Son más
de 150 millones de personas en el mundo, pero ellos se consideran que
están en una de las múltiples zonas oscuras de la sociedad.
Son más de 150 millones de personas en el mundo, pero
ellos se consideran que están en una de las múltiples zonas oscuras de
la sociedad. Se sienten invisibles, ignorados por las autoridades y
muchas veces repudiados por sus compañeros y familiares. Son los
enfermos de hepatitis C (VHC), unos pacientes que en muchas ocasiones
ignoran que portan este virus porque no altera el curso normal de sus
vidas. «No nos ponemos amarillos», dice con cierta sorna Antonio Bernal,
presidente de la Federación Nacional de Enfermos y Trasplantados
Hepáticos (Fneth), recordando el color de los enfermos con la variante
A. Es una de las pocas cosas que dice con cierto humor, porque llevar
esta enfermedad, que se contagia de forma sanguínea, es un lastre para
muchos de ellos. Ocho de cada diez miembros de esta federación aseguran
que decir que uno padece esta dolencia en el trabajo supone «un
arrinconamiento» por parte de los compañeros. «Nos relacionan con
personas que han tomado drogas», dice Bernal, esta vez con resignación.
El desconocimiento sobre los pormenores de esta enfermedad
es «asombroso» en la sociedad. Por ejemplo, se desconoce que la gran
mayoría de los contagios se producen en el ámbito sanitario por un mal
uso de una jeringuilla o una transfusión de sangre en mal estado. «El 5%
de los casos se produce en los dentistas», revela el presidente de la
Fneth. Otro de los problemas de la enfermedad es su falta de síntomas
externos. Tiene algunos, pero son tan normales -dolor abdominal, fatiga,
fiebre, inapetencia, nauseas o vómitos- que se pueden aplicar a
cualquier otro tipo de dolencia. Solo un análisis de sangre puede
determinar la enfermedad.
Y ese es un problema para los propios médicos, ya que los
enfermos llegan a sus consultas con la enfermedad avanzada. «En España,
la hepatitis C es la principal causa de cirrosis, ya que han bajado
mucho los casos de alcoholemia, de cáncer de hígado y de los trasplantes
hepáticos», añade el doctor José Luis Calleja, del Servicio de
Gastroenterología y Hepatología del hospital universitario Puerta del
Hierro (Madrid). Ambos participaron en unas jornadas de 'The Economist'
en las que se analizaba el alcance de esta enfermedad en el mundo, donde
está adquiriendo tintes de pandemia debido a la falta de unos planes
integrales en todos los países para controlar la hepatitis C y saber más
datos de ella. En España, por ejemplo, se especula que hay entre
400.000 y 1,2 millones de enfermos. «Pero deberíamos saber cuántos son
porque la diferencia es abismal», añade el doctor Calleja.
Por esto, el especialista considera que es necesario
elaborar un plan integral coordinado con todas las comunidades y que
agrupe a todos los profesionales sanitarios, que permita aumentar el
diagnóstico de la enfermedad y mejorar el acceso a nuevos tratamientos.
Ahora, los enfermos se están encontrando con muchos problemas.
Curable
Tanto médicos como pacientes recuerdan que la hepatitis C
es totalmente curable y que una nueva combinación de fármacos, combinada
con el tratamiento habitual, puede duplicar las tasas de curación
actuales, pasando de un 40% a un 70% de los pacientes sanados. A pesar
de estar autorizada por el Ministerio y aprobada por las comunidades
autónomas, muchos médicos se resisten a recetarlo por el precio: el
combinado farmacéutico cuesta entre 27.000 y 30.000 euros. «Puede ser
caro, pero mucho más caro es un trasplante», comenta el doctor Callejo.
El precio medio de una operación de este tipo es de 150.000 euros, sin
contar con los cuidados posteriores. «De repente aparecen tratamientos
que hacen que un enfermo crónico se pueda curar y aunque uno quiere usar
estas terapias y para ello puede pedir más presupuesto, luego vienen
Montoro y los 17 'montoritos' de las comunidades autónomas y dicen que
no», explica por su parte Rafael Bengoa, exconsejero vasco de Sanidad y
asesor de la administración Obama.
Una de las formas de lograr ese dinero, según Bengoa, es a
través de unos impuestos direccionales: el dinero que ingresa el Estado
a través de los gravámenes al tabaco podría ir directamente a materia
sanitaria. Aparte del dinero y de la voluntad política, el doctor
Calleja también aboga por dar más formación a los profesionales de
Atención Primaria para saber abordar a estos pacientes y hacer, de
verdad, una lista integral sobre la enfermedad. «Estamos a la cola de
Europa en este sentido. En Francia tiene diagnosticado al 70% de los
enfermos. En España no creo que lleguemos a la mitad de los casos»,
explica el doctor Calleja. «¿Alguien dejaría sin tratar a los portadores
del VIH? Esa es la pregunta que se tienen que hacer con el VHC»,
concluye.
TÍTULO: FUGAS DE CEREBRO,.
El deterioro del cerebro comienza a los 40 años. Al
principio es como un goteo, casi imperceptible, pero antes de cumplir
los 50, el desgaste de las capacidades cognitivas «ya es global». Los
primeros síntomas aparecen con las primeras canas, cuando cada vez
comienzan a ser más frecuentes los despertares en que se tiene la
sensación de estar literalmente roto, que duelen hasta los pensamientos.
Cuando cuesta cada vez más encontrar la palabra exacta, se llama a la
esposa por el nombre de la hija y se hacen frecuentes los bloqueos
mentales, buscando respuesta a preguntas del tipo 'qué es lo que iba a
hacer yo'. Llegados a este punto, es el momento de someter las neuronas a
una inspección técnica. Los chequeos del cerebro son cada vez más
frecuentes y permiten afrontar con mayor seguridad las últimas etapas de
la vida.
Más de un tercio de la población sufre un deterioro
intelectual fuerte y no lo sabe. Su cabeza está prematuramente gastada
por los malos hábitos de vida que les han acompañado durante décadas.
Algunas de esas costumbres están tan arraigadas en la sociedad actual
que tienden a darse por buenas, cuando en realidad resultan altamente
dañinas para el buen funcionamiento del sistema nervioso central, según
explica el neuropsiquiatra Javier Aizpiri, del Instituto Médico Burmuin,
especializado en las neurociencias.
Cerebros machacados
La capacidad intelectual no sólo se ve dañada por el
consumo incontrolado de sustancias tóxicas como cannabis y cocaína. Un
sueño inadecuado, la falta de ejercicio y una alimentación insana
contribuyen a la pérdida paulatina de conexiones neuronales y, en
consecuencia, a un envejecimiento cerebral prematuro. «Los pacientes no
acuden a nosotros a que les miremos el cerebro. Eso no ocurre porque el
cerebro no duele», explica el especialista vasco. «Vienen preocupados
cuando son conscientes de que las pérdidas de memoria son ya importantes
o cuando el deterioro de sus capacidades cognitivas se traduce en
problemas matrimoniales, depresión, ansiedad o estrés».
La sociedad actual «machaca» su cerebro. Lo somete desde
muy joven a todo tipo de agresiones, sin ser «mínimamente consciente» de
que es el órgano del que dependerá su éxito profesional, el bienestar
de su familia y también, en buena medida, la salud de su vejez. Siete de
cada diez adolescentes le pegan al botellón y el 30% de ellos no sólo
mantiene una mala dieta, sino que, además -lo dicen las estadísticas-,
consume cannabis y alcohol de manera habitual y combinada. «Destrozan su
inteligencia. El sistema nervioso central está compuesto básicamente
por células -las neuronas- y si se pierden no hay más. Es posible
recuperar conexiones y mejorar en parte la actividad intelectual, pero
la célula muerta, muerta está», se lamenta el especialista.
La neuronas, según el neuropsiquiatra, necesitan para su
buen funcionamiento «respirar, nutrirse, reposar y no intoxicarse». El
movimiento favorece la oxigenación de las células. «Cuanto más camines y
mejor respires, mejor se oxigena el cerebro». La alimentación debe
ajustarse a las necesidades de cada uno, pero por regla general, a los
parámetros de la dieta mediterránea. «Hay que desayunar mucho y cenar
poco. Necesitamos hidratos de carbono, proteínas de calidad y
fosfolípidos, es decir grasas del tipo Omega 3».
La tercera regla de oro para el buen cuidado del cerebro es
el reposo. «Todos los seres vivos necesitan descansar, hasta las
lechugas y los caracoles. La mente consume nada menos que el 40% de la
energía que ingerimos. Es necesario que el sistema metabólico se recicle
cada día para volver a empezar. Si te quedas todas las noches hasta las
dos o las tres de la mañana viendo la tele, no lo dudes: estás dañando
seriamente tu cerebro», advierte el experto. Lo mismo que si se consumen
sustancias tóxicas.
El momento de analizar el estado del cerebro es entre los
40 y los 55 años. A esa edad aún es posible estimularlo mediante la
introducción de cambios en la dieta y el estilo de vida, rehabilitación
psicológica y medicación, en caso de que sea «estrictamente necesaria».
«Esa es un etapa de la vida crucial. Tienes hijos menores, has de
responder en tu trabajo al nivel que exige tu empleo y con toda
seguridad tomarás decisiones que influirán decisivamente en tu futuro».
Los expertos aseguran que un cambio de hábitos en la década
de los 40 bien permite ganar 15 o 20 años de calidad de vida. «Las
funciones cerebrales no se localizan en un único punto, sino que se
reparten por muchos sitios. Puedes tener deteriorada una zona, pero
podemos estimular otra que te ayude a recomponer la información
necesaria», detalla el psiquiatra. «Una campana no es sólo un
instrumento. Es un sonido, una textura, una forma. Si se te avería un
archivo, quizás tengas aún tres o cuatro que nos sirvan para reconstruir
tu idea de campana».
Longevos de ménte lúcida
El reto, según los especialistas, no es ya luchar contra la
pérdida de memoria que provocan enfermedades como el alzhéimer, sino
evitar el mayor daño posible en la capacidad de tomar decisiones, una
función que se localiza en la parte frontal del cerebro. «No podemos
permitirnos el lujo de ir perdiendo el cerebro por el camino, porque
vamos a una sociedad cada vez más envejecida. Los grandes dirigentes del
mundo son personas como Nelson Mandela, que han llegado a una edad
longeva con su capacidad intelectual plena», reflexiona Aizpiri.
Una evaluación neurocognitiva, que es algo que no cubre la
Sanidad pública, viene a costar entre 360 y 400 euros, además del precio
del tratamiento, en caso de que se necesite. «Cuesta menos que un
diente y bastante menos que lo que la gente se gasta en estética. Sus
beneficios, en cambio, no resultan comparables», defiende el
neuropsiquiatra. El examen incluye el chequeo del estado de la memoria,
el cálculo, el lenguaje, la orientación y la actividad intelectual,
entre otras funciones. «Somos un país que gastamos un potosí en un coche
para luego dejarlo en el garaje, pero nos cuesta invertir en salud. A
los 70 años -advierte-, no habrá marcha atrás. La suerte estará echada».
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