domingo, 12 de mayo de 2013

COCINA , COCOCHAS DE BACALAO CON GULAS,./ MEDICINA BEN GOLDACRE DISPARA- ¿ QUÉ OCULTAN LAS FARMACÉUTICAS?,./ 50 AÑOS DE HIPERREALISMO ESTO NO ES UNA FOTO,.

 TÍTULO: COCINA , COCOCHAS DE BACALAO CON GULAS,.

Ingredientes:
½ kg. de cocochas de bacalao desaladas
100 grs. de gulas
250 cc. de aceite de oliva
3 dientes de ajo grandes
Una guindilla

En una sartén ponemos a calentar el aceite y doramos en él los ajos laminados con la guindilla.
Retiramos los ajos y ponemos en el aceite las cocochas bien secas, las vamos confitando en el aceite sin que éste llegue a hervir.
Cuando estén tiernas añadimos las gulas y seguimos confitándolas tres o cuatro minutos más.
Retiramos el aceite a un recipiente y recogemos la liga que está en el fondo. La echamos en donde vayamos a hacer la salsa, una cazuela de barro o similar.
Con un colador vamos batiendo la liga con un movimiento de vaivén y añadiendo poco a poco el aceite, hasta que adquiera consistencia y tengamos la cantidad de salsa deseada.
Ponemos las cocochas y las gulas en la salsa y repartimos los ajos fritos por encima.
Hoy las acompañé de patatas paja,.


TÍTULO: MEDICINA BEN GOLDACRE DISPARA- ¿ QUÉ OCULTAN LAS FARMACÉUTICAS?,.

1. El 90% de los ensayos clínicos publicados son patrocinados por la industria farmacéutica. Este es el principal motivo por el que todo el sistema de ensayos clínicos está alterado, según Goldacre, y por el que se producen el resto de problemas.

2. Los resultados negativos se ocultan sistemáticamente a la sociedad. “Estamos viendo los resultados positivos y perdiéndonos los negativos”, escribe Goldacre. “Deberíamos comenzar un registro de todos los ensayos clínicos, pedir a la gente que registre su estudio antes de comenzar e insistir en que publiquen sus resultados al final”. En muchos casos, denuncia el autor de “Mala Farma”, las farmacéuticas se reservan el derecho de interrumpir un ensayo y si ven que no da el resultado esperado, lo detienen. Asimismo, obligan a los científicos que participan en estos estudios a mantener en secreto los resultados. Y esta práctica tiene de vez en cuando consecuencias dramáticas.
En los años 90, por ejemplo, se realizó un ensayo con una sustancia creada contra las arritmias cardíacas llamada Lorcainida. Se selección a 100 pacientes y la mitad de ellos tomó un placebo. Entre quienes tomaron la sustancia hubo hasta 9 muertes (frente a 1 del otro grupo), pero los resultados nunca se publicaron porque la farmacéutica detuvo el proceso. Una década después, otra compañía tuvo la misma idea pero esta vez puso la Lorcainida en circulación. Según Goldacre, hasta 100.000 personas murieron innecesariamente antes de que alguien se diera cuenta de los efectos. Los investigadores que habían hecho el primero ensayo pidieron perdón a la comunidad científica por no haber sacado a la luz los resultados.
“Solo la mitad de los ensayos son publicados”, escribe Goldacre, “y los que tienen resultados negativos tienen dos veces más posibilidades de perderse que los positivos. Esto significa que las pruebas en las que basamos nuestras decisiones en Medicina están sistemáticamente sesgadas para destacar los beneficios que un tratamiento proporciona”.

3. Las farmacéuticas manipulan o maquillan los resultados de los ensayos. En muchas ocasiones los propios ensayos están mal diseñados: se toma una muestra demasiado pequeña, por ejemplo, se alteran los resultados o se comparan con productos que no son beneficiosos para la salud. Goldacre enumera multitud de pequeñas trampas que se realizan de forma cotidiana para poner un medicamento en el mercado, como elegir los efectos de la sustancia en un subgrupo cuando no se han obtenido los resultados esperados en el grupo que se buscaba al comienzo.
4. Los resultados no son replicables. Lo más preocupante para Goldacre es que en muchas ocasiones, no se puede replicar el resultado de los estudios que se publican. “En el año 2012″, escribe Goldacre, “un grupo de investigadores informó en la revista Nature de su intento de replicar 53 estudios para el tratamiento temprano del cáncer: 47 de los 53 no pudieron ser replicados”.
5. Los comités  de ética y los reguladores nos han fallado. Según Goldacre, las autoridades europeas y estadounidenses han tomado medidas ante las constantes denuncias, pero la inoperancia ha convertido estas medidas en falsas soluciones. Los reguladores se niegan a dar información a la sociedad con la excusa de que la gente fuera de la agencia podría hacer un mal uso o malinterpretar los datos. La inoperancia lleva a situaciones como la que ocurrió con el Rosiglitazone. Hacia el año 2011 la OMS y la empresa GSK tuvieron noticia de la posible relación de este medicamento y algunos problemas cardíacos, pero no lo hicieron público. En 2007 un cardiólogo descubrió que incrementaba el riesgo de problemas cardiacos un 43% y no se sacó del mercado hasta el 2010.
6. Se prescriben a niños medicamentos que solo tienen autorización para adultos. Este fue el caso del antidepresivo Paroxetine. La compañía GSK, según Goldacre, supo de sus efectos adversos en menores y permitió que se siguiera recetando al no incluir ninguna advertencia. La empresa supo del aumento del número de suicidios entre los menores que la tomaban y no se hizo un aviso a la comunidad médica hasta el año 2003.
7. Se realizan ensayos clínicos con los grupos más desfavorecidos. A menudo se ha descubierto a las farmacéuticas usando a vagabundos o inmigrantes ilegales para sus ensayos.  Estamos creando una sociedad, escribe, donde los medicamentos solo se ensayan en los pobres. En EEUU, por ejemplo, los latinos se ofrecen como voluntarios hasta siete veces más para obtener cobertura médica y buena parte de los ensayos clínicos se están desplazando a países como China o India donde sale más barato. Un ensayo en EEUU cuesta 30.000 dólares por paciente, explica Goldacre, y en Rumanía sale por 3.000.
8. Se producen conflictos de intereses: Muchos de los representantes de los pacientes pertenecen a organizaciones financiadas generosamente por las farmacéuticas. Algunos de los directivos de las agencias reguladoras terminan trabajando para las grandes farmacéuticas en una relación bastante oscura.
9. La industria distorsiona las creencias de los médicos y sustituyen las pruebas por marketing. Las farmacéuticas, denuncia Goldacre, se gastan cada año miles de millones para cambiar las decisiones que toman los médicos a la hora de recetar un tratamiento. De hecho, las empresas gastan el doble en marketing y publicidad que en investigación y desarrollo, una distorsión que pagamos en el precio de las medicinas. Las tácticas van desde la conocida influencia de los visitadores médicos (con las invitaciones a viajes, congresos y lujosos hoteles) a técnicas más sibilinas como la publicación de ensayos clínicos cuyo único objetivo es dar a conocer el producto entre muchos médicos que participan en el proceso. Muchas de las asociaciones de pacientes que negocian en las instituciones para pedir regulaciones reciben generosas subvenciones de determinadas empresas farmacéuticas.
10. Los criterios para aprobar medicamentos son un coladero. Los reguladores deberían requerir que un medicamento sea mejor que el mejor tratamiento disponible, pero lo que sucede, según Goldacre, es que la mayoría de las veces basta con que la empresa pruebe que es mejor que ningún tratamiento en absoluto. Un estudio de 2007 demostró que solo la mitad de los medicamentos aprobados entre 1999 y 2005 fueron comparados con otros medicamentos existentes. El mercado está inundado de medicamentos que no procuran ningún beneficio, según el autor de “Mala Farma”, o de versiones del mismo medicamento por otra compañía (las medicinas “Yo también) o versiones del mismo laboratorio cuando prescribe la patente (las medicinas “Yo otra vez”). En esta última categoría destaca el caso del protector estomacal Omeprazol, de AstraZeneca, que sacó al mercado un producto con efectos similares, Esomoprazol, pero diez veces más caro.

TÍTULO: 50 AÑOS DE HIPERREALISMO ESTO NO ES UNA FOTO,.

 50 años de hiperrealismo. Esto no es una foto - Finanzas.com
Pintar al detalle, casi rayando en la obsesión por reproducir las cosas como en una fotografía, dejó de estar mal visto en el mercado artístico,.

Arte

50 años de hiperrealismo. Esto no es una foto

Aunque no lo crea, es una pintura. Denostado en sus inicios por el mercado del arte, el movimiento hiperrealista comenzó a ser valorado en los setenta. Desde entonces, su cotización no para de aumentar. Ahora, el Museo Thyssen de Madrid presenta una gran antología que reúne por primera vez a los imprescindibles de esta escuela pictórica.


La exposición 'Documenta 5', de 1972, lo cambió todo. Pintar al detalle, casi rayando en la obsesión por reproducir las cosas como en una fotografía, dejó de estar mal visto en el mercado artístico.
La famosa muestra de arte contemporáneo de Kassel (Alemania) una de las más importantes del mundo consagró aquel año el fotorrealismo, término acuñado por el galerista neoyorquino Louis K. Meisel en 1969, en los inicios de este movimiento. Aquella Documenta causó un gran revuelo y disparó los precios de esta escuela pictórica, que en 1980 ya estaba totalmente consolidada. «Su descrédito provenía cuenta Meisel desde Nueva York de que estos pintores eran acusados de servirse de un engaño: emplear sin reparos las cámaras para proyectar al lienzo una imagen que les permitía pintar con una nitidez cercana a la de una foto. Ellos se justificaban diciendo que con la cámara solo recopilaban información, que no escondían este hecho y que luego había que pintar...».
En sus inicios, a finales de los sesenta, los fotorrealistas buscaban un arte propio siguiendo los pasos de los artistas pop, que en representaciones figurativas centraron su atención en la vida cotidiana, el mundo del consumo, los medios y la publicidad. «Pero a diferencia del pop, que invitaba a un intercambio intelectual y emocional lleno de humor y de chispa, el fotorrealismo lo mantiene a distancia», describe el experto David M. Lubin. Y es que aquellos pioneros hiperrealistas neoyorquinos o californianos en su totalidad creían que en la pintura ya estaba todo hecho y que tanto el realismo como la abstracción estaban llenos de estereotipos. La fotografía ofrecía, en cambio, neutralidad que se oponía a la expresión consciente del yo del artista y un nuevo sistema figurativo más cercano a ellos como hombres contemporáneos. Según la escritora Linda Chase, buscaban incluso preguntarnos hasta dónde influye la fotografía en nuestra percepción visual de la realidad. «Lo que nos dicen sus cuadros es: 'Vemos fotográficamente'».
En sus inicios, los precios de estas obras no pasaban de diez mil dólares. Las obras de Charles Bell uno de los artistas más importantes se cotizaban en 1973 en tres mil dólares. En 1996, tras su muerte, en trescientos mil. Hoy rondan el millón. Y ahora, tras tres generaciones de pintores, el hiperrealismo confirma su consagración con la exposición que presenta el Thyssen de Madrid, la primera gran antología de esta escuela, organizada por el Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania y que, tras su paso por la Kunsthalle de Tubinga, llevará la muestra a varias ciudades europeas. Tras Madrid, Londres. Cincuenta soberbias piezas de los grandes maestros norteamericanos de la primera generación hasta los genios europeos de hoy. 
De pueblo. Rod Penner retrata las casas y otras escenas urbanas de Marble Falls, un pueblo de 5000 habitantes a 40 kilómetros de Austin, en Texas, donde vive dice «como un recluso». Sin embargo, en Nueva York es un superventas por su capacidad para capturar la melancolía, la calidez, la desolación y la serenidad de las pequeñas ciudades.
Una de Kétchup. Ralph Goings, nacido en 1928, fan de los típicos diners sitios de comida de paso, es ya un clásico del género por sus botes de kétchup, que pintó durante cuatro décadas, elevando el estatus de una salsa de tomate a imagen icónica del estilo de vida americano.
Un icono de Nueva York. Richard Estes (1932), uno de los pioneros del hiperrealismo, nunca quiso hacer buenas fotos, sino instantáneas de las que salieran magníficos cuadros. Los artistas de esta escuela tardan meses en pintar una obra tanto al óleo como al acrílico y hacen de una a tres al año.
El pintor de las motos que no se atreve a pilotar. David Parrish (1939) es sinónimo de la América profunda, los años setenta y sus motos. Pero él es solo un voyeur que, desde un lugar seguro, ve cómo otros saltan de globos a cubos de espuma, acarician serpientes y montan en las motos que él nunca conducirá.
Una postal de florencia. Gracias a sus muchos viajes, Anthony Brunelli (1968) realiza estampas como esta: El Arno al atardecer, en Florencia. Para sus fotos utiliza un objetivo gran angular. Después realiza montajes de varias fotos a modo de collage para componer la imagen que al final pinta.
Un instante en una máquina de 'pinball'. Charles Bell (1935-1995) está considerado el maestro del bodegón hiperrealista. Su detallismo es extremo. Estos artistas suelen ser, según Meisel, «muy estables, meticulosos, gente de familia sin historias de drogas o alcohol, lo que los hace bastante aburridos».
Fiesta de chuches. El italiano Roberto Bernardi (1974) pertenece a la tercera generación de hiperrealistas y expresa la universalización de esta escuela, que representa casi siempre motivos intrascendentes del entorno del propio pintor.


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