Era hija de un maquinista de tren y ucraniana por los
cuatro costados. De barbilla potente, musculosa y con nervios de acero.
Lo mismo podía haber sido campeona de los 800 metros lisos que una
despampanante actriz de cine. Se llamaba Nadia Popova y bailaba mejor
que nadie el foxtrot y el tango en el pueblo minero de Donetsk, al este
de Ucrania. «Yo quería dedicarme al mundo del espectáculo. ¡Soñaba con
ser una estrella!», confesaba en una entrevista que se ha repetido hasta
la saciedad en la televisión rusa. No es para menos. Hablamos de una de
las 1.100 mujeres que lucharon en el Ejército del Aire de la URSS
durante la II Guerra Mundial.
El fuego antiaéreo nazi no pudo con Popova pero, ay, la
vejez resulta mucho más implacable y cruel. Ella, que se internó más de
800 veces en territorio enemigo y se las apañó para aterrizar en dos
ocasiones con el avión en llamas, fue finalmente derribada por un ataque
al corazón. Tenía 91 años y no le hubiera importado seguir exhibiendo
las seis condecoraciones de guerra que guardaba en la cómoda del salón,
junto a la vajilla y el samovar.
Siempre fue una mujer pragmática, muy hábil a la hora de
ahorrar espacio. Ni siquiera cuando alcanzó el rango de teniente coronel
se permitió el lujo de cargar con un paracaídas en el avión, un
Polikarpov PO-2 que apenas alcanzaba los 152 km/h. Sirva como contraste
que los Messerchmitt alemanes llegaban a los 640 km/h. ¿Cuál era
entonces la ventaja de los PO-2, que a duras penas servían para fumigar
los campos? Sólo una. Eran un blanco difícil porque los enemigos,
fiiiiuuuu, pasaban de largo...
«Eso sí, cuando te daban, ahí se terminaba la historia.
Nuestros biplanos eran de madera contrachapada y lona. ¡Ardían como
antorchas!», solía recordar Popova entre carcajadas. Para ganar un
poquito de velocidad, también prescindían de las metralletas y hasta de
la radio. Les bastaba con un plano y una brújula para llegar a su
destino, que lo mismo eran bases militares que hangares con munición o
tiendas de campaña donde descansaban los soldados nazis. Popova y sus
compañeras siempre volaban de madrugada.
La amiga Raskova
La aviadora ucraniana formaba parte del Regimiento 588º de
Bombardeos Nocturnos, más conocido por el apodo de 'Brujas de la Noche'
que le pusieron las propias tropas alemanas. Decían que hacían un ruido
siseante y traqueteante, «igual que las escobas de las hechiceras». Todo
el destacamento se componía de mujeres -que incluía mecánicas,
ingenieras, camioneras...- y nació a instancias de Marina Raskova, la
única persona capaz de convencer a un tipo como Stalin de que había
jóvenes dispuestas y capaces de remontar el vuelo para defender su país.
Recordemos que solo el Gobierno de la URSS permitió, por un decreto de
1941, que las mujeres de más de 20 años «pudieran morir por su país».
Tal cual. Ni Rooselvelt ni Hitler se atrevieron a tanto.
¿Quién era esa Marina Raskova -íntima de Popova, por
cierto- que forzó a Stalin a cambiar la ley? Pues una veinteañera que no
solo tenía dotes de mando y una voz maravillosa de soprano que
fascinaba a sus compañeras. ¡También era una pionera de la aviación
civil! En 1938 superó sin escalas un trayecto de 6.000 kilómetros entre
Moscú y Komsomolsk, al este de Rusia. En definitiva, le pisaba los
talones a otra chica de altura, la estadounidense Amelia Earhart, que
protagonizó en 1932 el primer vuelo en solitario de una mujer sobre el
Atlántico. Ambas murieron jóvenes, la americana a los 40 años, cuando
intentaba dar la vuelta al mundo, y la rusa en 1943, con apenas 30, al
estrellarse a orillas del Volga en mitad de una violenta tormenta de
nieve.
Lo que diferenciaba a una y otra es que Raskova, ya en
1933, trabajaba para las Fuerzas Aéreas de la URSS. Gracias a un carisma
arrollador y mucha mano izquierda con los militares, consiguió impulsar
la creación de tres regimientos femeninos: el 588º de Bombardeos
Nocturnos (Las Brujas de la Noche), el 586º de Combate Aéreo y el 125º
de Bombarderos.
Se calcula que protagonizaron más de 30.000 misiones y
lanzaron unas 23.000 toneladas de bombas en el Frente Oriental. A la
vista de estas cifras, el reciente fallecimiento de Popova ha servido
para recordar a unas mujeres que no se limitaban a lucir palmito y
pasarlo bien en los clubes de aviación. Que los había y muchos antes y
durante la guerra...
El gancho del Barón rojo
Puede resultar chocante pero en la década de los años 30,
lo más 'chic' no era conducir un Cadillac o un Rolls Royce sino...
¡volar! Los cachorros más audaces de las familias adineradas no dudaban
en apuntarse en las academias de pilotaje, que proliferaban tanto en EE
UU como en la URSS y Centroeuropa. La pasión por los aeroplanos debía
mucho al Barón Rojo, el mítico aviador alemán de la I Guerra Mundial, al
que enterraron sus enemigos bajo una lápida que decía 'Aquí yace un
valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor'.
Se llamaba Manfred von Richthofen y murió en el campo de
batalla con 25 años. Le encantaba hacer piruetas y siempre volaba en
aviones pintados de rojo. Quería que le temieran nada más verle. Pero
solo en el aire, porque una vez derribados nunca remataba a sus enemigos
en tierra. Les dejaba marchar. Todo un gesto. Una costumbre que se
perdió en la II Guerra Mundial. Las 'Brujas de la Noche' bombardeaban a
los soldados nazis mientras dormían...
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