domingo, 10 de marzo de 2013

:EN PRIMER PLANO INVESTIGACIÓN LOS SHERLOCK HOLMES DEL ARTE, EL SABUESO DICK ELLIS / DOSIER, BOLIVIA, EL LABORATORIO CONTRA LA DESNUTRICIÓN,:/ EL BLOC DEL CARTERO , CINE, PERO MENOS,./ LA CARTA DE LA SEMANA, LA CONSEJERA Y LA CATEDRÁTICA,.

TÍTULO: EN PRIMER PLANO INVESTIGACIÓN LOS SHERLOCK HOLMES DEL ARTE, EL SABUESO DICK ELLIS:

Así el rescate " El grito, de Munch".
 Foto el campo es muy bonito,.

Los ladrones entraron en la Galeria Nacional de Oslo en 1994 aprovechando que los agentes policiales se habían destinado a la inaguración de los Juegos Olimpicos de Invierno,. Subieron por una escalada, rompieron una ventana y descolgaron el cuadro,. ¡ Todo en un minuto!,.
En Scotland Yard, donde entonces trabajaba, comentamos el caso, aunque no era de nuestra jurisdicción,. En nuestro tiempo libre, cuantro oficiales reunidos en torno a una botella de güisgui ideamos un plan,. Hicimos correr el bulo de que un benefactor privado estaría dispuesto a pagar un rescate para devolver el cuadro al Gobierno noruego: el Museo Getty de California.¡ Bingo! A las pocas semanas,la policía noruega nos llamó,. Un tipo de Londres decía saber donde estaba la obra y pedía la recompensa,. Un agente se hizo pasar por un directivo del Getty y organizamos una reunión en un hotel a la que fuimos con medio millón de libras como cebo,. Funcióno,.

TÍTULO: DOSIER, BOLIVIA, EL LABORATORIO CONTRA LA DESNUTRICIÓN,.

El país más pobre de America del Sur ha reducido  su morlidad infantil en un 45 por ciento en cinco años,.
No han sido los políticos, sino la labor callada y eficaz de Unicef,. Una experiencia que dado la vuelta al mundo,. Cada hora, treinta nuevos bebés saben que tienen un futuro,.

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO , CINE, PERO MENOS,.

Me ha hecho gracia ver a Ben Affleck enarbolando el Óscar que lo acredita como triunfador de la temporada cinematográfica. Siempre he ...

Cine, pero menos

Me ha hecho gracia ver a Ben Affleck enarbolando el Óscar que lo acredita como triunfador de la temporada cinematográfica. Siempre he profesado una simpatía automática al gremio de los actores guaperas a quienes el gremio de los críticos feotes vilipendia; y hubo un tiempo en que Ben Affleck se llevaba casi todos los denuestos y collejas sobrantes, después de que el gremio de los críticos feotes se hubiese despachado a gusto con Tom Cruise. Así que verlo ahora convertido en cineasta 'aclamado' tiene algo de justicia poética muy gratificante. Sin embargo, la película que le ha procurado este reconocimiento, Argo, me parece una película del montón, derivativa del cine de intriga política de los años setenta Sidney Lumet, Alan J. Pakula, Sydney Pollack, etcétera, al que imita descaradamente no solo en su aspecto formal, sino también en sus pujos 'veristas' y en la ambigüedad de su 'mensaje'. Aspectos en los que, por cierto, coincide con la decepcionante y pretenciosa La noche más oscura, de Kathryn Bigelow, que aunque no estaba lastrada por el mimetismo setentero de Argo resultaba todavía más insatisfactoria y mendaz.
Así y todo, Argo me parecía la menos mala de las películas en liza por los Óscar. Porque entre las nominadas había, en verdad, películas bodriosas, de las que matan la afición por el cine, como la inepta El lado bueno de las cosas, una presunta 'comedia dramática' que no funciona ni como comedia ni como drama y cuyo guion parece evacuado por una factoría especializada en telefilmes de sobremesa. Mención aparte merece Django desencadenado, una parodia burda del descerebrado Quentin Tarantino, ese sumo pontífice de la cofradía friqui que ha logrado alcanzar misteriosamente el estatus de 'niño mimado' de Hollywood. Y entre las nominadas estaba también Amor, la enésima pajilla del pelmazo Michael Haneke, quien dentro de cincuenta o cien años será estudiado en las facultades de Psiquiatría como exponente de la gangrena moral que corrompía nuestra época.
Comparada con semejante morralla, Argo resulta siquiera una película aseadita, sin delirios de 'autoría', que no incurre en merengosidades estomagantes, ni en clasicismos acartonados ni en nihilismos intectualoides; lo que, a la vista del panorama, no es poco. Pero películas como Argo se hacían antaño veinte o treinta por temporada, cuando el cine era cine; y nadie la hubiese ni siquiera considerado a la hora de elegir el título más destacado del año. Hoy, una película como Argo puede ser seriamente encumbrada entre lo mejorcito de la cosecha cinematográfica. ¿A quién puede extrañarle que el llamado 'séptimo arte' esté dando las boqueadas?
Podemos consolarnos alegando que el buen cine no siempre (y en esta fase de decrepitud del arte cinematográfico, casi nunca) es el que recibe las bendiciones de Hollywood; y, para probarlo, tenemos joyitas como la Blancanieves de Pablo Berger, que guarda en cualquiera de sus secuencias más cine que todas las birrias que competían en los Óscar. Pero lo cierto es que el cine americano ha sido siempre el cine por antonomasia; y que todas las grandes escuelas cinematográficas 'alternativas' que han florecido a lo largo de la historia neorrealismo italiano, nouvelle vague francesa, etcétera han tenido siempre en el cine americano un referente insoslayable, aunque fuera para enmendarle la plana. Hoy, tales escuelas 'alternativas' ni siquiera existen; y aunque subsisten, aquí y allá, individualidades descollantes, lo cierto es que la globalización ha contribuido a entronizar un cine transnacional y archisabido, de factura 'americanoide', que apenas se distingue del modelo que imita. Que es un modelo cada vez más mustio y languidecente, como prueba la escasa entidad de las películas que este año se disputaban los Óscar.
Y ocurre esto en un momento en el que a la gente le cuesta cada vez más rascarse el bolsillo para ir al cine (y, desde luego, para ir al cine en esta España demolida por la crisis hay que rascárselo hasta levantar ronchas en la economía familiar) y en que la piratería causa estragos por doquier. Quizá, sin darnos cuenta, el cine se está convirtiendo en una forma de arte moribunda; y no esté lejano el día en que vayamos al cine como hoy la gente va a la ópera, en un ejercicio de arqueología cultural o relumbrón social. Seguramente, el mundo no se acabe si así sucede; pero será un mundo en el que muchos nos sentiremos un poco más extranjeros, un mundo inhóspito en el que soñar despierto será cada vez más difícil.

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, LA CONSEJERA Y LA CATEDRÁTICA,.

Fue interesante lo del otro día. Y revelador. Comentaban en la radio un asunto de anticuarios más o menos tramposos y presunta falsificación ...
 

La consejera y la catedrática

Fue interesante lo del otro día. Y revelador. Comentaban en la radio un asunto de anticuarios más o menos tramposos y presunta falsificación de objetos arqueológicos. Algo relacionado con una vasija de cerámica ibera incautada por la Guardia Civil, a primera vista muy valiosa, que posiblemente era más falsa que un euro de cartón. Lo contaban en una emisora de radio local: un programa largo, de quince o veinte minutos, muy bien elaborado. El periodista firmante tenía pocos conocimientos sobre la materia; pero, como buen profesional, no intentaba aparentarlos. Había trabajado con investigación previa, documentación adecuada y una estructura de programa donde eran puntos fuertes algunas entrevistas y testimonios interesantes. Me lo zampé de cabo a rabo.
Uno de esos testimonios era de una catedrática de Arqueología de la universidad local, a la que acudía el periodista para obtener una opinión autorizada. Era evidente que la señora estaba acostumbrada a explicar cosas a sus alumnos, y que lo hacía con mucha eficacia: su intervención, prolija y técnica pero sin aburrir en ningún momento, resultó apasionante. Era, desde luego, una excelente profesora. Con mucha claridad supo explicar de qué iba la cosa, por qué la vasija le parecía una buena imitación pero era no auténtica, y acabó describiendo con detalle los elementos decorativos de la pieza, que en su opinión, vistos por separado, estaban perfectamente reproducidos; pero, considerados en la sintaxis general de ese tipo de vasijas iberas, resultaban incorrectos. Y todo eso, en un corte radiofónico de casi diez minutos, lo estuvo largando la señora sin aburrir en absoluto, dejándome informado a la perfección, con una elegancia y claridad de lenguaje asombrosos. Si yo hubiera estudiado Arqueología, concluí, habría querido tener una profesora como ésa. De las que te marcan y recuerdas toda la vida.
Pero no hay sopa hispana sin pelo dentro. Tras la catedrática, el periodista dio paso a una consejera de Cultura que aportó la versión oficial del asunto. Ignoro si confrontar a una señora con otra fue deliberado o casual, aunque el contraste era abrumador. De un lenguaje claro, docto, seguro de sí, por parte de la catedrática, se pasó a una exposición reiterativa, titubeante y técnicamente confusa por parte de la consejera, que intentaba al mismo tiempo guardar la ropa y nadar cien metros estilo mariposa. De forma que al final, tras escuchar repetir lo mismo media docena de veces con diversas obviedades incluidas, el oyente quedaba en una desagradable incertidumbre: no estaba claro si la consejera le colgaba el mochuelo de su confusión a la Guardia Civil, o si estaba defendiéndola, o si de verdad creía que la vasija era falsa, o no, o según, o todo lo contrario. Ni siquiera si las palabras vasija e ibérica tenían significado para ella. Lo que quedó clarísimo, desde luego, es que esta segunda señora no tenía idea de lo que estaba hablando.
Cuando apagué la radio no pude menos que formularme la pregunta inevitable, e incluso perversa. ¿Por qué, si de Cultura se trata, la consejera es la segunda señora, y no la primera? ¿Cuál es la razón de que la responsable de los asuntos culturales en una comunidad autonómica no sea una catedrática prestigiosa y culta, por ejemplo, que además sabe ordenar sujeto, verbo y predicado, sino una señora cuyos conocimientos técnicos y capacidad expresiva dejan mucho que desear?... Picada así mi curiosidad, encendí el ordenata y consulté, goteante el colmillo, los antecedentes biográficos de las citadas damas. Y allí estaba todo, negro sobre blanco. La catedrática de Arqueología contaba con impecable currículum profesional y docente, prestigio en su cátedra y demás. Una especialista, en fin, ocupándose de un asunto que conocía al dedillo. Por eso fueron a preguntarle por las vasijas iberas, naturalmente. Y también por eso, deduje, ni ella ni nadie semejante tendrán nunca la más diminuta posibilidad de que alguien los nombre, no ya consejero autonómico, sino concejal de Cultura de su pueblo; entre otras cosas porque, para ese cargo, en España suele ser requisito imprescindible no tener ni siquiera estudios de bachillerato. O casi. Por contraste, el currículum de la segunda señora era más breve y compacto. Más esclarecedor del asunto: carrera de Derecho -con todo el respeto para el Derecho, por mi parte- y alcaldesa de su pueblo a los veintiséis años por el Pepé -aunque igual podría haberlo sido por el Pesoe-, diputada en el Congreso con veintisiete y consejera de Cultura de su Comunidad poco después. Así que acabáramos, concluí. Ya sé por qué una de las dos no es consejera de Cultura; y la otra, sí. Esto es España, como dije antes. Paraíso del disparate público. Y más claro, agua.
 

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