Carlos Samuel Niño (Madrid, 1957) es un completo desconocido para la mayor parte de los espectadores. El singular mensajero de 'Hay una cosa que te quiero decir' (Telecinco) se ha ganado el afecto de la audiencia por su simpatía y, sobre todo, por romper los estereotipos estéticos que ha impuesto el mundo de la televisión. Lejos de ser joven y lucir musculito, tiene calva y unos kilos de más. Antes ha sido figurante, actor y ha intervenido en programas como 'La mañana de La 1' o 'Espejo público'. Una vocación que descubrió cuando perdió su trabajo en una inmobiliaria a causa de la crisis del ladrillo.
- ¿Cómo entró en el mundillo de la televisión?
- Un amigo me avisó de que rodaban una película y necesitaban figurantes. Me gustó tanto que le pillé el gustillo. Con el tiempo me he acostumbrado a estar delante de las cámaras y me siento cómodo.
- ¿Siempre ha tenido madera para el espectáculo?
- Mi padre es músico y mi madre pintora, quizás tengo algo de artista (risas). ¡Y eso que empecé a estudiar Ingeniería de Caminos! Nunca me había planteado salir en televisión, de hecho no veía ese tipo de programas.
- ¿Cómo surgió la oportunidad de 'Hay una cosa que te quiero decir'?
- En la versión original, la italiana, hay un mensajero de mi edad, así que me seleccionaron en un casting. Mucha gente mayor prefiere que vaya yo antes que mis compañeros más jóvenes, porque les doy más confianza y se identifican conmigo. Me dicen que no me vaya, que los represento.
- ¿Se ponen en contacto con los destinatarios para saber si están en casa?
- No, lo más importante son las reacciones de las personas cuando nos ven allí. Es algo imprevisto y no está preparado. Nunca sabes lo que puede ocurrir. Muchos nos reciben sin peinar, en chándal,...
- ¿Alguna vez se ha encontrado con una situación complicada?
- Nunca me ha pasado nada, ni me han insultado. No forzamos las situaciones, las personas tienen toda la libertad de ir o no al programa. No queremos que se sientan en una encerrona.
«No paso desapercibido»
- ¿Qué es lo que más le gusta de su labor de mensajero?
- Tienes que ganarte la confianza de la persona e identificarte con ella para que no crea que le estás engañando. No vamos a sacar trapos sucios de la gente, es un programa muy real con historias de la calle.
- ¿Cómo ha cambiado su vida desde que sale en la tele?
- Ahora no paso desapercibido por la calle y todo el mundo me pregunta por cosas del programa. Me sorprende que se queden con detalles muy bonitos de los casos. A veces, cuando vamos a grabar, me tengo que esconder para que la gente no me reconozca y sepan que busco a alguien del barrio.
- ¿Cuál ha sido la mayor satisfacción que le ha dado este programa?
- Cuando la gente de la calle te pide que por favor sigamos, que se emocionan, que se olvidan de sus problemas... También te alegra ver las reconciliaciones, estamos ayudando a que se resuelvan problemas familiares. Eso da mucha satisfacción.
- ¿Ha visto lo que escribe la gente sobre usted en internet?
- En un foro comentaban '¿Cómo han podido coger a ese hombre que lleva el pantalón por la barriga?', '¡Qué pintas!'. Es normal que reaccionen así, nunca han visto a un azafato de mi edad y con mi físico. También me han creado una página en Facebook.
- Sus fans lo comparan con Bertín Osborne.
- ¿De verdad? No será por el físico, porque él es más alto que yo (risas). ¡Y mira que yo soy bastante seco! Al entregar las cartas sí soy simpático, pero de ligoteo.... nada.... (risas).
TÍTULO: EL GRAFITI, MÁS ALLÁ DE LA PINTADA:
El que no figura no existe. Este parece ser el principio por el que a comienzos de los años 70 cientos de jóvenes neoyorquinos decidieron plasmar su nombre o sus mensajes en los vagones y las paredes del metro. Así nacía el grafiti, considerado en sus principios como un acto de gamberrismo y que, cuatro décadas después es más que un modo de expresión que ha pasado, en sus obras más trabajadas, a ser una obra de arte y estar en los museos. El profesor de comunicación Craig Castleman fue el pionero en investigar el fenómeno en sus orígenes y en 1982 publicó 'Getting up', obra que establecía las líneas por las que se rige este modo de expresión. Ahora la editorial Capitán Swing Libros reedita en España 'Getting up. Hacerse ver. El grafiti urbano en Nueva York', un estilo de vida vigente y en expansión.
Eran los años 70. Vietnam no daba los resultados esperados para los contribuyentes estadounidenses. La crisis del petróleo acuciaba y la depresión social en Nueva York llevaba a los 'sin techo' a poblar las calles. Los españoles que viajaban a la capital de los rascacielos regresaban impactados por el «estado» de los vagones y los túneles del metro. Cientos de nombres, firmas y mensajes lo cubrían todo. Cantautores como Simon & Garfunkel se hacían eco en sus temas de los mensajes que dejaban «los poetas que escriben en las paredes el metro».
El prólogo de la actual edición de 'Getting up' fue encargado a Fernando Figueroa Saavedra, doctor en Historia del Arte y uno de los investigadores españoles más activos en la compresión y divulgación de este medio de expresión. Según el experto, este «fenómeno novedoso» y de «gran vitalidad» saltó el Atlántico a finales de los 70 y ya principios de los 80 se instaló en Madrid con «gran virulencia».
Su principal precursor fue Juan Carlos Argüello, muy conocido por los estudiosos del tema, pero más popular para los ciudadanos como 'Muelle'. Eran los momentos de la 'movida madrileña', toda una corriente cultural en la que el grafiti tuvo su espacio. Sin embargo, los sociólogos tuvieron que volver sus ojos a Estados Unidos para conocer, de la mano de Craig Castleman, lo que ocurría. Él fue quién difundió «el alma, el espíritu, las normas, las reglas de juego», según Figueroa Saavedra. En España, la incipiente democracia hacía que en el grafiti se entrelazara «la exploración de la libertad y la reconquista del espacio público».
Prueba de vivir
De esta manera Castleman fue un pionero al tratar el grafiti como un mensaje de que 'yo-existo', 'yo-estuve-aquí' o 'yo-soy-yo'. Trataba de ser «la prueba de vivir mediante el acto, la memoria de paso por la huella y la construcción de la personalidad mediante la autoafirmación de la identidad y la presentación de sí mismo», destaca el prologuista. Luego se sumaron otros valores como la travesura, la rebeldía, el riesgo o experimentar lo prohibido.
En 'Getting up', este profesor neoyorquino entrevista a los protagonistas de aquel incipiente fenómeno, contra el que las autoridades invertían entonces hasta 150 millones de dólares para eliminarlo de paredes y vagones. Y es que en 1972, las llamadas pintadas de Nueva York se convirtieron en un asunto de índole política, tras la aparición del misterioso mensaje: 'Taki 183'. El mismísimo The New York Times liberó a uno de sus reporteros para que investigase el tema.
Castleman habla con grafiteros, agentes del Departamento de Policía de Tránsito, cargos públicos y empleados de la Autoridad de Transporte Metropolitano de Nueva York. El objetivo es introducir al lector en el grafiti y eliminar lo que se interpretaba como «una de las peores formas de contaminación que hemos de combatir».
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