SOCIEDAD
Los porteadores de los Andes
Los arrieros pehuenches viven a
caballo entre Chile y Argentina. Antes llevaban mercancías de un lado a
otro de los Andes; ahora solo les queda el ganado y el tráfico de drogas
si no hay más remedio
Al bueno de 'Ata' (Atahualpa Yupanqui) le fascinaron de tal
forma que les dedicó una de sus más famosas canciones, 'El arriero va',
de la que se han hecho cientos de versiones, la última a cargo de
Andrés Calamaro. Esa pieza que seguro habrán oído muchas veces, la que
empieza con un «En las arenas bailan los remolinos/el sol juega en el
brillo del pedregal/y prendido a la magia de los caminos/el arriero
va...». La canción refleja la atracción que entre los espíritus
sedentarios ejercen quienes han hecho del nomadismo su modo de vida y
pone también de manifiesto que los arrieros, un oficio que sale bastante
malparado en nuestra tradición literaria («El habla de arrieros es
indigna de caballeros», dice el refrán), tenían mejor prensa al otro
lado del Atlántico. Gracias a ellos hubo durante siglos un fluido
intercambio de mercancías entre las dos vertientes de los Andes, una
tarea que elevó sobremanera su reputación: eran los únicos que se
atrevían a desafiar sin más compañía que sus monturas al frío, la
tortuosa orografía y las terribles tempestades de las alturas andinas.
En Chile y Argentina, que comparten nada menos que 5.800
kilómetros de frontera, el término arriero está estrechamente ligado a
los pehuenches, un pueblo que se extendía a ambos lados de los Andes y
que fue asimilado por la cultura mapuche. Bien adaptados a la altura y
forjados en el entorno hostil de la montaña, se especializaron en el
transporte de mercancías de un lado a otro de la cordillera. Llevaban
ganado hacia Chile y a la vuelta traían pasas de uva, hierba para el
mate, cajones de jabón y telas. En el archivo de la localidad argentina
de Mendoza hay constancia de que al año partían entre 250 y 300
'caravanas' dirigidas por arrieros. El viaje solía durar una semana y
conllevaba todo tipo de penalidades; se habla de expediciones que nunca
llegaron a su destino porque fueron atrapadas por tempestades de nieve o
porque, desorientadas por la fatiga y la ventisca, se precipitaron al
vacío desde las alturas.
Cuatro meses de soledad
La entrada en servicio del Ferrocarril Transandino, que
unía Mendoza con la ciudad chilena de Los Andes, puso punto final a la
epopeya como transportistas de los arrieros pehuenches. Muchos de ellos
se vieron forzados a abandonar las montañas y establecerse en las
ciudades. Unos pocos, sin embargo, mantuvieron su fidelidad a las
alturas gracias al ganado, que siempre había sido uno de los puntales de
su subsistencia. El permanente trasiego de manadas y rebaños en busca
de los mejores pastos siguió ofreciendo una cobertura a los pehuenches
menos audaces o, visto de otro modo, más leales a su cultura. Las cosas
se torcieron cuando en la década de los ochenta una epidemia de fiebre
aftosa obligó a sacrificar todas las reses de las comarcas andinas.
Privados de su tradicional modo de vida, no les quedó otro remedio que
convertirse en 'narcoarrieros' transportando droga de un lado a otro de
la frontera.
Los que siguen viviendo hoy en las faldas de los Andes son
una minoría que se ha convertido en objetivo de turistas y aficionados a
la etnografía. El ganado continúa siendo su ocupación principal, aunque
la apertura de nuevas vías de comunicación y la irrupción de
excursionistas hacen cada vez más difícil el desempeño de su actividad.
En verano suben los rebaños a las praderas más altas, allá donde la
hierba se mantiene tierna gracias a las frescas temperaturas. Antes de
iniciar cada año la travesía cumplen un viejo ritual pidiendo
autorización a «los señores del viento, la montaña y el agua» para
adentrarse en sus dominios. Hasta cuatro meses llegan a estar en las
inmensas soledades andinas con la única compañía de sus caballos y sus
perros.
Durante las veranadas, que es el nombre que reciben, se
cobijan en cabañas y se alimentan de carne de cabra, un animal básico
para su subsistencia: sus pieles les sirven también para protegerse del
frío. La cultura pehuén no se entiende tampoco sin la araucaria, un
árbol sagrado mapuche que les proporciona comida gracias a sus
nutritivos piñones y leña para calentarse en los largos y gélidos
inviernos andinos, con temperaturas que por las noches alcanzan los 15 o
20 grados bajo cero. Helados de frío y hambrientos estaban los
dieciséis jugadores de rugby uruguayos que en 1972 se salvaron en la
tragedia de los Andes cuando les descubrió Sergio Catalán, un arriero al
que 35 años después los supervivientes le regalaron una operación de
cadera para que volviera a caminar. Porque arrieros somos y en el camino
nos encontraremos.
TÍTULO; LAS FISCALES QUE ENCARCELARON A BÁRCENAS,.
Son
como dos gatos sigilosos, seres que caminan con almohadillas en los
pies, pero sus zarpazos duelen. Uno de los más certeros terminó ...
Las fiscales que encarcelaron a Bárcenas
Concha Sabadell y Myriam Segura son
los motores del 'caso Gürtel', las que hallaron las cuentas en Suiza
del extesorero del PP. Herméticas y discretas, jamás dejan rastro por
donde pasan
Son como dos gatos sigilosos, seres que caminan con
almohadillas en los pies, pero sus zarpazos duelen. Uno de los más
certeros terminó con el extesorero del PP Luis Bárcenas entre barrotes.
Concha Sabadell y Myriam Segura son las fiscales del 'caso Gürtel', las
que mejor conocen sus 600.000 folios, sus más de 100 implicados, una
instrucción de los más compleja, cuatro años y medio atando cabos,
rastreando pistas.
Y durante todos esos meses apenas han dejado rastro. Da
igual que Gürtel sea noticia diaria de portadas de toda índole, ellas
siempre desaparecen sin que nadie repare en sus rostros. Su huella solo
queda registrada en los juzgados, donde han cosechado éxitos y fracasos.
Hasta la Fiscalía General del Estado se niega a facilitar un currículo
con su recorrido profesional.
Prueba de su discreción es que Virgilio Latorre, el abogado
de los socialistas en la 'causa de los trajes', el juicio que sentó en
el banquillo al presidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps,
apenas pudo entablar una conversación extraprofesional con ellas.
Después de mes y medio junto a Sabadell y Segura siguen siendo dos
desconocidas. «No tuve casi relación. Eran muy cuidadosas en los
procedimientos y no se relacionaban con casi nadie». Durante ese periodo
viajaron de Madrid a Valencia en AVE y se alojaron en un hotel próximo
al Tribunal Superior de Justicia (TSJ) al que las llevaban en un coche.
La pieza, en Valencia, se les marchó volando. El abogado de
Camps, Javier Boix, ganó el pulso. El letrado fue más didáctico que las
fiscales y supo llegar de forma mucho más clara al jurado popular. Esos
días recibieron un sobrenombre. Concha Sabadell era la 'fiscal Mac',
por el ordenador gris acero de Apple en el que se apoyaba, y Myriam
Segura, la 'fiscal Vaio', por un estridente portátil rosa.
Boix les ganó la mano por veteranía. Ambas llegaron a
Gürtel sin excesivas horas de vuelo, pero suplieron su relativa
inexperiencia con una capacidad de trabajo incuestionable. De su empeño
llegó el mayor triunfo en este proceso, la información sobre la cuenta
corriente de Luis Bárcenas descubierta en el Dresdner Bank de Ginebra,
la número 840148, renombrada en clave como 'Dreba', el escondrijo donde
el extesorero del Partido Popular guardaba 22 millones de euros, ni
siquiera la mitad de su fortuna.
Las fiscales inseparables son de la cuerda de Baltasar
Garzón, el juez que empezó a perseguir al responsable de las cuentas del
PP durante casi 20 años por 1,3 millones de euros, una cifra que ahora
se antoja ridícula. Concha, de 43 años, 16 como fiscal, y madre de
cuatro niños, incluido un par de mellizos, y Myriam, 47 años, 19 como
fiscal y soltera, fueron promocionadas por Mariano Fernández Bermejo, el
exministro de Justicia de Zapatero que dimitió tras ser fotografiado
con Garzón en una cacería en Jaén.
«Es muy concienzuda»
Myriam Sabadell, la más veterana de las dos, que fue fiscal
en Ciudad Real, llegó al TSJ de Madrid en 2006 y en dos meses, en
comisión de servicios, entró en la Fiscalía Anticorrupción. Su
compañera, castellana como ella, llegó en 2007 y pasó al mismo
departamento en 2008. A ambas las conoce Juan Ramón Calparsoro, el
fiscal jefe del País Vasco. Aunque a Segura, muy minuciosa, de poco más
que de un curso en el que coincidieron en Alemania.
Calparsoro sí ha compartido más tiempo con Sabadell, que
estuvo destinada durante unos años en San Sebastián, después de
renunciar a su plaza de juez en Irún en 1998 para dedicarse a la
fiscalía. «Conchita es muy concienzuda. Cuando se le mete algo en la
cabeza, va hasta el final...». Como todo el mundo, resalta que son «muy
discretas». Y las tiene en alta consideración. «Son jóvenes, activas,
listas y con ganas de trabajar, de mojarse, algo que encanta a Mariano
(Fernández Bermejo)».
De Concha Sabadell también subraya que detesta «destacar»,
un propósito que solo traiciona por su carácter volcánico. La fiscal
lleva una carrera meteórica. No ha parado de progresar desde que
abandonó el Icade, la universidad católica en la que se especializó en
derecho económico.
Juntas han logrado encarcelar a Bárcenas. Han viajado a
Suiza, a Nueva York y a donde ha hecho falta para colgarle el muerto por
delito fiscal, cohecho y blanqueo de dinero, que por algo dominan
varios idiomas. Jamás aflojaron y por ello se las conoce como 'los
motores del caso Gürtel'. Aunque también han sufrido la enorme presión
de un caso de esta envergadura. Uno de los peores momentos se produjo en
septiembre de 2011, cuando el juez Pereira retiró las acusaciones ante
el estupor de la pareja de fiscales. Pero en marzo de 2012 la Audiencia
Nacional retomó el caso. O cuando recibieron la 'sugerencia' de reducir
el asunto a un delito fiscal (así Bárcenas evitaba la cárcel). No había
peor afrenta. Se enojaron, se negaron y hasta amenazaron con dimitir.
Pero su jefe directo, el fiscal general del Estado, Eduardo
Torres-Dulce, las apoyó de forma incondicional.
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