La
república de Kiribati maneja distintos récords. Atesora el mayor atolón
del mundo, Kiritimati, también uno de los más bellos. Emerge, o más ...
La república de Kiribati maneja distintos récords. Atesora
el mayor atolón del mundo, Kiritimati, también uno de los más bellos.
Emerge, o más bien se sumerge, tan pegada al ecuador que sus habitantes
son los primeros en celebrar el Año Nuevo, con permiso de Samoa. Pero
hay más. Para desgracia de Binata Pinata, la pescadora descalza en la
inmensidad turquesa de la imagen de arriba, tiene muchos boletos para
convertirse en el primer país que desaparece tragado por el Pacífico.
Para Binata y sus 110.000 vecinos el mar ha sido su hogar y ahora es su
problema. Durante siglos han disfrutado de una vida de ensueño, mecida
con puestas de sol impagables y una despensa inagotable. Ahora miran el
agua con pavor porque ya ha engullido las casas de muchas familias.
Comunidades enteras han sido desplazadas y las cosechas anegadas por la
subida del nivel del mar, causada por los efectos del cambio climático.
Kiribati es un estado insular formado por 33 atolones y una
isla volcánica que, si se cumplen las apocalípticas previsiones de
Naciones Unidas, desaparecerá por completo este siglo. El informe de la
ONU está fechado en 1989 y desde entonces se han celebrado unas cuantas
cumbres para combatir el agujero de ozono. Pero de los vecinos de este
archipiélago solo se acuerda su presidente, el incansable Anote Tong,
que se ha marcado unas cuantas giras por países vecinos, y no tanto, en
busca de ayuda. Dinero para contener las aguas, tierra para realojar a
un pueblo que sabe pescar, recolectar copra -la pulpa seca del coco- y
sonreír a los turistas. Poco más.
Tong no ha cosechado grandes éxitos y se está desesperando.
Desde 2008 viene lanzando avisos dramáticos. ¿Les han llegado? Se
pierden por el Pacífico, quizás porque a Binata y a sus compadres solo
les quedan las palmeras. Cuando dejó de ser colonia británica, en 1979,
se cerraron las minas de fosfato. Son tan pobres que la mitad de su
Producto Interior Bruto procede de las ayudas económicas de Reino Unido y
Japón. Tienen bastante tuberculosis y una elevada tasa de mortalidad
infantil, aunque se ha contenido desde que arribaron médicos cubanos.
Las dos primeras sumergidas
A dos metros sobre el nivel del mar, sus muros caseros de
contención han sido un chiste. El Gobierno madura una gran evasión. Con
matices. En 2012, el gabinete de Tong anunció a la prensa que había
aprobado un plan para comprar 2.500 hectáreas en Viti Levu, la isla
principal de Fiji, a 2.250 kilómetros del paraíso convertido en amenaza.
Se trata de una tierra fértil, propiedad de una iglesia que la ha
puesto en venta por 9,6 millones de euros. «Nuestra gente tendrá que ser
reasentada cuando las mareas hayan alcanzado nuestros hogares y
poblaciones», anunció el presidente en un discurso emitido por la radio y
la televisión públicas.
Este año han llegado las primeras aclaraciones al insólito
proyecto. Mr. Tong acaba de detallar a Radio Australia que esos acres de
tierra de Fiji los van a destinar, de momento, al cultivo. Parece que a
los isleños vecinos no les ha hecho mucha gracia ganar de repente
semejante bolsa de población desesperada. Habrá nuevos sondeos y
negociaciones, mientras el nivel del Pacífico sube a razón de dos
milímetros por año. Eso dice la teoría. La práctica, ratificada por
muchos científicos y la sabiduría de los habitantes de Kiribati, alerta
que la marea avanza bastante más. Una década después de la profecía de
la ONU, dos de sus islas deshabitadas desaparecieron bajo las aguas,
Tebua y Abanuea. La segunda tiene traducción y es para nota: la playa
que más tiempo permanece.
Construir un dique temporal de refuerzo en la zona más
poblada del archipiélago costaría más del doble del PIB del país.
Descartado. Tampoco parece que sea muy viable la idea de instalar una
enorme plataforma flotante, como las de las compañías petroleras para
extraer crudo del lecho marino. Buena parte de estas islas son
patrimonio de la humanidad. Ahora que Obama se ha animado con la lucha
contra la contaminación rescatando una de sus promesas incumplidas,
quizás Tong tenga más suerte con sus llamamientos desesperados, como el
de hace unos días: «No tenemos colinas, ni montañas. Es más serio de lo
que parece. En este momento, somos extremadamente vulnerables, estamos
al límite» TÍTULO; «Prefiero ir en burro a vivir mal para tener un coche»
Andy
Solé es fotógrafo del HOY en Plasencia y conoce bien la zona: sabe que
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