros? Porque en ocho meses puedo hacerte ganar el triple. Éste sería el slogan, pero conviene seguir leyendo la letra ...
ienes 300.000 euros? Porque en ocho meses puedo hacerte
ganar el triple'. Éste sería el slogan, pero conviene seguir leyendo la
letra pequeña: 'Tiene riesgos. Nadie se hace rico de la noche a la
mañana'. Francisca Serrano lleva ocho años en el intento y aunque le ha
dado para caprichos caros -«cuando gané mis primeros 20.000 euros me
compré un reloj»- anda por los 1.500 euros al mes. Claro que trabaja
solo dos horas al día, de tres y media a cinco y media, coincidiendo con
la apertura de la Bolsa estadounidense.
Francisca, malagueña de nacimiento y granadina de adopción,
es 'trader', lo que en castellano vendría a ser 'jornalero bursátil',
una «profesión» a la que se dedican unas 35.000 personas en España.
«Solo 110 consiguen beneficios consistentes y ganan dinero todos los
años. Paqui es una de ellas. El 80% son hombres», calcula Jorge del
Canto, gestor de fondos y profesor de ESIC. También es el prologuista de
'Escuela de bolsa. Manual de trading', un libro que firma Francisca y
en el que explica, ayudándose de dibujitos de elefantes, erizos y ranas
tomando el sol en una hamaca, su doméstico método para ganar en Bolsa.
- ¿Cuánto?
- Depende de la inversión. Pero operando con un capital de
20.000 euros, ganar 250 euros en un día está muy bien -cifra Del Canto-.
Desde casa, con un click. Francisca ha montado la oficina
en una alegre habitación pintada de bermellón -«fresita oscuro»- y
tapizada con libros sobre Bolsa y un mapamundi que va recorriendo poco a
poco -«el último viaje fue a Zimbabue, recomiendo a la gente que vaya
que lleve medicinas y bolígrafos para los niños»-. No llega a 15 metros
cuadrados y preside una mesa enorme de Ikea de cristal ahumado con un
ordenador sencillo -«me costó 800 ó 900 euros»- y una pantalla de 42
pulgadas donde sigue el trajín de los mercados financieros.
Opera sobre índices americanos y sobre el tipo de cambio
euro-dólar. Y se saca un goloso sobresueldo con el que completa su
jornal como funcionaria de la Junta de Andalucía. «Saqué las
oposiciones, aunque trabajo el mínimo de tiempo permitido, tres horas y
media. Lo hago para alejarme del ordenador. Hay que tener muchísima
fuerza de voluntad para apagar la pantalla, es como si un ludópata
tuviera un casino en casa», explica.
225 dólares en media hora
El 'modus operandi' de Francisca es «el de la hormiga». «Yo
no pienso en cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesta a perder.
Me he puesto un límite de entre 50 y 150 euros. Cuando voy perdiendo
eso, me voy». Siete de cada diez días acaba con ganancias -el miércoles
se llevó 225 dólares en media hora, 172 euros- y los otros tres cierra
en negativo -el martes perdió 80, o sea, 61 euros-.
Ha llegado a ganar muchísimo dinero más en una jornada,
pero aunque termina en miles, no revela la cifra por prudencia. «Te
crees la reina del mambo, pero hay que controlarlo y tener humildad para
retirarte. Al principio no me puse límite de pérdidas. Pones 1.000
euros y pierdes 100 y dices: 'Sigo para recuperarlo', que es lo mismo
que dice un ludópata. Pero llega un momento en que no puedes
recuperarlo. El secreto es cortar las pérdidas».
Todo esto lo cuenta Francisca aprovechando 'la hora de la
hamburguesa', las siete de la tarde en España, la hora en la que los
tiburones financieros de Nueva York están almorzando. Cuando acaba la
entrevista Francisca se pone con la cena. «Nos turnamos mi marido y yo,
pero hoy me toca a mí». Él se hizo 'trader' siguiéndola a ella. «Hace
siete años leí un reportaje que me impactó. Hablaba de gente normal que
operaba en Bolsa y había una ama de casa que empezó por afición,
invirtiendo en acciones de Inditex, y acabó ganando más dinero que su
marido, que trabajaba de sol a sol. Ese reportaje me cambió la vida. Me
compré y me empollé los diez libros sobre Bolsa que venían recomendados
en el artículo y durante dos años me formé con los mejores especialistas
de España, Estados Unidos, República Dominicana, Colombia... A mi
marido al principio le pareció un disparate. Hoy gana más que yo al mes,
pero también arriesga más».
Francisca empezó con un capital de 10.000 euros. «Tiene que
ser un dinero que no necesites para la hipoteca, ni para la luz, ni
para el agua, ni para el colegio de los niños». Porque se puede esfumar
en un pis pas. «El día que más dinero perdí (y también fueron miles de
euros) no pude apenas dormir. Luego estuve una semana sin operar en
Bolsa, repasando el error».
- ¿Por qué comparte lo que tanto le costó aprender en un libro?
- Con 28 años tuve un cáncer. Vivo de prestado y tengo un
niño de 8 años que quiero que pueda aprender lo que hago yo, aunque de
momento lo que más le gusta es el baloncesto. Que estudie lo que quiera,
a ganar dinero ya le enseñaré yo.
C
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