sábado, 3 de agosto de 2013

LECTURAS EXCITANTES, EN EL PARQUE,/ .EL AMOR CULPABLE DE CECILIA,.

TÍTULO; LECTURAS EXCITANTES, EN EL PARQUE,.

Continuidad de los parques


Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

TÍTULO;  .EL AMOR CULPABLE DE CECILIA,.


Cecilia Ciganer Albéniz, la breve, fue la primera dama más efímera de Francia. Solo permaneció cinco meses y nueve días en el palacio del ...
 
Cecilia Ciganer Albéniz, la breve, fue la primera dama más efímera de Francia. Solo permaneció cinco meses y nueve días en el palacio del Elíseo, donde coprotagonizó el primer divorcio presidencial en la historia del país. Se separó de Nicolas Sarkozy y se llevó a Louis, el hijo de la pareja, a vivir en Nueva York con el publicista Richard Attias, su nuevo marido. En París, mientras tanto, sus numerosos enemigos, rivales y damnificados han reconstruido el relato de una mujer caprichosa, frívola y coqueta que causó la perdición del presidente conservador al familiarizarlo con las riquezas, el lujo y el dinero.
«No es excesivo decir que si este hombre al principio a veces se perdió fue por amor a esa mujer», escribió en el libro 'Sarko o el complejo de Zorro' el exministro Claude Allègre. Pero la andanada más contundente contra la mujer fatal de Sarkozy fue lanzada por la periodista Catherine Nay, biógrafa de cabecera del mandatario, en una obra titulada 'El impetuoso'. Nutrida por cotilleos y confidencias interesadas, la autora defiende la tesis de que Cecilia fue la culpable de la imagen de presidente de los ricos, con gafas de sol Ray-Ban y Rolex en la muñeca, que Sarkozy arrastró durante cinco años desde el principio de su mandato.
A la ex se le atribuye haber confeccionado la lista de invitados a la exclusiva velada, en el restaurante de lujo Fouquet's, con que se celebró el 6 de mayo de 2007 la victoria electoral de un marido por el que aquella misma mañana ni se había molestado en ir a votar. A aquel festejo de ricachones, pecado original del sarkozysmo triunfante, asistió un selecto ramillete de lo más granado de la patronal francesa: Bernard Arnault, Serge Dassault, Albert Frère, Henri Proglio, Stéphane Courbit, Patrick Kron, Alain Minc, Nicolas Bazire... Tampoco faltaron al sarao en el elitista local de los Campos Elíseos los magnates Martin Bouygues, padrino de Louis, y Vincent Bolloré, que prestó el yate en el que la pareja zarpó al día siguiente en crucero por el Mediterráneo.
«El vencedor del 6 de mayo es un vencido del amor», sentencia Nay, quien revela que Sarkozy confió a una amiga que «fue el día más triste de mi vida». El segundo cónyuge de Cecilia Ciganer pensaba que con la conquista del poder reconquistaría también el corazón con sangre española de la bisnieta del compositor Isaac Albéniz. Pero la mujer a la que jorobaba ser primera dama cumplió la advertencia que le había lanzado tres meses antes: «En cuanto seas elegido, me largo».
Voto de silencio
Cinco años después, en vísperas de las elecciones en que fue derrotado por el socialista François Hollande, al presidente saliente le preguntaron en televisión dónde iría a festejar una eventual victoria. «Esta vez tengo una familia. Una familia sólida y podría festejarla con los que amo. Con mi mujer y mis hijos y quizás algunos amigos», respondió el marido de Carla Bruni y padre de la pequeña Giulia.
Cecilia encajó el golpe bajo sin rechistar fiel a su voto de silencio. Unicamente transcendió un mensaje enviado a un periodista francés de su confianza en el que ironizaba: «Si yo he sido su mayor obstáculo, entonces en adelante todo irá bien». Fue Attias quien salió a la palestra para defender el honor mancillado de su esposa. «Lo que puedo afirmar es que Cecilia no está en absoluto implicada en el Fouquet's ni en la elección del crucero en yate. En un momento dado, hay que decirse que un mandato de cinco años no puede ser cargado completamente sobre los hombros de una persona que se marchó al cabo de seis meses», puntualizó el hombre con el que ha rehecho su vida en Nueva York.
En la Gran Manzana vive también una de las hijas que Cecilia tuvo en su primer matrimonio. La otra reside en Boston con sus dos hijos. Con ya 16 años Louis, por que el que su padre abona una pensión alimentaria mensual de 3.000 euros, estudia en un internado militar en Pennsylvania pues le apasiona el Ejército. Aprovecha las vacaciones para acompañar a su madre en sus desplazamientos por África como embajadora del foro de ayuda a las mujeres que le ha montado su experto cónyuge, artífice de los de Davos, Nueva York y Doha. La ex primera dama cuenta con la experiencia de haber arrancado en julio de 2007 al coronel Muamar Gadafi la liberación de cinco enfermeras búlgaras y de un médico palestino condenados a muerte por el régimen libio bajo la acusación de haber inoculado el virus del sida a 400 niños.
En uno de los foros organizaos por Attias, el Doha Gols dedicado al deporte, participó en diciembre Sarkozy, invitado personalmente por el emir de Catar. Cecilia estaba presente en la sala durante el discurso de su ex, reconvertido al lucrativo negocio de conferenciante en el círculo de los presidentes desparecidos. «Con Nicolas tenemos lazos de afecto, seguimos siendo amigos», confió en una ocasión a una reportera de 'Le Monde' el antiguo amor culpable de Sarkozy.

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