TÍTULO. ALONSO SUJETA A UN VETTEL INSUPERABLE.
Es esa sensación que queda cuando los adversarios se miden a
Messi o Cristiano Ronaldo y no pueden dejar de felicitarse por haber
perdido 1-0 y gracias. Algo de eso experimentó Fernando Alonso en el
inigualable circuito de Spa, un escenario que venera la tradición y la
vieja escuela. Fue el único capaz de discutir la supremacía de Sebastian
Vettel, el triple campeón mundial que enfila su cuarta coronación
consecutiva si el español o Hamilton no lo remedian. Lo hizo a bordo de
un Ferrari rehabilitado para la ocasión, un coche potente a la altura
del prestigio de la marca que permitió a Alonso culminar otra remontada
en el podio. Salió noveno y acabó segundo adelantando a todos sus
oponentes en la pista. Pero el problema es Vettel y su Red Bull
inalcanzable hasta la fecha. Ganó de nuevo el germano, su quinta pieza
del año, y eleva la ventaja en el Mundial 46 puntos.
La cita de las Árdenas decreta un veredicto evidente a ocho
pruebas de la finalización: Vettel dispone de todas las herramientas
para vencer de nuevo, pero Ferrari ha robustecido las prestaciones de su
coche y esto en manos de Alonso es una garantía de progreso. El título
es ahora una disputa entre tres, Vettel, Alonso y Hamilton. La peor
noticia para Alonso durante el fin de semana fue una frase de Helmut
Marko, el ideólogo de Red Bull: «Llevaremos piezas nuevas a todas las
carreras que faltan». Quedan ocho y ayer se apreció en el trazado belga
que Red Bull y Vettel caminan varias leguas por delante.
Alonso saboreó la dulce sensación de un coche rejuvenecido.
El asturiano perpetró una salida fabulosa con el Ferrari, el coche que
mejor se pone en marcha de la parrilla y el que más posiciones ha
conquistado este curso. Lo hice de cine el español al volante,
esquivando enemigos menos despiertos y entrando por dentro en la primera
curva, La Source. De ahí salió escopetado gracias al poder de reacción
del Ferrari y se colocó quinto. Lo hizo genial. Cuatro escalones en
cuatrocientos metros.
Al tiempo que Alonso exponía las nuevas condiciones del
juego, con el Ferrari remozado, más veloz que antes, Sebastian Vettel
daba cuenta de Lewis Hamilton y, como siempre, se instalaba primero y
ponía un desierto de distancia entre él y el resto.
El español adelantó a Button, se quitó de encima a Rosberg y
atrapó el podio en seis vueltas. Desembarcó en el lugar que le
corresponde, el escalafón de gobierno junto a Vettel y Hamilton. Durante
muchos minutos, el Ferrari fue el coche más rápido, aunque no lo
bastante como para merendarse al Red Bull. Ni las ruedas ni la
tradicional lluvia de Spa desnivelaron el equilibrio de fuerzas,
reducido esta vez al hombre y la máquina. Alonso también apartó de su
camino a Hamilton sin contemplaciones. Hamilton y su Mercedes no estaban
a la altura.
El día se cruzó para uno de los candidatos con pedigrí.
Raikkonen salió mal, circuló siempre a contrapié y terminó por abandonar
por un problema con los frenos. Punto final al récord: 27 carreras
consecutivas consiguiendo puntos. A efectos de clasificación la carrera
se terminó en la vuelta 15, después de que Alonso derrotase a Hamilton
en su pelea privada. Webber no pudo con Rosberg, Massa no pudo con
Button y el asunto quedó resuelto con la quinta victoria de Vettel este
año y la evidencia de un Ferrari rehabilitado.
TÍTULO. UN BINOMIO INVECINBLE. MOTOS.
Marc Márquez y Honda lograron algo más que una victoria y
25 puntos en el Gran Premio de la República Checa de MotoGP. Y no nos
referimos al segundo puesto de Dani Pedrosa, sino a dejar a Jorge
Lorenzo contrariado, exhausto y, lo que es más importante, derrotado. El
líder del Mundial y el actual campeón del mundo se enfrentaron en un
mano a mano apasionante, el mejor de la temporada. Pero fue desigual, y
sería tan injusto no reconocerlo como no afrontar de forma frontal la
nueva realidad que azota la categoría reina desde hace cuatro grandes
premios: el binomio formado por Marc Márquez y Honda va convirtiéndose,
paso a paso, en un monstruo inabordable, que convence al mundo de que su
curso natural es el de marcar una nueva era en el motociclismo.
Es desigual porque Lorenzo tiene que recortar milésimas con
inclinadas imposibles mientras que los pilotos Honda viven cómodamente
en una moto que presumiblemente tiene un peor chasis pero que, sin
embargo, en potencia y aceleración no encuentra rival.
Lorenzo es la imagen rabiosa de una derrota por
aniquilamiento entre máquinas japonesas. La vara de medir al bicampeón
no pueden ser Márquez y Pedrosa, tiene que ser su compañero de garaje.
El mismo que carrera tras carrera se descuelga nada más comenzar y que
acaba los grandes premios bastantes segundos más tarde. Ese que, lejos
de ser un don nadie, se llama Valentino Rossi y lo ha sido todo en el
deporte de las dos ruedas y ahora ve cómo sus grandes rivales llevan
monturas de segunda fila o a lo más que aspiran es a recoger las migajas
que dejan aquellos que sí luchan por la gloria.
Ahí está la verdadera referencia, y un agravio sonrojante
para la marca de los diapasones. Comparar los ingenios de Nakamoto con
monturas como la de Bautista o Bradl es hacerlo de mundos distintos,
aunque también competitivos. Sin embargo, el material de Monster Tech3
es capaz de mirar a los ojos a cualquiera de sus 'hermanas mayores'.
Bandera blanca
El gran problema de Márquez es que no tiene con qué
compararse, porque lo que sigue logrando es histórico, único,
legendario. Se esperaba a un piloto con la sangre hirviendo, pero no con
una cabeza tan gélida y calculadora. Lo tiene todo controlado, y es un
novato. El '93' vio con tranquilidad una salida colosal de Lorenzo, y
tanto él como Pedrosa fueron capaces de desembarazarse de Crutchlow y
Bautista, que de presuntos invitados al banquete acabaron recogiendo los
bártulos y marchándose por la puerta de atrás en menos de una recta. El
inglés, orgulloso, buscó décimas que no existían y se marchó al suelo.
El español, peleando contra su 'enemigo' Rossi, que le birló incluso la
cuarta posición. Mientras, Jorge cogía un par de segundos por delante, y
Márquez se llevaba a rueda a Pedrosa, el mismo que tanto se quejaba a
principio de la temporada de ser el tutor involuntario de su compañero y
que ahora tiene que conformarse con ir a su rebufo. Décima a décima la
desventaja fue disminuyendo, pero Marc no tenía prisa. Se puso detrás de
Lorenzo y esperó su momento.
Apareció una bandera blanca, la que permite a los pilotos
cambiar de montura por la aparición de lluvia. Quedaban diez vueltas
para el final y cundió el pánico. Solo fue una alarma, pero sirvió para
activar el detonador dentro del corazón de Márquez.
La batalla fue impresionante. Lorenzo aguantó con el alma
las constantes embestidas del de Cervera, que no cejó en su empeño hasta
que, tras varios adelantamientos mutuos, consiguió a falta de cinco
vueltas un pequeño colchón respecto al '99'. Ahí apareció otra bandera
blanca, la de la rendición. Jorge no pudo con un golpe profundamente
psicológico.
Pedrosa, que se había mantenido al margen de la épica, tiró
de oportunismo para rebasar también a un toro que solo buscaba ya la
barrera como refugio para intentar curar sus heridas. Fue el testigo de
excepción de una batalla entre dos colosos, y el oportunista capaz de
arañarle cuatro puntos más a Lorenzo y posicionarse como la gran
alternativa al dominio de Márquez. Al menos, él también lleva una Honda
para intentar combatir en igualdad de condiciones a una bestia que no
para de crecer carrera a carrera. Su nombre es Marc Márquez, el hombre
que ha vencido en las cuatro últimas carreras y que ya aprende y enseña a
partes iguales.
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