Padilla, torero y pirata, el corsario que se coló en los procelosos
mares de las ferias por una gatera de dolor y dignidad, un tipo capaz de
convertir el infortunio en panacea, ayer tronó y toreó, las dos cosas, envuelto
en los clamores que la multitud solo dispensa a los héroes propios. Cortó una
oreja seguramente porque el presidente quiso frenar la sangría orejera de la
víspera, pero la multitud enardecida pedía más. Perera, afamado caudillo
extremeño, en esa misma tarde blandió la bandera del valor y la firmeza a pecho
descubierto, como si las balas ni tampoco los toros le pudiesen dañar. Y algo de
cierto debe haber en ello visto cómo lo cogió el toro -por el pecho- como lo
zarandeó -con saña- y lo poco que le hizo para lo que pudo hacer, exactamente
nada. Es más, el susto lo encorajinó de tal manera que el toro le volvió ancas y
se fue huyendo de aquel tipo que le desafiaba en todos los terrenos sin
importarle un comino lo que le pudiesen hacer.
Actuaciones como las del Pirata y el Caudillo ayer, servirían por sí
solas para salvar una tarde pero aún hubo más. Por ejemplo una excelente corrida
de Jandilla, bien presentada, interesante, con toros de una gran clase como el
segundo y el cuarto y el sexto, uno para cada coletudo y hasta el quinto; y
otros con su tomate y su acritud como el tercero o de espectacular aparición
aunque luego se fue apagando como el que rompió plaza. Conjunto de excelente
nota que sumado al anterior y al anterior del anterior, toquemos madera para que
no se rompa la racha en lo que queda, habla de una de las Fallas en las que más
toros han embestido en los últimos tiempos. Si cuando no embisten nos rasgamos
las vestiduras, cuando embisten es de justicia ponerlo blanco sobre negro y
agradecer a la santa providencia su generosidad.
Hubo más cuestiones para celebrar, los naturales de El Cid en su
primero, también la buena entrada que registraba la plaza, cada día hay menos
motivos para el llanto económico, la suavidad climatológica que por fin le
levantó el palo a un público ya muy castigado y al borde de la pulmonía aunque,
maldita sea, las rachas de viento siguen molestando una barbaridad a los toreros
sobre todo si buscando el calorcillo del público de sol, pillerías la mar de
legítimas, se olvidan del tercio de la plaza donde se arremolinan los papelillos
como señal de calma. Así que la gente se fue de la plaza satisfecha, feliz con
el Pirata Padilla y emocionada con el Caudillo Perera.
Padilla cumplió una de sus actuaciones más completas de su nueva
etapa. Es evidente que al tipo le importan exactamente un carajo o menos sus
avatares. Ya lo dijo en los medios Si lo llego a saber me saco el ojo veinte
años antes. Apareció en la puerta de cuadrillas de plomo y oro con los remates
en negro, un apósito recordaba su reciente paso por el quirófano, en el parche
ya nadie repara, el parche es de todos, enjuto y feliz, exultante y
comunicativo. Y a partir de ahí fue Ciclón y Pirata. A su primero lo lanceó con
asiento de plantas y firmeza. Fueron verónicas muy de tío, duras y firmes, de
más poder que exquisitez, el toro tenía su importancia y también su toque de
violencia y Padilla le aguantó con agallas y acabó rematando con dos medias de
mucha torería. Luego en la faena mantuvo la misma postura solo que el toro se
agarró al piso y el conjunto no acabó de mantener el vuelo del primer tercio.
Donde despegó definitivamente fue en el precioso toro cuarto, uno de
los toros mejor hechos de la feria. Le atacó desde el principio y se le entregó
el publico desde el principio. Seis largas afaroladas de rodillas o quizás
fueron siete, desde las tablas hasta los medios, tantas que el público pedía que
se detuviese. Todo seguido puso el toro en suerte por rogerinas, clavó
banderillas con clasicismo y ajuste y para cuando fue a brindar ya se había
rendido la plaza al Pirata.
La faena tuvo ritmos distintos, hubo calma y tormenta, lo mismo
tronaba que escampaba, arrancó de rodillas, siguió de rodillas, se irguió para
torear sobre la derecha con pausa y buenas maneras, ese Padilla es otro Padilla
y para acabar volvió a tronar con fuerza en busca de la tormenta perfecta que le
abriese la puerta grande. Pinchó antes de agarrar la estocada y el usía
aprovechó para desmarcarse de la sangría orejera de la víspera aunque con ello
se adentrase en el territorio de los agravios comparativos. Se aclaren, coño.
Perera le cortó la oreja al sexto pero ya se la había ganado en el
tercero, el toro más desabrido del festejo, seguramente el único siesón del
encierro. Ni dejó que le pegasen en varas ni el toro puso empeño en la pelea,
así que llegó a la muleta a la defensiva, brusco y desganado, justo lo contrario
que Perera, que se mostró templado, ambicioso y al ataque, firmes las zapatillas
y fe ciega en el poder de su muleta. Le atacó, dejó que le pasase cerca, abusó
de su poderío y acabó colgado de un pitón.
Asustó al toro que se largó en busca de una tranquilidad que no le
daba Perera. En el sexto, un torazo de seiscientos kilos, volvió a brindar al
público, volvió a empeñarse y a este que tenía ritmo y clase lo toreó como
merecía, con pausa y temple y con las mismas agallas que al primero. Dejó que le
lamiese los alamares, puso la emoción que el toro no tenía y lo mató de un
estoconazo como al primero. Y ahora, ya sin remedio, le concedieron la
oreja.
El Cid toreó con buen tono al natural a su buen primero y puso empeño
en el quinto aunque no acabase de redondear la faena. El viento le perjudicó en
varios momentos y no acabó de estar a gusto. La feria parece encaminada.
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