domingo, 31 de marzo de 2013

Ese tipo enjuto y típico de Castilla,./ Las tumbas más vivas de la Sección 60

Ese tipo enjuto y típico de CastillaTÍTULO: Ese tipo enjuto y típico de Castilla

Cuando la señora Fidela se descuidaba, el pequeño Mariano entraba a hurtadillas en la cocina y cogía un puñadito de azúcar para derretirlo ...
 
Cuando la señora Fidela se descuidaba, el pequeño Mariano entraba a hurtadillas en la cocina y cogía un puñadito de azúcar para derretirlo en la chapa, pero eran siete hermanos a repartir... «Así que un día cogí los trofeos de cobre que mi padre había ganado corriendo y que tenía tirados por el pajar y los vendí al chatarrero para comprar caramelos». Su padre no le castigó, pero se empeñó en que los restituyera por su cuenta.
Y Mariano Haro (Valladolid, 1940) cumplió. Campeón de España 27 veces, dos de Europa, cuarto en las Olimpiadas de Munich 72 y sexto en Montreal 76... Un atleta irrepetible que corrió en sus veinte años de profesional 180.000 kilómetros. Un 31 de marzo como hoy, hace 40 años, le sacaron por la televisión. Eran los tiempos de la cadena única y se emitía por primera vez 'Informe Semanal', el programa decano de Europa en su género. El reportaje se grabó en Becerril de Campos (Palencia), el pueblo de Mariano, al que su familia se había mudado cuando él tenía 6 meses. Emiliano Santander, el médico del pueblo, se rendía en TVE ante la «fortaleza a prueba de bombas y digna de encomio» de su paisano, un hombre «enjuto y seco, típico de Castilla», al que un periodista palentino apodó 'el león de Becerril' por «la garra».
Cuenta Mariano -en mayo va a cumplir 73 años-, que no sabe cuándo empezó a andar. «Yo siempre iba al trote». Se entrenó persiguiendo conejos por el campo y su primer récord fueron 15 kilómetros detrás del tren que iba a Palencia. «Mi hermana era pequeña y como no pagaba la llevaban en el tren, pero yo tenía que abonar el billete, así que fui corriendo. A la vuelta un señor me trajo en el carro». Otro día lo mandaron a Fuentes de Nava (22 kilómetros) para avisar de un fallecimiento, y una tarde de calor a Castromocho, donde su padre «estaba haciendo el verano, recolectando trigo y cebada para un señor».
Él también ayudó a sacar remolacha y a vendimiar. «Estudié hasta los 12 años; me acuerdo que el maestro, don Julio, me regaló un libro por haber ido a la escuela dos meses seguidos. Porque la mitad de los días mi madre me dejaba en la puerta del colegio, pero no entraba y me iba a correr detrás de las perdices». O a jugar a las tabas, a los cartones o al 'marro'. Del campo no se podía escaquear, porque todas las manos eran pocas y a Mariano le tocó portear muchos cestos de uva, «de 12 ó 14 kilos».
Con 15 años ya tenía edad para ganar un jornal y se colocó en La Azucarera y luego de albañil en Monzón de Campos, un pueblo a 14 kilómetros. «Iba corriendo, con la bicicleta en la mano, porque me levantaba a las cuatro de la mañana y era la única manera de entrar en calor». Veintiocho kilómetros diarios y 17 pesetas que aportar a la justita economía familiar.
Con el gobernador civil
Mariano padre, que «entre el 32 y el 36 fue el mejor atleta de Valladolid», empezó a ilusionarse con el chaval y en 1959 le animó a participar en el campeonato provincial. «Fue un 19 de marzo. Nos dijeron que nos darían de comer, así que me apunté. Allí estaban todos los atletas de Palencia, con unos chándal de bonitos...». Él calzaba zapatillas planas con bordes de goma y un pantalón que su madre le había hecho con una camisa vieja. «Había que correr 4 kilómetros y a los 500 metros vi que iba solo. Le saqué 150 metros al segundo y al día siguiente me sacaron con foto en el 'Diario Palentino' junto al gobernador civil».
Aquel triunfo modesto fue el pistoletazo de salida de una carrera que duró casi veinte años, durante los que desgastó unas cuantas suelas de aquellas zapatillas 'Mates' «que hacía un señor de Barcelona», porque aunque fue el mejor fondista europeo de los años 70, Adidas y Puma «jamás te daban nada. Había que ser internacional para que te regalaran unas zapatillas, y nada sofisticadas, claro». No tuvo patrocinadores y siempre vistió la camiseta del Club Educación y Descanso de Palencia, una institución provincial. «Y el Ayuntamiento de Palencia no me ha puesto ni una placa en una esquinita. Estoy un poco mosqueado, no me parece de justicia».
Tampoco que se desfondara corriendo 30 kilómetros para ganar una lavadora o una nevera, que eran los premios que daban entonces a los atletas. «¿Y cómo me llevaba aquello a casa? Lo vendía a los jueces o a los propios organizadores de la carrera y a sus familiares. Si un frigorífico valía entonces 15.000 pesetas lo daba por 10.000 y listo». Casi mejor los dos pavos que ganaron su hermano Pepe -en junior- y él -en senior- unas Navidades o el reloj Longines de oro que daban en el cross de San Sebastián. «¡Qué pasada!».
A partir de 1965 ya empezaron a pagarle por correr, «entre 35.000 y 60.000 pesetas, que estaba muy bien porque un piso costaba entonces 200.000». Mariano Haro, que durante 17 años compatibilizó las carreras con un trabajo de ordenanza en Sindicatos por el que cobraba 12.000 al mes, había entrado ya en el club de las leyendas de la época y compartía gloria con Federico Martín Bahamontes, Manolo Santana, Ángel Nieto... y José María Íñigo, que era el rey de la tele. «Me hizo unas cuantas entrevistas y hace dos años coincidí con él. Los dos hemos engordado».
La fama del 'león de Becerril' llegó incluso a oídos de los nórdicos, que aman el atletismo como nosotros el fútbol. «Iba a Finlandia a correr y allí se llenaban los estadios, había por lo menos 60.000 personas». Compartió circuito siete veces con Lasse Virén, que ganó el oro en Munich, donde Haro se quedó a las puertas de la medalla de bronce. «Me sorprendió, porque yo siempre le ganaba y luego se supo que se hacía transfusiones de sangre. No se puede competir con tramposos. Mira Lance Armstrong, que juraba que no se había dopado y se cargó a una periodista estadounidense. Y si Eufemiano Fuentes hablara... ¡Salían más de cuarenta nombres de atletas!».
A finales de los 70 colgó las zapatillas, montó un negocio de ropa de deporte y se puso a entrenar a nuevas promesas... como el Príncipe Felipe, entonces un chaval de 15 años «muy educado y disciplinado», al que le sobraba empeño pero le faltaba fondo. «Un día corrió un cross de tres kilómetros y medio y acabó desguazado. Se le daba mejor la distancia corta y el salto de longitud». De su alumno más ilustre guarda Mariano un recuerdo especial -la Casa Real le manda cada año una felicitación navideña- y una foto enorme en el salón. 'Para Mariano, recordando con cariño aquellos días en los que pretendía seguirle a la carrera', le dedicó el heredero.
2.000 millones de pesetas
Pero Mariano, que estaba lejos de tocar techo, acabó siendo alcalde de su pueblo durante 24 años. «Vinieron los de la UCD, pero me presenté como independiente». Sacó 5 concejales de 9 y llegó a tener 7 con el CDS en 1993, cuando sucedió un episodio que le puso un poco en entredicho. Disparó una escopeta de perdigones en un bar e hirió a un vecino. «Yo venía de coger ratones y solo quería parar los pies a uno que tenía acojonado al pueblo. Pero me sacó una navaja. Luego hemos sido amigos, y me ha traído pollos y huevos. Ahora está en la cárcel».
La última legislatura (hasta 2003) fue con el PP, pero acabó mal con el partido. Les sigue votando porque «las siglas no tienen la culpa, es como el que no va a misa pero cree en Dios». Jamás cobró un duro como alcalde -«cuando llegué al Ayuntamiento había dos millones de pesetas a repartir entre el alcalde y los concejales y lo donamos a una residencia»-, así que le hablan de corrupción y se enciende: «Fui diputado provincial y si cobraba 100 me quitaban 15 para el partido. ¿Y resulta que luego otros que ganan más se lo reparten? Me da vergüenza».
- ¿Un político que admire?
- Adolfo Suárez tuvo que tragar sapos y culebras. Fue valiente, qué cojones. Solo por eso y por ser de Ávila ya me cae bien.
- ¿Y en el deporte?
- Nadal es un tío sencillo y noble y Casillas es majete, de pueblo.
- Si hubiera nacido más tarde...
- Si yo hubiera competido en los 80 y en los 90 habría ganado entre 1.500 y 2.000 millones de pesetas.
Mariano ya no corre porque tiene las piernas «cascadas» y se entretiene pescando barbos y cangrejos o cogiendo caracoles, «que aquí son buenos, de cáscara dura». También camina 14 ó 15 kilómetros al día. Los que hacía de chaval con la bici en la mano.


Todo el que haya visitado el Cementerio de Arlington, en Virginia (EE UU), conoce bien la sensación de paz y orden que se experimenta al ...
 
Todo el que haya visitado el Cementerio de Arlington, en Virginia (EE UU), conoce bien la sensación de paz y orden que se experimenta al caminar entre esas hileras de lápidas blancas, todas iguales, todas limpias y perfectas. Suaves colinas, hierba bien segada. Aquí reposan los restos de 300.000 militares estadounidenses caídos en diferentes conflictos bélicos, desde la Guerra de Secesión (1861-1865) hasta las de Afganistán (que comenzó en 2001) y la de Irak (2003-2011). Con tanta armonía, hasta el horror de imaginar jóvenes cadáveres destrozados por las bombas o ultrajados por el adversario se desdibuja para crear un cuadro más naíf.
Diez años han pasado desde que se inició esta última contienda, el 20 de marzo, cuando una coalición internacional liderada por Estados Unidos decidió invadir este país con el objetivo de derrocar a Sadam Hussein y acabar con las armas de destrucción masiva que intimidaban al mundo. Finalmente se descubrió que esa amenaza nunca había existido, pero era demasiado tarde ya para los cerca de 4.500 estadounidenses que están enterrados junto a los caídos en Afganistán, en la Sección 60 de este inmenso camposanto. Del otro bando, quién sabe cuántos... Algunas fuentes hablan de 150.000 personas -otras de muchos más-; de ellos 66.000 civiles, según Wikileaks. Y quién sabe dónde y cómo acabarían sus cuerpos. Después de aquello, en Irak no es fácil encontrar tanta tranquilidad como entre estas tumbas inmaculadas.
En Arlington, las familias saben dónde pueden ir a rezar a sus muertos. A veces, pequeños objetos rompen la uniformidad, fotos que ponen cara a los nombres cincelados en el mármol: hombres con uniforme de camuflaje sosteniendo a bebés, abrazando sonrientes a sus chicas el día de la boda... Cajitas que alguna vez contuvieron 'snus' mentolado, ese tabaco sueco en bolsitas que se coloca bajo el labio superior para saborearlo durante horas, a la espera quizá de un objetivo que derribar. Figuritas de Scooby Doo y soldados imperiales de 'Star wars', dibujos infantiles, casquillos de bala, chapas de identificación, cristales de colores, latas de cerveza, conchas y cantos rodados decorados a base de mariposas con barras y estrellas, corazones (algunos rotos) o palabras como héroe. Frases que aquí sí son lapidarias, como «La libertad no es gratis», pero también otras más sencillas, como «Te quiero, papá».
Pintalabios en el mármol
El camposanto se creó en los terrenos de la casa del general sureño Robert E. Lee, que puede visitarse y se mantiene tal y como era, salvo que las estancias de los esclavos son ahora los retretes. Cuando hace buen tiempo, las madres, padres, hermanos, novios, hijos... se tumban junto a las lápidas de sus seres amados, como Lesleigh Coyer, de 25 años y procedente de Michigan. Se acurruca en posición fetal frente a la de su hermano Ryan, que combatió en Irak y Afganistán, donde murió hace un año, a los 26, por complicaciones derivadas de una herida. Luego se arrodillan junto a ella el padre y la madre, y lloran juntos.
Algunas tumbas tienen el blanco roto por marcas de pintalabios, restos de besos que debían haber ido a parar a otro destino más cálido, pero que acabaron estampados en el frío mármol. Celeste Mills ha viajado desde El Paso, Texas, para arrodillarse ante la tumba de su hijo pequeño, Joshua, que murió en Afganistán. Recoloca las piedras y cruces y reza. Cerca está el famoso monumento al Soldado Desconocido, dedicado a los militares cuyos restos no pudieron ser identificados. En la guerra, muchos iraquíes fueron amontonados con prisa en fosas comunes para evitar los estragos del calor y la propagación de epidemias. Un paisaje que nada tiene que ver con la pulcritud de Arlington.

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