EL MIÉRCOLES. La Sexta está dispuesta a presentarle batalla a Cuatro los miércoles. El día 3 de julio estrenará la segunda temporada de 'Juego de tronos' para tratar de arañar espectadores a 'Homeland', que está ya en la recta final de su segunda entrega. 'Juego de tronos' ocupará el hueco que ha dejado 'The following', que finalizó la semana pasada. Los otros competidores en el reñido 'prime t...
:: EL MIÉRCOLES. La Sexta está dispuesta a presentarle
batalla a Cuatro los miércoles. El día 3 de julio estrenará la segunda
temporada de 'Juego de tronos' para tratar de arañar espectadores a
'Homeland', que está ya en la recta final de su segunda entrega. 'Juego
de tronos' ocupará el hueco que ha dejado 'The following', que finalizó
la semana pasada. Los otros competidores en el reñido 'prime time' del
miércoles son el programa de reportajes de actualidad de TVE 'Comando
Actualidad', la serie 'Con el culo al aire' (Antena 3) y 'Hay una cosa
que te quiero decir' (Telecinco). En Estados Unidos ya se ha emitido la
tercera temporada de 'Juego de tronos'.
TÍTULO; LA CARTA DE LA SEMANA UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( I V) ,.
Una historia de España (IV)
Pues aquí estábamos, cuatro o cinco siglos después de
Cristo, en plena burbuja inmobiliaria, viviendo como ciudadanos del
imperio romano; que era algo parecido a vivir como obispos pero en
laico, con minas, agricultura, calzadas y acueductos, prósperos y tal,
con el último modelo de cuadriga aparcado en la puerta, hipotecándonos
para ir de vacaciones a las termas o comprar una segunda domus en el
litoral de la Bética o la Tarraconense. Viviendo de puta madre. Y con el
boom del denario, y la exportación de ánforas de vino, y la
agricultura, la ganadería, las minas y el comercio y las bailarinas de
Gades todo iba como una traca. Y entonces -en asuntos de Historia todo
está inventado hace rato- llegó la crisis. La gente dejó el campo para
ir a las ciudades, la metrópoli absorbía cada vez más recursos
empobreciendo las provincias, los propietarios se tornaron más
ambiciosos y rapaces atrincherados en sus latifundios, los pobres fueron
más pobres y los ricos más ricos. Y por si éramos pocos, parió la
abuela: nos hicimos cristianos para ir al Cielo. Ahí echaron sus
primeros dientes el fanatismo y la intransigencia religiosa que ya no
nos abandonarían nunca, y el alto clero hispano empezó a mojar en todas
las salsas, incluida la gran propiedad rural y la política. A todo esto,
los antiguos legionarios que habían conquistado el mundo se
amariconaron mucho, y en vez de apiolar bárbaros (originalmente, bárbaro
no significa salvaje, sino extranjero) como era su obligación, se
metieron también en política, poniendo y quitando emperadores. Treinta y
nueve hubo en medio siglo; y muchos, asesinados por sus colegas.
Entonces, para guarnecer las fronteras, el limes del Danubio, el muro de
Adriano y sitios así, les dijeron a los bárbaros de enfrente: «Oye,
Olaf, quédate tú aquí de guardia con el casco y la lanza que yo voy a
Roma a por tabaco». Y Olaf se instaló a este lado de la frontera con la
familia, y cuando se vio solo y con lanza llamó a sus compadres Sigerico
y Odilón y les dijo: «Venid pacá, colegas, que estos idiotas nos lo
están poniendo a huevo». Y aquí se vinieron todos, afilando el hacha. Y
fue lo que se llamaron invasiones bárbaras. Y para más Inri (que es una
palabra romana) dentro de Roma estaban otros inmigrantes, que eran los
teutones, partos, pictos, númidas, garamantes y otros fulanos que habían
venido como esclavos, por la cara, o voluntarios para hacer los
trabajos que a los romanos, ya muy tiquismiquis, les daba pereza hacer; y
ahora con la crisis esos desgraciados no tenían otra que meterse a
gladiadores -que no tenían seguridad social- y luego rebelarse como
Espartaco, o buscarse la vida aun de peor manera. Y a ésos, por si
fueran pocos, se les juntaron los romanos de carnet, o sea, las clases
media y baja empobrecidas por la crisis económica, enloquecidas por los
impuestos de los Montorus Hijoputus de la época, asfixiadas por los
latifundistas y acogotadas por los curas que encima prohibían fornicar,
último consuelo de los pobres. Así que entre todos empezaron a hacerle
la cama al imperio romano desde fuera y desde dentro, con muchas ganas.
Imagínense a la clase política de entonces, más o menos como ahora la
clase dirigente española, con el imperio-estado hecho una piltrafa, la
corrupción, la mangancia y la vagancia, los senadores Anasagastis, la
peña indignada cuando todavía no se habían puesto de moda las maneras
políticamente correctas y todo se arreglaba degollando. Añadan el
sálvese quien pueda habitual, y será fácil imaginar cómo aquello crujió
por las costuras, acabándose lo de «Para frenar el furor de la guerra, inclinar la cabeza bajo las mismas leyes»
(que escribió un tal Prudencio, de nombre adecuado al caso). Las
invasiones empezaron en plan serio a principios del siglo V: suevos y
vándalos, que eran pueblos germánicos rubios y tal, y alanos, que eran
asiáticos, morenos de pelo, y que se habían dado -calculen, desde
Ucrania o por allí- un paseo de veinte pares de narices porque habían
oído que Hispania era Jauja y había dos tabernas por habitante. El caso
es que, uno tras otro, esos animales liaron la pajarraca saqueando
ciudades e iglesias, violando a las respetables matronas que aún fueran
respetables, y haciendo otras barbaridades, como el sustantivo indica,
propias de bárbaros. Con lo que la Hispania civilizada, o lo que quedaba
de ella, se fue a tomar por saco. Para frenar a esas tribus, Roma ya no
tenía fuerzas propias. Ni ganas. Así que contrató mano de obra temporal
para el asunto. Godos, se llamaban. Con nombres raros como Ataúlfo y
Turismundo. Y eran otra tribu bárbara, aunque un poquito menos.
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