¿Vendemos arte para pagar la deuda?
La
idea de vender el patrimonio artístico de un país provoca rechazo por
varios motivos. Como señaló el, por entonces, primer ministro ...
La idea de vender el patrimonio artístico de un país
provoca rechazo por varios motivos. Como señaló el, por entonces, primer
ministro Papandreu en 2011, cuando medios internacionales insinuaron
que Grecia podría verse abocada a vender algunas islas deshabitadas y
«uno o dos monumentos», es una medida drástica que solo podría adoptarse
una vez. No es una fuente de ingresos constante.
Además, sin una revisión previa del sistema y su
eficiencia, una inyección de capital, venga de donde venga, solo sería
una solución transitoria. Pero el principal motivo de rechazo tiene que
ver más con valores intangibles que con razones prácticas. Aparte de
cuestiones identitarias, el patrimonio cultural no pertenece del todo a
los habitantes actuales de cada lugar. Ha sido creado y acumulado por
generaciones anteriores y pertenece también a las futuras. A nadie le
gusta ser quien permite que la antorcha se apague, el corredor incapaz
de dar el relevo.
Desde otra perspectiva, ver en peligro el acceso de los
ciudadanos a la formación o la sanidad en países repletos de bienes de
gran valor pasivo puede sonar a hidalguía fuera de lugar. A efectos
educativos y culturales, hay quien piensa que sería lo mismo exhibir
reproducciones exactas de las piezas. El 'David' de Miguel Ángel
expuesto en la plaza de Florencia no es original y la mayoría de
visitantes abandonan la ciudad satisfechos, sin sentir la necesidad de
acercarse a la Galería de la Academia, donde se muestra el auténtico. En
caso de venta, la diferencia entre original y copia podría reducirse a
la pérdida de un valor simbólico, un aura, que, además, nunca se pierde
del todo, igual que los artistas conservan la titularidad y el prestigio
de sus obras aunque no las tengan en propiedad.
Otra vida
La polémica presenta muchos ángulos pero no es nueva. En
1925 el magnate William Randolph Hearst tuvo el capricho de comprar
parte del monasterio de san Bernardo de Claraval, un conjunto segoviano
del siglo XII en manos privadas desde la desamortización de Mendizábal.
El precio acordado se desconoce pero de forma oficiosa circula una cifra
en torno a los 500.000 dólares de la época. Una vez cerrado el trato,
la sala capitular, el refectorio y el claustro fueron desmontados piedra
a piedra y embalados en 11.000 arcones.
Finalizada la travesía, en Nueva York las autoridades
locales pusieron el envío en cuarentena y, por motivos sanitarios,
dieron orden de quemar la paja que protegía las piedras. Al cerrar los
embalajes de nuevo se produjeron algunos errores en la correlación de
piezas. Para entonces, los problemas económicos de Hearst habían dado al
traste con sus intenciones. Se acercaba la Gran Depresión y las 35.000
piedras quedaron almacenadas en Brooklyn durante 26 años.
A la muerte de Hearst, en 1952, dos empresarios las
compraron con intención de ubicar el monasterio en Florida y
promocionarlo como atracción turística. Diecinueve meses más tarde se
finalizó la reconstrucción del rompecabezas en su emplazamiento actual.
Hoy es el tesoro de una iglesia episcopaliana no muy grande. Está
rodeado de jardines, donde se han diseminado algunos de los sillares
sobrantes, y en su interior se celebran bodas y banquetes. Muchas
parejas deciden casarse cada año en el «monasterio español», uno de los
edificios más antiguos del continente americano.
El periplo de san Bernardo de Claraval ilustra con luces y
sombras el posible destino del patrimonio cuando entra en el circuito
privado. El hallazgo en 2012 de un conjunto similar en una finca
particular de Palamós volvió a traerlo a la actualidad. El nuevo
claustro, del que se tuvo noticia a través de una revista de decoración,
podría ser una réplica del siglo XX pero las dudas iniciales dejan
abierto un interrogante ¿Es posible que desaparezca un monumento de esas
dimensiones sin que nadie lo eche en falta? Si algo así puede suceder
con elementos patrimoniales grandes no es extraño que casi cada año se
publiquen noticias sobre piezas pequeñas procedentes de expolio que se
intentan subastar de forma ilegal. El caso de los cascos celtibéricos es
el último.
Nada es seguro
Una posible vía para atajar ese tipo de delitos y conseguir
al menos que los fondos obtenidos se empleen en el bien común pasaría
por la venta controlada de piezas de titularidad pública. Poner en
práctica un plan así no sería sencillo. Para empezar, serían necesarios
estudios y catalogaciones específicas. Ya en el terreno de la
especulación, no es fácil saber cuál sería, llegado el caso, la
capacidad de un gobierno de generar fondos con la venta de arte.
Aunque pueda resultar sorprendente, ni las 'Majas', ni 'Las
Meninas' ni el resto de obras propiedad del Estado están aseguradas. Su
valor y el precio de lo que costaría su seguro es incalculable y solo
se aseguran en situaciones excepcionales o si van a ser trasladadas. Es
en esos casos cuando se estima el precio de tasación de la obra, aunque
casi nunca se calcula un seguro que contemple la pérdida total. Se suele
optar por una prima por los posibles daños durante el transporte:
pequeños golpes, cambios por el grado de humedad, rozaduras, etc.
La propia seguridad que necesitan contribuye a que las
referencias para orientarse sobre el valor de esta categoría de obras
maestras sean escasas. Las que hay suelen referirse a obras agrupadas
para una exposición concreta. En 1995 la póliza para el 'Retrato de
Inocencio X' de Velázquez, trasladado desde la Galería Doria Pamphili de
Roma para la exposición en el Museo del Prado, se estimó en 14.000
millones de pesetas (84 millones de euros). No se contrató porque, en
estos casos, el Estado garantiza la obra durante el viaje y la
exposición.
Otros ejemplos son las garantías de 1.145 millones de euros
por 40 'picassos' para los museos Reina Sofía y El Prado en 2006, 2.052
millones de euros por 410 obras también de Picasso para El Prado en
2008 y 910 millones de euros por 76 'turners' para el mismo museo en
2010. En 2011 se acordó en Consejo de Ministros, el mecanismo habitual
para estas decisiones, garantizar con 229 millones de euros los 45
cuadros de Chardin para la exposición que se celebró en El Prado. Las 67
obras expuestas en 'Roma. Naturaleza e Ideal' se cubrieron con una
garantía de 156 millones y las 18 pinturas traídas para la exposición
'El joven Ribera', con 33 millones. La máxima valoración fue ese año
para la exposición 'Polonia, tesoros y colecciones artísticas', en el
Palacio Real de Madrid. Las 196 obras desplazadas para la ocasión, entre
ellas la 'Dama del armiño' de Leonardo da Vinci, se garantizaron por
valor de 337 millones de euros.
'La Gioconda' tampoco está asegurada. Pertenece a Francia y
es igualmente el Estado el que garantiza su seguridad. Para el viaje a
Estados Unidos de 1962-1963, se hizo una tasación de la pintura por
valor de 100 millones de dólares. Tampoco entonces se contrató la
póliza. Los gobiernos implicados acordaron invertir al máximo en la
seguridad del cuadro, custodiado día y noche por marines estadounidense
durante su estancia en aquel país. Una década después, en 1974, el
cuadro viajó a Japón, donde fijó un récord de visitantes todavía sin
batir. Fue su último desplazamiento hasta la fecha y, quizá porque
durante su exhibición una persona arrojó pintura sobre el cristal
protector, la nueva caja con triple protección antibalas, en la que se
exhibe desde entonces, es un regalo del Gobierno japonés.
Sobre la valoración de la pintura para ese último viaje no
hay datos oficiales. La referencia sigue siendo la centena de millones
de dólares estimada en 1962. Aplicado el índice de inflación a esa
cantidad, su valor hoy se ha calculado en unos 720 millones de dólares.
Una cifra estimable si se tiene en cuenta que el récord por
ahora está en los 250 millones pagados en 2011 por un 'cézanne'. Pero
ese precio tampoco sería correcto, la representatividad del lienzo y su
repercusión pública lo situaría con facilidad por encima de los 1.000
millones. Al fin y al cabo, quienquiera que la comprase probablemente
pasaría a ser conocido como 'el dueño de la Gioconda'.
Cálculos épicos
Calcular que con la venta de unas 28 'giocondas' se pagaría
el rescate a Bankia o que la deuda bancaria de Chipre quedaría saldada a
cambio de 12 pinturas de esa categoría parece poco menos que una
blasfemia. Una profanación artística que las casas de subastas y sus
tasadores se ven obligados a poner en práctica a diario. Sus
valoraciones sirven de guía para saber cuánto podría alcanzar el
patrimonio cultural; sin embargo, los mejores precios no se obtienen en
las subastas oficiales, sino en las ventas privadas. De los casi 29
millones de euros obtenidos por 'La esclusa', el cuadro de Constable
vendido a través de Christie's en 2011, un porcentaje por encima del 2%
es para el subastador. Una buena razón para que, entre las diez pinturas
más caras vendidas en la historia, solo cuatro hayan cambiado de
propietario mediante subasta pública.
La sorprendente asimetría en la valoración de piezas
antiguas, modernas y contemporáneas sería otro factor a tener en cuenta.
En el mercado actual de pintura se da la paradoja de tasar
relativamente cerca una serigrafía de Warhol con una 'Venus' de
Botticelli en clave pop y una pintura auténtica de Boticelli. Como
motivo, los expertos señalan que las piezas realmente importantes de los
maestros antiguos están en museos o colecciones consolidadas y rara vez
salen a la venta. Las que salen suelen ser obras consideradas menores
o, aún peor, atribuciones y pinturas de taller que no gozan de garantías
plenas.
La procedencia de un cuadro, su 'trayectoria', también
puede marcar una diferencia sustancial. Los catálogos de las casas de
subastas están a menudo adornados de épica no solo sobre el autor, su
época y las circunstancias en las que pintó, sino sobre la importancia
de sus poseedores anteriores y el aprecio que sienten por la obra. Nunca
se mencionará que el cuadro procede de una subasta anterior fallida,
que forma parte de un lote que el dueño quiere perder de vista tras un
divorcio o de un fondo especulativo cuyos titulares quizá ni siquiera lo
han visto en persona.
En 2007 salió a subasta en Sotheby's 'White center', una
pintura de Rothko de 1950. La estimación inicial de 40 millones de
dólares quedó pulverizada cuando el precio final alcanzó casi los 73
millones. El salto no fue a causa de un error de los tasadores. La razón
está en que se trataba del 'Rockefeller Rothko', llamado así por haber
presidido el despacho del patriarca David Rockefeller desde 1960.
Conocer ese dato convirtió al cuadro en irresistible para los nuevos
dueños, la familia real de Catar.
Orientados
Hasta ahora, al decir Le Louvre no había que dar más
explicaciones. Dentro de poco, eso podría cambiar. En el mundo del arte
hay una corriente relacionada con la construcción de marca que fluye a
varios niveles y en 2007 los responsables del museo francés por
antonomasia optaron por unirse a la tendencia. Abu Dabi pagará 400
millones de euros por el derecho a usar el nombre Louvre durante treinta
años. Es parte de un polémico acuerdo de intercambio cultural entre los
dos gobiernos que incluye el préstamo de obras de la colección pública
francesa -Musee d'Orsay y Pompidou incluidos-, la implantación de su
modelo de gestión y la construcción de un museo firmado por Jean Nouvel,
«una isla dentro de una isla; bajo la enorme cúpula flotante, el Louvre
Abu Dabi es un mundo nuevo».
Salvadas algunas dificultades iniciales, en enero de 2012
se confirmó la continuidad del proyecto y la fecha de inauguración
prevista para 2015. El Louvre Abu Dabi contempla también la creación de
una colección propia que ya ha dado sus primeros pasos. En la
presentación pública mostró la originalidad de su concepto museístico.
En lugar de agrupar las obras por procedencia cultural, explorará las
conexiones entre civilizaciones dispares y culturas del mundo. «Eso
convertirá al museo en verdaderamente universal, trascendiendo geografía
y nacionalidad».
TÍTULO: El día que nació la ‘Santiaguina’,.
De golpe, la puerta del vestuario del Prater de Viena se abrió con
estrépito. En el umbral apareció la imponente figura de Santiago
Bernabéu. Los jugadores del Madrid, abatidos por la tunda del primer
tiempo, le miraron atemorizados.
Eran los octavos de la II Copa de Europa. El Madrid participaba en ella como campeón de la primera. El campeón de Liga había sido el Athletic de Bilbao, que eliminaría al Honved para después caer ante el Manchester, tras aquel famoso partido de la nieve. Eran los octavos de final, decía, pero era la primera eliminatoria para el Madrid que, como campeón, fue exento de los dieciseisavos. El rival, el Rapid de Viena, un equipo sólido con dos jugadores, el central Happel y el medio Hannapi, de fama mundial. Pura escuela del Danubio, donde entonces se cocía lo mejor del fútbol europeo. Happel pasaba entonces por ser el jugador con mejor pegada a balón parado del mundo. El partido de ida, en Chamartín, lo había ganado 4-2 el Madrid, en una gran tarde, de modo que viajó en cierto modo optimista a Viena.
Se juega en el Prater, a poca distancia de la noria que hizo célebre Orson Welles en El Tercer Hombre. Es el 14 de noviembre de 1956 y hace mucho frío. El Madrid se entrena la noche anterior con luz artificial, que le es extraña. Entonces, ningún campo español tiene luz artificial, aunque ya hay proyecto para iluminar el Bernabéu, cosa que se hará esa primavera. Pero para entonces el Madrid no está habituado ella. Ha jugado así la final del Parque de los Príncipes del año anterior, los partidos de Caracas en la Pequeña Copa del Mundo, algún amistoso… El Madrid ha viajado con tres bajas sensibles: Rial, que está pasando una grave y larga lesión; Santisteban, el flamante pero frágil medio que ha arrinconado a Muñoz, y Marquitos, con una lesión que los médicos no encuentran y que la afición recela si no tendrá que ver con su demanda de mejora económica. En definitiva, al Prater saltan: Alonso; Atienza, Oliva, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Kopa, Di Stéfano, Marsal y Gento.
El partido empieza con un Rapid volcado y agresivo. En el minuto cuatro se produce una escena espantosa: un plantillazo a la altura de la rodilla del delantero centro, Dienst, le abre una herida tremenda al central Oliva. Sangra una barbaridad, el hueso queda a la vista. Le tienen que retirar. Él pide que le venden y salir, pero es implanteable. Le llevan a un hospital con cornada de pronóstico reservado. El Madrid tendrá que jugar con 10. Lesmes pasa a central, Zárraga se coloca de lateral izquierdo, Joseíto baja a la media, con Di Sféfano y Muñoz.
Inmediatamente, en el minuto cinco, Happel coloca un tremendo tiro libre desde 40 metros: 1-0. El Rapid empotra al Madrid: un tiro al larguero, una parada de Alonso, dos paradas de Alonso, tres paradas de Alonso… En una de esas, se arroja a pies de Dienst y sale con la mano muy dolorida. En realidad, con el metacarpiano fracturado. Pero entonces no se permitían los cambios; en Copa de Europa, ni el del portero por lesión. Tendrá que jugar a una mano. El Madrid es un temblor en su área: otro tiro al larguero, un balón que saca Lesmes de cabeza en la raya, otro Joseíto, Alonso parando o despejando a una mano… Milagrosamente, en el minuto 35 aún no ha habido más goles. Es entonces cuando Joseíto corta un balón con la mano, pensando, equivocado, que tras él no estaba Alonso, que sí estaba. Penalti. Happel lanza violentamente, por el centro, un tiro de esos que si alcanzan al portero lo revientan. 2-0. Cinco minutos después, golpe franco contra el Madrid, a unos 10 metros del área. Otra vez el terrible cañonazo de Happel, que toca en la cabeza de Muñoz y se cuela. 3-0.
El meta madridista Alonso despeja con la mano izquierda, tras lesionarse la derecha, ante el Rapid. / AS
El Madrid se retira al vestuario eliminado y amilanado. Ahí se enteran de que Oliva ha sido trasladado al hospital, lo que no levanta el ánimo. Son 10, nueve y medio, ateridos de frío, eliminados, acobardados, barridos. De golpe se abrió la puerta del vestuario y apareció la figura imponente de Bernabéu. Y empezó a gritar, mientras daba golpes en la puerta con su sombrero, sostenido por la mano izquierda a la altura de la cadera. Sus palabras atronaban en la pequeña sala:
—¡Mujerzuelas! ¿Qué hacen ustedes ahí, lloriqueando? ¡Me da vergüenza verles, pero más vergüenza me ha dado verles ahí fuera! ¿Saben cuántos trabajadores españoles hay ahí, saben que algunos han venido de lejos, saben que mañana se van a burlar de ellos, saben los sacrificios que hace esa gente para mandar a España las divisas? ¡Son ustedes indignos de todo eso! ¡Mujerzuelas!—
Zárraga, capitán, se ve obligado a tomar la palabra por todos:
—Don Santiago… No creo que sea justo… Estamos haciendo lo que podemos…—
—¡Tú cállate, que esto no va por ti!—
Y reemprendió la filípica en los mismos términos:
—¡Y si les queda algo de vergüenza, salgan ahí y compórtense como hombres!—
Y se fue, pegando un portazo que casi descuadra la puerta.
Hablan. Se reorganizan. Y el Madrid sale de otra forma. Joseíto se coloca de lateral izquierdo, Zárraga vuelve a la media, donde se hace cargo del interior Riegler, que les estaba volviendo locos. Di Stéfano, aturdido todo el primer tiempo, toma el control del partido. Al tiempo, el Rapid, respaldado en su 3-0, se toma las cosas con más calma. El partido es equilibrado. En el minuto 60, un centro de Kopa al área es disputado de cabeza por Marsal y Happel, el balón sale rebotado hacia arriba y Di Stéfano llega embalado, grita a Marsal ¡apartaaaa!, gira, salta y empalma una chilena impecable. 3-1.
El Rapid trata de rehacer la tormenta, pero ya no es lo mismo. El Madrid está más organizado y ha recobrado el valor. Di Stéfano, dueño de la situación, sabe enfriar el partido, combinando con un Kopa reactivado. Aún así, hay otros tres golpes francos de Happel que ponen los pelos de punta. Pero todo queda en el 3-1. No hay valor preferente de los goles fuera, así que habrá un desempate.
Al final del partido aparece otra vez Bernabéu en la caseta:
—Retiro todo lo que dije antes. Son ustedes unos tíos—.
El desempate fue en Madrid por otra maniobra hábil de Bernabéu, ejecutada por Saporta. El Madrid propuso París o Ginebra; el Rapid, Bruselas o Ámsterdam. Durante siete horas no hubo acuerdo. Entonces el Madrid propuso que o en Viena o en Madrid. Pero que si era en Madrid ofrecía el 60 % de la taquilla al rival, descontados gastos de propaganda, billetaje y estancia. El Bernabéu tenía una capacidad muy superior al Prater y la oferta era tentadora. El Rapid aceptó. El desempate lo ganó el Madrid 2-0. Otro partido de aúpa.
La vida siguió. Alonso no pudo volver hasta el día de Reyes. Oliva, con 12 puntos de sutura en la rodilla, devolvió el puesto a Marquitos, que se curó de golpe. Y el Madrid ganó esa segunda Copa de Europa. Y luego la tercera, la cuarta y la quinta, en una serie todavía inigualada. Nunca más, en tan largo ciclo, estuvo tan cerca de la eliminación como aquella noche en Viena.
Aquel fue el día en que nació la Santiaguina.
Eran los octavos de la II Copa de Europa. El Madrid participaba en ella como campeón de la primera. El campeón de Liga había sido el Athletic de Bilbao, que eliminaría al Honved para después caer ante el Manchester, tras aquel famoso partido de la nieve. Eran los octavos de final, decía, pero era la primera eliminatoria para el Madrid que, como campeón, fue exento de los dieciseisavos. El rival, el Rapid de Viena, un equipo sólido con dos jugadores, el central Happel y el medio Hannapi, de fama mundial. Pura escuela del Danubio, donde entonces se cocía lo mejor del fútbol europeo. Happel pasaba entonces por ser el jugador con mejor pegada a balón parado del mundo. El partido de ida, en Chamartín, lo había ganado 4-2 el Madrid, en una gran tarde, de modo que viajó en cierto modo optimista a Viena.
Se juega en el Prater, a poca distancia de la noria que hizo célebre Orson Welles en El Tercer Hombre. Es el 14 de noviembre de 1956 y hace mucho frío. El Madrid se entrena la noche anterior con luz artificial, que le es extraña. Entonces, ningún campo español tiene luz artificial, aunque ya hay proyecto para iluminar el Bernabéu, cosa que se hará esa primavera. Pero para entonces el Madrid no está habituado ella. Ha jugado así la final del Parque de los Príncipes del año anterior, los partidos de Caracas en la Pequeña Copa del Mundo, algún amistoso… El Madrid ha viajado con tres bajas sensibles: Rial, que está pasando una grave y larga lesión; Santisteban, el flamante pero frágil medio que ha arrinconado a Muñoz, y Marquitos, con una lesión que los médicos no encuentran y que la afición recela si no tendrá que ver con su demanda de mejora económica. En definitiva, al Prater saltan: Alonso; Atienza, Oliva, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Kopa, Di Stéfano, Marsal y Gento.
El partido empieza con un Rapid volcado y agresivo. En el minuto cuatro se produce una escena espantosa: un plantillazo a la altura de la rodilla del delantero centro, Dienst, le abre una herida tremenda al central Oliva. Sangra una barbaridad, el hueso queda a la vista. Le tienen que retirar. Él pide que le venden y salir, pero es implanteable. Le llevan a un hospital con cornada de pronóstico reservado. El Madrid tendrá que jugar con 10. Lesmes pasa a central, Zárraga se coloca de lateral izquierdo, Joseíto baja a la media, con Di Sféfano y Muñoz.
Inmediatamente, en el minuto cinco, Happel coloca un tremendo tiro libre desde 40 metros: 1-0. El Rapid empotra al Madrid: un tiro al larguero, una parada de Alonso, dos paradas de Alonso, tres paradas de Alonso… En una de esas, se arroja a pies de Dienst y sale con la mano muy dolorida. En realidad, con el metacarpiano fracturado. Pero entonces no se permitían los cambios; en Copa de Europa, ni el del portero por lesión. Tendrá que jugar a una mano. El Madrid es un temblor en su área: otro tiro al larguero, un balón que saca Lesmes de cabeza en la raya, otro Joseíto, Alonso parando o despejando a una mano… Milagrosamente, en el minuto 35 aún no ha habido más goles. Es entonces cuando Joseíto corta un balón con la mano, pensando, equivocado, que tras él no estaba Alonso, que sí estaba. Penalti. Happel lanza violentamente, por el centro, un tiro de esos que si alcanzan al portero lo revientan. 2-0. Cinco minutos después, golpe franco contra el Madrid, a unos 10 metros del área. Otra vez el terrible cañonazo de Happel, que toca en la cabeza de Muñoz y se cuela. 3-0.
El meta madridista Alonso despeja con la mano izquierda, tras lesionarse la derecha, ante el Rapid. / AS
El Madrid se retira al vestuario eliminado y amilanado. Ahí se enteran de que Oliva ha sido trasladado al hospital, lo que no levanta el ánimo. Son 10, nueve y medio, ateridos de frío, eliminados, acobardados, barridos. De golpe se abrió la puerta del vestuario y apareció la figura imponente de Bernabéu. Y empezó a gritar, mientras daba golpes en la puerta con su sombrero, sostenido por la mano izquierda a la altura de la cadera. Sus palabras atronaban en la pequeña sala:
—¡Mujerzuelas! ¿Qué hacen ustedes ahí, lloriqueando? ¡Me da vergüenza verles, pero más vergüenza me ha dado verles ahí fuera! ¿Saben cuántos trabajadores españoles hay ahí, saben que algunos han venido de lejos, saben que mañana se van a burlar de ellos, saben los sacrificios que hace esa gente para mandar a España las divisas? ¡Son ustedes indignos de todo eso! ¡Mujerzuelas!—
Zárraga, capitán, se ve obligado a tomar la palabra por todos:
—Don Santiago… No creo que sea justo… Estamos haciendo lo que podemos…—
—¡Tú cállate, que esto no va por ti!—
Y reemprendió la filípica en los mismos términos:
—¡Y si les queda algo de vergüenza, salgan ahí y compórtense como hombres!—
Y se fue, pegando un portazo que casi descuadra la puerta.
Hablan. Se reorganizan. Y el Madrid sale de otra forma. Joseíto se coloca de lateral izquierdo, Zárraga vuelve a la media, donde se hace cargo del interior Riegler, que les estaba volviendo locos. Di Stéfano, aturdido todo el primer tiempo, toma el control del partido. Al tiempo, el Rapid, respaldado en su 3-0, se toma las cosas con más calma. El partido es equilibrado. En el minuto 60, un centro de Kopa al área es disputado de cabeza por Marsal y Happel, el balón sale rebotado hacia arriba y Di Stéfano llega embalado, grita a Marsal ¡apartaaaa!, gira, salta y empalma una chilena impecable. 3-1.
El Rapid trata de rehacer la tormenta, pero ya no es lo mismo. El Madrid está más organizado y ha recobrado el valor. Di Stéfano, dueño de la situación, sabe enfriar el partido, combinando con un Kopa reactivado. Aún así, hay otros tres golpes francos de Happel que ponen los pelos de punta. Pero todo queda en el 3-1. No hay valor preferente de los goles fuera, así que habrá un desempate.
Al final del partido aparece otra vez Bernabéu en la caseta:
—Retiro todo lo que dije antes. Son ustedes unos tíos—.
El desempate fue en Madrid por otra maniobra hábil de Bernabéu, ejecutada por Saporta. El Madrid propuso París o Ginebra; el Rapid, Bruselas o Ámsterdam. Durante siete horas no hubo acuerdo. Entonces el Madrid propuso que o en Viena o en Madrid. Pero que si era en Madrid ofrecía el 60 % de la taquilla al rival, descontados gastos de propaganda, billetaje y estancia. El Bernabéu tenía una capacidad muy superior al Prater y la oferta era tentadora. El Rapid aceptó. El desempate lo ganó el Madrid 2-0. Otro partido de aúpa.
La vida siguió. Alonso no pudo volver hasta el día de Reyes. Oliva, con 12 puntos de sutura en la rodilla, devolvió el puesto a Marquitos, que se curó de golpe. Y el Madrid ganó esa segunda Copa de Europa. Y luego la tercera, la cuarta y la quinta, en una serie todavía inigualada. Nunca más, en tan largo ciclo, estuvo tan cerca de la eliminación como aquella noche en Viena.
Aquel fue el día en que nació la Santiaguina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario