martes, 27 de agosto de 2013

MODA VIP, PROTAGONISTA, PETRA NEMCOVA, MODELO, LA MODA TIENE AHORA MAS CONCIENCIA./ SERIES DEL VERANO, KATE MOSS INDESTRUCTIBLE,.



TÍTULO: MODA VIP, PROTAGONISTA,  PETRA NEMCOVA, MODELO, LA MODA TIENE AHORA MAS CONCIENCIA.

Petra Nemcova: «La moda tiene ahora más conciencia»Tendencias

Petra Nemcova: «La moda tiene ahora más conciencia»

La modelo que cambió las pasarelas por la solidaridad tras sufrir un tsunami es embajadora de Pronovias,

La modelo checa Petra Nemcova. /foto,.
Mientras esperamos, la cafetería está en completo silencio. Nadie mira a nadie, todos están absortos en sus móviles o tabletas. De repente, empiezan a escucharse cuchicheos y las miradas se centran en las escaleras. Lo primero que llama la atención son dos interminables piernas. Al elevar la mirada, además de una escultural figura, aparece una rubia melena y una sonrisa.
La causante del revuelo es la modelo checa Petra Nemcova. Su altura (1,79 m y 15 cm de tacón) impresiona, pero ella no tiene reparo en agacharse para dar tres besos, mientras esboza un simpático “Hola”. Está radiante y transmite paz. La razón: el nuevo rumbo que ha tomado. “Dedicar mi vida a ayudar a los demás ha sido lo mejor que he hecho”, revela. Sus días ya no transcurren entre aeropuertos y hoteles. Su nivel de desfiles, “shootings” y presentaciones ha disminuido, ahora escoge con mimo aquello a lo que presta su imagen. Como Pronovias, firma de la que es embajadora de su colección de fiesta 2014,.

TÍTULO: SERIES DEL VERANO, KATE MOSS INDESTRUCTIBLE.
La exitosa carrera profesional de Kate Moss 
 Del “heroin chic” al “Cocaine Kate”; de la supuesta abanderada de la anorexia a la presunta orgía de su trigésimo cumpleaños; de las pasarelas al Museo Británico, en forma de escultura gigante o en los lienzos de Lucien Freud; de adolescente que sonríe frunciendo la nariz en la portada de The Face (verano de 1990) a holograma que cierra el desfile de Alexander McQueen en 2006. Todas son Kate, “So Kate”, como dicen los británicos. Pero lo más significativo no son las polémicas; lo más sobresaliente es que, 23 años después de esa portada en la que aparece en estado semisalvaje, la Moss no solo sigue ahí, es que no ha dejado en ningún momento de ser la modelo número 1. La más requerida por las firmas, la más admirada por los profesionales y la más conocida por el público de todo el mundo. Y eso, a pesar de (o precisamente por) las muchas imperfecciones tanto de su belleza como de su biografía.

Katherine Anne Moss nació el 14 de marzo de 1976 en un feo suburbio de Londres. Croydon es una sucesión de torres de cemento, centros comerciales y calles-carretera plagadas de rotondas. Lo más ordinario entre lo ordinario. Y, sin embargo, “sus habitantes son muy conscientes de su estilo y de las tendencias”, asegura Kate, que asume con orgullo sus orígenes modestos. En su barrio, elegir las prendas adecuadas permite la transgresión social y Moss tiene el glamour de la calle.

Recorre mercadillos y tiendas de segunda mano en busca de pequeñas joyas que luego combinará con el acierto de una estilista en estado de gracia. Los diseñadores la buscan por su capacidad camaleónica y las revistas, por su innata habilidad para vender cualquier cosa. La gente corriente la sigue porque sabe vestirse. Hace de ello una tarea casi mitológica en la que juega al “parece que me he puesto lo primero que he pillado, pero llevo horas probándome ropa” y no falla jamás. La lista de cosas que ha puesto de moda es interminable. Basta que se cuelgue un bolso del brazo, se plante unas botas, se corte unos vaqueros hasta las ingles o se ponga un chaleco para que medio mundo la imite con tanta insistencia que marcas como Ugg y Hunter han visto nacer su imperio gracias a una foto robada a Kate Moss en una calle de Londres o en un festival de verano. Y sin haber pagado por sus servicios.

Kate no tiene los rasgos perfectos. Ni la altura. En su cabeza, felina y triangular, sobresalen unos ojos almendrados que se vuelven líneas cuando sonríe (son verde pardo con manchas marrones alrededor de las pupilas); debajo, pómulos afilados como cuchillos, nariz casi chata y labios llenos y apretados. Mantiene sus pecas infantiles, que ahora disimula con un bronceado de bote de aspecto natural, y unos incisivos ligeramente torcidos hacia dentro.

Su cuerpo, de estructura ósea mínima, escasas curvas y poco pecho, recuerda más a un efebo que a una diosa. Y es castaña natural, aunque su amigo de juventud (y “croydonés” como Kate), el peluquero James Brown, siempre consiga para ella el rubio dorado más deseado. Ligeras imperfecciones que, juntas, la hacen perfecta: con una mirada o una sonrisa, consigue cualquier cosa. Pero su mayor desafío fue el de la altura: esos escasos 1,70 cm.

En 1990, en su primer desfile (para John Galliano, amigo, mentor y también vecino de Croydon), se las ingenió para dejar a todo el público boquiabierto a pesar de estar rodeada de supermodelos como Naomi Campbell, Linda Evangelista o Christy Turlington, que le sacaban una cabeza. La colección estaba inspirada en la huida de Anastasia, la hija menor del último zar de Rusia. La única indicación que Galliano le dio a una Kate de 16 años fue: “Te persiguen los lobos”. Ella, obediente, echó a correr por la pasarela como si toda una manada le mordisqueara los talones. “Todo el mundo se puso en pie. Fue un momento mágico”, contó después el diseñador.

Sarah Doukas, fundadora de la agencia de modelos Storm, uno de los pilares de la actual industria de la moda británica, se dio de bruces con las infinitas posibilidades de Kate Moss en el aeropuerto JFK de Nueva York. Solo tenía 14 años y volvía de unas vacaciones en Bahamas. Pero era demasiado delgada, demasiado baja y demasiado natural para la época. Los 80, con sus looks excesivos, estaban terminando, pero su influjo se resistía a morir.

Hasta que la fotógrafa Corinne Day decidió certificar su defunción con una serie de fotografías que hizo de Moss en una playa de East Sussex. Esa sesión, en la que Kate aparece infantil, casi sin desarrollar, se convertiría en 1990 en la portada del especial de verano de The Face, la revista de tendencias más “in” del momento. Marc Jacobs, que no la conocía todavía, colgó esa mítica foto, en la que aparece con un tocado de plumas, como inspiración en la pared de su estudio. El “grunge” descubría a su musa, y venía acompañada de polémica.

En 1993, su entonces novio, Mario Sorrenti, la fotografió en blanco y negro, desnuda sobre un sofá, para la campaña de Obsession, el perfume de Calvin Klein. Pero lo que llamó la atención no fue su trasero perfecto, sino su extrema delgadez y un aspecto que muchos conectaron con el de una yonqui de lujo. De la acusación de promover la anorexia, Kate pasó a representar el “heroin chic”. En 1997, aún Bill Clinton arremetía contra la tendencia de modelos ojerosas, con aspecto de haberse metido de todo.

En los 90 se dio un curioso fenómeno: las supertops, amazonas de cuerpos arrebatadores, convivieron con estas modelos andróginas, antimodelos representadas por Kate. Ambos bandos hicieron buenas migas. Naomi Campbell fue amiga íntima de Kate durante la década y Christy Turlington le dio los mejores consejos para moverse en el negocio. No fueron sus únicos apoyos. John Galliano, que entró en Dior en 1992, siempre apostó por ella. Lo mismo que Alexander McQueen, a quien Moss todavía echa de menos. Y Fabien Baron, director creativo de Interview y Harper’s Bazaar, y encargado de orquestar la actualización de Calvin Klein, Burberry, Armani, Balenciaga, Prada o Valentino, con Kate como su as en la manga.

A finales de la década, cuando la estrella de las “supertops” empezaba a resentirse, la de Moss seguía en ascenso: se convirtió en la Egeria de la “Cool Britannia” con la que Tony Blair quiso revitalizar la imagen de su país dentro y fuera de su fronteras. Siguió brillando en el cambio de milenio hasta que, en septiembre de 2005, el Daily Mirror la llevó a portada con una fotos en las que aparecía en clara actitud de estar consumiendo cocaína.

¿Caída en picado y sin red? Al contrario. Moss demostró que su estatus de icono era mucho más potente de lo que parecía. Perdió contratos millonarios con H&M y Burberry, pero siguió contando con el apoyo incondicional de sus amigos. Galliano, que no ha tenido tanta suerte en su propio vía crucis, acusó a la industria de hipocresía. McQueen salió a saludar a la pasarela con una camiseta con el lema “Te queremos, Kate” y orquestó su regreso convertida en holograma al final de su desfile de París de 2006. Sir Philip Green, dueño de Topshop, le encargó una colección que fue un éxito. Apenas un año después del escándalo, Moss ganaba el doble que antes de las fotos del Daily Mirror.

Su novio del momento, Pete Doherty, líder de 'The Libertines y Babyshambles', se convirtió en el chivo expiatorio. Él, con su vida disoluta, su adicción a todo tipo de drogas y sus borracheras era el culpable de todo. Kate lo acabó dejando públicamente (aunque se siguieron viendo a escondidas). Con la excepción de tres estrellas de Hollywood (Leonardo DiCaprio, brevísimamente Daniel Craig y Johnny Depp durante cuatro largos años), el fotógrafo Mario Sorrenti y un editor de revista (Jefferson Hack, director de Dazed & Confused y padre de su hija Lila Grace), a Kate le van los rockeros.

Su madre, una camarera medio hippie enamorada de los Rolling Stones, le infundió amor por la música y pasión por los músicos. Además del desastroso Doherty (para quien compuso cuatro canciones), en su vida amorosa se cuentan Jesse Wood, hijo del guitarra de los Stones; Evan Dando, líder de los Lemmonheads; Anthony Langdon, de Spacehog; y Jamie Hince, líder de los Kills, y único hombre capaz de hacer sentar la cabeza a Moss. Se casaron en julio de 2011 y aún pasean por Londres cogidos de la mano. Ella sigue fumando, pero es que nadie es perfecto. 


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