Marzo
de 1938. Varios miembros de las SS se mofan de una anciana a la que han
colgado un cartel con la inscripción «soy una cerda judía», ...
Historia
Los hermanos Goering. El diablo y...el ángel
Albert Goering dedicó su vida a salvar a
muchos de los judíos que su hermano mayor, Hermann, número dos de
Hitler, buscaba eliminar. Incluso se las ingenió para financiar a la
resistencia. Sale a la luz su fascinante historia
Marzo de 1938. Varios miembros de las SS se mofan de
una anciana a la que han colgado un cartel con la inscripción «soy una
cerda judía», y a la que exhiben en el escaparate de la tienda de su
propio hijo. Un hombre apuesto pasa por allí por casualidad. Entra y le
quita el cartel a la mujer. Un oficial armado le cierra el paso. Él se
limita a enseñar su carné de identidad. Su nombre
es Goering, Albert Goering. El hermano pequeño de Hermann Goering, el
número dos de Adolf Hitler y autor de la 'solución final a la cuestión
judía en Europa'. Albert se llevó a la anciana sin resistencia.
Antítesis de su hermano, odiaba a los nazis y desde el principio dijo
que Hitler significaba guerra y se marchó de Alemania. Primero, a
Austria; luego, a Praga. Durante los años del nazismo salvó a muchos de
la muerte que su propio hermano propiciaba. Albert Goering
era un galán. Ingeniero de profesión, tocaba el piano y tenía mucho
éxito con las mujeres. Pese a su aspecto de bon vivant despreocupado,
resultó ser un hombre con convicciones morales, como dice George Pilzer,
el hijo de una de las personas a las que salvó la vida. No se sabe a
cuántos salvó. A muchos los ayudó a huir, pero a otros los sacó
incluso de los campos de concentración. Además, financió a la
resistencia y miraba hacia otro lado cuando en la fábrica de armamento
donde ocupaba un puesto de responsabilidad desaparecían armas para la
lucha contra el régimen nazi. Durante los 12 años
transcurridos entre el ascenso al poder de los nazis y la capitulación
alemana, los hermanos no se vieron a menudo; como mucho, en las grandes
celebraciones familiares. Pero Albert necesitaba a Hermann y supo
utilizarlo. Sin su respaldo habría sido arrestado y ejecutado
por la Gestapo, que conocía perfectamente con quién se relacionaba y a
qué se dedicaba. Pero Hermann siempre les recordó que los miembros de su
familia eran intocables. «Muchas personas le debieron la
vida en aquellos años al hermano del todopoderoso Hermann Goering»,
escribió Ernst Neubach, autor de un extenso artículo titulado Mi amigo
Göring en la revista Aktuell en 1962, el primero en reivindicar a
Albert. Era judío y le debía la vida: Albert lo ayudó a huir a Francia.
El menor de los Goering también salvó a su médico, Max Wolf, de ser
enviado a Dachau. A su amigo Oskar Pilzer, un productor de cine, lo
llevó en persona hasta la frontera. Más tarde, instalado ya en Praga,
escribió una carta al comandante del campo de Dachau: un folio con
membrete oficial y en el que solo figuraba el apellido Goering y en el
que exigía que se liberara a Josef Charvát, médico y miembro de la
resistencia. El comandante tenía dos Charvát en el campo y, por si
acaso, soltó a los dos. De ese modo, el líder comunista quedó libre.
Por
detalles como estos, la historia de la salvación de «judíos a los que
conocía y a los que no conocía», como escribió Neubach, adquiría en
ocasiones tintes de comedia, a pesar de ser tremendamente seria. Tan
seria que también podría haberle costado la vida al propio Goering, tal y
como manifiestan los informes de los propios servicios nazis de
seguridad durante su estancia en Praga.
En un informe completo
sobre sus actividades, fechado el 23 de octubre de 1944, se puede leer
que resultan llamativos sus «frecuentes contactos con los círculos
judíos» y que incluso se habría casado con una posible judía. Goering
había contraído matrimonio con una checa, si no judía, sí al menos
eslava, de un pueblo a cuyos habitantes los nazis consideraban
infrahombres.
Pero nada pudieron hacer. Su hermano mayor extendió
su mano protectora sobre él, pese a que quizá nunca hablaron del tema.
Miembros de la numerosa familia Goering cuentan que nunca se trataron
cuestiones políticas en las reuniones familiares. Sus dos hermanas
estaban también casadas con nazis destacados. Es probable que ninguno
quisiera saber exactamente qué hacía el otro. Albert fue a la cárcel
varias veces, pero siempre salía al poco tiempo, conversación con Berlín
mediante. Solo una vez estuvo a punto de no escapar. En 1944 realizó el
acto más audaz de todos: salvar a internos del campo de concentración
de Theresienstadt, donde murieron 33.000 prisioneros. Su amigo Jacques
Benbassat contó más tarde: «Llegó y dijo: 'Soy Albert Goering,
de Skoda (la fábrica de Praga que dirigía). Necesito trabajadores. Y
llenó un camión de prisioneros. El jefe del campo no planteó ningún
problema; era Albert Goering. Luego los llevó al bosque y los liberó».
Fue su última intervención. Enterado Heinrich Himmler, fue directamente a por él, pero Hermann fue alertado y dejó todo para salvarlo. «Mi hermano me dijo que era la última vez que me podía ayudar», declaró Albert en Núremberg.
Pero ¿por qué se lanzó Albert Goering a tan arriesgada tarea? El
nazismo le resultaba repulsivo, es cierto, pero en su biografía se
incluye un motivo más personal. Un pariente -que prefiere que no se cite
su nombre- afirma que en la familia era un secreto a voces que Albert
solo era hermanastro de Hermann. En realidad era fruto de un
romance que Fanny -su madre- tuvo con un médico, Hermann von Epenstein,
un hombre rico y cultivado... y judío.Esto explicaría la decisión de
Albert de ayudar a las víctimas del nazismo. Pero si la Gestapo hubiese
descubierto este secreto familiar, acaso ni Hermann Goering hubiese
sobrevivido. Los hermanos se reunieron por última vez en
mayo de 1945, en una cárcel de tránsito en Augsburgo. En el patio de la
cárcel se abrazaron y Hermann dijo: «Lo siento mucho, Albert. Has tenido
que sufrir mucho. Pero tú vas a salir libre pronto. Encárgate de mi
mujer y de mi hija. ¡Adiós!». Un año después, Hermann fue
condenado por crímenes contra la humanidad. Antes de ser ejecutado, se
suicidó con una cápsula de cianuro. Pero Albert Goering no
fue liberado pronto. En absoluto. Cuando el 9 de abril de 1945 se
presentó ante los estadounidenses en Salzburgo, pensó que se le
mostraría cierto respeto por sus acciones humanitarias. En los
interrogatorios contó quién era y lo que había hecho. Nadie lo creyó. Para
probar sus actos, presentó una lista muy detallada de 34 personas a las
que había salvado. Entre ellos estaban la esposa de Franz Lehár,
compositor de origen judío. Fue ella la que salvó a Albert Goering.
Llevaba un año como prisionero de guerra cuando entró en servicio un
nuevo especialista en interrogatorios, un hombre llamado Victor Parker. La
casualidad quiso que la esposa del músico húngaro fuera tía suya. Los
estadounidenses por fin creyeron su historia y lo sacaron de la prisión.
No quedó en libertad: lo enviaron a Praga por si allí había pendiente
algún cargo contra él. Albert llegó a la cárcel
de Pankrác, donde compartió celda con criminales de guerra y asesinos.
Un tribunal popular checo se encargaría de juzgarlo. Comparecer ante un
tribunal en la Praga de 1947 siendo alemán y llevando el apellido
Goering equivalía a una sentencia de muerte. Sin embargo, empleados de
la empresa Skoda y miembros de la resistencia checa declararon uno tras
otro a favor del acusado. El tribunal decretó su puesta en
libertad en marzo de 1947. En 1962, cuando Ernst Neubach quiso llamar la
atención del mundo sobre su amigo Albert, nadie se interesó por él. En
1998 un documental británico se aproximó, pero pasó inadvertido. Unos
años más tarde un joven australiano, William Hastings Burke, fascinado
por el personaje, se propuso recuperar su memoria. De ese esfuerzo
surgió el libro El hermano de Hermann. ¿Quién fue Albert Goering?,
editado el año pasado.
Burke investigó cómo había sido la vida de
Albert tras su puesta en libertad en Praga. Tenía 52 años. En 1947, se
reunió con su familia en Salzburgo. No pudo conseguir trabajo. El
apellido Goering era un lastre. Trabajó como escritor, dibujante y
traductor, pero esporádicamente y muy mal pagado. El encontrarse sin
nada provocó un derrumbe en Albert; cayó en la depresión, en la
infidelidad y en el alcoholismo. Su última esposa checa, Mila,
pidió el divorcio y junto con su única hija, Isabel, emigró a Perú. Él
nunca más volvió a ver ni hablar con su hija. Sus últimos años los pasó
en Múnich, viviendo con paquetes de comida enviados por judíos a los que
había ayudado. Murió a los 71 años, el 20 de diciembre de 1966,
de un cáncer de páncreas en una casa de alquiler junto con su casera,
con quien se casó poco antes de morir. Albert
Goering habría podido cambiarse el nombre, como hicieron tantos nazis.
Pero prefirió no hacerlo. Dicen sus parientes que por lealtad a su padre
'oficial'. Cuentan que mencionaba que lo había tratado siempre bien,
como a un hijo. Y Albert, un hombre de principios, habría considerado
una traición renunciar a su apellido. Para saber
más: Thirty four, libro de William Hastings Burke dedicado a Albert
Goering y editado por Wolfgesit Publishing (en inglés). Documental sobre Albert Goering basado en el libro de Burke (en inglés).
El
doctor Guillén lleva gorro, bata, mascarilla colgada del cuello; todo
el conjunto en un color azul quirófano, el lugar del cual acaba de
salir.
Entrevista
Pedro el grande. El mejor médico de rodilla de España (y quizá del mundo): "Algunos futbolistas se operan en secreto"
Políticos, toreros futbolistas, hasta
Lola Flores pasó por las privilegiadas manos de este cirujano. No en
vano Pedro Guillén ha realizado más de treinta mil operaciones a lo
largo de su vida. Lejos del retiro, a sus 75 años sigue en forma,
liderando la investigación celular y atendiendo a su extensa lista de
pacientes y a 'XLSemanal' en su clínica madrileña.
El doctor Guillén lleva gorro, bata, mascarilla colgada del
cuello; todo el conjunto en un color azul quirófano, el lugar del cual
acaba de salir. «Disculpe, jefe dice al llegar: acabo de hacer una
artroscopia. Ya estoy a sus órdenes». Esa cirugía recién rematada a última hora de la tarde es la séptima que realiza en un día.
A
este ritmo no es extraño que Guillén, uno de los traumatólogos más
reputados del mundo y el mayor de España, ya lleve más de treinta mil. El
doctor recibe a XLSemanal en su santuario la clínica Cemtro, al norte
de Madrid para repasar una vida, la suya, repleta de meniscos,
articulaciones, huesos y tejidos rotos y una larga lista de pacientes
ilustres. XLSemanal. Le acaban de conceder el premio Mapfre a toda una vida profesional. ¿Le pone sentimental? Pedro Guillén.
Un poco. Es que yo llevo en esto desde el 64. Estos premios a los que
uno no se presenta, como lo de ser candidato al Príncipe de Asturias, te
los dan porque hay mucha gente que te conoce de tantos años. Son los
premios que te ganas a pulso gracias a tu trabajo y tu esfuerzo. ¡Toda
una vida! Eso es mucho premiar, ¿no? Muy contento, vamos. XL. ¿Tiene algún principio fundamental que rija su práctica? P.G. Dos
cosillas: que el que cada día no es mejor pronto deja de ser bueno. Y
la otra, que trates a los demás como te gusta que te traten a ti. Serás
un gran médico técnicamente, pero si eres muy frío te resultará más
difícil ayudar al paciente. En la medicina falta un poco de humanidad. XL. Se lo conoce por acuñar el término 'genufonía' [sonidos de la rodilla]. ¿Es esta, al final, la clave en medicina: escuchar? P.G.
Bueno, al paciente hay que escucharlo más; el tiempo que necesite.
Cuando contrato a alguien busco, claro, a los mejores, pero, si no veo
capacidad de entender al paciente y a su familia, no me interesa. XL. Se licenció en 1964. ¿Diría aquello de «la medicina ha avanzado una barbaridad»? P.G. ¡Y
tanto! En mi campo, el gran avance es la artroscopia. Había
rinoscopias, laringoscopias, rectoscopias..., todos ellos son
procedimientos para acceder al interior del cuerpo a través de orificios
naturales. Para llegar al resto del cuerpo humano, sin embargo, tenías
que abrir; no había otro modo. Bien, pues con la artroscopia se hace uno
o dos agujeritos, accedemos a la articulación y operamos sin abrir. Fue
la catalizadora de la cirugía mínimamente invasiva, una revolución
tremenda. XL. ¿Qué implicaciones tiene esto? P.G.
Que se puede hacer mucho haciendo apenas un par de incisiones. Para que
lo vea claro, en 2004, el 40 por ciento de la cirugía mundial se
realizaba ya por alguna de las -oscopias. En 2008 ya era el 60 y se
estima que en 2015 será el 90. Yo he hecho hoy seis artroscopias y cinco
de los pacientes están en casa. Es un avance tremendo que obliga a
reformular los hospitales, ya que dejan de tener sentido, salvo para
enfermos crónicos. XL. Con la que está cayendo en la sanidad pública, eso es mentar a la bicha... P.G. En ese tema hablemos de mejorar la gestión, pero no de acabar con el sistema. No se puede tocar; si lo tocan, están atontados. XL. Se habla de gestión mixta, copago, privatizar... ¿Defiende usted algún modelo concreto? P.G.
Bueno, eso son los detallitos. Yo lo que no me creo son esos miedos que
se extienden de que se desmonta la sanidad. Sería una osadía. Ahora
bien, lo que le puedo decir es que en este país no hay muchas
posibilidades de vivir si no se trabaja. El español está obligado a
sudar más la camiseta. Punto. XL. ¿Qué le preocupa del mundo actual? P.G. Que el resultado económico se ha impuesto a la moral. Triunfar a toda costa es lo único que importa. XL. ¿Lo dice como experto en medicina deportiva o en general? P.G.
En general... A ver, conozco el mundo del deporte, pero no quiero
hablar... Mire, ¿puede un futbolista hacer lo que le dé la gana? No
puede. ¿Permitiría el presidente del club que un tío que gana millones
estuviera siete meses de baja? ¿Entiendes lo que quiero decir? XL. Que muchas veces en que convendría un tratamiento suave se opera o se fuerza para que vuelvan a competir... P.G.
Es que en el deporte de contacto casi todo el mundo juega con algún
problema: algo que duele, un esguince en proceso de curación, un tobillo
maltrecho... En un equipo se hace lo posible por curarte rápido, porque
eso afecta al valor del club como empresa. Conozco el fútbol y lo que
sufren estos chicos. Cuando se lesionan, no se los ve como enfermos,
sino como inversiones. Las cosas se plantean mal. XL. ¿Aquello de que los deportistas se recuperan antes, entonces, no es cuestión de tener un físico especial? P.G. No. Sus obligaciones los obligan a poner más empeño y, además, tienen acceso a los mejores especialistas. XL. Lo normal para un deportista es lesionarse la rodilla en algún momento... P.G. Todos,
todos. De hecho, si no compites, es difícil que te lesiones de tanta
gravedad. Hay gente que en un circo hace más virguerías con la pelota
que Messi, pero él lo hace en el campo todas las semanas. Si no eres
bueno compitiendo, es que no lo eres. Punto. XL. ¿Quién fue el primer deportista al que operó? P.G.
Los primeros fueron del Atlético de Madrid, pero mis primeras
artroscopias se las hice a mineros. Se rompen más que los futbolistas.
Trabajan en cuclillas, agachados, se giran, se levantan y adiós,
menisco. Todas las empresas de minas estaban aseguradas en Mapfre
Fremap, donde yo trabajaba en los setenta, y los operé a todos. Los del
deporte vinieron después, al enterarse de lo bien que iba. XL. ¿Recuerda algún paciente especialmente impaciente? P.G.
Mire, ¿sabía que hay jugadores que se operan en secreto? Por ejemplo,
el hombro de un portero. Si alguien supiera lo que tiene, no lo ficha
nadie. Pero como es una intervención por artroscopia, se hace el
agujerito y ni se enteran. Así es el mundo; si muestras tus
debilidades... Es un mundo muy complejo el de estos chicos. Eso sí, si
son estrellas, no hay cómo ocultarlo; los periodistas siempre tomáis la
delantera. XL. Pero en secreto se habrán operado pocos, ¿no? P.G.
Claro, por mis manos ha pasado mucha gente a la que admiraba.
Futbolistas como Míchel, Sanchís, gran amigo mío, Santillana,
Butragueño... A Orenga, del baloncesto, le suturé el menisco hace 20
años y ahí sigue. A Sabonis lo operé dos veces... XL. ¿Y al rey? P.G. Lo he tratado, pero operado no. Inauguró todo esto el 28 de mayo de 1998. Un gran honor. XL. ¿Quién se ha recuperado más rápido? P.G.
Gordillo. Le di de cuatro a cinco semanas y, a los nueve días de una
meniscectomía, el tío ya jugaba. Y hablo de hace 22 años. U Óscar
Freire, que al mes de operarse de una plica sinovial ganó un campeonato
del mundo. Hay chicos que se comen el mundo y hay otros que no hay
forma. Si son grandes atletas, da igual. XL. ¿Conocer a tanto famoso le habrá abierto alguna puerta? P.G. Yo
todo me lo he ganado con trabajo, ojo, pero que te conozcan viene bien.
Recuerdo cuando operé a Hugo Sánchez, que le quité un trocito de
menisco; al poco me iba a su país y me dijo: «¿Va a México? Mire,
llévese estas fotos firmadas y, cuando vaya a dar propina, saque una de
estas». Pues en el hotel al que fui me dieron una cama horrible, había
una gente alborotando en mi planta y no podía dormir. Bajé a recepción y
en cuanto les saqué la foto de Hugo Sánchez me dieron una suite [se
ríe]. XL. ¿La rodilla ha sido siempre la 'niña de sus ojos'? P.G.
Sí, porque es la lesión más frecuente y la más grave en traumatología.
Es la articulación más compleja. Le he dedicado muchos esfuerzos.
También al calcáneo, a la hernia de disco, al pie... Pero sí, sobre todo
a la rodilla. XL. ¿Cuál es la lesión más grave en traumatología?
P.G. La luxación de rodilla. Es que se sale todo. XL.
Está usted en el Colegio Europeo de Traumatología del Deporte. ¿Tienen
respaldo colectivo las burlas francesas sobre el dopaje en España? P.G.
No, eso es un chiste. También estoy en la Comisión Médica del Comité
Olímpico y le digo que eso no pasa de una gracia. Siempre hay graciosos
por ahí. Ya verá como alguien sale con alguna gracia con el Papa y
Messi. XL. Muchos argentinos ya vieron la 'mano de Dios'... P.G. Sí, bueno. A Maradona lo quiero mucho. No lo operé, pero al otro sí... XL. ¿Se refiere a Bernd Schuster? P.G. Eso, Schuster. XL. ¿Los relaciona porque a los dos los lesionó Goikoetxea? P.G. Sí, ¡qué tío! Se cargó a los dos mejores del mundo. XL. ¿No operó a Maradona porque era del Barça? P.G.
Así es, pero es que en Barcelona tienen muy buenos médicos. Eso, y que
hay una ley no escrita que dice que quienes tratan a los del Madrid no
tratan a los del Barça. XL. Usted también es pionero en España en terapias celulares... P.G.
Es el futuro. La célula como medicamento. Nosotros ya estamos curando
con células. ¿Tienes mal el cartílago? Pues te lo cultivo y te pongo
nuevo. Lo que no sabemos hacer es crearlo a partir de la sangre, que eso
ya es investigación en células madre. La célula madre todavía no ha
curado nada. XL. ¿Y las terapias génicas? P.G. A
eso también le falta mucho. No hay nada aprobado por la ciencia. Aquí
se juega con la esperanza de la gente. Un laboratorio anuncia resultados
parciales, suben sus acciones y consigue inversores. Eso permite que
una investigación prosiga, pero el profesional debe ser cauto. XL. Y sus pacientes, ¿de dónde proceden? P.G. De
todas partes, pero desde el 11-S hay mucho árabe. Por los controles que
hacen en Estados Unidos... De Bahréin, Catar, donde hay mucho asesor
extranjero trabajando. En esos países dicen que, por si se les acaba el
petróleo, quieren acumular conocimiento e innovación. Y están intentando
investigar. Es que todo país que no investiga se empobrece. XL. ¿Lo dice por España? P.G.
No hablo de política. Me molesta que se saque siempre lo negativo de
este país. En España, de todos modos, se hace mucha investigación, pese a
la crisis. Sacando los medios de debajo de las piedras, estamos
haciendo investigación. Siempre hay que buscar cosas nuevas. Reflexiones trauma... tológicas Jugadores de largo recorrido.
«A Messi no lo he tratado. Él se lesiona poco porque es pequeño y tiene
músculos cortos, que sufren menos. Las piernas arqueadas, también,como
las de Raúl, que se ha lesionado muy poco. A no ser que te rompan algo,
claro». A la faraona no la para un menisco. «Lola
Flores se rompió el menisco bailando. La operé y al poco me invitó a su
primera actuación. Bailó a las dos semanas y media. Daba patadas al
suelo y me decía: 'Mira, Pedro, qué bien va'. Y yo ahí,
¡angustiadísimo!». Un presidente en el quirófano.
«A José María Aznar lo quiero mucho. Siendo presidente, lo operé dos
veces: pie y rodilla. También a Álvarez-Cascos, Rato, Javier Solana...
Pero a mí me da igual quien llegue. Trato bien a todos mis pacientes.
Punto». El caso de Rafa Nadal. «Si Nadal hubiera
jugado al fútbol, no habría podido tirarse siete meses sin competir. Le
habrían obligado a operarse, porque la suya es una lesión como hay cien.
Solo puedes dejar que se cure con calma u operar». A los toreros, un capote.
«Por mis manos han pasado los dos maridos de Rocío Jurado, Pedro
Carrasco y Ortega Cano, y toreros como Ángel Peralta, Luis Miguel, el
Soro, el Juli (en la imagen). Estos pueden curarse con calma, no como
los futbolistas, que soportan la presión del club». Mi colección de meniscos (tengo 218) Esta
es la única meniscoteca que hay en el mundo, asegura Pedro Guillén.
Tengo 218 meniscos; muchos de ellos, de celebridades como Lola Flores,
Hugo Sánchez, Óscar Freire, Arconada, Bakero... Pero no colecciono
famosos, sino mecanismos de rotura. Cada uno me ha enseñado la
clínica de distintas lesiones. Hace más de diez años que no añado nada,
porque hoy en día ya nadie te quita el menisco. Con la artroscopia no
tiene sentido. Como mucho, me faltaría el de alguien que se lo rompe en
el espacio. Ese no lo tengo; todo lo demás, casi seguro».
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