TÍTULO: Lares:
La casa, visible desde lejos, está situada sobre una pequeña colina, alrededor de la cual discurren muchos caminos que, según se mire, llegan o se alejan, pero sólo uno lleva a ella.
El jardín que la rodea, ahora descuidado, es una maraña de plantas y grandes árboles que dan fe de lo fascinante que pudo haber sido en otros tiempos.
Una única portezuela de hierro permite acceder al recinto, delimitado por una verja que se pierde en la distancia, rodeando la pendiente de la ladera.
Tras cruzarla y recorrer el trecho que la separa del edificio principal, un porche recibe al visitante, para resguardarlo del frío y la lluvia del invierno, o del tórrido sol del verano.
En el umbral de la puerta, siempre abierta a quien desee entrar, se intuye el olor de antaño, a muebles viejos, carcomidos por el paso del tiempo y el desuso.
El recibidor, amplio a la par que discreto, hace su función sin demasiado ahínco, dando una bienvenida opaca.
A un y otro lado, extensos salones dan forma a espacios entre cuatro paredes.
Majestuosas alfombras cubren un suelo polvoriento, donde las huellas quedan marcadas a cada paso.
De las paredes cuelgan torcidos cuadros de pintores desconocidos, ya extintos.
Y en los rincones, sobre pequeñas mesitas, lámparas inservibles, ahora alumbradas por la claridad que se cuela de grandes ventanales, mal cubiertos por largas cortinas que cuelgan de techos decorados con esmero.
En cada habitación, sofás y sillones invitan al descanso, aun con el tono grisáceo de sus ropajes.
Sobre una mesa, papeles desordenados.
Y en cada recóndito espacio, multitud de otros muebles tratando en vano de rellenar un vacío que lo ocupa todo.
En el pasillo, armarios con estanterías repletas de libros, cuyas tapas se aprietan a más no poder, asfixiando las palabras de sus páginas.
Atrás, una terraza abierta al ocaso del poniente, que ha despedido muchos atardeceres.
Al fondo, una escalera de peldaños desgastados conduce al primer piso, donde estancias de ensueño guardan sueños estancados.
Y sobre ellos, arriba, en un desván de recuerdos olvidados, la luz de cada día toca a su fin, mientras se apaga, tenue.
A menudo grandes.
Muchas descuidadas.
Demasiadas, vacías y abandonadas.
Casas de almas, las llaman.
Hogares donde ya no moran.
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