domingo, 26 de mayo de 2013

ENTREVISTA TERESA BERGANZA, CUANDO AMAS MUCHO, NO TE IMPORTA NO SER CORRESPONDIENTE,/ REVISTA XL SEMANAL PABLO IBAR EN EL CORREDOR DE LA MUERTE, NO PUEDES CONFIAR NI EN TU SOMBRA.,

Teresa Berganza con María CallasTITULO:  ENTREVISTA TERESA BERGANZA, CUANDO AMAS MUCHO, NO TE IMPORTA NO SER CORRESPONDIENTE,.

Teresa Berganza: "Cuando amas mucho, no te importa no ser CORRESPONDIENTE,.


 Teresa Berganza: "Cuando amas mucho, no te importa no ser ... En su casa de El Escorial (Madrid) nos concede su entrevista más personal.
 
Entrevista

Teresa Berganza: "Cuando amas mucho, no te importa no ser correspondida"

Es un año especial para Teresa Berganza. En este 2013, en el que cumple 80 años, París y el Teatro Real rinden sendos homenajes a la 'mezzosoprano'. Pero no son más que la punta del iceberg de la carrera de una mujer que durante medio siglo se ganó el aplauso en las óperas de medio mundo y los galardones del otro medio. En su casa de El Escorial (Madrid) nos concede su entrevista más personal.
Coincidiendo con su 80.º cumpleaños, París le ha rendido un caluroso homenaje en reconocimiento a su larga carrera operística, el Teatro Real lo hará también el próximo 21 de junio y la editorial Buchet/Chastel publica estos días su primera biografía, Un monde habité par le chant. Entre los últimos galardones que ha recibido, la Gran Cruz del Mérito Civil Alfonso X el Sabio, concedida por el Consejo de Ministros este mes de mayo.La Berganza se retiró del canto hace cinco años en Santander. Desde entonces vive apartada de los escenarios en un enorme piso herreriano alquilado a Patrimonio Nacional, en las que fueran las dependencias de la reina del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en el madrileño pueblo de la Cuenca del Guadarrama donde también tienen casas sus tres hijos. En este histórico enclave, Teresa Berganza nos recibe para concedernos la que, sin duda, es la entrevista más personal e íntima de cuantas ha realizado. Y es que en el transcurso de la misma hemos reído y llorado con ella.
XLSemanal. Cuenta que su madre era muy religiosa y muy monárquica y que su padre era «rojo como las amapolas», ateo y republicano, pero que se llevaban estupendamente.
Teresa Berganza. Eran la pareja más maravillosa que yo he conocido nunca. Se amaban profundamente. Nunca los oí discutir. Eran un matrimonio hasta la muerte.
XL. Una vez entró en el cuarto de sus padres sin llamar, cuando ellos tenían 80 años, y los vio haciendo el amor.
T.B. Sí, fue maravilloso; salí llorando de emoción porque vi que no vivían como hermanos y que mi padre seguía enamoradísimo de mi madre. Lo recuerdo acariciándole los brazos y diciéndonos: «¿Veis que brazos más bonitos?». Y mamá, más contenida, le pedía que no hablara así delante de los niños, que a lo mejor teníamos ya 50 años [se ríe].
XL. A los 15 años le dio un ataque místico, se escapó de casa y se metió en un convento en Alcalá de Henares.
T.B. [Ríe]. Siempre he sido muy mística. Me fui al convento para quedarme porque quería ser monja. Lo único que no me gustaba era levantarme a maitines, eso era horroroso. Al cabo de un tiempo, me mandaron un telegrama en el que me decían que, del disgusto, papá no podía respirar. Como yo a mi padre lo adoraba, fui a verlo y, a los pocos minutos de llegar a casa, se le pasó el asma. ¡Puro teatro! Pero comprendí que no podía darle un disgusto así y dejé el convento.
XL. ¡Clausura! Parece una mujer de extremos: o todo o nada.
T.B. Sí, cuando me meto en algo, me entrego. Además, yo me veía guapísima con el hábito. Se notaba ya la sangre del teatro que corría por mis venas [se ríe]. Mi padre me dijo que, cuando cumpliera 21 años, podía irme al convento si quería y que mamá y él se irían a vivir a una casita al lado para poder estar cerca. ¡Fíjate qué padre tenía yo!
XL. Él era contable...
T.B. Se ganaba la vida como contable, pero era músico. Era un hombre extraordinario. No sé si ha habido otro como él, yo creo que no. Papá había perdido a su padre muy joven y lo metieron interno en un colegio donde adquirió una cultura muy amplia y aprendió a tocar el piano. Luego, en el servicio militar, aprendió a tocar la trompa; después, el clarinete...
XL. También estuvo en la cárcel.
T.B. Sí, por ideología, nada más terminar la guerra; estuvo solo tres meses porque no tenían nada contra él.
XL. Usted tenía entonces seis años.
T.B. Pero recuerdo perfectamente que fuimos mi padre, mi madre y yo a una comisaría. Yo no sabía lo que pasaba pero vi que mi madre se abrazó a papá y que luego papá desapareció. Se lo llevaron directo a la cárcel.
XL. ¿Iban a verlo?
T.B. Sí, sí, pero la única que podía entrar dentro era yo porque, como era la pequeña, mi madre me metía en un torno que había, lo hacían girar y me colaban dentro como si fuera un paquete. Papá me abrazaba, me besaba y lloraba sin que yo entendiera por qué. Luego, me devolvía por el torno y yo les contaba a mamá y a mis hermanos que papá lloraba.
XL. Estudió música en el conservatorio de Madrid y, antes de entrar en Juventudes Musicales, trabajó en el cine.
T.B. [Se ríe]. Yo tenía que ganarme la vida como fuera. Me había metido en un coro y me debieron de ver mona y que cantaba bien porque me ofrecieron hacer una segunda voz con Juanito Valderrama. Luego trabajé con Carmen Sevilla, con Juanita Reina... La verdad es que me podía haber quedado en el cine o en el flamenco, porque me di cuenta entonces de que yo era una artista.
XL. Cuando empezó a cantar ópera, decidió irse de España «porque aquí no podía triunfar y quería regresar con gloria».
T.B. No sé si influyó que mi padre fuera de izquierdas, pero el hecho es que a mí no me invitaban a cantar aquí.
XL. Y se fue a París.
T.B. Fui solo para hacer una audición... y no volví hasta los 25 años. El público siempre me ha querido mucho en España, pero a los organizadores o no les gustaba o no me querían. Luego, con los años, la que no quería venir era yo.
XL. ¿Usted se sentía ideológicamente de izquierdas?
T.B. Sí, me sentía de izquierdas como mi padre, pero te voy a decir una cosa: casi todos los premios y las medallas que me han dado aquí me los han dado los de derechas. Yo no he ido a la Moncloa invitada a comer por ningún socialista, a mí me invitó Aznar; y la Medalla de las Artes me la dio Esperanza Aguirre, y hace un par de semanas Rajoy me ha dado la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
XL. Gerard Mortier está preparándole un homenaje en el Teatro Real. Un teatro en el que, por cierto, usted nunca ha cantado una ópera.
T.B. Cuando se reabrió, yo ya estaba retirada de la ópera; troppo tardi [sonríe]; pero sí di un recital con orquesta con el que acabé muy a disgusto porque no hubo ensayos. Siempre digo: ¿por qué habré cantado en el Real?
XL. Una curiosidad... Se han publicado cientos de entrevistas suyas y en ninguna habla de Montserrat Caballé.
T.B. Es que nunca me preguntan por ella. Deben de pensar que tenemos algún problema... y no es así. Para mí, Montserrat ha tenido la voz más importante de los últimos cien años.
XL. ¿Pero se hablan?
T.B. Sí. De hecho, una vez vino a verme a un recital en Nueva York. Nos hablamos y nos reímos. Lo que pasa es que no hemos tenido un contacto, quizá porque yo no estaba aquí.
XL. Con Maria Callas sí tuvo una estrecha relación.
T.B. Sííí [sonríe]. Me quería mucho y me llevaba con ella a todas partes: a fiestas y a cenas que organizaban en su honor. Me tenía como si fuera su hermana pequeña.
XL. ¿Cómo era?
T.B. Maria era una mujer extraordinaria, pero le hicieron mucho daño, padeció muchas envidias; la prensa la atacó muchísimo... Una vez, en una fiesta en Nueva York le preguntaron por la Tebaldi [la solían comparar con Renata Tebaldi] y ella contestó delante de mí: «Esto no hay que discutirlo ni hablarlo. Es como hablar de la Coca-Cola y del champán: yo soy el champán y la señora Tebaldi, la Coca-Cola». Entonces pensé: «Yo quiero ser como ella».
XL. Se casó con su pianista y el matrimonio duró 20 años. Pero cuenta que los últimos diez los pasó dudando sobre si se separaba o no. Hasta que interpretando la Carmen, de Bizet, a base de cantar «Liberté, liberté», tomó la decisión.
T.B. Carmen me ayudó mucho, sí. Yo, desde joven, me sentía una mujer libre, pero me casé con un hombre que era vasco y muy religioso, y casi no podía respirar. La religión me ataba y me reprimía muchísimo. Luego, él se volvió a casar (le gustaban mucho las mujeres), pero a mí me respetó.
XL. Era una mujer muy atractiva... ¿que no estaba hecha para el matrimonio?
T.B. Mira, yo no me he creído nunca ni muy guapa ni con buen tipo, pero Balenciaga siempre hablaba de mi mirada. Decía que tenía la sonrisa en los ojos y que con estos ojos no hacía falta que me pusiera joyas. Cuando era joven y estaba en una reunión con chicos, miraba a uno que me gustaba y ya era mío [sonríe].
XL. Se casó a los 23 años y fue madre de tres hijos...
T.B. ¡Eran otros tiempos! Antes eras muy niña con 23 años.
XL. Durante un tiempo hablaba con un amigo sacerdote que vivía en Alemania sobre la posibilidad de divorciarse... ¡y acabó casándose con él!
T.B. Era un amigo al que yo consultaba muchas cosas; venía a mis conciertos. La verdad es que no sé si me agarré a un clavo ardiendo o me enamoré. ¡Ha pasado tanto tiempo! El caso es que nunca dejó los hábitos y yo, sin saberlo, estuve casada con un hombre que seguía siendo cura.
XL. Y que, cuando se separaron, volvió a ejercer el sacerdocio.
T.B. De esto prefiero no hablar. Ya es troppo tardi [sonríe].
XL. Dejémoslo. Pero, dígame, ¿es difícil vivir con una diva?
T.B. ¡Mucho! Y lo he visto con muchas otras artistas. Tienen que ser hombres muy especiales que, además, quieran con locura a su mujer. Cuando es a ti a quien te buscan, te piden autógrafos... Entonces empiezan los problemas de celos.
XL. ¿Celos artísticos o de los otros?
T.B. Artísticos. ¡Ya me hubiera gustado que tuvieran celos de mí como mujer, por haberme ido con otro! [Se ríe].
XL. ¿Lo hizo?
T.B. Mmmm... [sonríe]. Bueno... Lo que siento es no haberme ido más, porque he tenido ocasiones de estar con personajes interesantísimos. ¡Qué tonta fui! Que si el respeto a mi marido, que si estoy casada... ¡Qué tonta! También, troppo tardi.
XL. ¿Por qué no se ve mal que el hombre mantenga a la mujer, pero sí al revés?
T.B. Se ve fatal y ellos lo llevan mal. Bueno, el caso es que, cuando se ven mantenidos, tienen de todo: viajan en primera y viven en hoteles de cinco estrellas, y están muy contentos, pero luego les pueden los celos.
XL. Usted ha dicho que sus dos maridos «se marcharon muy contentos... y forrados».
T.B. Sí, sí, forrados los dos. Como yo me tenía que ocupar de mis hijos y de mi voz, di mi firma tranquilamente.
XL. ¿Le hicieron tropelías con el poder que les dio?
T.B. No. Bueno... Mmmmm... Pues sí, la verdad es que sí. A alguno le fue muy bien. Dejémoslo ahí.
XL. ¿Viven su exmaridos?
T.B. Mi primer marido murió hace poco y yo he estado a su lado. Mis hijas son una maravilla y se ocuparon de su padre hasta el final. Yo pensé entonces que tenía que olvidar todo lo que había sufrido y que tenía que estar con él, por mis hijos. Iba a verlo, le cogía la mano y él me miraba de una forma... [la voz le tiembla]. Cuando murió, yo llegué a los cinco minutos. Al entrar, lo acaricié; su cuerpo estaba todavía caliente, le cogí la mano y lo besé. Y como dicen que lo último que se pierde es el oído, le estuve hablando un largo rato. Le dije: «Vete tranquilo que yo no te guardo ningún rencor. Yo te he querido y te seguimos queriendo todos. A lo mejor, algún día nos encontramos». El rencor solo nos hace daño a nosotros. Me dio tres hijos maravillosos. Yo he amado mucho y, cuando amas, no te importa no ser correspondida.
XL. Tiene fama de haber suspendido la función con cierta frecuencia.
T.B. Es que, si mi voz no estaba bien, iba al médico y le decía que no me diera cortisona, que yo cantaba solo si estaba perfecta. La gente se enfadaba y me escribía unas cartas tremendas, pero son gajes del oficio.
XL. Hace cinco años, dando un recital en Santander, se quedó sin voz en el escenario.
T.B. Justo antes de salir, operaban a mi nieta de apendicitis y mi hija me había dicho que la operación se estaba alargando un poco, pero que no preocupara porque todo iba bien. Entonces yo empecé a fantasear, a pensar que algo malo pasaba y, cuando estaba cantando, me quedé sin voz. La preocupación que sentí me cerró la garganta. Entonces pensé que era una señal para retirarme.
XL. ¿Ha ganado lo suficiente para vivir el resto de su vida?
T.B. Yo, sí. Mis hijos, no. Porque, aunque los he ayudado, me he separado dos veces y he sido yo quien ha pagado los divorcios. Estoy muy orgullosa de ellos porque han vivido muy bien, con bastante lujo, y cuando les ha tocado vivir con estrecheces lo han hecho los tres como fieras. Ellos viven de sus sueldos.
XL. ¿Por qué se ha venido a El Escorial?
T.B. Porque no quería más vida mundana. Recluida en esta enorme casa tengo la impresión de vivir en un convento del siglo XV. La alquilé hace 16 años y renuevo el contrato cada dos. No creo que ya me echen de aquí. Además, tengo bien pensada y organizada mi muerte.
XL. ¿Ha decidido cómo se va a morir?
T.B. Puedo decidirlo, sí; me puedo suicidar tranquilamente.
XL. ¡Hombre, no!
T.B. Si te quitas la vida bien, si no te apetece seguir... Siempre he sentido muy cerca la muerte y nunca le he tenido miedo. Dios es Padre Todopoderoso y lo comprende todo.
XL. Pero ¿por qué va a querer quitarse la vida... bien?
T.B. Porque a lo mejor no me interesa seguir viviendo en este mundo de ahora. Hay cosas que me rodean que no me gustan y me da mucha pena la juventud.
XL. ¿Está deprimida?
T.B. ¿Deprimida? No, no, para nada. He pensado esto hace mucho, no ahora. Cuando era joven, no sabía cómo podía hacerlo; ahora sé cómo me puedo suicidar.
XL. ¿Cómo?
T.B. Eso no lo puedo contar. Pero tengo un problema enorme, porque no quiero que me metan en una caja: quiero que me envuelvan desnuda en un sudario, en una sábana y que me lleven en una camilla o en un carro a incinerarme. No quiero cajas ni que me exhiban ni que me lleven a ningún sitio. Luego, mis cenizas las esparcirán en dos árboles que hay en el jardín de los frailes, que es un sitio muy bonito donde hay dalias y un ciprés maravilloso. ¡Y se ha acabado! Esto ya lo saben mis hijos. Los frailes ya me han dado permiso.
XL. Pues se lo van a quitar si les cuenta lo del suicidio.
T.B. Claro. Tengo que hacer o lo uno o lo otro [sonríe].
XL. Y ya que lo ha pensado todo, ¿cuál sería un buen epitafio?
T.B. ¡Amó!
Una diva, en privado
«No soporto el hilo musical. Es un horror. Siempre pido que lo quiten cuando lo oigo en un restaurante o en una sala de espera».
«Me encanta tomarme una copa de champán francés en el avión. Como en Iberia me ponían cava, me llevaba mi botellita en el bolso».
«Las sábanas que no son de hilo o de algodón son insoportables. Pican».
«No aguanto ni un rayo de luz mientras duermo. Cuando viajaba, siempre iba con tres trapos negros muy grandes que me había comprado mi madre y que clavaba con chinchetas para tapar las ventanas».
«Soy una mujer bastante humilde, pero me encanta jugar a ser diva. Por ejemplo, que en el aeropuerto de Nueva York me recoja un chófer negro con un Rolls Royce y me pongan una alfombra roja».
«Soy como Cenicienta. Cuando sales de la nada y te encuentras con todo esto... Pero me lo tomo de forma divertida».

TÍTULO:  REVISTA XL SEMANAL PABLO IBAR EN EL CORREDOR DE LA MUERTE, NO PUEDES CONFIAR NI EN TU SOMBRA.

 Pablo Ibar: "En el corredor de la muerte, no puedes confiar ni en tu propia sombra"

Pablo Ibar y su mujer TanyaEl 14 de julio de 1994, Pablo Ibar estaba sentado en el asiento del copiloto del ... del corredor de la muerte de la prisión estatal de Raiford (Florida) a XLSemanal. .... Esto es el corredor de la muerte, no puedes confiar ni en tu propia sombra. XL. ... Drogas, teléfonos móviles, revistas porno, comida... todo.
 
En portada

-foto--Pablo Ibar: "En el corredor de la muerte, no puedes confiar ni en tu propia sombra"

Lleva 19 años encerrado en el corredor de la muerte; 19 años declarando su inocencia. Ahora, por primera vez, tiene esperanza. Su supuesto cómplice en el triple asesinato del que se lo acusa acaba de ser absuelto tras invalidar las pruebas que lo habían condenado a la pena capital. Dentro de cinco meses, un juez de Florida decidirá sobre el caso de Pablo. O revisarlo o ejecución. No habrá otra oportunidad. 


El 14 de julio de 1994, Pablo Ibar estaba sentado en el asiento del copiloto del coche que conducía Álex Hernández, compañero de correrías juveniles. Pablo tenía 22 años y cruzaba Miami por la autopista 95 con el depósito a punto de vaciarse.
Su padre, Cándido, de Guipúzcoa, vivía en Connecticut, donde entrenaba a jóvenes jugadores de cesta punta. A su madre, María, nacida en Cuba, le acababan de diagnosticar un cáncer. Ninguno de los dos sabía entonces que Pablo trapicheaba con droga y mucho menos que él y Álex conducían rumbo a casa de unos traficantes colombianos a reclamarles una deuda. «Yo no era un santo, pero jamás he matado a nadie», repite hasta la saciedad Pablo. El depósito sucumbió a la lógica, y el coche se detuvo en plena autopista. Pablo tuvo que caminar rumbo a la gasolinera más cercana con un bidón en sus manos. Un policía lo paró por el camino y el español, como el coche no estaba en regla, le explicó que el combustible era para el cortacésped. Lamentablemente, el agente lo creyó. Y al hacerlo, al dejarle marchar, propició que Pablo y Álex llegaran a la casa de los colombianos, que discutieran con ellos, que alguien llamara a la Policía, los detuvieran y que, mientras Pablo estaba en el calabozo, un detective creyese que había detenido al tipo que aparecía en la imagen de un asalto. «Te tengo», le dijo olvidando el asunto de los colombianos. Y lo acusó de triple asesinato. Era el 14 de julio de 1994. Desde aquel día, Pablo jamás ha salido de prisión.
La detención de Pablo fue el pistoletazo de salida de una fatídica sucesión de calamidades. El crimen con el que se lo relacionó fue el asesinato de Casimir Sucharski, dueño de un club nocturno, y de dos bailarinas. Dos hombres entraron en la casa de Casimir a las 7:18 de la mañana del 27 del junio de 1994 y, tras propinarles una paliza, los ejecutaron. Una cámara instalada en el salón recogió el rostro de uno de los asesinos. La imagen es de una calidad pésima. Pero el detective Paul Manzella lo tuvo claro. Para él, tal y como testificaría en el juicio, el tipo de la imagen era Pablo.
Pablo fue acusado de un triple asesinato del que siempre se declaró inocente. Junto a él fue también acusado Seth Peñalver, compañero de trapicheos juveniles. La coartada enseguida apareció: a las 7:18 de la mañana de aquel 27 de junio de 1994 Pablo estaba durmiendo con Tanya. Lo recordaba ella, lo recordaba Pablo y, sobre todo, lo recordaba la prima de Tanya, que los pilló en la cama aquella mañana que los padres de Tanya habían salido de viaje. Lo recuerda también Alvin, la madre de Tanya, que llamó aquella noche y le contaron la travesura de su hija, por entonces de 16 años. Lo recordaban todos, pero el jurado no los creyó. Tampoco le importó al jurado que en la escena del crimen ni la sangre, ni el cabello ni las huellas encontradas fueran de Pablo. El único testigo, Gary Foy, vecino de Casimir Sucharski que aseguró ver a Pablo y a Seth abandonando la casa, tampoco parecía muy convencido. «No estoy seguro», llegó a decir.
Pero ni con esas. Kayo Morgan, el abogado de oficio que le fue asignado, fue la nota final en la maldita sinfonía que terminó con Pablo en el corredor de la muerte. Enganchado a los ansiolíticos, su estado durante el juicio fue tal que terminaría reconociendo en una carta posterior que no estuvo en condiciones de defender a Pablo. El resultado: tras seis años de aplazamientos, el 14 de junio de 2000 Pablo Ibar fue condenado a muerte por el Tribunal Supremo de Florida. «Se me acabó la vida», le susurró a su padre mientras la presidenta del jurado leía el veredicto.  Desde ese día, Pablo vive en una celda individual de dos por tres metros de la que solo puede salir al patio dos veces a la semana, dos horas cada vez. Pablo recibe en las entrañas del corredor de la muerte de la prisión estatal de Raiford (Florida) a XLSemanal. Viste mono naranja y lleva grilletes. Su vida está centrada ahora en que le repitan el juicio. «Yo no pido que me suelten porque sí dice, pido un juicio justo». El próximo mes de octubre presentará las alegaciones ante el juez. Si se lo deniegan, sus bazas legales para evitar su ejecución se habrán agotado.
XLSemanal. Esta vez va a poner sobre la mesa un hecho que debería hacer pensar al juez: han absuelto a Seth Peñalver su supuesto cómplice tras invalidar las pruebas que lo inculpaban y que, de paso, lo inculpan a usted.
Pablo Ibar. No lo entiendo. ¿Cómo puedo seguir aquí? Estoy contento por él, pero sigo encerrado 23 horas al día en una celda. Me tienen que dar un nuevo juicio.
XL. ¿Qué sintió al oír la noticia de que quedaba libre?
P.I. Alegría por él, porque nadie merece estar aquí, y menos un inocente, pero también celoso e impotente. Pasé los siguientes días sin poder dormir, pensando que su absolución puede afectarme a mí y a mi caso. No puedo entender cómo con las mismas pruebas una persona puede ser inocente y la otra, culpable.
XL. ¿Qué relación han tenido estos años en prisión?
P.I. No puedo decir que seamos los mejores amigos, pero sí amigos. Después de 18 años luchando juntos, viviendo esta tortura en la misma cárcel, nos hemos unido. Al entrar, él me dijo que era inocente. Yo le dije lo mismo. Nos hemos ayudado cuando hemos necesitado algo, como dinero para pagar la comida. La que te dan aquí es basura. No hay carne, leche o fruta, nada. Si quieres algo, debes pagarlo.
XL. Antes de seguir adelante, una pregunta para quien no conozca su historia: ¿quién es Pablo Ibar?
P.I. Alguien que está condenado a muerte por una foto borrosa, por parecerse a alguien que aparece en un vídeo de mala calidad. Alguien que soy yo, pero que podrías ser tú. No hay ninguna prueba física que me implique en los asesinatos. Ni pelos, ni ADN ni huellas dactilares... nada.
XL. Entonces, ¿cómo ha terminado condenado a muerte?
P.I. Por el abogado de oficio que me asignaron, Kayo Morgan. Para esta apelación hemos aportado su testimonio, donde ha testificado bajo juramento que realizó una defensa nefasta. Fue detenido por pegar a su mujer, no pidió un especialista facial cuando una foto borrosa era la principal prueba contra mí, estaba enganchado a varios medicamentos... Yo le pregunté dos veces si estaba capacitado para seguir adelante y las dos me dijo que sí. Pero yo lo veía pálido, con ojeras. Imagínate, un día salimos los dos esposados del juzgado, porque él había agredido a su mujer. Ese día pensé: «¿Cómo voy a ganar?».
XL. Morgan tuvo un fallo clave: no contrató a un experto facial para demostrar que usted no era el hombre del vídeo.
P.I. No lo hizo y eso es algo que nunca le perdonaré, porque mi madre, antes de morir, le dio todos sus ahorros para que lo hiciera. Se trata de un vídeo borroso. Puedo ser yo, pero también podéis ser cualquiera de vosotros. Un experto de la Universidad de Oxford ha declarado que hay cinco puntos de la cara del asesino y de mi cara que son absolutamente distintos; sobre todo, si te fijas en la barbilla y en las cejas. Se supone que hay otro vídeo, en el que aparecemos Seth y yo aquella noche en el club del asesinado. Así lo aseguraba el fiscal en el juicio, aunque nunca llegaron a mostrarlo. Pues bien, cuando lo recibimos nosotros, mientras preparábamos la apelación, nos lo encontramos borrado con restos de imán. Alguien lo ha borrado con un imán. Algo huele muy mal en este cuento.
XL. Hay un testigo, que no llegó a declarar, que aseguró que lo vio salir de la casa donde se cometieron los asesinatos y coger el coche de una de las víctimas.
P.I. Ese testigo se llama Gary Foy y, efectivamente, no llegó a declarar en el juicio. Le enseñaron las fotos de seis personas y yo era una de ellas. Él, en un primer momento, eligió a otro, pero el detective insistió y le dijo: «Sigue mirando». Entonces señaló mi fotografía, aunque decía: «No estoy seguro; se parece, pero no estoy seguro». Al día siguiente se hizo la rueda de reconocimiento y yo era el único de los que aparecían en las fotografías del día anterior que estaba presente. Además, dice que me vio durante cinco segundos a través de un cristal tintado.
XL. ¿Cree que le van a conceder el nuevo juicio?
P.I. No tienen otra salida, pero tengo miedo porque ya me lo han denegado dos veces, y pienso que pueden decir: «Uno salió, no podemos dejar libre al otro también». No tengo fe en la justicia norteamericana. Tengo un compañero en el corredor cuyo abogado se presentó borracho en el juicio. Tan borracho que el juez tuvo que suspender la vista. ¡Y todavía no le han dado un nuevo juicio! Si eso pasa en los tribunales estadounidenses, ¿qué podrán hacer con mi caso? Aunque uno tiene que pensar que los jueces son jueces, pero también humanos; no pueden dejar a una persona libre y ejecutar a otra cuando las dos tienen las mismas pruebas. Si me dan un nuevo juicio, ya está: tengo que ser libre. En Florida hay muchos inocentes encarcelados. Es el Estado donde más gente ha salido a la calle después de estar en el corredor de la muerte: 27 inocentes. Para mí, uno ya es demasiado. Y encima aceleran las ejecuciones.
XL. Siempre ha dicho que cuando lo detuvieron no era un santo, pero tampoco un asesino.
P.I. Yo me movía con malas compañías. Llegué a vender papelinas de droga e incluso llevaba pistola, pero siempre con licencia y nunca la utilicé. No era un santo, está claro, pero tampoco un asesino. Era joven y quería conseguir un dinero extra, nada más. También trabajaba y estudiaba. Quería llegar a ser un pelotari profesional como mi padre. En esos momentos, mi sueño era montar mi propio negocio y formar una familia. No era una mala persona. Y ahora siento como si aún fuera un veinteañero atrapado en el cuerpo de un hombre de 40, porque mi vida se paró en el año 1994.
XL. ¿Cómo cambia una persona tras 19 años de encierro?
P.I. No conozco el mundo que se abre tras estas rejas. No sé lo que es entrar en Internet, usar un teléfono móvil o conducir un coche nuevo. Mi concepción del mundo ha cambiado. Ahora entiendo que hay cosas que no importan: tener el mejor trabajo, el coche más nuevo, la casa más grande o toda la ropa del mundo. Cuando uno pierde todo, se da cuenta de que en la vida lo importante son los momentos que tú tienes con la gente que de verdad quieres.
XL. ¿Cómo se puede soportar estar aquí tantos años?
P.I. Me agarro a la esperanza. El saber que soy inocente me mantiene cuerdo. Otros presos, que se saben culpables, pierden la cabeza porque saben cuál será su final. Además, yo tengo mi familia, y eso es algo fundamental; los veo todos los sábados. Aquí hay gente a la que en años no ha venido a ver nadie, y están destrozados mentalmente.
XL. Además de peleas y lo que nos suele mostrar el cine, ¿qué ocurre en el corredor de la muerte que no sepamos?
P.I. [Silencio]. Yo he visto cosas aquí que no contaré jamás, he visto cómo los presos pierden la cabeza: el primer año puedes hablar con ellos, luego ves que tienen la mirada perdida, que deambulan por el patio. Aquí hay gente especialmente, los violadores de niños que no ha salido de la celda jamás porque la matan. ¿Sabes lo que es no haber salido de una celda en 15 años?
XL. ¿Qué se echa de menos después de tantos años encerrado y que, cuando eres libre, no aprecias?
P.I. [Silencio]. Yo lo que echo de menos es elegir hacer las cosas. Por ejemplo, abrir una puerta. Hace 19 años que no elijo abrir una puerta o mover una silla. Aquí dentro yo no elijo nada, no decido nada. Eso es la libertad. Y te das cuenta aquí dentro.
XL. ¿Cómo es la relación entre los presos?
P.I. Hay peleas, pero la mayoría llevan años y años de convivencia y se respetan. Eso sí, tienes que ganártelo a base de golpes. Si saben que te vas a pelear, no se meten contigo. Si no, estás perdido. Los cobardes lo pierden todo. Esto es el corredor de la muerte, no puedes confiar ni en tu propia sombra.
XL. ¿Y con los guardias? ¿Nunca hay problemas con ellos?
P.I. No me gusta hablar mucho de esto porque no quiero que mi mujer se preocupe. Conozco presos a quienes los guardias han sacado de la celda con la excusa de que tienen una llamada, pero los llevan a una habitación sin cámaras y los golpean brutalmente, hasta con sillas. Yo tengo buena relación con los guardias y nunca he tenido problemas, aunque el otro día me dijo uno: «El otro está fuera y tú, no: no haberte quitado la capucha». Eso es tremendo, te deja destrozado.
XL. ¿Cómo pasa los días en su celda?
P.I. Triste, solo, pensando en si la gente que quiero se acuerda de mí, en cómo es la vida fuera, en sentir los rayos del sol en la cara cuando eres libre, porque yo ya no me acuerdo... [Silencio]. Paso día tras día en esta celda horrible rodeado de los peores criminales, violadores y asesinos de este país. Gente que te escupe, te orina o te echa sus heces. En este edificio, donde estamos ahora, viven muchos locos, gente que no tiene trato humano con nadie. Eso debe de ser horrible, no me lo puedo ni imaginar.
XL. ¿Piensa en el día de su posible ejecución?
P.I. Cada vez más. Cada día pienso que me puede tocar a mí [resopla].
XL. ¿Cómo se vive una ejecución en el corredor de la muerte?
P.I. En silencio. Nadie habla. Se puede sentir en el aire que ese día es diferente. Porque mañana te puede tocar a ti. No te avisan, abren tu celda y te llevan a tu final. El preso pasa por delante de tu jaula escoltado por ocho guardias. Va pálido, con los ojos idos y nada rompe el silencio del momento. Esto es un doble castigo: uno, estar metido en una celda de dos por tres metros durante 20 años; y otro, que te quieran matar. No desearía esto ni a mi peor enemigo.
XL. ¿Qué se puede conseguir en la cárcel con dinero?
P.I. Cualquier cosa. Drogas, teléfonos móviles, revistas porno, comida... todo. Pero si te cogen, te suprimen las visitas dos o tres años. No merece la pena arriesgar lo que más deseas: ver a tu familia. Los días de visita no puedo dormir. Me levanto a las seis de la mañana y ya estoy nervioso, me paso horas preparándome. Es lo mejor que puedes tener aquí adentro. El amor, el cariño, que no te sientas solo como un número, como un chip clavado en tu zapato.
XL. Su mujer, Tanya, lleva todos estos años a su lado...
P.I. Ella lo es todo. Tanya es cariñosa, fuerte y nunca me deja caer. Hay muchas personas que están ahí fuera, libres, y que se pasan la vida buscando un amor verdadero y no lo encuentran. Yo aquí dentro lo he encontrado. Nos casamos en una sala de visitas de la cárcel, con una mampara separándonos. Estuve cuatro años sin poder tocarla: ¡cuatro años! Ahora conduce cada sábado más de 800 kilómetros para pasar la mañana conmigo. Comemos juntos, jugamos a las cartas, charlamos... aunque no tenemos vis a vis, privacidad. Cuando se va, es horrible. Pienso cuándo podré besarla sin que un guardia me mire; cuando podré pasar una noche con ella, a solas. Es un sueño. Ha dado su vida por mí. Siempre lo digo: tengo la mejor y la peor suerte del mundo.
XL. ¿Qué es lo primero que haría si saliera libre?
P.I. Estar con mi mujer; visitar la tumba de mi madre, que murió mientras yo estaba aquí y no me dejaron ir a su entierro; luego, me marcharía pitando de este país. El Consulado me ha dicho que, si salgo, me dan un pasaporte en diez minutos. Además, me gustaría dedicar el resto de mi vida a hablar a los jóvenes. Entraría en las aulas esposado y con el mono naranja, y les haría ver que por un solo fallo te pueden encerrar de por vida, condenarte para siempre, solo por moverte con malas compañías.
XL. ¿Alguna vez por las noches sueña con salir de aquí?
P.I. Hace poco tuve un sueño en el que salía libre y estaba en una limusina con Tanya y el resto de la familia. Y, de repente, les decía que pararan el coche, me bajaba corriendo y me ponía a comer pollo crujiente del Kentucky Fried Chicken como un loco, sin camisa [ríe]. Pero al final, en todos mis sueños, aparece un guardia que me ordena entrar en la celda. No soy libre ni en mis sueños.
XL. ¿Piensa en el final de todo esto, sea cual sea?
P.I. Sí, muchas veces. Y pienso que me tienen que conceder un juicio nuevo; no pueden decir que no. Pero en mi mente tengo incrustado el miedo de las dos veces que me lo han negado y pienso que me van a querer dejar aquí, porque Seth salió y no creo que quieran perder dos veces. Si yo no gano un juicio nuevo con todo lo que tengo, ¿quién lo va a hacer? No conozco ni un caso como el mío.
XL. ¿Qué le dice la gente dentro de la cárcel?
P.I. Hasta los guardias me dicen que voy a salir a la calle. Y eso me anima, aunque rápidamente vuelve el miedo.
XL. ¿Qué ayuda recibe del Gobierno español?
P.I. Me dan algo de dinero para mi defensa, pero necesito más presión. No es justo lo que me está pasando. ¿Creéis que si un americano estuviera condenado en España con mis indicios, con lo que hizo mi primer abogado, con la falta de pruebas físicas, no le darían un nuevo juicio? Esto no es un caso por conducir borracho, es un caso de pena de muerte. Me quieren ejecutar.
XL. ¿Qué le diría a los españoles?
P.I. Que me ayuden a conseguir un nuevo juicio para demostrar mi inocencia, que no me dejen solo, que quiero vivir. Acaban de aprobar una nueva ley en Florida por la que se ejecuta a la gente más rápidamente: cada 45 días. El último, hace dos semanas. Y tengo miedo, estoy asfixiado aquí adentro. Alguien tiene que hablar con las autoridades norteamericanas. No estoy pidiendo que me abran la puerta y me dejen libre. Solo quiero un juicio justo y una defensa adecuada.
XL. ¿Qué piensa cuando escucha que Estados Unidos es el país más libre y justo del mundo?
P.I. Que no es verdad. Dicen que China es una dictadura y ellos tienen más gente encarcelada. Esto es un negocio, no es justicia. No importa si eres inocente o no. Aunque estoy seguro de que quieren coger a los asesinos, no deja de ser un negocio. La pena de muerte tiene un coste anual de 55 millones de dólares. Cuesta más ejecutar a una persona que mantener a tres presos durante el resto de su vida. Podrían utilizar ese dinero para tener más policías en la calle, más bomberos, más maestros, pero ellos lo utilizan para matar. Yo nunca he creído en la pena de muerte y eso que no entiendo cómo la gente puede violar o matar a niños, o poner bombas en el final de un maratón como acaba de pasar en Boston. Si tú basas la ley en que es ilegal matar, no puedes romper tu propia ley para castigar. Tú eres el Gobierno, debes ser mejor que los criminales.
XL. ¿Ha pensado en tirar la toalla?
P.I. Nunca. Soy un luchador y no me voy a rendir. Pelearé hasta el último aliento que me quede por defender mi inocencia y por limpiar mi nombre. Yo no cometí esos crímenes.

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