TÍTULO: A FONDO SEIS ESPAÑOLES EN LA LÍNEA DE FUEGO,.
E stamos jodidos, muy jodidos». El 25 de agosto los disparos de un
Ak47 rompieron la piña formada por los 18 guardias civiles de la POMLT (equipos
policiales de adiestramiento y enlace) en Qala i Nao. Los oficiales José María
Galera y Abraham Leoncio Bravo, y su intérprete, Attaolah Taefi, fueron abatidos
por un policía afgano. Era una mañana más de un día cualquiera y los oficiales
españoles se disponían a realizar un examen a 47 reclutas locales que esperaban
su turno sentados a la sombra. Su misión es formarles, adiestrarles. Poco antes
de las nueve, el asesino, que se había ganado la confianza de los agentes tras
seis meses de convivencia, empuñó el arma y les disparó desde menos de cinco
metros. Directo a la diana. Instantes después inició una huida abriéndose paso a
tiro limpio y fue abatido. Los dos oficiales y el intérprete fueron evacuados
inmediatamente al hospital de la base Ruy González de Clavijo, pero los médicos
no pudieron hacer nada por salvar sus vidas.
J.M. llegó al lugar de los hechos pocos minutos después y no salió
del interior del complejo en 48 horas, dos días de máxima tensión en los que la
más o menos tranquila localidad de Qala i Nao se transformó en un campo de
batalla contra las fuerzas españolas. «Los reclutas estaban en estado de shock,
no reaccionaron después de los disparos», recuerda J.M. No fueron mejores los
días posteriores para el sargento F.L., que acompañó los cuerpos de sus
compañeros hasta España. «La noche anterior estaba de patrulla y eso me salvó.
Yo era la persona que tenía que estar en el examen», recuerda con el gesto muy
serio. Cualquiera de ellos podía haber sido la víctima de Gholam Saghi, un joven
de 25 años, casado y padre de dos hijos, con tres años de experiencia en la
Policía. Conducía el coche del capitán Bashir Amat Saberi, el mando responsable
del entrenamiento de los futuros agentes afganos y una de las personas más
cercanas a los guardias civiles. Fue el primero en acercarse hasta la base para
dar el pésame a los españoles y lamentar «la traición» de su hombre. «Era muy
buena persona, disciplinado y querido por todos. Estaba trabajando duro para
completar su formación y había empezado en la escuela nocturna. No me explico
qué le pudo ocurrir, pero lo descubriré. Me traicionó».
El asesinato se produjo en pleno relevo. Los dos oficiales
fallecidos estaban a punto de volver a sus hogares. El capitán G.G. y el cabo
J.G. aterrizaron en Qala i Nao una semana después de la muerte de sus
compañeros. Llegaron sin «la confianza que genera el roce diario con los
reclutas» y por ello «adoptamos más precauciones».
La Guardia Civil mantiene un dispositivo de 35 agentes repartidos
en Kabul, Herat, Mazar e Sharif y Qala i Nao. La mayor parte realiza tareas de
adiestramiento, pero también ejerce como policía militar. Los veteranos
describen de forma muy gráfica a los alumnos de estas atípicas clases: «el
prototipo de policía afgano es una persona que viene de un entorno rural, es
analfabeto y no tiene vocación. Sólo aceptan el trabajo por motivos económicos».
Higiene personal y escritura
Los profesionales de la Guardia Civil deben adaptar sus
conocimientos y manuales a la realidad afgana. «Hacemos cosas muy básicas, desde
enseñar a formar hasta higiene personal o reglas de comportamiento cívico para
el trato con el ciudadano. Hay que quitarse de la cabeza la idea que tenemos de
un policía en Occidente, esto es algo muy diferente», describe el sargento F.L.
Dado el alto índice de analfabetismo, «lo primero y más importante es que al
menos aprendan a leer y escribir». En esta tarea se han implicado algunos de los
miembros del equipo, que a título personal dan clases de nuestra lengua a los
interesados.
El problema de fondo es que la comunidad internacional no tiene
tiempo: tras nueve años de despliegue en Afganistán urge a los distintos países
a reforzar el número de instructores con el fin de tener listas las fuerzas de
seguridad afganas cuanto antes y de esta manera poder cederles el testigo. La
Casa Blanca tiene marcado en su calendario el mes de julio de 2011 para iniciar
el repliegue de sus tropas y en el seno de la misión internacional la opinión
más extendida es que cuando se marchen los estadounidenses, se irán todos
detrás.
Mientras las agendas cada día apremian más, en la base de Qala i
Nao las cosas nunca han vuelto a ser iguales desde el 25 de agosto. El agente
J.M. y el sargento F.L. no dejan de pensar en Gholam Saghi, el asesino. «Pasamos
más de cinco meses juntos y tuvimos mucho trato. Nunca observamos una actitud
negativa, era una persona que quería compartir su tiempo con nosotros y que
hacía muchas preguntas». Por si hay dudas, F.L. quiere dejar muy claro que «no
falló el protocolo de seguridad». Apenas 72 horas después del ataque, los
guardias civiles volvieron a encontrarse cara a cara con los chavales que
adiestraban. No hubo ningún gesto especial. Nada. «Ellos están acostumbrados a
vivir con la muerte, este país lleva tres décadas de guerra», lamenta el
sargento.
Las dependencias del Instituto Armado dentro de la base Ruy
González de Clavijo están próximas a las de los intérpretes. La pérdida de
Attaolah Taefi, conocido como Atta, hundió a sus compañeros, que compartieron
duelo y llanto con los guardias civiles. Es el segundo intérprete en perder la
vida en la misión española en Afganistán. El primero, Mosavi en Herat, murió en
septiembre de 2007 al explotar un artefacto al paso del convoy donde viajaba. En
este atentado fallecieron también los soldados de la brigada paracaidista Germán
Pérez Burgos y Stalin Mera Vera. Otros tres hombres resultaron gravemente
heridos.
El anillo de hierro
Si Qala i Nao es la línea del frente militar, Kabul es la primera
línea del frente policial. La capital es el objetivo número uno de la
insurgencia, consciente de que cada golpe en la ciudad más importante del país
tiene una gran repercusión internacional. Cuatro españoles, dos guardias civiles
y dos miembros de la Policía Nacional trabajan allí en la misión de la Unión
Europea para la formación de la Policía afgana (EUPOL). Supervisan cada día
sobre el terreno el trabajo de los agentes locales en los 25 puestos de control
de Kabul. Es el denominado Ring of Steel (anillo de hierro).
«A diferencia de Qala i Nao, aquí no damos clases de tiro, estamos
enfocados en la formación de una policía de proximidad, amigo del ciudadano»,
aclara B.P.S., agente de la Policía Nacional «Yo creo que es igual de peligroso
o más porque estamos en plena calle expuestos a cualquier peligro», tercia el
sargento primero de la Guardia Civil R.G. Los asesinatos están demasiado
presentes en su día a día, donde la desconfianza con los compañeros locales es
absoluta: «Como se ha demostrado en varias ocasiones, son fácilmente
presionables por la insurgencia que puede secuestrar a familiares o plantear
cualquier otro tipo de amenaza para lograr su colaboración. Sólo nos fiamos de
los agentes internacionales que trabajan con nosotros. Con los afganos es una
pura relación de respeto, nada más».
Sus misiones duran un año, prorrogable. En estos momentos controlan
a los 850 afganos que se encargan de la protección de la capital. «Esto es mucho
más peligroso que el País Vasco de los años más duros porque nos enfrentamos a
la posibilidad de una acción suicida. Salimos cada día, pero procuramos no estar
más de quince minutos en cada puesto de control para prevenir ataques», destaca
el oficial B.P.S.
El personal español desplegado en Afganistán forma parte de los
cuerpos de élite de la Guardia Civil. El Grupo de Acción Rápida (GAR), el Centro
de Adiestramiento Especial (CAE) o la Compañía de Acción Exterior (CRAEX) envían
a sus hombres mejor preparados a cumplir una misión a la que todos vienen de
forma voluntaria y después de un exigente proceso de selección. Los dos
oficiales asesinados estaban destinados en la Unidad de Acción Rural (UAR) con
base en Logroño, en el Centro de Adiestramiento Especial. Tras seis meses en su
primera misión internacional, el próximo miércoles debían volver a casa estos
«excelentes mandos y personas con los que daba gusto trabajar». Pero un asesino
acabó con sus vidas y sepultó en unos segundos la confianza y el trabajo de
largos y duros años de trabajo de la misión española en Qala i Nao.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO VIVIR EN TIEMPO FUTURO,.
Hace cinco años aproximadamente publiqué en esta misma
revista un artículo titulado Las gafas de Castellani, en el que narraba con
...
Hace cinco años aproximadamente publiqué en esta misma revista un artículo
titulado Las gafas de Castellani, en el que narraba con alborozo el
descubrimiento de un escritor argentino, Leonardo Castellani (1899-1981), cuya
lectura me había dejado una profunda huella. O quizá sea más apropiado decir
profunda herida: porque Castellani no solo me pareció un escritor muy dotado,
con un estilo entre quijotesco y montaraz que no se parecía a ningún otro que
hubiese leído antes, sino que transformó y trastornó por completo mi forma de
ver las cosas, mi forma de vivir mi propia vocación literaria y mi fe religiosa.
Hay escritores que, en coyunturas determinadas de nuestra existencia, ensanchan
nuestro horizonte vital; y así me ocurrió a mí con Castellani, al que le había
sido concedido el doloroso don de mirar más adentro y más allá de la apariencia
de las cosas; y a quien, ya en vida, se le condenó al ostracismo. «Los hombres
que viven en tiempo presente escribió en cierta ocasión rechazan instintivamente
hacia la soledad al que vive en tiempo futuro». En medio de este rechazo y
soledad vivió Castellani: rechazo que, en muchos momentos de su vida, fue
auténtico calvario, y casi muerte civil.
Aquel artículo que publiqué hace cinco años cayó en las manos de un editor magnífico y una de las personas más nobles que he conocido en mi vida, Carmelo López-Arias, que me invitó a publicar un libro de Leonardo Castellani en la editorial en la que trabaja, LibrosLibres. Lo titulamos Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI; y, sorprendentemente, se vendió más que bien, lo que después me permitiría publicar otras obras del mismo autor: Pluma en ristre (otra selección de artículos), El Evangelio de Jesucristo (comentarios sabrosísimos a las lecturas dominicales del Evangelio) y El Apokalypsis de San Juan (una exégesis del último libro del Nuevo Testamento). Durante todos estos años, el rescate de Leonardo Castellani ha sido motor principalísimo de mi vida, algo que ni siquiera las personas más allegadas a mí han comprendido del todo, porque en mi tozudez proselitista había algo de inmolación. Pero hay cosas que uno no hace porque quiera, sino porque sabe que tiene que hacerlas; y sabe también que si no las hace tendrá algún día que rendir cuentas por ello.
Ahora concluyo esta labor de rescate publicando Los papeles de Benjamín Benavides (Homo Legens), tal vez la obra más representativa del genio castellaniano, una suerte de novela de tesis que participa del diálogo platónico, la sátira de costumbres y hasta de la intriga policial, cuyo protagonista, el Benjamín Benavides del título un trasunto evidente del propio autor, discute con un grupo de amigos variopintos las profecías del Apocalipsis. A simple vista, parece una obra escrita a salto de mata que entreteje, con evidente falta de unidad académica, fabulaciones de índole peregrina; pero, poco a poco, emerge de su lectura una visión abarcadora de la Historia humana (y de su vida futura, más allá de este 'valle de lágrimas') cautivadora. Y, en momentos tan críticos y sombríos como los que vivimos, especialmente dilucidadora y esperanzada.
Castellani habla en Los papeles de Benjamín Benavides de asuntos sobre los que la cultura de nuestro tiempo ha echado siete candados; y que hasta los propios cristianos han dejado de 'imaginar'. Pero, como en algún pasaje de la obra observa su autor, toda esperanza verdadera se apoya en el pedestal que la imaginación le presta: si no podemos hacernos una idea concreta de lo que esperamos, tendemos a expulsarlo de nuestra mente. Desde hace ya bastante tiempo, se está haciendo un esfuerzo -silencioso pero implacable- que consiste en retirar poco a poco todos los apoyos sobre los que la imaginación popular sostenía su creencia en una vida futura; y así, cegadas todas las salidas por donde el creyente buscaba concebir su destino último, la esperanza acaba marchitándose y siendo ensordecida por «una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre». Pero no hace falta sino mirar en derredor para descubrir que todas las promesas de consecución del paraíso en la Tierra que nos hicieron los 'cantores del progresismo' se han revelado falsas y frustrantes. Castellani, que vivía en tiempo futuro, nos devuelve en Los papeles de Benjamín Benavides, con la vista siempre clavada en el horizonte escatológico, el verdadero sentido de la esperanza cristiana. Inevitablemente, se lo hicieron pagar con creces.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA MÁS FÁCIL MÁS COMODO, MÁS SUICIDA,.
,. Pongo la radio y me entero de que pronto podrán utilizarse los teléfonos móviles a modo de tarjeta de crédito, pues llevarán incorporados los ...
Aquel artículo que publiqué hace cinco años cayó en las manos de un editor magnífico y una de las personas más nobles que he conocido en mi vida, Carmelo López-Arias, que me invitó a publicar un libro de Leonardo Castellani en la editorial en la que trabaja, LibrosLibres. Lo titulamos Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI; y, sorprendentemente, se vendió más que bien, lo que después me permitiría publicar otras obras del mismo autor: Pluma en ristre (otra selección de artículos), El Evangelio de Jesucristo (comentarios sabrosísimos a las lecturas dominicales del Evangelio) y El Apokalypsis de San Juan (una exégesis del último libro del Nuevo Testamento). Durante todos estos años, el rescate de Leonardo Castellani ha sido motor principalísimo de mi vida, algo que ni siquiera las personas más allegadas a mí han comprendido del todo, porque en mi tozudez proselitista había algo de inmolación. Pero hay cosas que uno no hace porque quiera, sino porque sabe que tiene que hacerlas; y sabe también que si no las hace tendrá algún día que rendir cuentas por ello.
Ahora concluyo esta labor de rescate publicando Los papeles de Benjamín Benavides (Homo Legens), tal vez la obra más representativa del genio castellaniano, una suerte de novela de tesis que participa del diálogo platónico, la sátira de costumbres y hasta de la intriga policial, cuyo protagonista, el Benjamín Benavides del título un trasunto evidente del propio autor, discute con un grupo de amigos variopintos las profecías del Apocalipsis. A simple vista, parece una obra escrita a salto de mata que entreteje, con evidente falta de unidad académica, fabulaciones de índole peregrina; pero, poco a poco, emerge de su lectura una visión abarcadora de la Historia humana (y de su vida futura, más allá de este 'valle de lágrimas') cautivadora. Y, en momentos tan críticos y sombríos como los que vivimos, especialmente dilucidadora y esperanzada.
Castellani habla en Los papeles de Benjamín Benavides de asuntos sobre los que la cultura de nuestro tiempo ha echado siete candados; y que hasta los propios cristianos han dejado de 'imaginar'. Pero, como en algún pasaje de la obra observa su autor, toda esperanza verdadera se apoya en el pedestal que la imaginación le presta: si no podemos hacernos una idea concreta de lo que esperamos, tendemos a expulsarlo de nuestra mente. Desde hace ya bastante tiempo, se está haciendo un esfuerzo -silencioso pero implacable- que consiste en retirar poco a poco todos los apoyos sobre los que la imaginación popular sostenía su creencia en una vida futura; y así, cegadas todas las salidas por donde el creyente buscaba concebir su destino último, la esperanza acaba marchitándose y siendo ensordecida por «una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre». Pero no hace falta sino mirar en derredor para descubrir que todas las promesas de consecución del paraíso en la Tierra que nos hicieron los 'cantores del progresismo' se han revelado falsas y frustrantes. Castellani, que vivía en tiempo futuro, nos devuelve en Los papeles de Benjamín Benavides, con la vista siempre clavada en el horizonte escatológico, el verdadero sentido de la esperanza cristiana. Inevitablemente, se lo hicieron pagar con creces.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA MÁS FÁCIL MÁS COMODO, MÁS SUICIDA,.
,. Pongo la radio y me entero de que pronto podrán utilizarse los teléfonos móviles a modo de tarjeta de crédito, pues llevarán incorporados los ...
Arturo
Pérez-Reverte
Más fácil, más cómodo, más suicida
Pongo la radio y me entero de que pronto podrán utilizarse los teléfonos
móviles a modo de tarjeta de crédito, pues llevarán incorporados los datos y
mecanismos necesarios. Ya no habrá que enseñar la tarjeta, identificarse con el
deneí, firmar o introducir la clave de seguridad. Bastará con arrimar el
teléfono al artilugio correspondiente, y la operación se efectuará con todas las
de la ley. Clic, clac, sonará la maquinita. Hecho. «Es más fácil -decía el
experto de turno-. Más cómodo». Explicada así, la cosa suena como un paso más en
los avances de la Humanidad hacia el confort y la felicidad. Y claro. Si es más
cómodo y fácil, no hay más que hablar. También harán lo mismo para los billetes
de avión y de tren. Teléfono móvil para todo, o como se llame el artilugio en el
futuro: Ipad, Ifone, Iyoquesé. Con todo dentro. Lo acercas al sitio, y funciona.
Piiiii. Más fácil, ya saben. Más cómodo. Más simpático, también. Más
divertido.
Y qué pasa con los que no, pregunto. Con los que no tienen móvil, o lo utilizan sólo para lo elemental, querido Watson. Qué hay de los carcas tecnológicos que estamos en nuestro derecho a exigir, no que las cosas sean fáciles, cómodas, divertidas o simpáticas, sino seguras y eficaces. Los que todavía somos de piñón fijo. ¿Qué pasará cuando un ciudadano que no se entienda con esos chismes desee utilizar tarjeta de plástico, dinero en metálico, billete de avión o de tren de toda la vida? ¿O cuando alguien tema que todo ese magreo tecnológico haga su cuenta bancaria y sus datos personales más vulnerables en caso de pérdida, sustracción o mala fe? La respuesta oficial es que, naturalmente, esos gruñones aguafiestas podrán seguir utilizando medios convencionales, si quieren. Pero es mentira. Lo mismo dijeron cuando empezaron con los billetes de avión o de tren electrónicos. Más cómodos, sin duda. Cuando tienes una conexión con Internet. Pero, aunque parezca raro, no todo el mundo la tiene, o quiere tenerla. O se niega a utilizarla para eso. O es torpe con esos sistemas, y se lía. También puede ocurrir que no deseen arriesgarse a que su tarjeta de crédito circule por Internet sin saber en qué manos acabará -disparate a disparate, hasta empiezan a pedirte en algunos sitios que envíes un escaneo del deneí-. Prueben hoy a buscar una oficina de venta directa de billetes de Iberia o de Renfe, a ver dónde la encuentran.
Permítanme algún caso personal. Toda la vida me negué a manejar por Internet datos bancarios míos o de otros, pues sé lo peligroso que es. El correo electrónico lo manejo con prudencia, pues nunca sabes quién acabará asomándose a él. Sin embargo, pese a tener derecho a proteger mi intimidad y mi trabajo, cada vez hay más organismos oficiales que me exigen datos personales por ese medio. Y no dan alternativas, o éstas son tan peregrinas que sólo están ahí para cubrir las formas, y en la práctica tienen carácter disuasorio. El colmo llegó el otro día, cuando el ministerio de Hacienda me comunicó que debo tener obligatoriamente un correo electrónico, pues las gestiones relacionadas con determinada actividad profesional sólo podré hacerlas por esa vía. Si no lo hay, seré sancionado. Y no les quepa duda: de aquí a pocos años -más fácil y más cómodo, etcétera, sobre todo para ellos- las declaraciones de Hacienda serán obligatorias por Internet. Echen cuentas sobre la intimidad resultante y sus garantías. En España, ojo. Un lugar donde un testigo protegido, por ejemplo, declara ante un juez y al día siguiente su declaración se difunde en Youtube. Así que vayan echando cuentas. De lo que nos espera.
En resumen: no sólo no te dejan salida, sino que acaban reventándote si la buscas. Si te niegas a tragar. Todo eso, en tiempos de pirateo y golfería a menudo impune. Y luego, echen un vistazo a la catadura y maneras de los legisladores y funcionarios encargados de garantizar la seguridad del tinglado. De protegernos cuando todo tiende a exponernos públicamente de una manera tan irresponsable y criminal. Por no hablar del fallo inevitable del sistema: el iceberg que cada Titanic tecnológico incluye en sí mismo. Recuerdo a un amigo que hace tiempo perdió su móvil y con él la agenda de teléfonos y contactos. Cuando le pregunté por qué no tenía una copia de esa agenda escrita en un buen y viejo cuaderno de toda la vida, me miró desconcertado, como si hablara en chino. Y ése es el punto. En realidad, no necesitamos que nos obliguen. Somos tan estúpidamente suicidas que nos metemos solos en el charco. Chof, chof. Nos hacemos cada día más vulnerables, en la imbécil creencia de que siempre habrá a mano un enchufe donde solucionar nuestra vida. Y así, el día en que todo se vaya al carajo nos miraremos unos a otros, asombrados, preguntándonos cómo ha podido ocurrir esto.
Y qué pasa con los que no, pregunto. Con los que no tienen móvil, o lo utilizan sólo para lo elemental, querido Watson. Qué hay de los carcas tecnológicos que estamos en nuestro derecho a exigir, no que las cosas sean fáciles, cómodas, divertidas o simpáticas, sino seguras y eficaces. Los que todavía somos de piñón fijo. ¿Qué pasará cuando un ciudadano que no se entienda con esos chismes desee utilizar tarjeta de plástico, dinero en metálico, billete de avión o de tren de toda la vida? ¿O cuando alguien tema que todo ese magreo tecnológico haga su cuenta bancaria y sus datos personales más vulnerables en caso de pérdida, sustracción o mala fe? La respuesta oficial es que, naturalmente, esos gruñones aguafiestas podrán seguir utilizando medios convencionales, si quieren. Pero es mentira. Lo mismo dijeron cuando empezaron con los billetes de avión o de tren electrónicos. Más cómodos, sin duda. Cuando tienes una conexión con Internet. Pero, aunque parezca raro, no todo el mundo la tiene, o quiere tenerla. O se niega a utilizarla para eso. O es torpe con esos sistemas, y se lía. También puede ocurrir que no deseen arriesgarse a que su tarjeta de crédito circule por Internet sin saber en qué manos acabará -disparate a disparate, hasta empiezan a pedirte en algunos sitios que envíes un escaneo del deneí-. Prueben hoy a buscar una oficina de venta directa de billetes de Iberia o de Renfe, a ver dónde la encuentran.
Permítanme algún caso personal. Toda la vida me negué a manejar por Internet datos bancarios míos o de otros, pues sé lo peligroso que es. El correo electrónico lo manejo con prudencia, pues nunca sabes quién acabará asomándose a él. Sin embargo, pese a tener derecho a proteger mi intimidad y mi trabajo, cada vez hay más organismos oficiales que me exigen datos personales por ese medio. Y no dan alternativas, o éstas son tan peregrinas que sólo están ahí para cubrir las formas, y en la práctica tienen carácter disuasorio. El colmo llegó el otro día, cuando el ministerio de Hacienda me comunicó que debo tener obligatoriamente un correo electrónico, pues las gestiones relacionadas con determinada actividad profesional sólo podré hacerlas por esa vía. Si no lo hay, seré sancionado. Y no les quepa duda: de aquí a pocos años -más fácil y más cómodo, etcétera, sobre todo para ellos- las declaraciones de Hacienda serán obligatorias por Internet. Echen cuentas sobre la intimidad resultante y sus garantías. En España, ojo. Un lugar donde un testigo protegido, por ejemplo, declara ante un juez y al día siguiente su declaración se difunde en Youtube. Así que vayan echando cuentas. De lo que nos espera.
En resumen: no sólo no te dejan salida, sino que acaban reventándote si la buscas. Si te niegas a tragar. Todo eso, en tiempos de pirateo y golfería a menudo impune. Y luego, echen un vistazo a la catadura y maneras de los legisladores y funcionarios encargados de garantizar la seguridad del tinglado. De protegernos cuando todo tiende a exponernos públicamente de una manera tan irresponsable y criminal. Por no hablar del fallo inevitable del sistema: el iceberg que cada Titanic tecnológico incluye en sí mismo. Recuerdo a un amigo que hace tiempo perdió su móvil y con él la agenda de teléfonos y contactos. Cuando le pregunté por qué no tenía una copia de esa agenda escrita en un buen y viejo cuaderno de toda la vida, me miró desconcertado, como si hablara en chino. Y ése es el punto. En realidad, no necesitamos que nos obliguen. Somos tan estúpidamente suicidas que nos metemos solos en el charco. Chof, chof. Nos hacemos cada día más vulnerables, en la imbécil creencia de que siempre habrá a mano un enchufe donde solucionar nuestra vida. Y así, el día en que todo se vaya al carajo nos miraremos unos a otros, asombrados, preguntándonos cómo ha podido ocurrir esto.
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