El Día
Internacional de los Trabajadores ha sido el motivo elegido por Google para su
nuevo doodle este 1 de mayo. La compañía ha,.
El Día Internacional de los Trabajadores ha sido el motivo elegido por Google
para su nuevo doodle este 1 de mayo. La compañía ha sustituido una vez
más su icónico logotipo del buscador por una alteración que conmemora una
efeméride.En este caso, diferentes profesionales trabajan alrededor de sus letras: una mujer escribe a ordenador, un hombre riega un árbol, un pintor faena sobre la primera O, un helicóptero sobrevuela la segunda G y una mecánica utiliza su llave inglesa en la E.
Como siempre, si pulsamos en el doodle, Google nos ofrece los resultados relacionados con aquello que conmemora.
El Día Internacional de los Trabajadores es una festividad que se celebra a nivel mundial desde 1889, por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París.
El Día Internacional de los Trabajadores es un homenaje a los llamados Mártires de Chicago, unos sindicalistas y anarquistas que fueron condenados en Estados Unidos por su participación en las reinvindicaciones por la jornada laboral de ocho horas.
Estas movilizaciones comenzaron con una huelga el 1 de mayo y desembocaron en la Revuelta de Haymarket el 4 de mayo, cuando una bomba hizo explosión. Los Mártires de Chicago fueron condenados, en algunos casos a pena de muerte, por su supuesta participación.
Paradójicamente, en Estados Unidos no se celebra esta festividad, sino el Labor Day el primer lunes de septiembre. Por este motivo, el doodle conmemorativo del Día Internacional de los Trabajadores que luce hoy en numerosas páginas de inicio de Google, como es el caso de la de España, no se puede encontrar en el .com del buscador,.
TÍTULO: EL CONVOY DEL INFIERNO,.
«Un
exprimidor de mentes», «un suplicio físico», «un desafío táctico en terreno
enemigo». La madre de todos los repliegues militares ...
Un exprimidor de mentes», «un suplicio físico», «un desafío táctico en terreno
enemigo». La madre de todos los repliegues militares conocidos en tiempos de paz
está teniendo lugar en Afganistán. Las tropas españolas completaron la madrugada
de este martes el cuarto convoy con material entre las poblaciones de Qala-i-Nao
y Herat, al oeste del país. Diecisiete horas para recorrer 157 kilómetros por la
Ring Road, una carretera que rodea el país y que en la provincia de Badghis está
en obras. Una odisea que por fin puede ser narrada, ya que por primera vez
Defensa ha autorizado que un periodista viaje en el convoy.
Medio centenar de militares se agolpan en una sala minúscula del
mando de operaciones de la base de Qala-i-Nao, donde se encuentra el grueso de
la fuerza española en Afganistán, más de 1.100 efectivos. Es domingo a media
tarde y ya anochece. El capitán José Alberto Sánchez Romero, de 30 años, entra
en el habitáculo y sus subordinados se cuadran de inmediato. Lleva un puntero
rojo en una mano y en la otra una memoria electrónica que enchufa a un
proyector. Se llama 'Operación convoy Delta'.
El capitán madrileño, destinado en el Regimiento Príncipe número tres
de Asturias, detalla el croquis de la operación y las amenazas en ciernes.
También los puntos sensibles del trayecto y las contingencias mecánicas que
vayan a surgir -pinchazos, calentamiento del motor-, como si ya lo diera por
hecho.
«La inteligencia reporta que la amenaza es baja hasta el paso de
Sabzak, a 2.500 metros. Aparecen insurgentes conocidos dedicados al pillaje y
más adelante un grupo de diez que cobra un peaje ilegal y otro con capacidad
para colocar artefactos explosivos improvisados (IED). Si yo no lo ordeno que no
se abra fuego de vanguardia», advierte Romero a su equipo.
La columna la conforman medio centenar de vehículos. Treinta
blindados RG-31 y Lince, seis plataformas de carga que transportan contenedores
con armamento, herramientas, repuestos y equipos de transmisiones, y una unidad
de apoyo compuesta por dos 'Husky', especializados en la desactivación de IED,
una célula de estabilización médica y una grúa. Además, en primera línea va una
decena de blindados del Ejército estadounidense para dar protección.
El paso de Sabzak
La vanguardia sale a las seis de la mañana del lunes de la base de
Qala-i-Nao. Media hora después lo hace el grueso del contingente y pasadas las
7.15 horas más blindados y el resto de los camiones con los contenedores. En
paralelo, en un punto indeterminado de la región oeste, despegan dos
helicópteros estadounidenses. Se dirigen al paso de Sabzak, el punto más alto
del trayecto a 2.500 metros, donde una unidad de marines ocupa lugares
estratégicos. Controlan cualquier movimiento sorpresa de los insurgentes.
En la retaguardia marcha el blindado del sargento Gorka Aparicio, del
Regimiento Príncipe. Conduce la soldado Jessica Alejandra Zambrano y en el
puesto de tirador va Jon Edwin Perdomo. Es su segundo convoy a Herat y la pícara
sonrisa del sargento aventura el suplicio que está por venir. «Esto es
Afganistán, es lo que hay», recuerda Aparicio.
La carretera es de tierra y piedras y el paso de la columna deja una
estela de polvo que se distingue a leguas. Los vehículos van en segunda y no
pasan de los 10 kilómetros por hora. La lentitud hace que hasta las motos
iraníes de los afganos pasen como relámpagos. Los baches son una tortura. Cargan
la espalda y los riñones, ya de por sí encogidos por el chaleco antibalas, y
solo el casco impide que la cabeza siga intacta en el interior del RG-31. «Esto
es peor que la atracción del rompehuesos», se escucha en el interior.
A las 11.00 de la mañana, en plena subida al 'Tourmalet' de Sabzak,
flanqueados por desfiladeros que alcanzan los 100 metros de caída, surge la
primera incidencia. El motor de un Lince se calienta y tiene que ser remolcado
por el RG-31 del sargento Aparicio. El mismo que una hora y media más tarde, en
las rampas más tendidas, le salta el piloto de la transmisión. Comienzan los
problemas.
Entonces, la soldado Zambrano reduce la marcha a los 5 kilómetros por
hora y hasta las cabras de los pastores pastunes parecen adelantar a la columna.
Han pasado seis horas de la salida y se corona Sabzak, con los helicópteros de
guerra protegiendo el perímetro. Si todo va bien, en otras seis horas se
alcanzará la base de Herat. «Pero esto es Afganistán», repite el sargento
Aparicio como un mantra.
Toda una premonición. Una hora después de comenzar la bajada se
detiene un 'Husky'. Fallo en la transmisión. Una grúa lo carga y se emprende la
marcha, pero a menor ritmo. Pasan otras dos horas y llega el colofón final: una
plataforma de carga se para en medio de un poblado perdido en lo más inhóspito
de Afganistán. «La avería es gorda», comenta el teniente González. «Tiene que
venir una grúa de Herat y a lo mejor hay que pasar aquí la noche». Suspiros,
demasiada exposición para la insurgencia.
Sin embargo, la grúa aparece «como un ángel salvador» al buen rato,
con el sol ya cayendo. Cargan la plataforma y se continúa a Herat. La noche
entra y a lo lejos se distingue la ciudad conquistada por Alejandro Magno.
Parece una carretera interminable, pese a que los últimos 45 kilómetros son en
asfalto. El reloj marcaba las 00.30 de la noche cuando se abren las puertas de
la base. El convoy del infierno llega a su fin.
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