Mia, una adolescente frustrada de quince años, huérfana de padre y cuya madre apenas se ocupa de ella, sufre un verdadero colapso cuando se entera de que su madre está saliendo con un chico. Pero lo que ya le resulta intolerable es que pretenda llevárselo a casa.
TÍTULO: LOS BAÑADORES DE LOS FAMOSOS SALTAN A LA PLAYA,.
Los bañadores de los famosos saltan a la playa
Después del largo invierno llega la hora de lucir tipazo. Este año la moda a pie de toalla ha saltado de la pasarela a la televisión con los ...
Después del largo invierno llega la hora de lucir tipazo.
Este año la moda a pie de toalla ha saltado de la pasarela a la
televisión con los concursos '¡Mira quién salta!' (Telecinco) y 'Splash!
(Antena 3). Y al contrario de lo que se esperaba, los triquinis de
Sonia Ferrer y Romina Belluscio han pasado desapercibidos. Para el
estilista de '¡Mira quién salta!', Óscar Guimarey, los bañadores de
Raquel Mosquera fueron un acierto. «Le sentaban de maravilla y es súper
femenina, parecía una de las tres Gracias de Rubens», piropea. Pero
quien dio el bombazo creativo fue su compañera Lydia Lozano. «Al bañador
le cosimos tules, pedredía... Era una mezcla de bañador y vestido, pero
todo era por dar espectáculo más que para tapar su cuerpo». ¡Hasta se
atrevió a pintarse el pelo de naranja!
Pero customizando trajes de baño nadie gana a Falete. «Los
lunares, los flecos, los volantes... todo era idea mía, pero el trabajo
ha sido de dos. La estilista nos proponía los bañadores y yo diseñaba
los arreglos», explica el artista. Eso sí, el albornoz rojo con lunares y
volantes con el que publicitó el programa fue cosa de Antena 3. «Fue
una sorpresa. Yo no había caído hasta ese momento, y me gustó tanto que
me lo regalaron», confiesa.
Y entre tanto chapuzón, el glamour lo puso Carmen Lomana,
que no está tan contenta con su foto de promoción. «Cuando terminó la
sesión me puse el abrigo y los zapatos para cambiarme de ropa. Nunca
creí que se publicaría esa foto que me horroriza», se sincera Lomana,
que en la gala llevó de casa un Jean-Paul Gaultier blanco. En la
competencia, el estilo lo marcó Mar Segura, que conquistó al público con
un trikini beige con mangas y tachuelas. «Han llamado muchas mujeres
preguntando dónde comprarlo», revelan desde la firma Juana Martín, y
«también se interesan por el triquini negro de braga alta» que lució la
ganadora, Verónica Hidalgo. Pero como en todo desfile que se precie, se
han visto piezas más espectaculares que prácticas para darse un buen
remojón.
TÍTULO: LA LEY DEL ORO,.
El
oro ha hecho siempre buenas migas con la incertidumbre y la zozobra. En
tiempos revueltos, el metal dorado no solo mantiene su precio ...
El oro ha hecho siempre buenas migas con la incertidumbre y
la zozobra. En tiempos revueltos, el metal dorado no solo mantiene su
precio sino que además suele incrementarlo. Es lo que se llama un valor
refugio, un bien tangible que permanece ajeno a los vaivenes de una
economía sumergida de lleno en un universo cada vez más gaseoso. Por eso
ha suscitado perplejidad la caída que sufrió hace un par de semanas,
cuando el precio de la onza se desplomó un 9% en el mayor descenso de
las tres últimas décadas en una sola jornada.
El derrumbe, para unos una corrección y para otros una
operación especulativa de dimensiones colosales (se pusieron en venta de
una tacada 500 toneladas, la quinta parte de la producción anual), ha
interrumpido la curva ascendente de la última década. El oro, que hacia
el año 2000 andaba por los 400 dólares la onza, llegó a valer hace un
par de años 1.923 dólares y ahora se sitúa en torno a los 1.400.
El precio se fija por onzas troy, una vieja medida para
metales preciosos que se usaba en la ciudad francesa de Troyes. Una onza
troy equivale a 31,103 gramos. El oro que se usa como inversión, el de
los lingotes, es el más puro, llamado también de 24 kilates. Como en ese
estado es demasiado blando, en joyería suele mezclarse con otros
metales para hacerlo más resistente. Surge así el oro alto o de 18
kilates, que tiene 18 partes de oro y 6 de otras aleaciones.
El valor del oro viene dado por su escasez. Se estima que
el total de las existencias mundiales es de unas 170.000 toneladas.
Puesto en lingotes, llenaría dos piscinas olímpicas o podría formar un
cubo de 21 metros por todos sus lados. No parece mucho para un metal que
a lo largo de la historia ha hecho tanto ruido. Todo ese oro traducido a
dólares arrojaría una de esas cifras que son difícilmente asimilables,
unos 8,6 billones, es decir, unas dos terceras partes del PIB de Estados
Unidos.
Parece mentira, pero hubo un tiempo en que el dinero que
había en el mundo guardaba una correspondencia con las reservas de oro.
Era lo que se conocía como el patrón oro. Durante muchos años un dólar
equivalía a la veinteava parte de una onza y si, por ejemplo, uno iba al
banco con veinte dólares, en la ventanilla se los cambiaban por una
onza de oro. «Ese equilibrio se truncó después de la Primera Guerra
Mundial y desde entonces vivimos un experimento financiero basado en la
confianza en los emisores de moneda», ilustra Marion Mueller,
vicepresidenta de la Asociación de Metales Preciosos y fundadora del
portal oroyfinanzas.com.
Mueller, una firme defensora del oro, recurre a un peculiar
ejemplo para ilustrar cómo mantiene el valor: «Con una onza de oro, que
era lo que se gastaba un patricio en Roma para vestirse, tenemos hoy en
día unos 1.400 dólares, dinero más que suficiente para comprarnos un
buen traje y unos zapatos». El dorado metal es de las pocas cosas que
son capaces de resistir al paso del tiempo.
Manhattan y Fort Knox
Cuatro quintas partes de las 170.000 toneladas que hay en
el mundo están en manos privadas, en su mayoría en forma de joyas.
Países como la India acumulan ingentes cantidades porque el intercambio
de objetos de oro forma parte de su cultura. Es difícil que alguien case
a su hija si no puede reunir una dote forjada en ese metal. Se estima
que en los hogares indios hay unas 20.000 toneladas de oro, más del
doble de lo que tiene el banco central de Estados Unidos.
Las reservas de los bancos centrales sumarían la quinta
parte del oro mundial, unas 31.500 toneladas. EE UU estaría a la cabeza
con 8.133 toneladas, aunque cada vez hay más dudas de que esa cifra sea
real porque no se realiza una auditoría desde hace medio siglo. Los dos
mayores depósitos de oro se localizan también en territorio
estadounidense: en la Reserva Federal de Nueva York, en un búnker de
acero situado en el corazón de Manhattan, se guardarían 6.718 toneladas,
y en Fort Knox, la inexpugnable base militar de Kentucky, se
depositarían 4.581. Buena parte del oro que hay en Manhattan no es de
Estados Unidos, sino de otros países como Alemania, Francia o Italia.
España guarda unas reservas de 281 toneladas después de que
se desprendiese de otras 133 en 2007. «Estamos lejos de la cultura de
invertir en oro que tienen países como Alemania, pero la demanda va a
más», observa Íñigo Arriaga, responsable de la empresa Dinoro, que
calcula que los españoles compramos al año oro por valor de unos mil
millones de euros. «Con la incertidumbre del rescate de Chipre los
pedidos se han disparado». La ley del oro, tan vieja como el mundo, se
cumple de forma inexorable.
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