sábado, 21 de septiembre de 2013

Mandela devora Mandela,./ Masako, la princesa deprimida,.

TÍTULO: Mandela devora Mandela,.

De un lado, los descendientes de sus primeros dos matrimonios

Del otro, su actual mujer y los amigos que hizo en su camino hacia la libertad

En el centro, el político más venerado del mundo

El crepúsculo de su vida es un siniestro vodevil que no ha hecho más que comenzar.

Visualicen la escena. Nelson Mandela en el salón de su casa, el año pasado, envuelto en una manta. Sentadas a un par de metros de él, dos de sus hijas, discutiendo. Mandela tiene la mirada distante, el rostro inmóvil. Difícil saber si está atento a la discusión o si, desde la niebla senil que ofusca su mente, no se entera. Entra un íntimo amigo de Mandela, su hombre de confianza a lo largo de más de 20 años. Las dos mujeres siguen hablando airadamente, como si no estuvieran presentes ni su padre ni el invitado. El tema de la conversación: qué muebles y qué piezas de cocina se llevará cada una cuando el padre muera.
El invitado a la casa de Mandela era Jakes Gerwel,su asesor más cercano durante los cinco años, de 1994 a 1999, que fue presidente de Sudáfrica. Gerwel, que murió a finales de 2012, le había contado la historia a una amiga, y ella me la contó a mí la semana pasada. Gerwel, según la amiga, narró la escena horrorizado y con detalle “forense”. Es difícil de creer, pero después se la conté a dos individuos que tienen, y durante muchos años han tenido, una relación muy cercana con Mandela y no se sorprendieron en absoluto. Respondieron narrando otras historias similares, igual de horrorizados que Gerwel ante el descaro y vulgaridad que están exhibiendo los herederos de Mandela en el afán de explotar las oportunidades materiales que ofrece su asociación sanguínea con el personaje político más venerado del mundo.
Estas personas pidieron que no se publicaran sus nombres por respeto a Mandela (que pronto cumplirá 95 años), por no iniciar una guerra pública con sus hijas, sus nietos y bisnietos antes de su muerte. Pero una guerra encubierta sí ha tenido lugar hace ya años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo durante su largo camino hacia la libertad. Y no solo amigos. Según las fuentes consultadas, bien enterados de lo que ocurre en el hogar del antiguo presidente sudafricano, el objetivo principal del odio y resentimiento de los herederos de Mandela es su tercera esposa, con la que no tuvo hijos, la mozambiqueña Graça Machel.
Imagen de Mandela con el presidente Zuma, difundida el pasado 1 de mayo. / AFP
“Convencidos, absurdamente, de que ella se casó con él solo por su dinero, el único concepto de vida que son capaces de entender, cuestionan permanentemente la legitimidad de su matrimonio”, me dijo una de las fuentes, que insistió en que, con la excepción de la señora Machel, todos los miembros de la familia de Mandela eran unos crasos aspirantes a nuevos ricos que no habían aportado nada de valor al bien común de su país. El temor del resto de la familia es, evidentemente, que Machel, mujer que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos, se acabe quedando con un buen trozo de la herencia de su marido.
Machel, que desentona en el clan Mandela casi tanto como un personaje de Marcel Proust en la casa de los concursantes de Gran Hermano, ha mantenido un digno silencio. En su casa, una de sus mayores preocupaciones hoy es que Mandela coja un periódico y, en un inusual momento de lucidez, se entere del último capítulo en la saga familiar, el que ha destapado el conflicto latente entre los parientes que le tocaron y los amigos que él eligió.
Sus hijas quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse”
George Bizos (abogado)
Se trata de un juicio pendiente por una causa traída por dos de las tres hijas de Mandela, Makaziwe y Zenani, contra un grupo de abogados nombrados por el expresidente para dirigir dos empresas cuyo objetivo es acumular dinero para sus herederos. De manera deliberada, Mandela, también abogado de profesión, optó por no permitir que su familia ejerciera el control de estas y otras empresas patrimoniales, todas creadas con el mismo fin. Las hermanas, apoyadas por otros miembros de la familia, buscan que —contra los expresos deseos de su padre— un tribunal les pase el control de las empresas a ellas. Ya no se trata de una disputa por muebles o piezas de cocina. Y ni siquiera, en primer lugar, de acceder al efectivo en esas compañías. El objetivo es poner de nuevo en marcha una máquina que está en manos de estas dos empresas y que se paró, por voluntad del propio Mandela, hace nueve años. Se trata de una máquina de impresión gráfica que en este caso es, ante todo, un aparato para imprimir dinero.
Mandela se prestó hace un decenio a crear unos cuadros que exhibían, en diferentes colores, la huella de su mano. La máquina hace copias perfectas no solo de estos cuadros, sino también de la firma de Mandela. Antes de que él diera instrucciones para que se dejaran de reproducir, convencido de que un exceso de volumen en el mercado abarataría su imagen, se vendían por unos 10.000 euros cada uno. El más destacado de los abogados contra los que las hermanas Mandela se han querellado, George Bizos, no ha disimulado su indignación. Las dos mujeres, respondió Bizos, amigo de Mandela desde hace 60 años, “quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse y el dinero de las empresas”. Y agregó: “Nosotros no somos secuestradores”.
Graça Machel, actual esposa de Mandela. / REUTERS
La hija de Makaziwe Mandela, Tukwini, acusó a Bizos de cosas peores en una carta abierta que le escribió vía Associated Press. Después de llamarle “mentiroso”, le dijo: “Por favor, tenga la decencia de comportarse como una persona mayor si se interesa por el bienestar de mi abuelo y por su buen nombre, que fue lo que le impulsó a su inmerecido estrellato”.
Es difícil exagerar la colosal —la épica— impertinencia contenida en estas palabras. George Bizos, de 84 años, es un monumento en Sudáfrica; nombrarán calles por él cuando se muera. De origen griego, pero con las maneras y el acento inglés de un aristócrata británico, Bizos defendió a Mandela en el juicio de 1964 (10 años antes de que naciera Tukwini), en el que se salvó de la pena de muerte y fue condenado a cadena perpetua; defendió a Winnie Mandela 27 años más tarde, cuando se la acusó de secuestro y asalto; y se ha pasado toda la vida ofreciendo sus servicios como abogado a militantes políticos contra el apartheid o, cuando llegó la democracia, a las personas más desfavorecidas y vulnerables de su país. Mandela, que recibía las visitas de Bizos en la cárcel con efusivos abrazos, lo quiere como a un hermano. Si hubiese leído las declaraciones de su nieta contra él en alguno de los periódicos que su actual esposa intenta que no vea, no es una exageración proponer que hubiera caído muerto de una apoplejía.
La principal contribución que ha hecho Tukwini Mandela a la humanidad ha sido crear con su madre, que ha logrado colocarse en la dirección de 16 empresas sudafricanas, una marca de vinos que lleva el nombre de su abuelo. Otras dos nietas de Mandela han lanzado una línea de ropa, también utilizando el venerable nombre familiar, además de protagonizar un reality de televisión llamado Being Mandela (Ser Mandela) en el que las dos aparecen de compras en los centros comerciales más lujosos y cenando en los restaurantes más de moda de Johanesburgo. Ellas dos, como Tukwini, han dado su apoyo explícito a la causa judicial contra Bizos y los otros amigos y viejos compañeros de lucha de Mandela.
Hay un nieto, Mandla, que no se ha apuntado. Pero él también es una figura polémica, acusado, entre otras cosas, de intentar vender a una compañía de televisión los derechos para filmar el entierro de su abuelo en las tierras ancestrales donde nació: otro potencial disgusto del que la senilidad salvó a Mandela, y uno más de los muchos que han escandalizado a sus amigos de toda la vida
No es del todo sorprendente, sin embargo, que se haya creado una ruptura entre la familia y los amigos de Mandela, casi todos provenientes del mundo político. La ruptura la provocó él, en cierto modo, hace muchos años, cuando optó por anteponer la causa de su pueblo a la de su familia biológica. De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue de no haber podido atender a las necesidades de sus seres queridos. Incluso después de lograr la libertad, no tuvo más remedio que dar prioridad a la política, y es bien sabido que sus hijos se lo recriminaron. Encontró consuelo y simpatía en amigos, precisamente, como George Bizos y Jakes Gerwel.
En el otoño de sus días intentó compensar sus carencias como padre, abuelo y bisabuelo creando empresas que se encargarían de asegurar que no les faltaría nada a sus descendientes una vez que él muriera. Pero esta iniciativa, como hoy se ve, también ha generado sus complicaciones. Según los estatutos de las empresas, los abogados que Mandela nombró para dirigirlas deberían remunerar a sus herederos seis meses después de su muerte, pero también poseen la discreción legal para alargar el plazo.
Es probable, según fuentes judiciales consultadas, que las hijas de Mandela no prosperen en su causa contra ellos. Es aún más probable que, después de que muera Mandela, la pelea por su herencia se vuelva aún más fea, que el terreno de batalla se extienda, hermanos pleiteen contra hermanos y todos se vuelquen contra su tercera mujer. Un amigo de Graça Machel decía esta semana que lo más sensato que podría hacer ella, por su propio bien, sería abandonar Sudáfrica a las 24 horas del funeral de su marido. No exageraba. O no mucho. Todo indica que el sórdido epílogo a la vida de Nelson Mandela apenas ha comenzado.

TÍTULO; Masako, la princesa deprimida,.

Consumida por los rigores milenarios de la casa imperial nipona, la esposa del príncipe heredero de Japón no levanta cabeza,.

Madre de una niña, presionada para alumbrar un hijo varón, ve ahora cómo su sobrino empieza la formación para ser emperador,.

La princesa Masako no pudo concebir el hijo varón exigido por el Trono del Crisantemo y se derrumbó emocionalmente. A partir del próximo mes de abril, el príncipe Hisahito, de seis años, tercero en la línea de sucesión, único hijo varón de los príncipes Akishino y Kiko, cursará estudios en la escuela primaria de la elitista Universidad de Ochanomizu, en Tokio. Arranca así la formación del futuro emperador de Japón, que será dura, espartana, casi de clausura. Una ley sálica impide serlo a la princesa Aiko, hija del heredero, el primogénito Naruhito, y de su esposa, Masako. El príncipe Akishino es el segundo hijo de los emperadores Akihito y Michiko.
Triste y monacal, consumida por protocolos del pleistoceno, la melancólica existencia de la frustrada madre, la princesa Masako, solo puede entenderse recordando que los emperadores japoneses fueron divinos hasta el término de la II Guerra Mundial, en 1945, año en el que dos bombas atómicas rindieron el imperio y Estados Unidos humanizó por decreto a Hirohito, última deidad en el Trono del Crisantemo. Hace años, en Tokio, una nonagenaria confesaba a este periodista que descubrió la mentira siendo niña, al observar que el emperador tiraba una colilla por la ventanilla de la limusina imperial al paso por su aldea. “Los dioses no fuman, pensé”. La plebeya Masako Owada emparentó con esta dinastía arcana, la más antigua del mundo, sin pretenderlo: el príncipe heredero Naruhito la eligió a dedo, ignoró sus primeras calabazas y consiguió desposarla en 1993, después de que la joven de 30 años sucumbiera a las presiones palaciegas y a las invocaciones al patriotismo de sus padres. Al no poder concebir el hijo varón que garantizase la sucesión dinástica, entró en un abatimiento que una reciente recaída acerca a la depresión crónica.
Masako, en la celebración del 78º cumpleaños del emperador en 2011. / TORU HANAI (REUTERS)
Felipe de Borbón y Letizia Ortiz son Romeo y Julieta, y los reinos europeos, verbenas comparados con el sacerdotal romance de Naruhito y Masako y la impenetrable sobriedad del trono japonés, fundado en el siglo V antes de Cristo y administrado por una plantilla de funcionarios alérgicos a las transigencias occidentales. La princesa, de 49 años, ha reducido sus apariciones, y aunque sonreía ante las cámaras y saludó a las multitudes en las dos únicas apariciones en público de 2012, su estado emocional en privado sigue siendo un misterio y ha desatado todo tipo de especulaciones, según alertó el pasado 29 de enero el diario The Asahi Shimbun, el más prestigioso de Japón. Tras más de un decenio de tratamientos clínicos y psicológicos, conviene renunciar a los partes oficiales eufemísticos y hablar abiertamente de depresión, aconsejan las fuentes consultadas por el rotativo.
La hija de un diplomático ex viceministro, licenciada en Ciencias Económicas por Harvard, en Derecho por la Universidad de Tokio y con un posgrado de Oxford en Relaciones Internacionales, entró en el asfixiante radar de la casa imperial muy a su pesar, mientras ascendía con rapidez en el organigrama de la cancillería nipona. El perfil de la joven, moderna y emancipada hasta su transformación en vestal sintoísta, imantó a los celestinos encargados del casting de jóvenes casaderas. El príncipe la había conocido fugazmente en 1986, durante una recepción oficial a la infanta Elena, y no tardó en decidirse. Sigue enamorado, dicen. Ella rechazó sus requerimientos en varias ocasiones porque el matrimonio concertado no entraba en sus planes y menos la inmolación profesional: la renuncia al ejercicio de la diplomacia a cambio del enclaustramiento y la sistemática persecución del hijo varón.
De alguna manera, su carrera y su personalidad fueron negados"
Naruhito, príncipe heredero
Tras un breve noviazgo, siempre con carabina, y superado un curso intensivo en urbanidad palaciega, el 9 de junio de 1993 se celebraron los esponsales. Poco a poco, el ánimo de la princesa se deslizó hacia la melancolía. Sometida a tratamientos de fertilidad, abortó en 1999 y dos años después alumbró una niña. El Trono del Crisantemo es de naturaleza dinástica y la sucesión se producirá conforme a la ley sálica promulgada por la Dieta (Cámara baja del Parlamento japonés). Las líricas reflexiones de la princesa en fechas previas al nacimiento de la hija revelaban ilusión, voluntad y complicidad de pareja: “Con mi marido guiándome a lo largo de estos siete años, nuestros sentimientos son más profundos día a día”. Pero un trienio después sobrevino el primer derrumbe, y la adaptación a los preceptos se manifestó lenta, agónica. El primer aldabonazo depresivo obligó a Naruhito a viajar solo a la boda de Felipe y Letizia en 2004. El autor Ben Hills escribió que la tribulación es entendible: no puede salir de palacio sin permiso, no tiene tarjeta de crédito, no dispone de acceso ilimitado a las comunicaciones telefónicas y a los familiares directos, ni cuenta con pasaporte individual, ni rutina propia. Articulada, sobresaliente, fluida en inglés, francés, ruso, alemán y español, pudo haber sido una excelente embajadora, pero en lugar de eso se hundió en un ambiente mohoso, y extemporáneo, donde le aconsejaron caminar tres pasos por detrás de su marido, no hablar a menos que se le hable, sonreír un poco, saludar un poco…
Es imposible saber en qué condiciones se encuentra o qué tratamiento sigue", dicen los médicos
Ni el cariño del esposo, que el pasado 22 de febrero cumplió 53 años, ni la alegría de la hija, Aiko, de 12, parecen ser suficiente para levantar el ánimo de una mujer agotada, cautiva de un sistema refractario a la modernidad. Masako sigue recibiendo terapia y medicación y “está mejorando”, según aseguró Kyoji Koamchi, funcionario de palacio. Hace siete años el heredero reconocía que su compañera era víctima de los extenuantes esfuerzos de adaptación a la tradición imperial. “De alguna manera, su carrera y su personalidad fueron negadas”. Los emperadores Akihito, de 79 años, y Michiko, de 78, se dijeron “sorprendidos” por las declaraciones del hijo mayor.
Los esfuerzos contra el desaliento parecen tan baldíos como previsible fue el desmoronamiento de una mujer abocada al desengaño y el empequeñecimiento. Debió empaquetar ambiciones profesionales, arrumbar su tesis de Harvard sobre Ajustes externos en los precios de importación. El petróleo en el comercio de Japón, renunciar al deporte en equipo y sumergirse en clases de poesía, protocolo y violín. La relajación mental no es fácil cuando cerca de mil funcionarios de la casa imperial escrutan las necesidades y movimientos de los 23 miembros de la familia real.

Hisahito, a su llegada a la escuela de la Universidad de Ochanomizu. / REUTERS
Lejos de la mansedumbre que el machismo japonés reclama, la princesa se sublevó en ocasiones contra los mandamientos del comisariado monárquico: llamó “gusano” a un paparazi, corneó a funcionarios cargantes y acudió a restaurantes de su gusto para separar su vida pública de la privada. A veces decide en el último minuto ir o no a determinados actos, según publicó la prensa cortesana. La emperatriz le prometió en su día no ser una suegra entrometida, pero la nuera habría de conocer muy temprano otras intromisiones, las legalmente vigentes en el conventual palacio de Togu. La osadía de hablar 39 segundos más que Naruhito en la conferencia de prensa del anuncio del compromiso matrimonial le costó el primer tirón de orejas, y también fueron reprendidas sus lecturas del nobel Kenzaburo Oe, crítico con el funcionamiento de la casa imperial.
Masako sigue luchando contra la postración, pero hay pocas certezas sobre su última recaída. “Es imposible saber en qué condiciones se encuentra y qué tipo de tratamiento sigue”, dicen los médicos citados por los principales periódicos de Japón. La opacidad informativa alimentó rumores y disparates de alcoba en los tabloides. La revista Shukan Shincho publicó que la casa imperial había importado abundantes dosis de extracto de ginseng, un tubérculo originario de Asia supuestamente portentoso contra la pereza sexual.
La tristeza y la ansiedad son viejas conocidas en palacio. Hace seis años, la emperatriz confesó haber recurrido a la fantasía infantil, haberse imaginado invisible, escapando de las rigideces monárquicas en una feliz ensoñación. Volaba hacia una estación abarrotada de transeúntes y caminaba entre la multitud, desapercibida, liberada, llena de vida; después se detenía en una de las librerías del barrio más bohemio de Tokio para extasiarse largamente con las novedades de su preferencia. Víctima de crisis nerviosas y estrés crónicos, la emperatriz era también plebeya cuando se casó en 1959 con el hijo de Hirohito, antecediendo a Masako en el vía crucis hacia la perfección de modales exigida por una dinastía emparentada con Amaterasu Omikami, la diosa sol, según sus sacerdotes. La princesa triste batalla de nuevo contra los grilletes imperiales, reclama aire fresco, libertad y presente para que el Trono del Crisantemo deje de ser la institución herrumbrosa y vacua criticada en el Japón liberal y moderno.

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