La
noche comenzaba como se esperaba. El calor sofocante no se calmaba ni
con el vaivén de los abanicos de los más previsores, envidiados ...
La noche comenzaba como se esperaba. El calor sofocante no
se calmaba ni con el vaivén de los abanicos de los más previsores,
envidiados por los que se tenían que conformar con los improvisados,
apañados con los programas del espectáculo. Las piedras ardientes del
Teatro Romano, que esperaba ansioso su cita, caldeaban aún más el
ambiente.
Pero entre las casi dos mil personas que asistieron al
estreno había ganas. Ganas de teatro, de la danza en mayúsculas. Ganas
de que comenzara la 59 edición del Festival Internacional de Teatro
Clásico de Mérida, y ganas de participar de nuevo en la madre de todas
las tragedias, Medea de Séneca, que esta noche ofrece su último pase.
Al público no le dio tiempo a preguntar por la hora, cuando
la Orquesta de Extremadura, deseosa de dar el do de pecho, inundaba la
zona de la Orchestra, más concurrida que como se acostumbra ver. Sólo
con el afinar de los instrumentos el silencio se colaba por cada columna
del escenario. Luces apagadas, el espectáculo sonoro no hacía más que
comenzar.
Álvaro Albiach, director de la Orquesta más castúa, marcaba
el inicio del preludio que duró poco más de veinticinco minutos. Eso
sí, veinticinco minutos de Simon Barber, aclamado compositor
estadounidense, su particular visión sobre Medea y su danza de la
venganza. Veinticinco minutos que sirvieron para crear la atmósfera
idónea de lo que vino después.
El primer pase terminó siendo aclamado por el público. Los
chicos de Albiach asumieron con orgullo y defendieron con coraje la
responsabilidad de inaugurar la nueva edición, y de formar parte de una
de las obras que más éxitos ha cosechado el Ballet Nacional de España.
Homenaje esperado
Ni son todos los que están, ni están todos los que son. El
estreno absoluto de la Medea del Ballet Nacional se desarrolló un trece
de julio de 1984. Tres décadas después, año arriba, año abajo, el
director del Ballet Nacional, Antonio Najarro decide rescatar la obra.
El viernes se estrenó en Mérida, aunque con dolorosas e importantes
ausencias.
Antes de que comenzara la segunda parte de la obra, un
Jesús Cimarro emocionado se situaba en el centro del escenario junto a
Antonio Najarro. Ambos papel en mano, mostraron un justo agradecimiento
para los que en su día dieron forma a esta obra, que el tiempo ha
convertido en maestra. Miguel Narros, autor del guión basado en el texto
de Séneca y diseñador del vestuario, dejaba el mundo de los mortales
hace unas semanas. «Seguro que le hubiera gustado ver danzar a su Medea
de nuevo por la arena del Teatro Romano», aseguraba Cimarro, quien
además añadió «Narros está hecho de otra materia y es de otra especie».
Pero no fue la única ausencia significativa. Najarro,
además de homenajear a Narros con unas palabras que nacen del que siente
admiración, también quiso dedicar la obra a Enrique Cullel, trompista
de la Orquesta de Extremadura que falleció el pasado domingo.
El homenaje inesperado, que impregnó de emoción a los presentes, dio paso al plato fuerte de la noche.
Poderío en la arena
De nuevo afinación de los instrumentos, luces apagadas y
oscuridad. Tan sólo luces en los atriles de la Orquesta, captando la
atención del público, que recibió entre aplausos a José Antonio Montaño,
director invitado para esta obra. Silencio absoluto.
Primeros sonidos, unas claves que marcaban los tiempos de
los espíritus, interpretados por Sergio Bernal y Carlos Sánchez.
Empezaron a dejarse ver figuras imposibles. El público boquiabierto y en
tan sólo segundos, la obra dirigida por Najarro, tenía a todos en el
bolsillo.
La luz descubrió entre las sombras a una Medea escondida
bajo un velo negro, interpretada por una bárbara Maribel Gallardo,
contenida por su acertada nodriza, Lupe Gómez. Primeros acordes que
transmitían desolación por el abandono injusto del que se ama. Así Medea
comienza a explicar su historia, a través del flamenco y acompañado por
el son de la orquesta. Una historia marcada por el amor profundo y
dañino, capaz de cometer las mayores atrocidades. Un amor que alimenta
la venganza de una mujer que lo dio todo por el hombre al que amaba, y
que ahora la repudia por su condición salvaje y sus malas artes.
Medea, cual ánima que se arrastra por el sufrimiento, es
testigo del acuerdo entre un enchaquetado Francisco Velázquez, Jasón en
la tragedia y Currillo, que da vida a Creonte. El pacto no es otro, que
el casamiento entre el amado de Medea y la hija del rey de Corintio,
Creusa, encarnada por Miriam Mendoza.
El acuerdo de la boda da paso a uno de los momentos más
enérgicos de la obra. Una acalorada discusión entre Medea y Jasón,
acompañado de un brutal taconeo, donde las palabras ausentes ni siquiera
se echan en falta. Dicen que el dolor de las discusiones, se supera con
el sabor dulce de las reconciliaciones. Jasón y Medea recuerdan el
pasado en el que fueron felices, el amor y la pasión inundan el
escenario. Pero Jasón vuelve a rechazarla.
Los espíritus vuelven a entrar en escena, pero esta vez
para ayudar a la protagonista a que realice el conjuro sobre el manto,
el arma con el que llevar a cabo su venganza.
Una vez conjurado, empieza la boda entre Creusa y Jasón.
Una boda que emociona, que rompe con la constante oscuridad y tristeza,
aunque sólo por unos minutos.
El final atroz llega. Medea, entregando a Creusa en manos
de sus hijos el manto hechizado que no duda en ponérselo. La joven muere
en los brazos de su padre Creonte, bajo la atenta mirada de Jasón. Pero
no es suficiente. El sacrificio que hace de esta obra la madre de todas
las tragedias es precisamente la muerte de los hijos de ambos. Medea,
paga el alto precio de la venganza con su propia sangre.
En un instante de quien regresa a la realidad, su terrible
hazaña parece pesar en su conciencia. Sola afronta lo sucedido y se
enfrenta al odio de Jasón, engrandecida por sentir su sed de venganza
calmada.
Un último gesto, que eriza la piel. Mandar callar al que
tanto daño le ha hecho. Sube las escaleras bajo la diosa Ceres,
acompañada de una luz roja y al compás de la música. Medea cierra la
gran puerta que preside el arco central. Cierra la puerta a la tragedia.
Cierra la puerta y se apagan las luces. Medea supera las expectativas, rompe los moldes. El Ballet cosecha un nuevo éxito.
La emoción contenida por los últimos minutos de la obra se
tradujo en unos aplausos que duraron minutos y minutos. Las casi dos mil
personas se pusieron en pie y arroparon a los más de treinta bailares y
orquesta, entre vítores y elogios. Ni el Ballet Nacional junto con la
Orquesta de Extremadura quería dejar la arena del Teatro Romano, ni los
presentes dejar de mostrar su contento.
La danza una vez más demostró que en Mérida se engrandece, y
más si se apoya en los clásicos. De matrícula los bailarines que
participan en la obra. Insuperable el papel de Maribel Gallardo. El
galán Francisco Velasco tampoco se queda atrás, conmovido no sólo por el
triunfo de la obra sino por la majestuosidad del escenario.
Mención aparte merece la música que acompañó la obra.
Perfectamente ensamblada con cada paso de los bailarines. Supo mantener
al público expectante y aún cerrando los ojos, era posible imaginar a
Medea maquinando su venganza. Una oportunidad en la que José Antonio
Montaño demostró una vez más su calidad como director, y en la que la
Orquesta de Extremadura se lució. Si la primera parte no consiguió
convencer por igual a todos los presentes, la segunda dejó con ganas de
más música, más Orquesta de Albiach, más ganas de Medea.
Un éxito rotundo para la primera obra de esta nueva edición
del Festival de Teatro Clásico. Un triunfo que deja muy alto el listón.
Y sin duda, una cita que muchos mantendrán en su memoria.
TÍTULO; MUCHO MAS QUE EL CRUCIGRAMA,.
Litio,
sodio, potasio, rubidio, cesio, francio, plata, amonio; valencia 1.
Berilio, magnesio, calcio, estroncio, bario, radio, cinc, cadmio;
valencia 2.
Litio, sodio, potasio, rubidio, cesio, francio, plata,
amonio; valencia 1. Berilio, magnesio, calcio, estroncio, bario, radio,
cinc, cadmio; valencia 2. Para muchos de sus compañeros de instituto, la
tabla periódica solo era una lista de nombres, símbolos y valores que,
con lógica o sin ella, había que saberse para aprobar la evaluación. Si
intentaban mirar más allá, como mucho se veían recordando alguno de los
símbolos a requerimiento del crucigrama. Sin embargo, Iciar Uriarte no
solo vio útil todo aquello. Es que además se vio a sí misma vestida de
bata blanca trabajando en un laboratorio. «Siempre me había llamado la
ciencia, llegar a resultados siguiendo leyes y razonamientos lógicos,
encontrar un sentido a los fenómenos a tu alrededor...», justifica.
El año pasado se licenció en Química en la Facultad de
Ciencia y Tecnología de la Universidad del País Vasco. Lo hizo con una
media de 9,58, una nota que acaba de valerle el reconocimiento de la
Plataforma Tecnológica Española de Química Sostenible, que ha
seleccionado el suyo como el mejor expediente de los jóvenes colegiados
en todo el Estado.
Licenciarse en una especialidad técnica con una media por
encima del nueve y medio -y sumando 29 matrículas de honor- supone no
despistarse ni para parpadear. Bueno, la analítica no se le daba muy
allá y solo sacó un 'pobretón' 8,5, que no desmerece el descanso que se
ha tomado este año. Terminada la carrera decidió dejar Bilbao y coger un
poco de aire antes de seguir estudiando y sobre todo, para pensar bien
qué camino tomar ahora.
Esos nuevos aires están en Aix-en-Provence, al norte de
Marsella, donde ha vivido todo el año. La verdad es que no se puede
decir que haya dejado muy lejos las aulas, aunque está vez se ha situado
al otro lado de la tarima, dando clases de conversación a alumnos de
castellano de entre 15 y 18 años en dos institutos. Además de para dar
vidilla al francés -lengua que ya dominaba desde pequeña- y seguir
estudiando inglés, ese «trabajillo» le ha permitido escapar, al menos de
momento, de la omnipresente crisis. «En Francia se está empezando a
notar ahora. La percepción no es tan mala como en España, que por lo que
me cuentan...», explica.
Se reconoce un poco desconectada de la situación en casa
porque además se pasó todo el último curso de carrera en el extranjero.
«A estas alturas ya sabes lo importante que es saber moverte en el
extranjero y dominar el inglés, más aun si te planteas que igual no
tienes más remedio que trabajar fuera. Como en cuarto la mayoría de las
asignaturas eran troncales y son difíciles de convalidar, resulta mucho
más fácil ser Erasmus en quinto, y de hecho, casi toda la cuadrilla de
la universidad cursó ese año fuera, a todos los destinos posibles»,
subraya.
Así que, aunque solo tenía aprobado el 'First', no se lo
pensó dos veces y pidió la beca. Le tocó Aarhus, la segunda ciudad más
grande de Dinamarca, donde «todo el mundo habla perfectamente inglés»,
dentro y fuera de la universidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario