martes, 27 de agosto de 2013

ENRÉDATE UNIVERSO VIRTUAL A CONTRARRELOJ.CANCIÓN,/ EL DOLOR DE UNA ELECCION DIFICIL.


TÍTULO; ENRÉDATE UNIVERSO VIRTUAL A CONTRARRELOJ. CANCIÓN,
Perderme nunca se me dio bien
que siempre termino borracho
luego a la mañana vuelvo a ser,
siempre la misma cancion
me enfrento con el espejo,
no encuentro la voz
ahora de nada sirvió
esconderme a dulces tragos

beberme los bares es la ley
ya no guardo un as en la manga
que pueda salvarme si al volver,
me encuentro en esta canción
de habitaciones vacias en el corazon,
y va matandome el sol
va llenandome de nada

y aunque sepa que voy a contrarreloj
me detengo y busco la canción
la inocencia que ya se perdió
voy perdiendo junto al tiempo la razón,
voy quedandome vacio,
voy muriendome de frio

no me digas que no quedan sobras,
ni cenizas de lo que hicimos arder,
de un calendario marchito
que la luna me ha contado a solas,
que me muero y no tengo nada que hacer,
salvo morirme contigo

me callo aun sabiendo que despues,
me muero por hablar contigo
me quedo mirando la pared,
siempre repito que no
guardo palabras perdidas dentro del cajón,
pero me engacha tu olor
cada noche que aparece,

y auque sepa que voy a contrarreloj
me desvelo y busco inspiración,
donde nunca pueda alcanzarme el sol
de mis noches de locura ni tu adios,
ni el recuerdo de aquel niño,
ni los sueños con tu ombligo

no me digas que no quedan sobras,
ni cenizas de lo que hicimos arder,
de un calendario marchito
que la luna me ha contado a solas
que me muero y no tengo nada que hacer,
salvo morirme contigo

no me digas que no quedan sobras,
ni cenizas de lo que hicimos arder,
de un calendario marchito
que la luna me ha contado a solas
que me muero y no tengo nada que hacer,
salvo morirme contigo

cada noche te recuerdo a solas,
cuando olvido de olvidarte y otra vez
me pierdo entre las farolas
no he parado de correr a solas,
si la vida una partida de ajedrez,
que a contrarreloj se ahoga.

TÍTULO: EL DOLOR DE UNA ELECCION DIFICIL.
 

Este verano he leído un libro de Simona Sparaco, 'Nessuno sa di noi' (“Nadie nos conoce”), sin traducción aún al español, que ha cosechado un gran éxito en Italia. No sabía de qué iba y, por eso, lo empecé con la ligereza con la que se afrontan las lecturas estivales, esa ligereza que imponen el calor y el descanso. Su estilo es fluido y atractivo, capaz de atraparte a las primeras de cambio y de que no te entren ningunas ganas de dejarlo. Oculto dentro de ese aparente deleite se esconde, sin embargo, un drama devastador.

Y es que el libro cuenta la historia (real) del primer embarazo de la escritora, tras una larga e impaciente espera junto a su marido. Tienen ya listas la cuna y la habitación del bebé, al que su madre habla largo y tendido mientras se acaricia el vientre. Desafortunadamente, al quinto mes, cuando el feto está ya del todo formado, la ecografía detecta que algo no va bien. Parece que hay un problema en los huesos: el pequeño podría padecer de enanismo. De pronto, la dulce espera se torna una pesadilla o, peor aún, un camino infernal en el que las etapas ya han sido señaladas por otros.

En Italia, el aborto en un estado tan avanzado no es legal, así que el matrimonio vuela a Londres, donde consulta con uno de los mejores genetistas. Este no solo confirma el diagnóstico, sino que además sugiere actuar de inmediato, sin perder más tiempo. Trastornada por las circunstancias, bajo una presión apenas soportable, la joven madre se ve así abocada a un aborto terapéutico. Pero el bebé siente algo y, justo antes de concluir la operación, empieza a arañar y a patalear como un loco, aunque su rebelión no detiene el proceso. El médico, con suma precisión, alcanza con una aguja el corazón del niño que al punto deja de latir. El vientre de la joven madre porta ahora la muerte durante dos días, hasta que, con no poco esfuerzo y dolor, logra expulsar el cuerpo de su hijo.

No consigo sacarme de la cabeza esas imágenes que, a su vez, me recuerdan a otras. Especialmente la de una conocida mía, mayor de 40 años, que después de buscar durante mucho tiempo un hijo se quedó, al fin, embarazada. Tras un análisis erróneo, se convenció de la necesidad de abortar, para descubrir después que el bebé estaba totalmente sano. No había entrado nunca tan de lleno en la tragedia que supone el aborto terapéutico.

Nunca había pensado cuánto dolor, cuánta desolación se pueden esconder detrás de esta decisión que ninguna madre desearía tomar jamás; cuánta soledad persiste en el corazón de estas mujeres tan valientes a las que la vida ha sometido a una prueba tan feroz. Los médicos afrontan el trance protegidos por un conveniente velo de piedad, pero una mujer que siente morir a su propio hijo dentro de sí queda marcada para toda la vida, como ponen de manifiesto tantos y tantos testimonios en las redes sociales.


Este verano he leído un libro de Simona Sparaco, 'Nessuno sa di noi' (“Nadie nos conoce”), sin traducción aún al español, que ha cosechado un gran éxito en Italia. No sabía de qué iba y, por eso, lo empecé con la ligereza con la que se afrontan las lecturas estivales, esa ligereza que imponen el calor y el descanso. Su estilo es fluido y atractivo, capaz de atraparte a las primeras de cambio y de que no te entren ningunas ganas de dejarlo. Oculto dentro de ese aparente deleite se esconde, sin embargo, un drama devastador.

Y es que el libro cuenta la historia (real) del primer embarazo de la escritora, tras una larga e impaciente espera junto a su marido. Tienen ya listas la cuna y la habitación del bebé, al que su madre habla largo y tendido mientras se acaricia el vientre. Desafortunadamente, al quinto mes, cuando el feto está ya del todo formado, la ecografía detecta que algo no va bien. Parece que hay un problema en los huesos: el pequeño podría padecer de enanismo. De pronto, la dulce espera se torna una pesadilla o, peor aún, un camino infernal en el que las etapas ya han sido señaladas por otros.

En Italia, el aborto en un estado tan avanzado no es legal, así que el matrimonio vuela a Londres, donde consulta con uno de los mejores genetistas. Este no solo confirma el diagnóstico, sino que además sugiere actuar de inmediato, sin perder más tiempo. Trastornada por las circunstancias, bajo una presión apenas soportable, la joven madre se ve así abocada a un aborto terapéutico. Pero el bebé siente algo y, justo antes de concluir la operación, empieza a arañar y a patalear como un loco, aunque su rebelión no detiene el proceso. El médico, con suma precisión, alcanza con una aguja el corazón del niño que al punto deja de latir. El vientre de la joven madre porta ahora la muerte durante dos días, hasta que, con no poco esfuerzo y dolor, logra expulsar el cuerpo de su hijo.

No consigo sacarme de la cabeza esas imágenes que, a su vez, me recuerdan a otras. Especialmente la de una conocida mía, mayor de 40 años, que después de buscar durante mucho tiempo un hijo se quedó, al fin, embarazada. Tras un análisis erróneo, se convenció de la necesidad de abortar, para descubrir después que el bebé estaba totalmente sano. No había entrado nunca tan de lleno en la tragedia que supone el aborto terapéutico.

Nunca había pensado cuánto dolor, cuánta desolación se pueden esconder detrás de esta decisión que ninguna madre desearía tomar jamás; cuánta soledad persiste en el corazón de estas mujeres tan valientes a las que la vida ha sometido a una prueba tan feroz. Los médicos afrontan el trance protegidos por un conveniente velo de piedad, pero una mujer que siente morir a su propio hijo dentro de sí queda marcada para toda la vida, como ponen de manifiesto tantos y tantos testimonios en las redes sociales.


 

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