TÍTULO: Diez destinos con encanto
donde disfrutar de la primavera
Aunque no lo parezca, con frío y lluvia en toda
España, el pasado 20 de marzo comenzó la primavera. Le sugerimos diez
destinos privilegiados donde disfrutar de sus encantos.
Almendros en flor en el Valle del Jerte-foto.
Valle del Jerte (Cáceres)Es sin duda el destino primaveral por excelencia. Más de un millón de cerezos en flor tiñen de tonos rosados las distintas laderas que recorren este valle que abarca localidades como Barrado, Cabezuela, Casas del Castañar, Jerte, Navaconcejo, Rebollar, Piornal, Tornavacas, El Torno y Valdastillas.
Valle de la Sierra de Tramuntana (Mallorca)
El color y olor que dan a este valle los naranjos y limoneros es toda una fiesta para los sentidos. El pueblo de Sóller es un punto perfecto para disfrutar de las maravillosas vistas sobre el valle y conocer su histórico casco antiguo. Los almendros de Mallorca son también un reclamo turístico muy popular, pero estos florecen antes, entre los meses de enero y febrero por la buena climatología de la isla.
Festival de las Camelias (Galicia)
La delicada flor de la camelia es la reina de las aldeas gallegas, sobre todo en las Rías Baixas, por las adecuadas condiciones climatológicas. Debido a sus distintas tonalidades la explosión de color en estas fechas es tremenda y uno de los lugares privilegiados para vivirlo son los jardines del Castillo de Soutomaior. Estos se abren especialmente en estas fechas para mostrar sus camelias, castaños, magnolios y tilos. Otras joyas de la región son el Pazo de de La Saleta (Meis) o el Pazo de Rubianes (Vilagarcía de Arousa).
Valle de Caderechas (Burgos)
Es un rincón natural que se halla situado entre Oña y Poza de la Sal y que provoca infinidad de sensaciones en el visitante. La forma del valle aporta un microclima apropiado para los cerezos y manzanos que florecen en estas fechas inundando la zona con su color y olor. Quienes no puedan darse este gusto podrán apreciarlo a distancia a través del perfil en Facebook de la Asociación de Productores y Comerciantes del Valle de Caderechas.
Sierra de Baza (Granada)
En todo este tramo bajo del río Gállego, abundan los terrenos minifundistas de riego, primorosamente cuidados y llenos de ciruelos y otros frutales que dan su explosión de flor en estas fechas sembrando el suelo del manto blanco de sus pétalos.
Valle de Vinalopó (Alicante)
Los paisajes que pintan estos parajes de montaña y sus pueblos se adornan con huertas menudas en las terrazas fluviales de los ríos, y con un recorrido de castillos que jalonan lo que fue hasta el siglo XV la frontera con Aragón. Los pueblos de Villena, Sax o Biar ofrecen varios de ellos, con sus muros de piedra sobre los que asoman los olivos, almendros y cerezos.
Valle del Genal (Serranía de Ronda)
Esta localizado justo al sur del gran pueblo blanco de Ronda. Se encuentra situado entre dos parques naturales, La Sierra de las Nieves y Grazalema. De marzo a mayo, el valle se cubre completamente de flores silvestres que tejen el suelo como una alfombra de colores. Unas 2.000 especies crecen en esta zona.
Sierra de Grazalema (Cádiz)
Esta sierra de la provincia de Cádiz, cuna del pinsapo, una variedad de abeto español, alberga en primavera una cantidad inusual de hasta seis clases distintas de narcisos, siete de iris y treinta especies de orquídeas. La original flor del pinsapo salpica de rojo sus valles.
Sierra de las Nieves (Málaga)
Catalogada por la UNESCO como Parque Natural y Reserva de la Biosfera, pertenece también a la Serranía de Ronda en la provincia de Málaga. Cualquier época del año es buena para visitarla, en invierno, con sus montaños cubiertas de nieve (escasa este año) o ahora en primavera cuando la sierra se inunda de color.
Hoya de Huesca (Aragón)
Comarca aragonesa situada principalmente en Huesca y algún municipio zaragozano. En primavera sus campos se tiñen de colores: el verde del cereal, el rojo de las amapolas o el blanco de los almendros.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO CUANDO JOHN FORD ERA FACHA:
Ayer, por enésima vez, me calcé La legión invencible. Y entre esta noche y mañana caerán las otras dos. Me refiero a Fort Apache y Río Grande,
Ayer, por enésima vez, me calcé La legión invencible. Y entre esta noche y mañana caerán las otras dos. Me refiero a Fort Apache y Río Grande, que cierran la trilogía clásica de John Ford sobre la caballería de los Estados Unidos en las guerras indias en torno a 1870. Es raro que pase más de un año de mi vida sin que vuelva a ver esas tres películas, y lo mismo ocurre con el resto de la obra de Ford; en especial con El hombre tranquilo y No eran imprescindibles, y con los westerns Misión de Audaces, Dos cabalgan juntos, Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Balance. En materia de cine, y con todo el respeto para directores que admiro hasta la adoración -Río Bravo, de Howard Hawks, por ejemplo, es mi película del Oeste favorita, y Sin perdón, de Clint Eastwood, me parece una obra maestra-, para mí, John Ford sigue siendo literalmente Dios padre. Y John Wayne, por supuesto, su encarnación sobre la tierra.
Cómo es La legión invencible, diablos. De emocionante y perfecta. Cómo están todos. Con qué talento y sensibilidad extraordinarios nos introduce Ford en los entresijos de un mundo épico, hecho de carne y hueso, donde una palabra, un silencio, una mirada, tienen tanta importancia como el rayo que descarga a lo lejos mientras los hombres caminan con los caballos de la brida, el polvo asentado sobre los rostros fatigados, el cuero empapado en sudor, el roce de viejos uniformes azules sobre gastadas sillas de montar, el valor resignado y profesional de soldados hechos a morir por cincuenta centavos al día. Y cómo es John Wayne, oigan. Cómo está, haciendo de capitán Brittles o de capitán York. Poniéndose unas gafas casi a hurtadillas para leer, el día de su jubilación, la inscripción en el reloj de plata que le han regalado los hombres de la compañía C. Encarnando ese patriotismo honrado, perfectamente compatible con la crítica a los abusos e imperfecciones del sistema. Rindiendo homenaje al bando vencido en la guerra civil -la dignidad y el valor como factor de respeto mutuo, reconciliación y memoria- cuando al viejo general que tras la derrota del Sur se alistó en la caballería como soldado raso, muerto ahora en combate contra los indios, permite que lo entierren los otros soldados sureños cubierto por la bandera confederada.
Cada vez que veo una de estas películas me acuerdo de aquellos idiotas que en los años 60 y 70 llamaban a John Ford director fascista -hacía películas de soldados, morían indios, manejaba épica militarista, camaradería machista y cosas así- mientras también John Wayne se llevaba lo suyo: reaccionario, chuleta, pésimo actor; incluso acababa de hacer una película llamada Boinas verdes -muy mala, por cierto- donde los norteamericanos iban de buenos en la guerra de Vietnam. Y sin embargo, muchos de aquellos cantamañanas de ambos sexos se deshacen ahora en elogios a John Ford como clásico indiscutible del cine, y alaban a John Wayne como uno de los grandes actores de Hollywood. Hablo de ésos que despreciaban al Clint Eastwood de Harry el sucio o El sargento de hierro llamándolo violento reaccionario que, en consecuencia, hacía pésimas películas; y que ahora, sin embargo, babean públicamente con cada nueva obra de este actor-director, sobre el que han resuelto el conflicto moral calificándolo de cineasta de culto, como a Tarantino y Kitano. Y así pueden hacerlo compatible, los muy capullos.
Permitan un consejo fordiano. Si no conocen la obra del maestro de maestros, empiecen por la trilogía de la caballería. Si la conocen pero no se detuvieron en ella, vuelvan a verla despacio. Y también, si quieren, echen antes un vistazo a dos libros clave para disfrutarlas más. Uno es Jinetes en el cielo, donde Eduardo Torres-Dulce estudia la trilogía fordiana al detalle. El otro son los magníficos relatos de James Warner Bellah recogidos en Un tronar de tambores: media docena de historias cortas, secas, perfectas -Masacre es mi favorita-, que inspiraron los guiones. Así, cualquiera de las tres películas se convierte en una experiencia todavía más intensa y emocionante: las mujeres viendo a sus hombres alejarse del fuerte, la resignación de Thursday y los sargentos esperando el último ataque apache, el herido cabo Qyane reprochando respetuosamente «Pero usted no estaba, señor» al capitán Brittles... O la que para mí es la mejor escena de La legión invencible; la que refleja el espíritu y la camaradería que el irlandés Ford supo imprimir en cada una de sus películas: cuando la columna se aleja al trote, dejando a unos pocos para cubrir la retirada, y los jinetes pasan ante la cámara mientras suenan los primeros disparos a su espalda, cada uno de ellos cabalga con la cabeza vuelta para mirar atrás, al otro lado del río, donde combaten sus compañeros.
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