sábado, 21 de septiembre de 2013

DE CERCA, Miley Cyrus, rebelde sin causa,./ EN DIRECTO, TENDENCIAS,. EL PRECIO DE LLORAR EN LA OFICINA,.


Alguien recuerda a Hannah Montana? La artista huye de su antigua vida como dulce princesa infantil Disney y hace alarde de rebeldía.
 Nadie diría que a -foto--Miley Cyrus le gusta madrugar. Parece de temperamento noctámbulo y bohemio. Sin embargo, ha adelantado una hora su entrevista y a las ocho de la mañana tiene firme a toda la prensa en un hotel de Berlín. A altas horas de la madrugada, vociferaba en su cuenta de Twitter: “Can’t sleeeep!” (No puedo dormir) y, un poco más tarde: “Pido disculpas por adelantado a los periodistas si mañana vomito durante alguna entrevista”. Antes había contado que la comida le había sentado mal y que echaba de menos su casa. A Miley no le ha gustado nada Berlín y se quiere ir. Cuanto antes, mejor. Lo ha dicho ya en varios idiomas. Así que prefiere no dormir y despachar a la prensa para adelantar su vuelo a Los Ángeles. 
Antes de entrar en la suite donde se hará la entrevista, su agente de prensa me suelta la retahíla de temas que no se pueden tocar: ni una palabra sobre Hannah Montana, la serie de televisión que la lanzó a la fama (se pone malísima); ni una mención al divorcio de sus padres (le sienta fatal); tampoco a sus planes de boda (parece que atraviesa un mal momento con su guapísimo novio, el actor Liam Hemsworth) ni a su traído y llevado compromiso de castidad. Finalmente, se abre la puerta. Miley sonríe, como casi siempre. Bajo su minishort de tela vaquera asoman unas piernas delgadísimas Parece relajada. 
Si la noche en blanco le ha dejado mala cara, está sepultada bajo un maquillaje “nude” o bajo la energía de sus 20 años . Su voz sorprende por su timbre adulto. Una vez sentadas, nadie se acerca para supervisar mis preguntas o sus repuestas. Su gente de confianza se queda en otra mesa, sin intención de escuchar la charla. De repente, empiezan a caer cosas al suelo y hay muchas risas. “Mi equipo está borracho”, bromea ella. ¿Bromea? Nunca lo sabremos.
Como a cualquier chica de su edad, le gusta fardar de vida nocturna y parecer más canalla de lo que es. Da detalles en Twitter de sus salidas y sus presuntas resacas sin fin. ¿Cómo ha sido crecer para ti?, pregunto, evitando mencionar a Disney y a Hannah Montana: “Una locura. Tengo la impresión de que he llevado una vida un poco loca últimamente, en la grabación de este disco. Tengo ganas de volver a casa y descansar; creo que llevo una vida poco sensata”. Sin embargo, cuando habla de su nuevo proyecto –“Bangerz” (Sony) sale a la venta el 8 de octubre–, recupera la cordura y gana edad. 
El día de la entrevista, el videoclip del single “We can’t stop” contaba ya 100 millones de visitas. Ambiguo y lleno de “selfies” (autorretratos fotográficos pensados para las redes sociales) de Miley y sus amigos bailando con la lengua fuera, ella lo considera un éxito personal. “He estado muy metida en su realización y por primera vez he encontrado gente que se fiaba de mi criterio e instinto. Esto era exactamente lo que yo esperaba que pasara con este vídeo. He soportado mucha presión, porque nadie sabía qué iba a salir al final. Ellos [la discográfica Sony] me dieron mi espacio, pero definitivamente me lo he ganado. “We can’t stop” está funcionando porque es mi visión de las cosas. Ahora se fiarán más de mí. Ya saben que tengo buen olfato y sé lo que quiere ver la gente joven en un videoclip. Nadie lo puede saber mejor que yo, porque así es exactamente mi vida”.

Ambigüedad

Por si a estas alturas queda alguien que no lo haya visto, “We can’t stop” recrea una fiesta en una casa de Los Ángeles. Miley se negó a que participaran actores y contrató a sus amigos para el vídeo, lo que da un realismo inusitado a la escena. El vídeo y la letra son lo bastante ambiguos como para levantar todo tipo de polémicas. Y Miley se dedicó a avivar la llama. Por ejemplo, en una entrevista al británico Daily Mail insinuó que en la canción podría hablar de las drogas de diseño. 
En una parte donde la canción no está muy claro si dice “bailar con Miley” o “bailar con Molly” (así se llama en EE.UU a una pastilla de éxtasis), la cantante aclaró que todo dependería de la edad del que escuche el single: “Si tiene 10 años, será Miley; si es algo mayor, puede interpretarlo de otra forma. Yo sé que los jóvenes me entienden, especialmente la gente que vive en Los Ángeles. Hay muchas “LA things” (cosas de Los Ángeles) en el vídeo. Quisimos hacerlo ambiguo porque es así como se convierten los vídeos en virales: cada vez que la gente lo ve, encuentra un detalle nuevo y quiere verlo otra vez”.
Aunque saca partido a la ambigüedad, Miley dice que es solo una fiesta “fresca y divertida”. “Es un compendio de esa actitud de “nada me importa” propia de los jóvenes. Por otra parte, vivimos en la era de los “selfies”, así que yo creo que llevar la lengua fuera es el modo natural de grabar un vídeo con tus amigos”. 
Miley se ha dedicado a animar al personal en Twitter, creando intriga sobre el nuevo disco. “Espero que mis fans se vuelvan locos. Sé que la mayoría del marketing funciona por anticipación, por eso no quiero revelar nada del disco [en el momento en que se celebró la entrevista, ni siquiera se sabía el título]. Estoy usando el misterio para crear expectativa y conseguir más seguidores en Twitter”, dice sin pudor, y agrega: “Quiero que la gente siempre tenga que esperar por lo que vendrá. Creo que mis cosas funcionan y se venden bien porque nadie sabe exactamente qué se puede esperar de ellas”.
Después de haber sido la dulce Hannah Montana, la heroína infantil y preadolescente diseñada por Disney, Miley se ha pasado al lado oscuro. Cada uno de sus movimientos esconde una insinuación más o menos velada al sexo: su afición al “tuerking”, un baile a golpe de cadera; su pasión por los tatuajes más salvajes y su constante coqueteo (al menos verbal) con las drogas; sus alusiones al sexo, incluso cuando llevaba aquel anillo de castidad que, por cierto, ha desaparecido de su dedo. La última provocación: raparse la emblemática melena de Hannah Montana. Dice que está viviendo un buen momento pero todos sabemos –porque ella se encarga de airear su vida en Twitter– que el divorcio de sus padres ha sido muy duro para Miley. Ella misma amenazó a su padre, Billy Ray Cyrus, autor de la famosísima canción ¿country? “Achy breaky heart” (No rompas más mi pobre corazón) en esa red social. “Tienes una hora para contar toda la verdad. Si no, lo haré yo”, y adjuntaba una foto de él con una mujer que, se cree, puede ser la causa de la separación.

Con el corazón

Y es que Miley asegura que no puede vivir en la mentira. De hecho, se jacta de decir lo que sea a cualquiera. Se atrevió a confesar en un programa de radio que no sabía “qué” era One Direction, la banda pop británica que enloquece a las adolescentes de medio mundo. Otro día, sugirió a Justin Bieber que se tomara un descanso: “¿Vas por el mundo haciendo enemigos?”, le pregunto. “Definitivamente, no. No conozco a los chicos de One Direction, pero Justin es uno de mis mejores amigos y no he dicho nada que no le diría a la cara. Soy demasiado honesta. De verdad creo que todos los que estamos en esta industria debemos dejar que la gente nos eche de menos; si no, te vas a sobreexponer y sobreexplotar”. ¿Y ese despiste con One Direction? “No sé si soy su público –se excusa–, yo soy más de hip hop, pero puedo entender por qué son adorables y todos piensan que son tan guapos. Cuando ponen en la MTV el único de sus temas que he escuchado me pongo a bailar. Entiendo por qué los persiguen chicas de todo el mundo”.
He dejado para el final una pregunta sobre sexo, por si ella o sus agentes se enfadan y deciden dar por terminada la sesión. Pero Miley, relajada, entra al trapo. “Si me dedico a la música pop tengo que ser una chica sexy. No puedes elegir, es así. El sexo es algo de lo que uno nunca debe avergonzarse y los hombres se benefician más de sus bondades que nosotras. Creo que las mujeres nos ponemos en una situación de desventaja por no actuar con la misma libertad que ellos”. Dice que intenta llevar el sexo como “algo natural”. “Sé que muchas chicas me tienen en un pedestal y tengo la oportunidad de ayudarlas a sentirse a gusto con ellas y con su cuerpo, incluso si no parecen sexy a ojos del resto del mundo”. 
Es raro que una persona tan joven emane tanta autoestima. Pero, si seguimos su atolondrada actividad en Twitter e Instagram, repleta de sus queridos “selfies” y de broncas, no es difícil entender que necesita llamar constantemente la atención y que le aterroriza quedarse fuera. De lo que sea. El éxito de los primeros singles de “Bangerz” (el vídeo de “Wrecking ball”, rozaba los 20 millones de visitas en sus primeras 24 horas) le ha dado un respiro. “Siento que estoy en muy buen momento, como si mi música pudiera inspirar a mucha gente. Creo que este disco va a ser una locura”, revela en tono místico. Hoy, a su alrededor, todo es perfecto, aunque reconoce que mañana se puede derrumbar. “Sé que estoy viviendo un sueño, que soy una entre un millón, y que tengo que disfrutarlo”, insiste. Y disfrutar es lo que hará la próxima noche que salga a quemar Los Ángeles. Nosotros nos enteraremos en tiempo real, como siempre. 



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Perder el control de las emociones en el trabajo puede ser un suicidio laboral o una prueba de humanidad. ¿Qué recomiendan los expertos?
 
Vivimos en un entorno laboral mutante. La cultura empresarial cambia a un ritmo endemoniado por el teletrabajo, la mayor presencia femenina en los despachos, la importancia de la conciliación familiar, la innovación en la gestión del talento y el capital humano. Y, sin embargo, el control de las emociones en la oficina sigue siendo un tema sensible. ¿O más bien insensible?

Alberto Blázquez, coordinador del libro “Emociones laborales” (Lid), es optimista: a su juicio, empezamos a ver brotes verdes en la rígida etiqueta de la oficina. “Quizás estemos llegando a una mayor receptividad del mundo emocional. Respóndase ¿cuándo fue la última vez que lloró? ¿Necesitó justificarse? El entorno laboral cambia vertiginosamente y se nos exige que nos adaptemos sin despeinarnos. Y eso requiere racionalizar lo que el corazón expresa, pero sin olvidarnos de lo que somos: personas que sienten. Aunque con muchos matices, parece que el llanto está pasando de ser visto como un signo de debilidad a un acto que nos reconcilia con lo humano”.
Sin embargo, las mujeres debemos tener cuidado. “Llorar en una reunión o por culpa del estrés se considera especialmente ruinoso para una mujer, y también un síntoma de fragilidad”, opina Kim Elsbach, profesora de “management” en la Universidad de California (EE.UU.). Elbasch ha estudiado durante tres años las consecuencias del llanto en el trabajo. Sus conclusiones: solo se admite en casos de pérdida personal grave (muerte de un familiar o divorcio) y con límites. La profesora apunta un matiz más: al contrario que las mujeres, la mayor parte de los hombres han sido educados para no llorar. Reprimir esta emoción es para ellos casi un acto reflejo.

Romperse 

La cruda realidad nos obliga a escoger entre extremos: soportar la etiqueta de “la histérica” del equipo o ejercitar una cara de póquer que oculte lo que llevamos por dentro. Ambos son nocivos para el bienestar y la productividad del trabajador. La supresión emocional, como la llaman los especialistas, obstaculiza la concentración, promueve la infelicidad e influye negativamente en el desempeño laboral. El descontrol sentimental, por su parte, muestra a un trabajador que no sabe lidiar con sus sentimientos: un analfabeto emocional. Sin embargo, hay ocasiones en que la emotividad –o su ausencia– son indicios de la salud emocional en el ambiente laboral.
Mónica Castro, de 52 años, es secretaria de dirección en una multinacional. Trabaja con una veintena de oficinistas, la mayoría mujeres. No es extraño ver lágrimas en las mesas y ella ha llorado más de una vez en el despacho de su jefa. “Supongo que si mi superior fuera hombre, me miraría con paternalismo; al ser mujer, no le ha impresionado demasiado”. En el otro extremo está Patricia Gómez, de 46 años. Directora de marketing en una empresa textil, da cuentas en un consejo totalmente masculino. “Hasta una risa fuera de tiempo se mira mal. Impera una frialdad que a veces me cuesta mantener. He aprendido a contenerme, pero a veces bajo al garaje para dejar salir el llanto. Me resiento de estas deshumanización, aunque el trato es perfecto y mis colegas se conducen impecablemente. No me puedo quejar de nada y, sin embargo, es una lucha constante no poder mostrarme como realmente soy”. ¿Qué pueden hacer Mónica y Patricia para ser más felices en sus trabajos?

Cómo recuperar el control
1. Divaga hacia algún recuerdo agradable.

2. Enfoca un objeto
de la oficina y examínalo detenidamente: te distraerá.

3. Si las lágrimas van a asomar, respira hondo. Al llenar el diafragma de aire, evitas que la voz tiemble. Al menos podrás hablar.

4. No te disculpes ni te califiques de “tonta”.

5. Explica las razones de tus lágrimas sin entrar en detalles. Procura no abandonar la reunión.

6. Si no te serenas, vete a casa.
Busca apoyo en tus amigos, un terapeuta o un orientador profesional.

7. Analiza el incidente. Si lo escribes, avanzarás hacia una solución.

PILAR JERICÓ
Autora de “Poderosamente frágiles” (Planeta), doctora en Organización de Empresas, y profesora del Instituto de Empresa, ESADE y la Universidad Carlos III. 

De un modo u otro, todos hemos llorado o nos hemos emocionado en el trabajo. No hay que avergonzarse, es nuestra naturaleza humana. Pero no está bien visto, en especial en culturas corporativas muy masculinas, donde puede verse como una debilidad. Frases tipo “aquí se viene llorado” son habituales en dichos entornos. Pero las emociones en estas últimas décadas comienzan a comprenderse y a abrazarse. Llorar no es problema, es muy saludable, pero debe valorarse el don de la oportunidad. Cuando lloramos como reacción a las palabras de alguien estamos dando el poder a esa persona o a una circunstancia externa a nosotros. Puede ser muy interesante, tras llorar (sin exhibicionismo), ver, con mentalidad científica y sin crítica ni juicio, qué lo ha desencadenado, y trabajar para que esa aparente fragilidad se convierta en una herramienta poderosa.
CARMEN GARCÍA-RIBAS
Directora del proyecto LIFE de liderazgo femenino, profesora de Comunicación Estratégica de ESCI-UPF y directora del Máster de Liderazgo Femenino.

“Las mujeres lloramos por tristeza, dolor o rabia. Y, en el ámbito profesional, son lágrimas de rabia. La sentimos cuando sufrimos una falta de respeto o devaluación de nuestro trabajo o talento. Y llorar es la manera femenina de expresar esta ira. Sentir es siempre legítimo, pero manejar la actitud de manera estratégica es obligado en la vida profesional. Cuando esto te ocurra, respira, serénate, analiza los motivos de tu rabia-dolor y decide estratégicamente qué hacer. No creas que por no llorar estás cayendo en la sumisión. Al contrario, desde la serenidad encontrarás la manera de manejar tu actitud y decidir cómo debes responder, aunque no es necesario hacerlo de inmediato. Por supuesto, si has sufrido una pérdida personal estás en tu derecho de llorar, aunque sea en el ámbito profesional.
ANA BUJALDÓN SOLANA
Presidenta de la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE) y directora general de Azul Comunicación.

“Creo que es necesario diferenciar la esfera profesional de la personal. El entorno laboral exige un mayor control y aprendizaje acerca de la gestión de las emociones, además de la importancia del autocontrol, no solo para conseguir un mejor clima laboral, sino también por el bienestar de la propia persona trabajadora. No obstante, la tendencia empresarial apuesta por la implicación personal de todo el equipo, lo que conlleva de forma inevitable una mayor comprensión de los estados anímicos de los trabajadores. Llorar en el trabajo es un síntoma de algún descontrol emocional. La empresa debe canalizar estos incidentes y aprovecharlos como oportunidades para que la persona identifique reacciones, herramientas y técnicas a aplicar. En definitiva, es parte de la formación profesional adquirir cierto control mental que refuerce nuestra posición, actitud y recursos ante la gestión del estrés o las crisis por incidentes o imprevistos”.


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