Su aspecto frágil la predispone a roles dramáticos. Y su condición de amiga íntima de Penélope Cruz la expone a una curiosidad a veces ...
La actriz Goya Toledo se confiesa: «Soy tímida, pero con mi familia y amigos me sale la vena payasa, ahí me suelto la melena»
Su aspecto frágil la predispone a roles dramáticos. Y su
condición de amiga íntima de Penélope Cruz la expone a una curiosidad a
veces malsana. Sin embargo, Goya Toledo no necesita etiquetas. Lleva
tiempo demostrando que por encima del morbo y de los clichés es una
actriz de talento capaz de comprometerse hasta el tuétano con cada nuevo
papel. En especial, con aquella madre de un niño enfermo de cáncer que
encarnó en la película 'Maktub', dirigida por Paco Arango y estrenada
hace un año. «Ese personaje me lo llevaba a casa, me despertaba con él.
Realmente me marcó durante todo el rodaje», confesó Goya hace unos días
durante la presentación en Madrid de la campaña 'Envía una sonrisa
contra el cáncer infantil', promovida por la Fundación Aladina.
Creada por el guionista y director de cine Paco Arango,
Aladina acaba de conseguir la puesta en marcha del nuevo centro de
trasplantes de médula ósea en el hospital madrileño del Niño Jesús y
para celebrarlo ha decidido hacer llegar a los niños enfermos el cariño y
apoyo de los ciudadanos, que podrán depositar sus mensajes, dibujos y
cartas en los buzones que la fundación tendrá instalados en la capital
durante los meses de diciembre y enero, o enviarlos a través del buzón
virtual de su página web. Una iniciativa en la que Goya Toledo está muy
involucrada. «El cáncer infantil no lo he vivido directamente en mi
familia, pero sí con alguna persona mayor y la pérdida siempre es dura.
Pero, tal como se describe en la película en la que me dirigió Arango,
estas situaciones críticas te muestran también lo mejor de cada uno».
Actriz con esa rara cualidad de humanizar los papeles que
interpreta, la protagonista de 'Amores perros' o 'La caja 507' aclara
que no ha necesitado hacer de madre en el cine para saber que desea
tener un hijo. «Lo de la maternidad lo tengo clarísimo», asegura sin
titubeos. «Quiero ser madre y no me siento mayor para realizar ese
sueño», dice a sus 43 años. «Pero también es verdad que nunca he sido
tan consciente como ahora de que existe un tiempo límite. Por eso,
cuando llegue será bienvenido. Y ojalá ocurra pronto». Goya admite que
la reciente maternidad de su íntima amiga Penélope (con cuyo hijo, Leo,
ejerce de 'tía'), y el embarazo de su también amiga Mónica Cruz, le han
«contagiado». «Pero yo siempre he tenido un instinto maternal muy
despierto -puntualiza-, desde pequeñita. De niña era muy de jugar con
mis muñecas. Y cada día, al salir del cole, les tenía que dar el biberón
antes incluso de comer yo».
Navidades playeras
Gregoria Micaela Toledo Machín, nombre completo de Goya
Toledo, también ha sido siempre muy discreta para sus relaciones
sentimentales, de ahí que no desee desvelar si en este momento tiene o
no pareja. Su última relación conocida (y sonada) fue con el atractivo
actor francés Olivier Martinez, actualmente emparejado con Halle Berry.
«Solo digo que ahora mismo tengo la situación perfecta para mí, la que
siempre he deseado. Y ahí lo dejo», apunta la actriz enigmática.
Nacida en Arrecife (Lanzarote) y criada en Las Palmas,
Toledo guarda en su memoria unos recuerdos de navidad muy «playeros». Y
hoy es el día en que no perdona una Nochebuena lejos de su tierra, junto
a su familia, que son cinco hermanos contándole a ella. «De pequeña mi
madre nos llevaba a la plaza de San Telmo, en Las Palmas, con regalos
que entregábamos a Papa Noel o a los Reyes Magos para que los
repartieran entre los niños que no iban a tener juguetes ese año.
Hacíamos una cola larguísima, pero merecía la pena».
Algún proyecto de cine, del que prefiere no adelantar
nada «hasta enero o febrero», podría esperar a Goya al doblar la esquina
del nuevo año. Tal vez otro papel de sufridora... «Que me encantan
-reconoce-, pero también estaría bien un poco de comedia, porque yo en
la vida tengo las dos cosas, me voy de un lado a otro, soy sufridora y
también payasa. Y cuando digo payasa no hablo de tener sentido del
humor, sino de ser gamberra». Cuesta creerlo en esta estilizada mujer
que empezó trabajando de modelo pero que siempre ha aparentado ser
tímida. «Es que también lo soy -asegura-. Puedo ser muy tímida y
reservada con la gente que no conozco. Solo me muestro payasa con mi
familia y amigos. Ahí sí, me suelto la melena».
TÍTULO: EL COLEGIO DE LAS ÚLTIMAS OPORTUNIDADES,.
Juan Carlos está a punto de
cumplir 10 años, pero no sabe muy bien cuándo. Nunca ha soplado las
velas en una tarta, jamás ha celebrado su ...
uan Carlos está a punto de cumplir 10 años, pero no sabe
muy bien cuándo. Nunca ha soplado las velas en una tarta, jamás ha
celebrado su cumpleaños. Con su desarrollo físico de un niño de 5 años,
con su miopía sin diagnosticar, con su piel llena de manchas por falta
de vitaminas, es uno de los miles de niños que sufren desnutrición
severa en Guatemala, un país en el que el 51% de sus 14 millones de
habitantes son pobres, más del 90% en algunas zonas. Y la pobreza aquí
no se mide por no llegar a fin de mes. Se mide por tener algo que comer
cada día, por llegar al siguiente.
Juan Carlos no sabe que en España el voluntariado crece
en medio de una terrible crisis económica mientras las ONG no dan abasto
para atender peticiones. Él está aprendiendo a leer, intentando
escribir, pegándose con su lápiz y con sus propios ojos para sumar y
restar. Soñando con «ser grande». Él es uno de los niños del programa
de educación acelerada del colegio Bendición de Dios, una institución
independiente y aconfesional que funciona con aportaciones privadas, de
particulares o instituciones, del país y, sobre todo, del extranjero,
fundamentalmente de España y Holanda. «No queremos ayudas del Gobierno»,
cuenta Julio César García, su director, «porque después llegan las
elecciones y nos piden que reunamos a los padres y les digamos a quién
votar».
En el colegio de Julio estudian cerca de 400 niños, no
todos en el grupo especial, porque éste lo forman pequeños que no fueron
escolarizados a tiempo y perdieron el tren de la educación pública -en
la que no hay plazas para todos- y críos que, sencillamente, dejaron de
ir a clase. Unos para trabajar, algunos para encargarse de las labores
del hogar y otros para estar en la calle. El abandono escolar no es un
problema, es una realidad tan cotidiana como que la población activa
empieza a contar a partir de los diez años.
Mario es el profesor que se encarga de los niños del
programa acelerado. Con infinita paciencia les enseña a colocar una
letra detrás de otra, pero también a sentarse, a dar los buenos días y
hasta besos, un gesto que para algunos resulta toda una novedad.
La comida del día
En el colegio también comen. O algo así. Cada día reciben
lo que llaman «la refacción», una suerte de media mañana o merienda,
dependiendo del turno. La refacción es una tortilla de maíz, un cuenco
de pasta, unas galletas... «Lo que vamos pudiendo darles», narra Julio.
«Ahora no podemos permitírnoslo, pero sería importante, por ejemplo,
darles de desayunar. Se nos duermen en clase. Para muchos, la refacción
es la comida más importante del día».
Les pasa a Dilia y a María de los Ángeles, dos hermanas
de 10 y 11 años con un problema congénito en la mácula que les impide
abrir los ojos con normalidad. Ellas viven con su madre y sus otros seis
hermanos, una de ellas, la mayor, de 21 años, madre a su vez de otros
cuatro niños -dos pares de gemelos, el colmo-. Su marido se fue un día y
no volvió. Ni está ni se le espera. Como le sucedió a su madre y, si
nada lo remedia, les sucederá a sus hijas. En Guatemala, en esta
Guatemala, que un hombre deje a su familia y forme otra, u otras
sucesivas, es tan habitual como el hambre.
En Alotenango la leche es un artículo de lujo que se
vende por vasos, las enfermedades se curan con hierbas y rezos «porque
no hay plata para aspirinas» y las posibilidades de una vida mejor son
escasas, pero no inexistentes. En el colegio hay talleres para padres,
un huerto y un par de programas para mejorar las casas o colocar
estufas. «Sabemos que no podemos solucionarlo todo de golpe, pero nos
conformamos con que nuestros niños tengan la oportunidad de soñar, de
creer que si luchan las cosas pueden cambiar». Y en ello están. En ello
está Juan Carlos. Y Dilia. Y María de los Ángeles y muchos otros niños
que hasta febrero no volverán al cole. No porque sus vacaciones de
Navidad se prolonguen, sino porque es época de recogida del café. Y hay
que ir a cortarlo. Esta es su 'lotería'. Así es la vida en Alotenango.
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